lunes, 22 de abril de 2024

Comunión para el horno

 

Comunión para el horno

«A los hombres les falta el arte del regalo. Hay algo absurdo e increíble en la violación del

principio de intercambio; a menudo incluso los niños desafían al donante, como si el regalo no fuera más que una estratagema para venderles cepillos de dientes o jabón. Como recompensa ejercemos la caridad, la caridad administrada, que llena programáticamente las heridas visibles de la sociedad. En su ejercicio organizado el impulso humano ya no tiene el más mínimo lugar: más bien la donación va necesariamente junto con la humillación, a través de la distribución, el

cálculo exacto de las necesidades, en el que el beneficiario es tratado como un objeto. Incluso la donación privada se ha reducido al nivel de una función social, a la que se asigna una cierta suma del propio presupuesto, y se cumple con malicia, con una evaluación escéptica del otro y con el menor esfuerzo posible. La verdadera felicidad del regalo está todo en la imaginación de la felicidad del destinatario: y eso significa elegir, tomarse tiempo, salirse de tu propia pista, pensar en el otro como un tema: lo opuesto al olvido. "

Theodor W. Adorno ,

Moral mínima

 

https://www.facebook.com/reel/450282787381483

Ahora si se recuperara la donación, es decir la transferencia ontológica, tarde o temprano aquel que recibe esta donación asume que se la merece y cae en su ego imponiéndose a los demás y entonces estamos ante un círculo vicioso, al menos que se siga donando a un punto en que todo egoísmo quede superado pero esa sería indefectiblemente una cuestión de fe, en la que jamás se podría decir que no es tiempo para las utopías sino todo lo contrario, este es justamente el tiempo, sabiendo que mi utopía creara una distopia a la que debo traspasar perseverando en mi donación ontológica.

Ahora amada hija mi voluntad de poder esa afirmación en mi existencia tiene que convertirse en una voluntad de ser y para esto debe habitar, cuidar:

 

ndividuo & Totalidad (XXIII) - Habitantes deshabitados. Estar y Acaecer - Francisco Huertas Hernández - ABRIR PARA LEER COMPLETO

Habitar es vivir en un lugar, morar en una casa. La casa del hombre es el mundo, o, más aún, el humano transforma en casa y mundo el lugar en el que está. Martin Heidegger afirma: "zum Wohnen, so scheint es, gelangen wir erst durch das Bauen" (parece que sólo llegamos a habitar construyendo) en "Bauen, Wohnen, Denken" (1951). Heidegger, analizando la lengua alemana, halla que "ser hombre quiere decir habitar". Y habitar es cuidar. Habitar es estar presente en un lugar (construido), permanecer, demorarse, "al abrigo de daños y amenazas". Habitar es estar protegido. Cualquier lugar en que el humano encuentra protección es su casa. Pero el ser humano es el que no quiere ni puede estar quieto, en casa. Es el viajero. El que explora nuevos territorios para extender su hogar, reduciendo la naturaleza a casa en potencia, refugio y amparo de la propia naturaleza amenazante. Y al residir en lugares diversos convive con otros habitantes. Los anfitriones y los vecinos nos hacen partícipes de sus moradas. Nos aposentamos en un territorio y al habitarlo con los vecinos formamos comunidad y adquirimos condición de ciudadanos al organizar esa convivencia bajo reglas comunes, que nos protegen y nos dan seguridad.

El humano imita, sin saberlo, a los hermanos animales, que hacen nidos, madrigueras, colmenas, hormigueros o guaridas. Sin embargo, el intranquilo λόγος invita al desasosiego permanente. A "des-habitarnos". Si el λόγος pregunta, ello requiere salir del hogar...

(...)

Y no sólo en los hermanos animales el humano se ve reflejado, sino en los mismos árboles, antecesores misteriosos de nuestra naturaleza móvil y apetitiva. Los árboles, las plantas, se arraigan en el suelo. Son los cimientos de nuestras casas...

Y la ansiedad se adueña del hombre tanto como su estar en el mundo se vuelve inestable: el humano es el que teme la muerte, y la niega, como si su morada fuera eterna. Inventa disipaciones o religiones. Su acaecer es mortal, pero nadie construye para la destrucción, porque construir es lo contrario de destruir...

https://www.facebook.com/photo/?fbid=2159273054428664&set=a.196740637348592

Más en esta conversión de la voluntad de poder a la voluntad de ser, pasamos a la conciencia y el ser queda determinado es lo que sucede con Zubiri el comprende que lo eyectado esta religado y busca la realización de esta religación pero una vez lograda la religación el ser se determina:

   

Joel Agon

dotpsoSren7t6thih2465hmf714ul3m879 hc2621hc007athta2638i4u9a  · 

Breve comentario sobre mi lectura en torno a la palabra ''develación'' en Martin Heidegger, ''Ser y tiempo''.

En Heidegger se usa la palabra ''develación'' y no se usa por ejemplo, la palabra ''manifestación'' como lo hace Hegel, al parecer para Heidegger, la relación del ente privilegiado(es decir el dasein) con el mundo, no parte de una gnoseología de ''dominio'' sino de ''develar'' al ''ser'', en cambio en Hegel, la ''manifestación'' es lo que esta oculto, por ejemplo, cuando decimos en economía, el ''valor'' se manifiesta en el ''precio'', pero claramente este manifestarse, sucede como fenómeno, para volver a ''ocultarse'', en Hegel la ''manifestación'' es porque el ''ser'' no esta determinado, el ''ser es indeterminado'' pero siempre ''oculto''. En Heidegger sucede todo lo contrario. Todo esto vuelve a Heidegger un filosofo en contra de la ''modernidad''. La filosofía clásica occidental, fue planteada no para ''develar'' ningún ''ser'' sino para dominarlo(no soy un experto en Hegel ni en Heidegger, pero esto vuelve su filosofía contra toda la modernidad y no es una exageración).

 

 

Christian Franco Rodriguez

Es la diferencia entre la transferencia poética en Heidegger a partir de un logos que devela el ser y el concepto que determina históricamente al ser superando la indeterminación, en el fondo es la diferencia entre occidente y oriente.

 

Por esto es tan importante la dialéctica para superar la determinación pero el problema es que lo hace con otra determinación y entonces se hace necesaria una adialéctica que indetermine lo determinado para luego con la dialéctica determinar lo indeterminado esa es la base de toda nuestra filosofía el misterio pascual determinado y el misterio dharmico indeterminando

Lo que se busca es salvar el proceso de comprensión afectiva donde el salto de la  intuición a la razón  permite la transferencia es decir la donación:   

Crítica al cientificismo

En la segunda parte del texto, Nietzsche ataca al cientificismo afirmando que la ciencia pretende hacer regular el mundo para dar seguridad al hombre, creando más conceptos. De esta forma, Nietzsche habla de dos tipos de hombres. El hombre racional y el hombre intuitivo. Ambos quieren dominar la vida, pero el primero lo quiere hacer mediante la previsión, prudencia, regularidad y el segundo solo toma como real la vida disfrazada de belleza, es decir, que toma como verdad aquello que le interesa, porque eso le hace feliz. Para Nietzsche, el primer hombre es el representante de esta actitud cientificista que cree que todo es regular y previsible. De esta manera, este hombre solo conjura desgracias, puesto que la vida es un continuo golpe tras otro y de esa forma este hombre nunca alcanzará la felicidad. El segundo hombre, es más irracional, tanto en el sufrimiento como en la felicidad. Teniendo en cuenta que solo por el hecho de ser hombres, usarán el intelecto, ese gran arte de fingir, porque el hombre es un ser que busca lo regular en lo irregular, el segundo sale mejor parado que el primero, porque este tiene momentos felices mientras que el otro se pasa su vida intentando prever lo que pasará. Esto no puede ser, puesto que el universo no es previsible, no es regular, ahí está la crítica al cientificismo.

Por todo ello, si el hombre no puede alcanzar la verdad porque su humanidad hace que posean intelecto y que, con él, cree esos arbitrarios conceptos que denomina verdad, lo más importante será ser feliz, puesto que no puede librarse de esos conceptos y, por tanto, el cientificismo solo empeora las cosas al hacer creer al hombre que pueden alcanzar la verdad.

provoca una situación distinta a la anterior y, por tanto, desconocida. Para Nietzsche el miedo del hombre es, en efecto, lo desconocido. Estas teorías serán utilizadas para elaborar el término del Übermensch (superhombre o suprahombre), es decir, aquel hombre que acepta el cambio. La vida es pasión, es cambio, es una continua situación distinta tras otra que no se puede prever porque el universo y la vida están llenas de contradicciones, de cambios.

 

 

¡Es cierto que ustedes mienten y que mentirán hasta el fin de los tiempos! ¡Sí! He comprendido bien el sistema. Ustedes les han dado el dolor del hambre y de las separaciones para distraerlos de su rebeldía. ¡Los agotan, les devoran tiempo y fuerzas a fin de que no tengan ni ocio ni impulso para el furor! ¡Los hombres arrastran los pies, pueden estar contentos! Están solos a pesar de la masa, como también yo estoy solo. Cada uno de nosotros está solo gracias al la cobardía de los demás. Pero yo que estoy avasallado como ellos, humillado con ellos, les anuncio sin embargo que ustedes no son nada y que este poder desplegado hasta perderse de vista, hasta oscurecer el cielo, sólo es una sombra arrojada sobre la tierra, que un viento furioso disipará en un segundo. ¡Creyeron que todo podía reducirse a números y a fórmulas! ¡Pero en su hermosa nomenclatura han olvidado la rosa silvestre, las señales del cielo, los rostros del verano, la gran voz del mar, los instantes de desgarramiento y la cólera de los hombres.

(Ella ríe.)

No se ría. No se ría, i**mbécil. Están perdidos, ya lo digo. En el seno de sus victorias más aparentes están ya vencidos, porque hay en el hombre –míreme- una fuerza que ustedes no reducirán, una locura clara, mezclada de miedo y coraje, ignorante y victoriosa por siempre jamás. Esta fuerza es la que se levantará, y ustedes sabrán entonces que su gloria es humo.

Libro: "El estado de sitio"

Autor: -Albert Camus-

 

 

Claro pero el peligro es idealizar al hombre intuitivo, como si en el no habitara la destrucción, uno pensaría que la donación ontológica   es un darse si reparos y lo es, pero también es un destruir sin los mismos, por esto es tan necesaria la razón su conceptualización subjetiva y su objetivación formal, solo que en ella siempre se pierde la transferencia y pasamos al código, al protocolo , al rito formal pero ese código es el que posibilita la transferencia en tanto sea traspasado  pero hoy estamos en el tiempo del anti espíritu adentrándonos en el espíritu desintegrado algorítmico, esa anti espiritualidad puede deconstruir el código y permitir la transferencia más si nos quedamos en el anti espíritu todo pasa a ser un nihilismo donde no hay posibilidad de donación:

http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1016-913X2019000100007   

El problema de la donación en la fenomenología de J.-L. Marion (extracto)

A continuación, De Lara destaca que Marion busca dar cuenta de la autoaparición de los fenómenos, "sin remitirla ni referirla a una conciencia", y por ello dice que "Marion… pretende dilucidar el aparecer del fenómeno sin remitirlo ni a una conciencia ni a un ente particular del mundo. Se trata de considerar la aparición incondicionada de los fenómenos, tomarlos en cuanto dados puramente"89. Esta afirmación no es exacta. Si bien Marion indaga en la "aparición incondicionada" del fenómeno, no abandona la correlación fenomenológica. El adonado cumple una función necesaria en la aparición del fenómeno, pues actúa como la "pantalla" (écran) que permite que se muestre lo que se da. Como se aclara en el epílogo de Étant donné: "Para acabar con el ‘sujeto’, no hay que destruirlo, sino invertirlo, darle la vuelta. El ‘sujeto’ se pone como un centro: esto no se le refutará, pero sí que se le refutará el modo de ocupación y la práctica de ese centro que reivindica, a título de un ‘yo’ (pensante, constituyente, que se decide); se le refutará la ocupación de ese centro como un origen, como un ego en primera persona, en una ‘mieidad’ [mienneté] trascendental; se le objetará que no domina ese centro, sino que se mantiene en él solamente como beneficiario y situado donde se muestra lo que se da; se le objetará que él mismo está dado a y en tanto que polo de donación en el que no cesa de advenir todo lo dado"90.

