Metafísica de la violencia
¿El hombre es el único ser que se pregunta por el Ser?
No, solo lo hace Heidegger es más la metafísica no apertura
la pregunta por el ser sino más bien la cancela, por esto se hace necesaria una
metafísica de la violencia que apertura la pregunta por el ser.
En oriente esa pregunta se devela como absurda y también es
cancelada, porque la pregunta por el ser es un obstáculo para ser, por esto la metafísica
de la violencia, debe ser violentada.
La única valida razón que encuentro para toda metafísica, es
la que encuentro para la mala hierba, así hacemos metafísica para arrancar la metafísica
y así poder hacer crecer la buena hierba.
El primer Wells
Harris refiere que Oscar Wilde, interrogado acerca de Wells, respondió:
"Un Julio Verne científico".
El dictamen es de 1899; se adivina que Wilde pensó menos en definir a
Wells, o en aniquilarlo, que en pasar a otro tema. H. G. Wells y Julio Verne
son ahora nombres incompatibles. Todos lo sentimos así, pero el examen de las
intrincadas razones en que nuestro sentimiento se funda puede no ser inútil.
La más notoria de esas razones es de orden técnico. Wells (antes de
resignarse a especulador sociológico) fue un admirable narrador, un heredero de
las brevedades de Swift y de Edgar Allan Poe; Verne, un jornalero laborioso y
risueño. Verne escribió para adolescentes; Wells, para todas las edades del
hombre. Hay otra diferencia, ya denunciada alguna vez por el propio Wells: las
ficciones de Verne trafican en cosas probables (un buque submarino, un buque
más extenso que los de 1872, el descubrimiento del polo Sur, la fotografía
parlante, la travesía de África en globo, los cráteres de un volcán apagado que
dan al centro de la tierra); las de Wells en meras posibilidades (un hombre
invisible, una flor que devora a un hombre, un huevo de cristal que refleja los
acontecimientos de Marte), cuando no en cosas imposibles: un hombre que regresa
del porvenir con una flor futura; un hombre que regresa de la otra vida con el
corazón a la derecha, porque lo han invertido íntegramente, igual que en un
espejo. He leído que Verne, escandalizado por las licencias que se
permite The First Men in the Moon, dijo con indignación: «Il
invente!»
Las razones que acabo de indicar me parecen válidas, pero no explican por qué
Wells es infinitamente superior al autor de Héctor Servadac, así
como también a Rosney, a Lytton, a Robert Paltock, a Cyrano o a cualquier otro
precursor de sus métodos. La mayor felicidad de sus argumentos no basta a
resolver el problema. En libros no muy breves, el argumento no puede ser más
que un pretexto, o un punto de partida. Es importante para la ejecución de la
obra, no para los goces de la lectura. Ello puede observarse en todos los
géneros; las mejores novelas policiales no son las de mejor argumento. (Si lo fueran
todos los argumentos, no existiría el Quijote y Shaw valdría
menos que O'Neill). En mi opinión, la precedencia de las primeras novelas de
Wells -The Island of Dr. Moreau, verbigracia, o The Invisible
Man- se debe a una razón más profunda. No sólo es ingenioso lo que
refieren; es también simbólico de procesos que de algún modo son inherentes a
todos los destinos humanos. El acosado hombre invisible que tiene que dormir
como con los ojos abiertos porque sus párpados no excluyen la luz es nuestra
soledad y nuestro terror; el conventículo de monstruos sentados que gangosean
en su noche un credo servil es el Vaticano y es Lhasa. La obra que perdura es
siempre capaz de una infinita y plástica ambigüedad; es todo para todos, como
el Apóstol; es un espejo que declara los rasgos del lector y es también un mapa
del mundo. Ello debe ocurrir, además, de un modo evanescente y modesto, casi a
despecho del autor; éste debe aparecer ignorante de todo simbolismo. Con esa
lúcida inocencia obró Wells en sus primeros ejercicios fantásticos, que son, a
mi entender, lo más admirable que comprende su obra admirable.
Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas, suelen referirse a
doctrinas contrarias a las suyas. Desde luego, tal no es mi caso; agradezco y
profeso casi todas las doctrinas de Wells, pero deploro que éste las
intercalara en sus narraciones. Buen heredero de los nominalistas británicos,
Wells reprueba nuestra costumbre de hablar de la tenacidad de «Inglaterra» o de
las maquinaciones de «Prusia»; los argumentos contra esa mitología perjudicial
me parecen irreprochables, no así la circunstancia de interpolarlos en la
historia del sueño del señor Parham. Mientras un autor se limita a referir
sucesos o a trazar los tenues desvíos de una conciencia, podemos suponerlo
omnisciente, podemos confundirlo con el universo o con Dios; en cuanto se
rebaja a razonar, lo sabemos falible. La realidad procede por hechos y todos los hechos son inventados, no por razonamientos; a Dios le toleramos que
afirme "Soy El Que Soy" (Éxodo, 3, 14), no que declare y analice,
como Hegel o Anselmo, el argumentum ontologicum. Dios no debe
teologizar; el escritor no debe invalidar con razones humanas la momentánea fe
que exige de nosotros el arte. Hay otro motivo, el autor que muestra aversión a
un personaje parece no acabar de entenderlo, parece confesar que éste no es
inevitable para él. Desconfiamos de su inteligencia, como desconfiaríamos de la
inteligencia de un Dios que mantuviera cielos e infiernos. Dios, ha escrito
Spinoza (Etica, 5,17), no aborrece a nadie y no quiere a nadie.
Como Quevedo, como Voltaire, como Goethe, como algún otro más, Wells es
menos un literato que una literatura. Escribió libros gárrulos en los que de
algún modo resurge la gigantesca felicidad de Charles Dickens, prodigó
parábolas sociológicas, erigió enciclopedias, dilató las posibilidades de la
novela, reescribió para nuestro tiempo el Libro de Job, esa gran
imitación hebrea del diálogo platónico, redactó sin soberbia y sin humildad
una autobiografía gratísima, combatió el comunismo, el nazismo y el
cristianismo, polemizó (cortés y mortalmente) con Belloc, historió el pasado,
historió el porvenir, registró vidas reales e imaginarias. De la vasta y
diversa biblioteca que nos dejó, nada me gusta más que su narración de algunos
milagros atroces: The Time Machine, The Island of Dr. Moreau, The
Plattner Story, The First Men in the Moon. Son los primeros libros que yo
leí; tal vez serán los últimos… pienso que habrán de incorporarse, como la
fórmula de Teseo o la de Ahasverus, a la memoria general de la especie y que se
multiplicarán en su ámbito, más allá de los términos de la gloria de quien los
escribió, más allá de la muerte del idioma en que fueron escritos.
.
Más siempre los imaginarios caen y dan paso a las metafísicas,
¿Se puede desde la metafísica construir nuevos imaginarios? No sin matar toda metafísica Platón ya paso
por todo esto en el hay una renuncia al logos para volver al mito y es que nadie es más violento que Platón el destruye su propia metafísica él es el gran
violador metafísico, pero de esa violencia el mito llegara hasta el nuevo
testamento cristiano y el logos a la lógica y metafísica aristotélica, por esto
Nietzsche quiso matar a Platón y la única manera es la locura, el caos puro
donde ni mito ni logos puedan sobrevivir más en Nietzsche el mito y el logos se
multiplican ¿Así es mejor? No porque el logos cancela la pregunta por el ser y el mito produce sentido ocultando el sin
sentido de todo imaginario, si vamos a producir un
apocalipsis, desanudemos de una vez todo mito y todo logos ¿Qué hay detrás? Los
misterios que solo se develan anudando, así que violentamos la multiplicidad
para volver a la unidad , y la unidad para volverá a la multiplicidad, y la
multiplicidad para volverá al unidad y
la unidad para volver a la multiplicidad ¿Que ganamos con todo esto? Pues con
una guerra de imaginarios donde un mito destruya a otro y con una metafísica de
la violencia donde una metafísica destruya a la otra nos ganamos a nosotros mismos y con ellos el
fin de toda guerra, de toda violencia, no porque aprendimos a respetar el
imaginario y el ideario del otro sino porque atravesamos los imaginarios e
idearios y nos encontramos con el otro más allá de todo imaginario y de toda idea.
Ahora repasemos toda la metafísica que debemos de destruir:
Me dirán que dejar al hombre sin mitos y sin metafísicas es
justamente dejar al hombre mismo porque el hombre es su imaginación y razón y sobre todo la fe que pone en ellos y yo les diré no propongo dejar de hacer mitos
o metafísicas eso es imposible, propongo hacerlas y deshacerlas hasta que
vuelvan a ser lo que son un juego de niños en el que se oculta y devela la
eternidad.
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