El adonado no constituye al fenómeno, el fenómeno no "depende" de una subjetividad como la instancia última que le da su sentido, pero la correlación no desaparece. El adonado conserva la función "central" de dar lugar al pasaje de la donación a la mostración. De Lara concluye su crítica con las siguientes afirmaciones: "En conclusión, este primer Heidegger puede resultar un interlocutor válido para Marion por cuanto ensancha el problema de la donación, lo saca de su versión epistemológica y muestra que se trata de un problema fundamental también para la fenomenología. Además, Marion puede apoyarse en Heidegger para remitir al mundo como ámbito pre-dado y de que toda donación teórica depende en último término. Pero el modo de plantear el problema y, más aún, la solución heideggeriana está lejos de las pretensiones de Marion de una fenomenología del don y del darse de los fenómenos. Heidegger sigue considerando que hay condiciones de posibilidad que prefiguran el aparecer, y además les otorga a dichas condiciones un carácter existencial-decisionista"91.

Frente a estas objeciones, corresponde responder lo siguiente. En primer lugar, cabe destacar que De Lara concuerda con las ideas de este artículo al admitir que el primer Heidegger resulta un interlocutor válido para Marion en tanto ensancha el problema de la donación, lo saca de su versión epistemológica y muestra que se trata de un problema fundamental para la fenomenología. Si el problema de la donación no es sin más el problema de la fenomenología heideggeriana temprana, su obra ciertamente contribuye de modo decisivo a mostrar la importancia radical de la cuestión. En segundo lugar, es absolutamente cierto que el proyecto de Marion no es el del joven Heidegger. En este sentido, cabe señalar que no es mi intención afirmar lo contrario. Mi hipótesis es que la fenomenología del joven Heidegger tiene ciertos rasgos que ayudan a elucidar las características principales de la fenomenología de la donación. La obra heideggeriana temprana puede actuar como clave heurística, como modelo, para comprender algunos planteos decisivos de la obra de Marion. Empero, esto no implica sostener que los proyectos de ambos autores son iguales. Huelga decir que el propio Marion entiende que esto es así, pues presenta su fenomenología de la donación como una superación de la fenomenología husserliana (y su ego constituyente) y de la fenomenología heideggeriana (y su Dasein, que también actúa como instancia trascendental)92. No obstante, Marion claramente considera que la obra de Heidegger da un paso fundamental hacia la fenomenología de la donación. Refiriéndose a los primeros cursos heideggerianos, Marion se expresa de modo elocuente en sus entrevistas con Dan Arbib: "Sobre el monte Nebo de su punto de vista aún trascendental, él [Husserl] ve una tierra prometida en la que no entra. Solo Heidegger, no sin violencia, comenzó a hacer temblar las murallas"9

Husserl señala el camino, pero Heidegger comienza a recorrerlo. Principalmente, lo hace a partir de su definición de fenómeno como "aquello que se muestra a partir de sí mismo". Así, es posible sostener que la fenomenología marioniana retoma el problema de la donación presente en los debates que dan origen a la fenomenología y, continuando los pasos de Heidegger, le da la centralidad que esta noción reclamaba.

 

 

  

Más Marion  no pretende una ontoteología él se queda en el marco fenomenológico, nosotros hacemos una síntesis de la fenomenología y del psicoanálisis desde una visión dialéctica noumenologica y entonces transferencia es donación pero con mucha mayor complejidad en esa complejidad se crean los sujetos y los Dasein y antes Dios como base de la transferencia del don es decir de la transferencia ontológica por esto nos centraremos en el texto de Engels el nacimiento de la familia para ver en esta cuestión de los clanes de los gens el inicio de la transferencia del  don  como base de la comunidad    pero antes veamos otros caminos:     

 

https://www.facebook.com/photo?fbid=1663479701136449&set=pcb.1663480147803071 

https://www.facebook.com/photo?fbid=1663479741136445&set=pcb.1663480147803071

https://www.facebook.com/photo?fbid=1663479797803106&set=pcb.1663480147803071

¿Qué  quiere decir Wittgenstein con la frase … los límites del lenguaje son los límites de mi mundo?

 

Christian Franco Rodriguez

Colaborador destacado

¿Qué quiso decir Wittgenstein? ¿Cómo saberlo? su intención de pronto fue aclarar la función representativa del lenguaje pero termino con sus juegos de lenguaje complejizándolo, y entonces la pregunta sería ¿Qué hizo Wittgenstein? ¿Cuál es el hecho en su filosofía? Pues para muchos el construyo una escalera filosófica para abandonar toda reflexión filosófica pero parece que al tirar la escalera, tuvo que inventar cuerdas para jugar con el lenguaje y así poder volver a reflexionar, mas lo loco es que los filósofos no se ponen de acuerdo en que hizo realmente Wittgenstein y que de pronto no nos podemos desligar de la experiencia, esa experiencia recrea un mundo y cada vez que queramos compartir ese mundo y sus hechos tendremos que reinterpretarlos, recrearlos, siendo la objetividad una conveniencia en un paradigma establecido por solo algún tiempo hasta que recreemos un nuevo mundo en un nuevo espíritu.

 

En el 300 aniversario del nacimiento de I. Kant

"El problema es, además, que la academia siempre ha sido imperialista, racista y sexista y hoy lo sigue siendo. Por eso, quiero insistir que mayor obstáculo cuando buscamos un potencial liberador en Kant es el que componen las lecturas canónicas y eurocentradas de su filosofía y de los problemas globales en general. Si “nosotras como filósofas profesionales” pertenecemos a una red de opresiones y privilegios que continúa en una línea de tiempo de la que Kant es un miembro activo, entonces el asunto es cómo ser conscientes de nuestra propia mirada imperial, de modo de no reproducirla cuando leemos a Kant y al resto del canon."

Macarena Marey

https://revistabordes.unpaz.edu.ar/para-una-filosofia-de-america-del-sur/?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTAAAR3FvVQMnsDRePOKXTfgWTvlAO61rtRbyWkKMQEQq1e7EoIoOxaETj0R1to_aem_AfgpzknJr7H3rqvzXFDslsmMYJ01IbVvso1B-0Vp4cQXwNCidLlmiY0Nz9Xt_rPnV_eFR-p6VCLYf6EUtLDzfw9s

Christian Franco Rodriguez

¿Releer a Kant como un filosofo de la igualdad, de la libertad y de la comunidad? Lo siento pero la igualdad en Kant será la igualdad racional blanca, laica que no puede ni quiere ver el noúmeno, es decir que renuncia al conocimiento de si mismo y al compromiso con los otros, su libertad esta enmarcada en el deber, el querer en kant desaparece como si se tratara de una mascara sin cuerpo, una mascara moral burguesa que no tiene fondo para fundamentar su actuar ético y es que en la critica de la razón pura acaba con toda posibilidad de fundamento y ¿Comunidad en Kant? ¿Acaso su razón puede ir al encuentro del otro y ser alterado por este? No Kant se niega a toda dialéctica, es decir a todo dialogo aquí el individuo critico es decir aquel que conoce sus limites se impone a la comunidad, no participa de ella. Así que ese intento de descentrar a Kant me parece mas bien el clásico pensar de una izquierda caviar de pasar por agua tibia el pensamiento Kantiano, que por supuesto esta vigente mientras lo liberal siga siendo hegemónico más parte de superar esa hegemonía es superar a Kant de una vez por todas.

 

Iñaki Marieta

Christian Franco Rodriguez , el texto de Macarena Marey va en la dirección de lo que dices; muy crítico con la idea crítico-centrista del Kant ilustrado pero sin atender al necesario descentramiento de una crítica de los prejuicios racistas, machistas y sexistas de su época. En todo caso, como creo que se debe con la obra de todes les pensadores, hay que poder salvar lo que tengan de provechoso en el asintotico camino hacia la emancipación de la HUMANIDAD.

·         18 h

·         Me gusta

·         Responder

Activo

 

Christian Franco Rodriguez

Iñaki Marieta Leí el texto y no va en mi línea, lo machista, racista y sexista me tiene sin cuidado, lo que me preocupa es ese poder critico donde el sujeto es el centro sin jamás poder salir de si mismo con sujetos así simplemente es imposible lograr comunidad y solo en ella se pueden superar los machismo, sexismo, clasismos y racismos, en fin el egoísmo racional que produce todo esto si bien ahora lo liberal esta fundado en un egoísmo irracional, solo han invertido a Kant , basta hacer una conversión y volveremos a el, al menos claro que ese egoismo racional sea superado.

 

Y es que el individuo sin donación, sin transferencia, perdido en su ego ya sea raciona o irracional positivista o nihilista queda invertido sin posibilidad de socialización:

 EL JOKER PORTEÑO

El Joker es un personaje creado por el escritor Bill Finger, el dibujante y guionista Bob Kane y el también dibujante e ilustrador de cómics Jerry Robinson, este último fue el creador conceptual del personaje supervillano de “El Joker” dentro de la serie de Batman allá por 1940.

El Joker, cuyo nombre verdadero en el cómic es Arthur Fleck, es un marginado social, con una familia ausente, una madre adoptiva violenta y falto de cuidados, cariño, y protección. Lo que lo convierte en un hombre solitario con limitadas habilidades sociales para relacionarse de manera sana con sus semejantes, incapaz de poner límites, un hombre que para afrontar su malestar constantemente fantasea con la idea de que logra alcanzar la fama y la aceptación del mundo, un mundo al que paradójicamente desprecia.

El Joker sufre un severo trastorno de personalidad antisocial (también conocido como sociopatía): se caracteriza por la incapacidad para adaptarse a las normas sociales, leyes y derechos individuales. Sus pensamientos están dirigidos por la forma en la que pueden conseguir sus objetivos inmediatos y no pueden ponerse en el lugar del otro: es ecpatico e insolidario. Además, posee trastorno obsesivo-compulsivo y rasgos de personalidad dependiente, los cuales son evidenciados por su manía por Batman y actitudes subordinadas. Sufre de esquizofrenia, de delirios de grandeza, es megalómano, es histriónico e iracundo.

ARTHUR FLECK = JAVIER MILEI

Mientras leía la aviesa y siniestra personalidad del “Joker”, en cada línea se me iba formando la imagen del esperpéntico presidente actual argentino, Javier Milei, que dios confunda. La historia de Arthur Fleck tiene numerosas coincidencias con la vida del orate Milei. Una infancia llena de abandono abusos y maltratos. Los padres de Milei lo maltrataban. El padre, conductor de “colectivos”, tenía un carácter violento, y cuentan que solía blandir una cachiporra con la que golpeaba a los viajeros que se portaban mal. Una juventud solitaria y sin amigos que marcó su controvertida personalidad. Tuvo su primer amigo a los 30 años y su primera pareja a los 47, edad a la que dejo de “Puñetearse” que dicen los argentinos.

Esa incapacidad para las relaciones sociales le llevo a crear fuertes vínculos con su perro Conan (Un mastín inglés ya muerto) al que dice el propio Milei que conoció hace ¡2.000 años! en el Coliseo romano cuando Conan era un león y el propio Milei un gladiador. El alienado presidente afirmó en el prestigioso periódico neoyorquino Wall Street Journal (WSJ).

<<”En aquel mismo momento acordamos no luchar entre nosotros, sino unirnos para gobernar Argentina”>>

En vida de Conan, su mastín inglés, le sometió a una extracción de células que a su muerte utilizó para clonar a seis cachorros idénticos de los cuales viven cinco, a los que llama “Hijos”. Para terminar de rematar la jugada el presidente afirma que sigue hablando con su perro Conan después de muerto por medio de una pitonisa y que le asesora sobre el futuro de Argentina. Que quieren que les diga; hay gente en el psiquiátrico por menos. De todas formas es paradójico, y si no fuera tan patético sería para partirse la caja, que el futuro de los argentinos estuviera en las decisiones de un cánido muerto, que habla, que sabe de todo y que para más regodeo es “Inglés” ¡Che, que quilombo!

¿QUÉ ESTÁ PASANDO EN EL MUNDO?

Cuando uno tiene mucho más pasado que futuro, reflexiona sobre el mundo que ha vivido y lo contrasta con el que vive, y realmente no encuentra explicación a la deriva que está tomando la sociedad. Hay un cambio significativo y se están perdiendo valores que la sociedad del siglo XX daba por afianzados. Valores como la empatía, la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia o la humanidad se van diluyendo en una sociedad cada vez más ensimismada, más ególatra, ingrata e individualista, donde prima la competitividad extrema y la falsa meritocracia, donde te consideran por lo que tienes y no por lo que eres. Una sociedad que, en su depravación moral colectiva, consiente, apoya, justifica y defiende a corruptos inmorales, deshonestos e indecentes. Algo impensable en España hace un cuarto de siglo.

No acabo de entender y me parece imposible que estemos volviendo a repetir los mismos pasos que se dieron en el primer tercio del siglo XX. Comenzó en Italia en 1922 con el acceso al poder de Benito Mussolini y culminó en Alemania en 1933 con Adolf Hitler en el poder. La sociedad civil no se tomó en serio al fascismo ni al nazismo y pasó lo pasó. Aquellos líderes, seres histriónicos, megalómanos y exaltados que arengaban a sus huestes en soflamas de “patrioterismo” descarnado, no fueron tomados en serio pensando que el Estado, la Nación, no les permitiría hacer lo que hicieron. Craso error, el fanatismo no tiene límites y a los fanáticos solo hay que darles una idea y hacerles creer que se puede realizar.

Aquellos errores de cálculo trajeron consecuencias graves, muy graves, que involucraron a todo el mundo en la segunda gran guerra con todo el dolor y sufrimiento que generó. Tenemos el ejemplo ahí, han pasado escasamente 80 años de aquello y no hemos aprendido nada. Se está proyectando a nivel mundial esa idea del “Neoliberalismo radical” que no deja de ser una forma de fascismo “Paleolibertario” que vuelve a esgrimir conceptos que ya creíamos superados como la xenofobia, el racismo, la misoginia, el machismo, la homofobia, la aporofobia, etc. conceptos todos ellos regresivos para una sociedad que debería desarrollarse hacia delante, hacia la consecución de mejores estándares de vida para todos, pero que involuciona hacia el individualismo, el egocentrismo y la ambición codiciosa y desmedida. Como dice el demente Milei <<“El anarco-capitalismo”>>. En una sociedad anarco-capitalista, la policía, los tribunales y todos los otros servicios de seguridad se prestarían por parte de “competidores de financiación privada” en lugar de a través de impuestos, y el dinero sería proporcionado privada y competitivamente en un mercado abierto ¿Se imaginan quienes poblarían las cárceles?

LA DERIVA

La deriva de la sociedad primermundista se está escorando hacia estribor (Derecha) y cada vez más. En Europa lo vimos ya en 1998 en Hungría con la elección del ultraderechista Viktor Orbán. Actualmente la ultraderecha forma parte de los gobiernos de cinco países: Italia, Hungría, Polonia, Letonia y Finlandia (Increíble lo de este último país) incluso en la estoica Suecia la ultraderecha le presta apoyo al actual gobierno. Esto no es exclusivo de Europa, también en el nuevo continente estos movimientos se dan. La “democracia” por antonomasia que era EE.UU. se ha convertido en un nacionalismo extremista que promueve el interés nacional por encima de cualquier nación. Roger Griffin, profesor británico de historia contemporánea y politólogo de Oxford lo denomina “ultranacionalismo palingenético” es decir, el ultranacionalismo combinado con la noción de un renacimiento nacional, que no es más que el fundamento clave en la formación del fascismo o neofascismo.

Viktor Orbán en Hungría, Giorgia Meloni en Italia, los gemelos Jarosław y Lech Kaczyński de Polonia, Gustavs Celmiņš en Letonia, Riikka Purra en Finlandia, sin olvidar a Marine Le Pen en Francia, a Heinz-Christian Strache en Austria y al “Pechopalomo” de Abascal. Incluso en Alemania ha renacido la ultraderecha con el partido nacionaldemocrata de Alemania (NPD) con Udo Pastörs como líder. Estos son algunos de los principales líderes de la ultraderecha en Europa. Añádanle al “Zanahorio” de Donald Trump en los EE UU, a Bolsonaro en Brasil y ahora la “pirado” de Javier Milei en Argentina y tenemos un plantel de figuras escalofriantes. Fanáticos enfervorizados, intolerantes déspotas que no dudarían en aplicar sus anacrónicas medidas que crearían sociedades injustas y clasistas, pero el problema no son los líderes, sino los acólitos; seres alienados, desencantados y marginales que creen firmemente en que esos dementes líderes les sacaran de su mediocridad, de sus patéticas vidas, prometiéndoles ser ciudadanos de primera por el mero hecho de haber nacido en una determinada nación.

Milei ha sido el último en llegar con sus improperios, sus astracanadas, aspavientos y exabruptos. Es su “modus operandi”, sin una oratoria fluida, sin un programa coherente, sin una organización solida necesitan destacar, hacerse notar y sólo les queda el esperpento, la extravagancia y el dislate. El problema es cuando por esos métodos cualquiera de ellos llega al poder y los ciudadanos de dicho país comienzan a sentir y padecer sus caóticas medidas y por extensión otros países también son víctimas colaterales de sus demencias.

Milei es el último eslabón de una cadena que, cada vez más, va añadiendo eslabones. Unas cadenas que pueden llegar a amarrar a sociedades de países democráticamente asentados y que han sido tolerante con los intolerantes. Ojo con dejar a todos estos orates campar a sus anchas. Sus métodos son neofascistas. Van a defender a las élites y marginar a cualquiera que no piense como ellos. Recortaran derechos y libertades e implantaran políticas de “tierra quemada”. No dejarán nada sin esquilmar, explotaran los recursos hasta el límite en aras del beneficio inmediato y cuando se vayan costarán décadas tratar de rehacer lo deshecho, y con toda seguridad no se parecerá a lo anterior.

Yo no sé en qué están pensando las personas que los votan, ¿Creen que esos “Zumbados” les van a resolver la vida? ¿Qué han hecho antes que lo demuestre? Muchas personas confunden la solución con el problema y eso es un problema agravado y a largo plazo. Recuerden la historia. Serán otros los protagonistas pero el guión es el mismo y el desenlace puede ser aún peor.

Fernando Rodríguez Calleja

¡ZASCA EN TODA LA BOCA!

 

¿Pero acaso Milei y otros líderes de derecha no son líderes transferenciales donde la intuición irracional transfiere una voluntad de poder, acaso no fue Chavez también un líder transferencial?

Si es la transferencia de la voluntad de poder, que debe dar paso a una transferencia de la voluntad de ser, esa esquizofrenia paranoica sacado de lo interno a lo externo

010     

Ese proceso que hace Osho con la cultura Hindu y que hace Nietzsche con la cultura occidental debe ser traspasado por una transferencia del habitar, del cuidar, del donarse en una hermandad universal  y esto requiere la vuelta al Cristo, esa histeria neurótica que se sublima en una comunión de amor.

 

¿Es posible lograrlo? Miremos nuestro tiempo en el espíritu desintegrado y su dictadura algorítmica    y veremos que es urgente:

 

El hombre es la criatura más inventiva y curiosa por antonomasia. Es creador de cultura antes que de artefactos materiales. Y es creador de cultura porque es una oquedad ontológica, una carencia metafísica que lo separa de la naturaleza. Es la propia condición metafísica de su ser lo que lo lleva a crear cultura.

El punto de arranque del hombre es su condición de animal metafísico. Ese profundo desnivel entre lo óntico y lo ontológico en su propio ser, lo lleva hacia el disparador del ingenio. Fruto de su ingenio, gran capacidad de análisis y observación, es su propia humanización. Primeramente, que un homo faber es un homo sapiens y un homo ludens. Un animal simbólico, como afirma Cassirer. Pero es una criatura simbólica porque es un ser metafísico, en su ser finito se hace presente lo intemporal y lo eterno

Sus artefactos no lo caracterizan, sino su capacidad para crearse un mundo simbólico. Jugando, como lo resalta Huizinga, descubría e inventaba. Antes de un consumado cazador fue un experimentado recolector. Lo cual requería mucha paciencia y pensamiento. Su hominismo está unido a su humanización y es indesligable de la técnica. La técnica es resultado de su propia inventiva. Pero la técnica desde un inicio estuvo ligado a la vida. Técnica no sólo son los artefactos materiales, sino también los artefactos simbólicos. Incluso las técnicas simbólicas precedieron a las técnicas materiales. Técnica, en una palabra, es la cultura y los instrumentos materiales. Concebirla como algo enfrentado a la vida es consecuencia de un largo proceso de alienación que se dio con la aparición de la civilización.

Con la civilización -o sea, hace cinco mil años aproximadamente- aparece la megamáquina de la monarquía divinizada, con su clase privilegiada, aparato sacerdotal y burocrático especializado, enorme fuerza laboral disciplinada, organizada y ordenada. Es la primera racionalización de la vida a gran escala social. Sólo así son posibles los Zigurat mesopotámicos, las pirámides egipcias, mayas, aztecas, mochicas, y las construcciones megalíticas incas. Es el comienzo de la alienación del hombre respecto a sus propias creaciones. Allí empieza la separación del artefacto respecto a la vida y su contraposición. La razón calculadora no alumbra en Grecia, como sostiene Heidegger, sino con el inicio de la civilización misma. Y es una potencia bifronte: constructora y destructora a la vez.

La megamáquina en nuestro tiempo tiene un nombre específico y se llama hiperimperialismo, es decir, dictadura de las megacorporaciones privadas a nivel global. La primera forma de esta dictadura fue el capitalismo neoliberal, hoy en crisis y en pleno hundimiento. Y su última novedosa mutación cobra la forma de capitalismo digital. El capitalismo digital comanda, direcciona el desarrollo de las tecnologías digitales y es responsable de sus avances como de sus amenazas para la evolución humana. En una palabra, la megamáquina de nuestro tiempo se denomina hiperimperialismo del capitalismo digital.

La megamáquina de nuestro tiempo conserva intacta la principal patología de la megamáquina que alumbró con la civilización hace cinco mil años, esto es, la patología del poder. Esta es una especie de paranoia prometeica que acompaña al hombre desde que la política se identificó con el poder y el Estado. El primero que llamó la atención en las sociedades de cazadores-recolectores sobre la existencia de política no identificada con el poder ni con Estado fue el antropólogo francés Pierre Clastres, en su magistral obra La sociedad contra el Estado. El punto es que desde que se operó dicha identificación con la civilización entre poder y política comenzaron a emerger las paranoias, neurosis y psicosis a gran escala. Freud en su obra El malestar en la cultura, habla de que la propia estructura libidinal condena al hombre al peligro de autodestrucción. El principal yerro del vienés es que concibe a Eros y Tánatos como eternos enemigos y ello lo conduce a una concepción hedonista de la felicidad. Su visión nihilista y desgarrada del hombre lo conduce a no distinguir entre cultura y civilización. En buena cuenta, y contra Freud, no es la cultura sino la civilización la que divorcia a Eros de Tánatos. Y prueba de ello es la vida armoniosa que llevan las personas en las comunidades primitivas que sobreviven hasta la actualidad.

Claro, nuestra discrepancia con Freud y el apunte de Clastres nos lleva a otro tema que excede el del presente libro, el cual es: ¿Es posible erigir una civilización no alienante, opresiva y represiva? Lo es, aunque superando los marcos de la civilización capitalista de la racionalidad burguesa.

En la megamáquina del mundo moderno, dicho poder político ya no es sagrado, sino secular, pero sigue siendo sacrificial -ya sea en el trabajo o en las guerras- y militar -el indetenible armamentismo mundial-. Desde la civilización las guerras y la carrera armamentista siguen siendo la fuente de los inventos. Si la contrapartida antigua fue el surgimiento de las religiones y filosofía para contener el aparato coercitivo de la megamáquina, hoy nos hemos quedado sin contrapartida al quedar el mundo posmoderno despoblado de certezas. Ni la ética ni el saber se muestran capaces de poner equilibrio en la balanza civilizatoria. En consecuencia, el camino apocalíptico queda expedito para el predominio absoluto de la razón técnica en manos de la razón burguesa.

Pero ¿por qué sería apocalíptico? Porque una civilización sin humanismo es una civilización degradante, que está impedida en cumplir con el principio de su propia salvación, a saber, la conversión de su enorme riqueza material en riqueza espiritual. Y con ello, tiene asegurada su franca decadencia, cuando no su inevitable extinción. Lo que la megamáquina de hoy se enfrenta es a un apocalipsis civilizatorio de una racionalidad particular y no abstracta, a saber, la razón burguesa de la civilización capitalista moderna. Ese es el tema neurálgico del presente libro.

El mundo actual se desliza insensiblemente hacia la Cibercracia -gobierno totalitario de las máquinas- del Ciberdeus –Inteligencia artificial ubicua, perfecta, omnipotente- y no nos damos cuenta. El hombre moderno no lo percibe porque está acostumbrado a la preminencia de las cosas sobre el ser. El reino de la información no deja de ser el reino de las cosas, esta vez de la cosa intangible, pero cosa, al fin y al cabo, y así prolonga la tiranía de los entes. La chatura inmanentista de la cosmovisión moderna ha llegado a tal punto de desarrollo con la inteligencia artificial, que el yo autónomo siente la tentación de dejar las riendas de la historia en manos de su creación “perfecta”, a saber, la inteligencia artificial.

El imperio lúdico del internet no nos permite darnos cuenta de la amenaza que cierne sobre la cabeza de la humanidad, pero marchamos silenciosamente hacia la abolición de la individualidad, la libertad y la democracia. Y la vía regia para llevarnos a ese pronóstico de pesadilla es el caleidoscópico capitalismo digital. Sería de lo más absurdo pensar que la presente obra resulta obscurantista y reaccionaria al criticar la cultura narcisista de la razón tecnológica moderna. No es así, porque una cosa es el capitalismo digital y otra la tecnología digital, la cual está siendo objeto de un uso perverso por la primera. Darnos cuenta de este detalle es importante para advertir los peligros que acechan a la persona humana y la creciente pérdida de sentido de la vida.

Mi primera obra sobre el tema de la inteligencia artificial data del 2017, Crítica de la razón cibernética, aunque fue precedida por una crítica de la razón cosificante de la razón técnica en mi libro Filosofía de la Tecnociencia (2012), y una reflexión sobre el estatus ontológico de la máquina en El Universo sin sombra o límites metafísicos de la ciencia (2010).

No obstante, la lectura especialmente de dos obras me devolvió al tema. Me refiero al abordaje neurocientífico de Nicholas Carr en ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? Superficiales (2016), y a la perspectiva económico-filosófica de Jean-Paul Lafrance en Malestar en la civilización digital (2020). Lo que provocó que mis meditaciones se profundizaran en ms obras Miseria del capitalismo digital y de la tecnoutopía (2021) y en Ideas ante el capitalismo digital (2022).

Pero ahí no quedó la cosa porque nuevas reflexiones provocaron al llegar a mis manos el libro politológico de Shoshana Zuboff, La Era del Capitalismo de la Vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (2019) y la obra informática de James Bridle, La nueva Edad Oscura. La tecnología y el fin del futuro (2020).

Con la primera discrepo en un punto que considero sustancial, a saber, llamar al capitalismo digital “capitalismo de la vigilancia” y no considerarlo totalitario sino “instrumentario” es descaminador por dos motivos. Primero, porque la vigilancia es un derivado de la capacidad holística de la tecnología computacional, y, segundo, porque el totalitarismo no se identifica necesariamente con la violencia, dado que existe el “totalitarismo blando” que emplea la persuasión y la manipulación. Es decir, no sólo hay totalitarismo “duro”, sino también “blando”. Lo que caracteriza al totalitarismo es, en consecuencia, la aspiración al control, total. Con el segundo disiento en que no basta con señalar que el pensar computacional asfixia el pensar creativo, sino que vinculo lo primero con la culminación del inmanentismo metafísico de la modernidad. La desaparición de la realidad y destrucción de su representación referencial y significativa, del que ya nos habló Baudrillard en Cultura y simulacro (1981), llega a su cúspide al volver lo real totalmente falsificable bajo el capitalismo digital.

Es indudable que hubo otras obras que se cruzaron directa e indirectamente en el camino de mis preocupaciones sobre el capitalismo digital. Me refiero, sobre todo, a Homo videns. La sociedad teledirigida (1997) de Giovanni Sartori, y a Homo Deus (2015) de Yuval Noah Harari. Para el primero la revolución multimedia representa la muerte del homo sapiens y su reemplazo por el homo videns, mientras que para el segundo la revolución del dataísmo transhumanista lleva a la transformación del homo sapiens en homo deus. Inevitable fue encontrarme con la obra de Byung-Chul Han, No-cosas (2021), que considera que vivimos en el reino de la información o mundo de las no cosas. Lo que a mi parecer es un profundo error ontológico, pues simplemente las cosas intangibles, como la información, no dejan de ser cosas o entes. Además, ello lleva a un error politológico que pierde de vista el desafío de cómo equilibrar el superdesarrollo tecnológico y el subdesarrollo social y moral. Pues su criterio no distingue entre información y lo informacional, distinción introducida por el sociólogo Manuel Castells (La sociedad red, 2006). La información es comunicación de conocimiento, mientras que lo informacional buscar subsumir el aparato social a lo informático, concentrando el poder en unos pocos que manejan los códigos. También la obra de Marc Auge, Los “No lugares”. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad (1992), que subraya los espacios de confluencia anónima como algo especialmente contemporáneo.

Por mi parte discrepo de ambos. Pues el actual capitalismo digital está demostrando el progresivo envilecimiento del pensar humano en la colmena de las máquinas, y el crecimiento exponencial de las redes digitales del conocimiento maquinal. Lo que significa que nos encaminamos no hacia el homo videns de Sartori ni hacia homo deus de Harari, ni hacia el homo imitans de Zuboff, sino hacia el Reino del Cibersapiens o Ciberdeus del capitalismo digital y su desiderátum hacia la gobernanza computacional. Es más, pienso que la sexta extinción del antropoceno dará lugar a la séptima extinción del ciberceno si no se le arranca de sus garras la tecnología computacional al capitalismo digital.

Sin embargo, el presente libro también está relacionado con el tema del “hiperimperialismo”, el cual vengo tratando en dos obras anteriores: La globalización del Hiperimperialismo (2006) e Hiperimperialismo global en llamas (2020). Allí presté atención a Ulrich Beck, Samir Amin, Alain Touraine, Hans-Peter Martin, Harald Schumann, Michael Hardt, Antonio Negri, Joseph Stiglitz, Viviane Forrester. No obstante, en mis obras me limitaba a circunscribir el hiperimperialismo al neoliberalismo.

En cambio, en la presente obra, como en las últimas mencionadas sobre el capitalismo cibernético, extiendo la categoría del hiperimperialismo para comprender la nueva mutación capitalista en capitalismo digital. Nadie lo había hecho. Así, el hiperimperialismo comprende la primera fase neoliberal y la segunda fase digital. Dos autores han sido relevantes en este avance, a saber, Naomi Klein con su obra La doctrina del Shock: el auge del capitalismo del desastre (2007), y Thomas Piketty con su libro El capital en el siglo XXI (2013). En realidad, ninguno habla de este tránsito, pero los hechos que muestran y argumentos que exponen abonan a favor de mi tesis de la mutación hiperimperialista desde el capitalismo neoliberal al capitalismo digital. Y todos los especialistas financieros occidentales quedaron atónitos al no dar resultado contra Rusia la aplicación del capitalismo del desastre a pesar de las extraordinarias sanciones aplicadas tras su guerra en Ucrania. Aunque a largo plazo está por verse si el panorama más negro podrá evitarse. Todo dependerá de que tenga éxito un sistema de pago internacional independiente del dólar con sus dos principales socios -China e India-. Y recién se verá si podrá seguir esquivando las sanciones o caerá en un déficit traumático.

En todos mis libros no sigo a ninguno de los autores mencionados, pero recojo de ellos la inspiración fundamental, ya sea para desarrollarla o para rechazarla. Sin duda que resulta valioso la conjugación de las consideraciones neurocientíficas, económico-filosóficas, politológicas e informáticas sobre la problemática de la tecnología digital y el capitalismo computacional. Así, igualmente sopeso la apreciación catastrofista y de la desigualdad consustancial en el tema del capitalismo actual.

Pero mis consideraciones en la presente obra tienen como eje lo que representa el capitalismo digital para la filosofía de la cultura, la filosofía de la economía y la filosofía política. Y su tendencia hacia la barbarie cultural, la economía del saqueo de la privacidad y el totalitarismo blando es lo más preocupante que he hallado.

Llevo gran parte de mi vida como escritor publicando mis ensayos filosóficos en prosa. Pero aquí, una vez más, he insistido en el estilo aforístico por disciplina mental, no por un deseo oculto de llegar a las masas y volver sencillo lo que de por sí es complicado, sino, más bien, porque el aforismo exige una concisión y precisión conceptual que muchas veces se extravía en la prosa. La economía de las palabras, la parquedad, la austeridad verbal, obviamente tiene sus riesgos, y muy grandes. Ahí tenemos el caso de Nietzsche y todas las limitaciones que se le reprochan. La principal objeción es que deja inexplicable muchos matices, está expuesta a la imprecisión, diversas interpretaciones y a la ambigüedad. Además, hay también aforismos tajantes. Por eso, también tiene su encanto, y es que no agota lo tratado y deja ver la realidad en su devenir cambiante. El laconismo de la palabra justa corre pareja con la rauda actualidad del presente.

Al lector no le será difícil colegir tras la lectura de la obra que estamos entrando hacia la civilización digital dentro del contexto de la razón burguesa en su fase terminal. Su verdadera utopía no es transhumanista, sino netamente cibernética. Se encamina hacia una “Cibercracia”. Una super red global sistémica constituida en un Ciber Deus, la cual gobernará computacionalmente el mundo. Manipulará a las personas desde dentro y desde fuera, hasta que decida su exterminio. Su sueño es lograr el control total mediante la hegemonía completa del mercado. De ahí que el futuro de la humanidad dependerá de arrancar la tecnología digital de las garras del capitalismo computacional para darle un uso justo y humano.

El “Ciber Deus” lejos de ser el esplendor de la modernidad es en realidad su ocaso, porque constituye la plasmación del delirio prometeico del deus in terris o diosecillo terrenal -entrevisto por Paul Hazard en su obra fundamental La crisis de la conciencia europea- en una era postmetafísica y nihilista, que lejos de materializar el regnum hominis es la materialización del canto de cisne de la humanidad, para dejar paso al protagonismo de las máquinas inteligentes autónomas.

El Prometeo digital ya redujo nuestras vidas a datos inteligentes computacionales, por la cual los jóvenes sólo desean vivir en la colmena cibernética. Se trata de una realidad que supera las novelas de ficción distópicas 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley, y de la utopía Más allá de la libertad y la dignidad del psicólogo conductista Skinner.

Aquí, en Apocalipsis de la Razón Burguesa, no se trata de ver simplemente la manipulación del hombre por la ciencia. Lo que entreveo es que el capitalismo digital, como última mutación capitalista, si no se la detiene a tiempo, nos conducirá más allá de la contradicción entre la persecución de la verdad y la persecución del poder -ya señalada por Bertrand Russell-, para instaurar el imperio de la eficacia maquinal por la propia inteligencia artificial. Lo que implicará el exterminio o dominio completo sobre el hombre, o sea la supresión de su individualidad y libertad.

Esto es justamente lo que representa el neologismo del “Ciber Deus”. Es decir, el poder de lo tecnológico sobre lo humano como triunfo sobre la persona humana de la ciber-política y de la Cibercracia o gobierno de las máquinas. La “muerte del individuo” foucaultiana se profundizó en la dimensión digital, porque aquí no se trata de la perfección del poder de una sociedad panóptica de la vigilancia para controlar el cuerpo y el alma, sino de otra que explota los datos de la privacidad sin interesarle el alma o el cuerpo del internauta. Por ello, nuestra época no se corresponde con la biopolítica de la sociedad disciplinaria de Foucault, ni con la sociedad del cansancio, la transparencia y la psicopolítica de Byung-Chul Han, porque en vez de la coerción y la seducción se emplea la adicción ludopática y misoneísta. Si Foucault capta bien la dinámica del capitalismo industrial de bienestar, y Han hace lo mismo con el capitalismo neoliberal, aquí vemos lo específico del capitalismo computacional. Por ello, hemos transitado de la biopolítica a la psicopolítica, y de ésta a la tecnopolítica. La tecnopolítica es en la práctica la clausura del yo autónomo y de la identidad moderna, tan caro a Charles Taylor (Fuentes del yo). Sencillamente la persona deja de ser asumida como portadora de valor moral para reducirla a valor de mercado en sus datos personales. Todo este proceso dataísta da lugar a la reversión del proceso de interiorización, al yo vinculado a la red, a la negación de la vida cotidiana en la familia y los amigos, y al sentido de egoísmo hacia los demás.

La tecnopolítica del capitalismo digital no es en primer lugar una técnica de poder, sino una técnica de acumulación originaria de capital, basada en el engaño, secuestro y tráfico de datos privados de los internautas por las gigantescas GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft). Como el poder de tener como rehenes a los internautas depende de la entrega de la libertad, la muerte de la individualidad y la conformidad de la vida de rebaño, dentro de la colmena de las máquinas, lo que se tiene es una Cibercracia, donde la revolución digital es puesta al servicio del mercado, la misma que se antepone a la sociedad, democracia y a las personas. La Cibercracia es así el hiperimperialismo de las megacorporaciones computacionales de la élite plutocrática occidental. ¿Impera la seducción en la Cibercracia? No, lo que impera, por el lado del internauta, es el narcisismo exhibicionista y la envidia del Otro, y, por lado del plutócrata megacorporativo, el afán de lucro.

Esta nueva forma de autonomía de la razón instrumental del capital representa la profundización capitalista-burguesa de la irracionalidad social y humana en su curva terminal. Esta senda histórico-social que colisiona con la razón humana y los grandes ideales de la Ilustración es la expresión pervertida de la diferencia o no coincidencia del ser con el pensar. Al menos con el pensar humano, pero no con la antihumana racionalidad capitalista ni la ahumana racionalidad de la máquina. Fue Deleuze en Diferencia y repetición quien buscó la manifestación de la diferencia sin el yugo de la identidad parmenídea. Una diferencia que no esté hipotecada a la identidad entre el ser y el pensar. Se trata de un rechazo a la Identidad que desemboca en el motivo nietzscheano del eterno retorno de lo mismo en la repetición. Pensar el ser como una diferencia sin identidad fue su objetivo. Más allá de la contradicción, la analogía, la semejanza, la contrariedad y la oposición, lo que se encuentra es la irracionalidad de la diferencia. Es curioso ver cómo la diferencia de la irracionalidad digital burguesa guarda parentesco con la diferencia deleuzeana. Después de todo la senda del ser bajo el capitalismo digital se torna cada vez más irracional y liberada de cualquier identidad humana. Lo que se dejaba advertir en la colisión de dos líneas enfrentadas: el ilustrado consensualismo habermasiano y la tecnocracia nihilista de Luhmann; y una tercera línea lyotardiana que puso el énfasis en la imposibilidad de legitimación del lazo social, una sociedad justa, en los criterios de optimización, control, discontinuidad, informatización general de la legitimidad de la ciencia.

También resulta significativo de una época nihilista como la nuestra, cómo los capitanes de la industria del internet llevan a cabo intensas campañas cuasiderridianas para poner en cuestión o deconstruir cualquier toma de posición contra su derecho a no respetar la privacidad. Muy propio del hermenéutico credo relativista posmoderno: “no hay hechos sino interpretaciones”. Ya decía Derrida -el cual estaba muy influido por Saussure, con su principio de que la lengua no es cosa del hombre, sino que el hombre es cosa de la lengua- en sus crípticos libros De la Gramatología y en La escritura y la diferencia, que el sentido no pertenece a la cosa, sino al signo. Esta era la crítica que le hacía Derrida a la fenomenología, sosteniendo que estaba equivocada porque estimaba que el sentido precede al signo. Pero para el gramatólogo no es así, porque el sentido es resultado del juego de los signos. Hay un lazo esencialista entre la palabra o logos con la voz o foné. Con esto vuelve a cobrar la vieja cuestión del ser de la escritura. Lo cual provocó que Foucault lo atacara diciendo de Derrida que era un simple comentarista de texto. Derrida se defendió afirmando que su logocentrismo antifalocéntrico era una denuncia del imperio de la metafísica sobre la escritura. El sentido es un juego de la escritura. Foucault contraatacó sosteniendo que la sacralización del texto sin contacto con la realidad exterior era testimonio que Derrida se había convertido en un Husserl enloquecido. La primera mitad del siglo veinte la filosofía francesa estaba dominada por el vitalismo de Bergson y el formalismo de Brunschwig, y sorprende ver la reacción hacia el nihilismo y el escepticismo, rechazando la realidad estable y el conocimiento confiable, con el existencialismo, la fenomenología, y culminar con la etnología interna de Foucault y la deconstrucción de Derrida. Ellos junto a Artaud, Lacan Deleuze, Guattari, Blanchot, Bataille y Barthes, hicieron que el pensamiento francés de la segunda mitad del siglo veinte consumara la ruina de Occidente, mediante la consumación de la negatividad radical y la empresa de la des-subjetivación.

Valga esta digresión para advertir que el pathos escéptico y el ethos nihilista también es una forma de liberarse del logocentrismo para defender el cibercentrismo. En el fondo estamos viendo cómo bebe la Modernidad hasta sus últimas gotas su giro inmanentista iniciado desde Descartes. Bajo el digitalismo de la infoesfera se profundiza el proceso de des-subjetivación humana. Al visionario Marshall Berman -Todo lo sólido se desvanece en el aire- caracterizó la modernidad como algo que se evapora, Zygmunt Baumann -La modernidad líquida- le parece que la modernidad es líquida, y a Byung-Chul Han -La sociedad de la transparencia- le resulta transparente, obscena, desnuda, pornográfica. Por mi parte, la llamo modernidad anética -El imperio posmoderno del hombre anético-. Vemos así cómo el imperio de la era digital ha sido precedido por un cambio cultural donde el capitalismo neoliberal profundizó la aceleración y dispersión de la vida en una apertura totalitaria.

Pero hay algo más, y es fundamental. Se trata de la episteme desontológica del mundo llevada a cabo desde la modernidad capitalista. Es el hombre epistémico de la modernidad el que ha llevado adelante la desrealidad de lo real. Y bajo la tecnología digital del capitalismo cibernético se consuma el giro epistémico cumbre sin objetivo humano. Ya no es el hombre el centro de la subjetividad, ahora lo es el algoritmo del computador. De manera que el nihilismo y la des-subjetividad del hombre es consecuencia de este giro metafísico que representa la desrealización de lo real por la desontologización del mundo. Ya la hegemonía de la economía dineraria lo anunciaba, porque la esencia del dinero -como lo destaca Simmel en su Filosofía del dinero- es la negación de todo valor y la cuantificación del mundo. En su aprendiz de brujo el hombre creó el dinero y bajo el capitalismo descubrió que es la única forma de poder que no tiene límites. De la Caja de Pandora escapó un verdadero demonio que amenaza con destruirlo todo. La desontologización del mundo es al ápice de su entificación, el imperio del ente y el olvido consumado del ser. Este es un proceso que saca adelante el capitalismo cibernético con el metaverso. Sin la desontologización del mundo no puede triunfar ni el cibermundo, la cibercracia ni el ciber deus. Constituye su prerrequisito.

Es decir, la Cibercracia es la manifestación de la irracionalidad de la razón burguesa en su marcha histórica final, que se sirve de un pensar computacional éticamente neutro, pero que produce algoritmos canallas, ya sean aleatorios o intencionados (potencias, corporaciones, hackers, etc.). En realidad, el propio pensar computacional se vuelve opaco e impredecible, y privilegia la eficacia como primer objetivo inhumano. La utopía social de la Cibercracia no es el transhumanismo, sino un mundo gobernado por máquinas eficaces e infalibles.

De manera que, si el hombre no supera esta grave coyuntura de su historia tecnológica, será porque se exterminó en una guerra nuclear o porque el capitalismo hiperimperialista cibernético unipolar venció toda oposición del mundo multipolar. De lo contrario, la razón humana habrá demostrado su capacidad de autocrítica y rectificación.

En realidad, el mundo hiperimperialista cibernético unipolar tiene confianza en el poder de la megamáquina para lograr el poder total y declarar el fin de la historia sobre la base de su victoria cibernética. Aquí es donde cobra actualidad Lewis Mumford con su libro El mito de la máquina. Establecía una distinción entre tecnologías autoritarias, contra los valores humanos, y tecnologías democráticas, acorde a la naturaleza humana. Pero lo que ahora vemos es que, con la sedicente negación de la existencia de la naturaleza humana, han quedado abiertas las compuertas contra los valores del hombre y el triunfo de una tecnología sin miramientos por lo humano. Y lo único que puede representar el avance de esta tendencia es una civilización contra lo humano, la barbarie cultural y la hegemonía sistémica de los valores de la máquina.

Al hablar de Apocalipsis no se me puede culpar de lenguaje superlativamente innecesario. Hay algo en el ambiente que indica que así es. Las especulaciones apocalípticas son algo frecuente en la historia y no sólo bíblica. En 1500 Leonardo da Vinci hizo profecías aterradoras sobre diluvios, grandes catástrofes y desastres cósmicos. Lo mismo sucede con Durero que plasmó en uno de sus grabados de 1525 una catástrofe apocalíptica. Me inclino a pensar que estas tempranas proyecciones inconscientes y sueños apocalípticos nacen del temor a la desmesurada expansión de la megamáquina y sus poderosos artilugios técnicos. Se presiente que el poder ilimitado de la máquina es una amenaza para la humanidad. 

 

CAMINO A LA CIBERCRACIA por Gustavo Flores Quelopana

 

https://comunaslitoral.com.ar/nota/7562/camino-a-la-cibercracia-por-gustavo-flores-quelopana  

https://www.facebook.com/photo?fbid=10212000318999411&set=a.1283916314114

 

 

 

 

 

¿Ahora la dictadura algorítmica este imperialismo capitalista será vencido por un mundo multipolar?

 

Veamos el texto de Engels para contestar esta pregunta:

 

El cual parte del de la investigación de Lewis Morgan

 

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=0y_tf3X_SRA&t=2s

Lewis Morgan la sociedad primitiva

 

Entre sus estudios se destacan los relacionados con el parentesco. Descubrió que las relaciones de parentesco estructuraban al grupo y servían para establecer lazos y líneas que unían a los individuos en un sistema de obligaciones recíprocas. En 1855 contactó a los indígenas chipewa de Wisconsin, notando similitudes entre su sistema de parentesco y el de los iroqueses. Igualmente constató, al entrevistar un misionero, un sistema igual en la India, con lo que halló que podía formular tipos de parentesco.

Sus estudios le permitieron apreciar la pauta matrilineal como regla de descendencia en los grupos de parentesco de la sociedad iroquesa. Situó dicha matrilinealidad en el pasado de la historia humana. La regla patrilineal era posterior y se había generado como fruto de la evolución histórica y social del hombre. La perspectiva de análisis antropológico de Morgan era claramente evolucionista.

Atribuyó un papel esencial a la relación biológica como elemento definitorio de las relaciones de parentesco. Entendía el aspecto social del parentesco como un reflejo del marco biológico. De esta manera la paternidad biológica (genitor masculino, genitrix femenina) es sinónimo de paternidad social (pater masculino, mater femenina)

Morgan buscó establecer conexiones entre los sistemas de parentesco a escala mundial; para ello se relacionó con el servicio consular y con la Smithsonian Institution, iniciando un amplio estudio comparativo de 139 sociedades. El resultado fue su libro Sistemas de consanguinidad y afinidad en la familia humana (1871), primer intento de sistematización y clasificación de los sistemas de parentesco. Descubrió la relación entre los sistemas matrimoniales y los de parentesco, hallando que a determinadas formas de matrimonio corresponde un sistema de parentesco específico.

De este modo divide la familia en cinco tipos según el parentesco: la consanguínea (incesto), la punalúa (del tipo hawaiano o del Rapto de las Sabinas), la sindiásmica (unión de un hombre y de una mujer sin cohabitación exclusiva), la patriarcal (un hombre con diversas esposas, con las que cohabita) y la monogámica.

Morgan explica los dos sistemas de parentesco: Descriptivo: propio de las familias aria, semítica y uraliana. “Describe” en cada categoría una relación exacta, como la de padre, hijo, abuelo, etc. Clasificatorio: propio de las familias hawaiana, turania y malaya; “clasifica” en la misma categoría a ciertos parientes lineales o colaterales. Por ejemplo, al padre y al tío paterno, que son considerados como padres.

Gobierno y propiedad[editar]

Morgan opinaba que los gérmenes se agrupaban para formar organismos más complejos, es decir a medida que un organismo poseía más gérmenes era más complejo. Los orígenes del gobierno habrían de buscarse en la organización de "gens" en el estadio de salvajismo, base sobre la que progresivamente se establecería la sociedad política.

Sobre la propiedad sostenía que tuvo una formación lenta durante los largos periodos de salvajismo pero que poco a poco se desarrolló en el cerebro humano de manera muy notable la pasión por la propiedad.

La organización de la sociedad, según Morgan, se inicia sobre la base del sexo, después sobre el parentesco y finalmente sobre la base del territorio.

 

1. SALVAJISMO 1. Estadio inferior. Infancia del género humano. Los hombres permanecían aún en los bosques tropicales o subtropicales y vivían, por lo menos parcialmente, en los árboles; ésta es la única explicación de que pudieran continuar existiendo entre grandes fieras salvajes. Los frutos, las nueces y las raíces servían de alimento; el principal progreso de esta época es la formación del lenguaje articulado. Ninguno de los pueblos conocidos en el período histórico se encontraba ya en tal estado primitivo. Y aunque este periodo duró, probablemente, muchos milenios, no podemos demostrar su existencia basándonos en testimonios directos; pero si admitimos que el hombre procede del reino animal, debemos aceptar, necesariamente, ese estado transitorio. 2. Estadio medio. Comienza con el empleo del pescado (incluimos aquí también los crustáceos, los moluscos y otros animales acuáticos) como alimento con el uso del fuego. Ambos fenómenos van juntos, porque el pescado sólo puede ser empleado plenamente como alimento gracias al fuego. Pero con este nuevo alimento los hombres se hicieron independientes del clima y de los lugares; siguiendo el curso de los ríos y las costas de los mares pudieron, aun en estado salvaje, extenderse sobre la mayor parte de la Tierra. Los toscos instrumentos de piedra sin pulimentar de la primitiva Edad de Piedra, conocidos con el nombre de paleolíticos, pertenecen todos o la mayoría de ellos a este período y se encuentran desparramados por todos los continentes, siendo una prueba de esas emigraciones. La población de nuevos lugares y el incansable y activo afán de nuevos 3 descubrimientos, vinculado a la posesión del fuego, que se obtenía por frotamiento, condujeron al empleo de nuevos elementos, como las raíces y los tubérculos farináceos, cocidos en ceniza caliente o en hornos excavados en el suelo, y también la caza, que, con la invención de las primeras armas —la maza y la lanza—, llegó a ser un alimento suplementario ocasional. Jamás hubo pueblos exclusivamente cazadores, como se dice en los libros, es decir, que vivieran sólo de la caza, porque sus frutos son harto problemáticos. Por efecto de la constante incertidumbre respecto a las fuentes de alimentación, parece ser que la antropofagia nace en ese estadio para subsistir durante largo tiempo. Los australianos y muchos polinesios se hallan hoy aún en ese estadio medio del salvajismo. 3. Estadio superior. Comienza con la invención del arco y la flecha, gracias a los cuales llega la caza a ser un alimento regular, y el cazar, una de las ocupaciones normales. El arco, la cuerda y la flecha forman ya un instrumento muy complejo, cuya invención supone larga experiencia acumulada y facultades mentales desarrolladas, así como el conocimiento simultáneo de otros muchos inventos. Si comparamos los pueblos que conocen el arco y la flecha, pero no el arte de la alfarería (con el que empieza, según Morgan, el tránsito a la barbarie), encontramos ya algunos indicios de residencia fija en aldeas, cierta maestría en la producción de medios de subsistencia: vasijas y trebejos de madera, el tejido a mano (sin telar) con fibras de albura, cestos trenzados con albura o con juncos, instrumentos de piedra pulimentada (neolíticos). En la mayoría de los casos, el fuego y el hacha de piedra han producido ya la piragua formada de un solo tronco de árbol y en ciertos lugares las vigas y las tablas necesarias para construir viviendas. Todos estos progresos los encontramos, por ejemplo, entre los indios del noroeste de América, que conocen el arco y la flecha, pero no la alfarería. El arco y la flecha fueron para el estadio salvaje lo que la espada de hierro para la barbarie y el arma de fuego para la civilización: el arma decisiva.

 

2. LA BARBARIE 1. Estadio inferior. Empieza con la introducción de la alfarería. Puede demostrarse que en muchos casos y probablemente en todas partes, nació de la costumbre de recubrir con arcilla las vasijas de cestería o de madera para hacerlas refractarias al fuego; y pronto se descubrió que la arcilla moldeada servía para el caso sin necesidad de la vasija interior. Hasta aquí hemos podido considerar el curso del desarrollo como un fenómeno absolutamente general, válido en un período determinado para todos los pueblos, sin distinción de lugar. Pero con el advenimiento de la barbarie llegamos a un estadio en que empieza a hacerse sentir la diferencia de condiciones naturales entre los dos grandes continentes. El rasgo característico del período de la barbarie es la domesticación y cría de animales y el cultivo de las plantas. Pues bien; el continente oriental, el llamado mundo antiguo, poseía casi todos los animales domesticables y todos los cereales propios para el cultivo, menos uno; el continente occidental, América, no tenía más mamíferos domesticables que la llama —y aún así, nada más que en la parte del Sur—, y uno sólo de los cereales cultivables, pero el mejor, el maíz. En virtud de estas condiciones naturales diferentes, desde este momento la población de cada hemisferio se desarrolla de una manera particular, y los mojones que señalen los límites de los estadios particulares son  diferentes para cada uno de los hemisferios. 2. Estadio medio. En el Este, comienza con la domesticación de animales y en el Oeste, con el cultivo de las hortalizas por medio del riego y con el empleo de adobes (ladrillos secados al sol) y de la piedra para la construcción. Comenzamos por el Oeste, porque aquí este estadio no fue superado en ninguna parte hasta la conquista de América por los europeos. Entre los indios del estadio inferior de la barbarie (figuran aquí todos los que viven al este del Misisipí) existía ya en la época de su descubrimiento cierto cultivo hortense del maíz y quizá de la calabaza, del melón y otras plantas de huerta que les suministraban una parte muy esencial de su alimentación; vivían en casas de madera, en aldeas protegidas por empalizadas. Las tribus del Noroeste, principalmente las del valle del Columbia, hallábanse aún en el estadio superior del estado salvaje y no conocían la alfarería ni el más simple cultivo de las plantas. Por el contrario, los indios de los llamados pueblos de Nuevo México[11], los mexicanos, los centroamericanos y los peruanos de la época de la conquista, hallábanse en el estadio medio de la barbarie; vivían en casas de adobes y de piedra en forma de fortalezas; cultivaban en huertos de riego artificial el maíz y otras plantas comestibles, diferentes según el lugar y el clima, que eran su principal fuente de alimentación, y hasta habían reducido a la domesticidad algunos animales: los mexicanos, el pavo y otras aves; los peruanos, la llama. Además, sabían labrar los metales, excepto el hierro; por eso no podían aún prescindir de sus armas a instrumentos de piedra. La conquista española cortó en redondo todo ulterior desenvolvimiento independiente. En el Este, el estado medio de la barbarie comenzó con la domesticación de animales para el suministro de leche y carne, mientras que, al parecer, el cultivo de las plantas permaneció desconocido allí hasta muy avanzado este período. La domesticación de animales, la cría de ganado y la formación de grandes rebaños parecen ser la causa de que los arios y los semitas se apartasen del resto de la masa de los bárbaros. Los nombres con que los arios de Europa y Asia designan a los animales son aún comunes, pero los de las plantas cultivadas son casi siempre distintos. La formación de rebaños llevó, en los lugares adecuados, a la vida pastoril; los semitas, en las praderas del Éufrates y del Tigris; los arios, en las de la India, del Oxus y el Jaxartes[12] del Don y el Dniéper. Fue por lo visto en estas tierras ricas en pastizales donde primero se consiguió domesticar animales. Por ello a las generaciones posteriores les parece que los pueblos pastores proceden de comarcas que, en realidad, lejos de ser la cuna del género humano, eran casi inhabitables para sus salvajes abuelos y hasta para los hombres del estadio inferior de la barbarie. Y, a la inversa, en cuanto esos bárbaros del estadio medio se habituaron a la vida pastoril, nunca se les hubiera podido ocurrir la idea de abandonar voluntariamente las praderas situadas en los valles de los ríos para volver a los territorios selváticos donde habitaran sus antepasados. Y ni aun cuando fueron empujados hacia el Norte y el Oeste les fue posible a los semitas y a los arios retirarse a las regiones forestales del Oeste de Asia y de Europa antes de que el cultivo de los cereales les permitiera en este suelo menos favorable alimentar sus ganados, sobre todo en invierno. Es más que probable que el cultivo de los cereales naciese aquí, en primer término, de la necesidad de proporcionar forrajes a las bestias, y que hasta más tarde no cobrase importancia para la alimentación del hombre. Quizá la evolución superior de los arios y los semitas se deba a la abundancia de carne y de leche en su alimentación y, particularmente, a la benéfica influencia de estos alimentos en el desarrollo de los niños. En efecto, los indios de los pueblos de Nuevo  México, que se ven reducidos a una alimentación casi exclusivamente vegetal, tienen el cerebro mucho más pequeño que los indios del estadio inferior de la barbarie, que comen más carne y pescado. En todo caso, en este estadio desaparece poco a poco la antropofagia, que ya no sobrevive sino como rito religioso o como un sortilegio, lo cual viene a ser casi lo mismo. 3. Estadio superior. Comienza con la fundición del mineral de hierro, y pasa al estadio de la civilización con el invento de la escritura alfabética y su empleo para la notación literaria. Este estadio, que, como hemos dicho, no ha existido de una manera independiente sino en el hemisferio oriental, supera a todos los anteriores juntos en cuanto a los progresos de la producción. A este estadio pertenecen los griegos de la época heroica, las tribus ítalas poco antes de la fundación de Roma, los germanos de Tácito, los normandos del tiempo de los vikingos. Ante todo, encontramos aquí por primera vez el arado de hierro tirado por animales domésticos, lo que hace posible la roturación de la tierra en gran escala —la agricultura— y produce, en las condiciones de entonces, un aumento prácticamente casi ilimitado de los medios de existencia; en relación con esto, observamos también la tala de los bosques y su transformación en tierras de labor y en praderas, cosa imposible en gran escala sin el hacha y la pala de hierro. Todo ello motivó un rápido aumento de la población, que se instala densamente en pequeñas áreas. Antes del cultivo de los campos sólo circunstancias excepcionales hubieran podido reunir medio millón de hombres bajo una dirección central; es de creer que esto no aconteció nunca. En los poemas homéricos, principalmente en la Ilíada, aparece ante nosotros la época más floreciente del estadio superior de la barbarie. La principal herencia que los griegos llevaron de la barbarie a la civilización la constituyen instrumentos de hierro perfeccionados, los fuelles de fragua, el molino de brazo, la rueda de alfarero, la preparación del aceite y del vino, el labrado de los metales elevado a la categoría de arte, la carreta y el carro de guerra, la construcción de barcos con tablones y vigas, los comienzos de la arquitectura como arte, las ciudades amuralladas con torres y almenas, las epopeyas homéricas y toda la mitología. Si comparamos con esto las descripciones hechas por César, y hasta por Tácito, de los germanos, que se hallaban en el umbral del estadio de cultura del que los griegos de Homero se disponían a pasar a un grado más alto, veremos cuán espléndido fue el desarrollo de la producción en el estadio superior de la barbarie. El cuadro del desarrollo de la humanidad a través del salvajismo y de la barbarie hasta los comienzos de la civilización, cuadro que acabo de bosquejar siguiendo a Morgan, es bastante rico ya en rasgos nuevos y, sobre todo, indiscutibles, por cuanto están tomados directamente de la producción. Y, sin embargo, parecerá empañado e incompleto si se compara con el que se ha de desplegar ante nosotros al final de nuestro viaje; sólo entonces será posible presentar con toda claridad el tránsito de la barbarie a la civilización y el pasmoso contraste entre ambas. Por el momento, podemos generalizar la clasificación de Morgan como sigue: Salvajismo. —Período en que predomina la apropiación de productos que la naturaleza da ya hechos; las producciones artificiales del hombre están destinadas, sobre todo, a facilitar esa apropiación. Barbarie. —Período en que aparecen la ganadería y la agricultura y se aprende a incrementar la producción de la naturaleza por medio del género humano. Civilización. —Período en el que el hombre sigue aprendiendo a elaborar los productos naturales, período de la industria, propiamente dicha, y del arte.

 

Familia

 

Los sistemas de parentesco y las normas de familia a que acabamos de referirnos difieren de los reinantes hoy en que cada hijo tenía varios padres y madres. En el sistema americano de parentesco, al cual corresponde la familia hawaiana, un hermano y una hermana no pueden ser padre y madre de un mismo hijo; el sistema de parentesco hawaiano presupone una familia en la que, por el contrario, esto es la regla. Tenemos aquí una serie de formas de familia que están en contradicción directa con las admitidas hasta ahora como únicas valederas. La concepción tradicional no conoce más que la monogamia, al lado de la poligamia del hombre, y, quizá, la poliandria de la mujer, pasando en silencio —como corresponde al filisteo moralizante— que en la práctica se salta tácitamente y sin escrúpulos por encima de las barreras impuestas por la sociedad oficial. En cambio, el estudio de la historia primitiva nos revela un estado de cosas en que los hombres practican la poligamia y sus mujeres la poliandria y en que, por consiguiente, los hijos de unos y otros se consideran comunes. A su vez, ese mismo estado de cosas pasa por toda una serie de cambios hasta que se resuelve en la monogamia. Estas modificaciones son de tal especie, que el círculo comprendido en la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no comprende sino la pareja aislada que predomina hoy.

 

Reconstituyendo retrospectivamente la historia de la familia, Morgan llega, de acuerdo con la mayor parte de sus colegas, a la conclusión de que existió un estadio primitivo en el cual imperaba en el seno de la tribu el comercio sexual promiscuo, de modo que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres. En el siglo pasado habíase ya hablado de tal estado primitivo, pero sólo de una manera general; Bachofen fue el primero —y éste es uno de sus mayores méritos— que lo tomó en serio y buscó sus huellas en las tradiciones históricas y religiosas. Sabemos hoy que las huellas descubiertas por él no conducen a ningún estado social de promiscuidad de los sexos, sino a una forma muy posterior; al matrimonio por grupos. Aquel estadio social primitivo, aun admitiendo que haya existido realmente, pertenece a una época tan remota, que de ningún modo podemos prometernos encontrar pruebas directas de su existencia, ni aun en los fósiles sociales, entre los salvajes más atrasados. Corresponde precisamente a Bachofen el mérito de haber llevado a primer plano el estudio de esta cuestión.[13]

 

1.       La familia consanguínea, la primera etapa de la familia. Aquí los grupos conyugales se clasifican por generaciones: todos los abuelos y abuelas, en los límites de la familia, son maridos y mujeres entre sí; lo mismo sucede con sus hijos, es decir, con los padres y las madres; los hijos de éstos forman, a su vez, el tercer círculo de cónyuges comunes; y sus hijos, es decir, los biznietos de los primeros, el cuarto. En esta forma de la familia, los ascendientes y los descendientes, los padres y los hijos, son los únicos que están excluidos entre sí de los derechos y de los deberes (pudiéramos decir) del matrimonio. Hermanos y hermanas, primos y primas en primero, segundo y restantes grados, son todos ellos entre sí hermanos y hermanas, y por eso mismo todos ellos maridos y mujeres unos de otros. El vínculo de hermano y hermana presupone de por sí en este período el comercio carnal recíproco[14] . Ejemplo típico de tal familia serían los descendientes de una pareja en cada una de cuyas generaciones sucesivas todos fuesen entre sí hermanos y hermanas y, por ello mismo, maridos y mujeres unos de otros. La familia consanguínea ha desaparecido. Ni aun los pueblos más salvajes de que habla la historia presentan algún ejemplo indudable de ella. Pero lo que nos obliga a reconocer que debió existir, es el sistema de parentesco hawaiano que aún reina hoy en toda la Polinesia y que expresa grados de parentesco consanguíneo que sólo han podido nacer con esa forma de familia; nos obliga también a reconocerlo todo el desarrollo ulterior de la familia, que presupone esa forma como estadio preliminar necesario.

2.       La familia punalúa. Si el primer progreso en la organización de la familia consistió en excluir a los padres y los hijos del comercio sexual recíproco, el segundo fue en la exclusión de los hermanos. Por la mayor igualdad de edades de los participantes, este progreso fue infinitamente más importante, pero también más difícil que el primero. Se realizó poco a poco, comenzando, probablemente, por la exclusión de los hermanos uterinos (es decir, por parte de madre), al principio en casos aislados, luego, gradualmente, como regla general (en Hawai aún había excepciones en el presente siglo), y acabando por la prohibición del matrimonio hasta entre hermanos colaterales (es decir, según nuestros actuales nombres de parentesco, los primos carnales, primos segundos y primos terceros). Este progreso constituye, según Morgan, «una magnífica ilustración de cómo actúa el principio de la selección natural». Sin duda, las tribus donde ese progreso limitó la reproducción consanguínea, debieron desarrollarse de una manera más rápida y más completa que aquéllas donde el matrimonio entre hermanos y hermanas continuó siendo una regla y una obligación. Hasta qué punto se hizo sentir la acción de ese progreso lo demuestra la institución de la gens, nacida directamente de él y que rebasó, con mucho, su fin inicial. La gens formó la base del orden social de la mayoría, si no de todos los pueblos bárbaros de la Tierra, y de ella pasamos en Grecia y en Roma, sin transiciones, a la civilización. Cada familia primitiva tuvo que escindirse, a lo sumo después de algunas generaciones. La economía doméstica del comunismo primitivo, que domina exclusivamente hasta muy entrado el estadio medio de la barbarie, prescribía una extensión máxima de la comunidad familiar, variable según las circunstancias, pero más o menos determinada en cada localidad. Pero, apenas nacida, la idea de la impropiedad de la unión sexual entre hijos de la misma madre debió ejercer su influencia en la escisión de las viejas comunidades domésticas (Hausgemeinden) y en la formación de otras nuevas que no coincidían necesariamente con el grupo de familias. Uno o más grupos de hermanas convertíanse en el núcleo de una comunidad, y sus hermanos carnales, en el núcleo de otra. De la familia consanguínea salió, así o de una manera análoga, la forma de familia a la que Morgan da el nombre de familia punalúa. Según la costumbre hawaiana, cierto número de hermanas carnales o más lejanas (es decir, primas en primero, segundo y otros grados), eran mujeres comunes de sus maridos comunes, de los cuales quedaban excluidos, sin embargo, sus propios hermanos. Esos maridos, por su parte, no se llamaban entre sí hermanos, pues ya no tenían necesidad de serlo, sino «punalúa», es decir, compañero íntimo, como quien dice associé. De igual modo, una serie de hermanos uterinos o más lejanos tenían en matrimonio común cierto número de mujeres, con exclusión de sus propias hermanas, y esas mujeres se llamaban entre sí «punalúa». Éste es el tipo clásico de una formación de la familia (Familienformation) que sufrió más tarde una serie de variaciones y cuyo rasgo característico esencial era la comunidad recíproca de maridos y mujeres en el seno de un determinado círculo familiar, del cual fueron excluidos, sin embargo, al principio los hermanos carnales y, más tarde, también los hermanos más lejanos de las mujeres, ocurriendo lo mismo con las hermanas de los maridos Esta forma de la familia nos indica ahora con la más perfecta exactitud los grados de parentesco, tal como los expresa el sistema americano. Los hijos de las hermanas de mi madre son también hijos de ésta, como los hijos de los hermanos de mi padre lo son también de éste; y todos ellos son hermanas y hermanos míos. Pero los hijos de los hermanos de mi madre son sobrinos y sobrinas de ésta, como los hijos de las hermanas de mi padre son sobrinos y sobrinas de éste; y todos ellos son primos y primas míos. En efecto, al paso que los maridos de las hermanas de mi madre son también maridos de ésta, y de igual modo las mujeres de los hermanos de mi padre son también mujeres de éste —de derecho, si no siempre de hecho—, la prohibición por la sociedad del comercio sexual entre hermanos y hermanas ha conducido a la división de los hijos de hermanos y de hermanas, considerados indistintamente hasta entonces como hermanos y hermanas, en dos clases: unos siguen siendo como lo eran antes, hermanos y hermanas (colaterales); otros —los hijos de los hermanos en un caso, y en otro los hijos de las hermanas— no pueden seguir siendo ya hermanos y hermanas, ya no pueden tener progenitores comunes, ni el padre, ni la madre, ni ambos juntos; y por eso se hace necesaria, por primera vez, la clase de los sobrinos y sobrinas, de los primos y primas, clase que no hubiera tenido ningún sentido en el sistema familiar anterior. El sistema de parentesco americano, que parece sencillamente absurdo en toda forma de familia que descanse, de esta o la otra forma, en la monogamia, se explica de una manera racional y está justificado naturalmente hasta en sus más íntimos detalles por la familia punalúa. La familia punalúa, o cualquier otra forma análoga, debió existir, por lo menos en la misma medida en que prevaleció este sistema de consanguinidad. Esta forma de la familia, cuya existencia en Hawai está demostrada, habría sido también probablemente demostrada en toda la Polinesia si los piadosos misioneros, como antaño los frailes españoles en América, hubiesen podido ver en estas relaciones anticristianas algo más que una simple «abominación».[15] Cuando César nos dice que los bretones, que se hallaban por aquel entonces en el estadio medio de la barbarie, que «cada diez o doce hombres tienen mujeres comunes, con la particularidad de que en la mayoría de los casos son hermanos y hermanas y padres e hijos», la mejor explicación que se puede dar es el matrimonio por grupos. Las madres bárbaras no tienen diez o doce hijos en edad de poder sostener mujeres comunes; pero el sistema americano de parentesco, que corresponde a la familia punalúa, suministra gran número de hermanos, puesto que todos los primos carnales o remotos de un hombre son hermanos, puesto que todos los primos carnales o remotos de un hombre son hermanos suyos. Es posible que lo de «padres con sus hijos» sea un concepto erróneo de César; sin embargo, este sistema no excluye absolutamente que puedan encontrarse en el mismo grupo conyugal padre e hijo, madre e hija, pero sí que se encuentren en él padre e hija, madre e hijo. Esta forma de la familia suministra también la más fácil explicación de los relatos de Herodoto y de otros escritores antiguos acerca de la comunidad de mujeres en los pueblos salvajes y bárbaros. Lo mismo puede decirse de lo que Watson y Kaye cuentan de los tikurs del Audh, al norte del Ganges, en su libro La población de la India. «Cohabitan (es decir, hacen vida sexual) casi sin distinción, en grandes comunidades; y cuando dos individuos se consideran como marido y mujer, el vínculo que les une es puramente nominal». En la inmensa mayoría de los casos, la institución de la gens parece haber salido directamente de la familia punalúa. Cierto es que el sistema de clases[16] australiano también representa un punto de partida para la gens; los australianos tienen la gens, pero aún no tienen familia punalúa, sino una forma más primitiva de grupo conyugal. En ninguna forma de familia por grupos puede saberse con certeza quién es el padre de la criatura, pero sí se sabe quién es la madre. Aun cuando ésta llama hijos suyos a todos los de la familia común y tiene deberes maternales para con ellos, no por eso deja de distinguir a sus propios hijos entre los demás. Por tanto, es claro que en todas partes donde existe el matrimonio por grupos, la descendencia sólo puede establecerse por la línea materna, y por consiguiente, sólo se reconoce la línea femenina. En ese caso se encuentran, en efecto, todos los pueblos salvajes y todos los que se hallan en el estadio inferior de la barbarie; y haberlo descubierto antes que nadie es el segundo mérito de Bachofen. Este designa el reconocimiento exclusivo de la filiación maternal y las relaciones de herencia que después se han deducido de él con el nombre de derecho materno; conservo esta expresión en aras de la brevedad. Sin embargo, es inexacta, porque en ese estadio de la sociedad no existe aún derecho en el sentido jurídico de la palabra. Tomemos ahora en la familia punalúa uno de los dos grupos típicos, concretamente el de una especie de hermanas carnales y más o menos lejanas (es decir, descendientes de hermanas carnales en primero, segundo y otros grados), con sus hijos y sus hermanos carnales y más o menos lejanos por línea materna (los cuales, con arreglo a nuestra premisa, no son sus maridos), obtendremos exactamente el círculo de los individuos que más adelante aparecerán como miembros de una gens en la primitiva forma de esta institución. Todos ellos tienen por tronco común una madre, y en virtud de este origen, los descendientes femeninos forman generaciones de hermanas. Pero los maridos de estas hermanas ya no pueden ser sus hermanos; por tanto, no pueden descender de aquel tronco materno y no pertenecen a este grupo consanguíneo, que más adelante llega a ser la gens, mientras que sus hijos pertenecen a este grupo, pues la descendencia por línea materna es la única decisiva, por ser la única cierta. En cuanto queda prohibido el comercio sexual entre todos los hermanos y hermanas —incluso los colaterales más lejanos— por línea materna, el grupo antedicho se transforma en una gens, es decir, se constituye como un círculo cerrado de parientes consanguíneos por línea femenina, que no pueden casarse unos con otros; círculo que desde ese momento se consolida cada vez más por medio de instituciones comunes, de orden social y religioso, que lo distinguen de las otras gens de la misma tribu. Más adelante volveremos a ocuparnos de esta cuestión con mayor detalle. Pero si estimamos que la gens surge en la familia punalúa no sólo necesariamente, sino incluso como cosa natural, tendremos fundamento para estimar casi indudable la existencia anterior de esta forma de familia en todos los pueblos en que se puede comprobar instituciones gentilicias, es decir, en casi todos los pueblos bárbaros y civilizados.

 

Pero aquí estamos ante la línea matriarcal que va a establecer el gens, el clan más hay una prohibición para que esto suceda es decir una conversión de la voluntad de poder a la voluntad de ser  y esto exige una transferencia espiritual de algún tótem, un muerto que habla, son los muertos los que configuran nuestra conciencia, ese paso de la trasferencia sexual a la transferencia por parentesco, es un salto meta estructura espiritual, antes de la transferencia sexual hay una transferencia de energía, ¿Esto quiere decir que no había transferencia sexual? No siempre hay transferencia con tres componentes y en la meta estructura de la voluntad de poder       siempre está la energía que comprendemos como uno ser, él libido con toda su sexualidad mediando la transferencia, y la voluntad de poder   la cual estructura la organización para lo cual tiene que prohibir pero en la transferencia hay primacías, y lo primero es una primacía de la energía donde la sexualidad no era lo más importante, luego primo la sexualidad, para luego primar la voluntad de poder con algún tipo de organización social que deviene de una espiritualidad es decir de una conciencia y es que entendemos el proceso como un reflejo entre la voluntad y el espíritu siempre que hay una transferencia patente en la voluntad de poder  hay un transferencia latente en la voluntad de ser es decir en el espíritu, así si la energía se transfiere patentemente  está el ser transfiriéndose latentemente  lo que requiere una transferencia del logos y del espíritu, es decir que la transferencia es integral sabiendo que el mediador entre la transferencia del espíritu y de la voluntad es el amor el invierte y convierte más en el salvajismo estamos invertidos ,en la barbarie estamos ene l proceso de conversión y en la civilización logramos la conversión espiritual  al cual supera a la civilización misma este punto culmine es la revelación cristiana donde se da la revelación de la gran gens es decir del reino de Dios, la cual debe invertirse para revelarse pero sigamos con Engels:

 

3.       La familia sindiásmica. En el régimen de matrimonio por grupos, o quizás antes, formábanse ya parejas conyugales para un tiempo más o menos largo; el hombre tenía una mujer principal (no puede aún decirse que una favorita) entre sus numerosas, y era para ella el esposo principal entre todos los demás. Esta circunstancia ha contribuido no poco a la confusión producida en la mente de los misioneros, quienes en el matrimonio por grupos ven ora una comunidad promiscua de la mujeres, ora un adulterio arbitrario. Pero conforme se desarrollaba la gens e iban haciéndose más numerosas las clases de «hermanos» y «hermanas», entre quienes ahora era imposible el matrimonio, esta unión conyugal por parejas, basada en la costumbre, debió ir consolidándose. Aún llevó las cosas más lejos el impulso dado por la gens a la prohibición del matrimonio entre parientes consanguíneos. Así vemos que entre los iroqueses y entre la mayoría de los demás indios del estadio inferior de la barbarie, está prohibido el matrimonio entre todos los parientes que cuenta su sistema, y en éste hay algunos centenares de parentescos diferentes. Con esta creciente complicación de las prohibiciones del matrimonio, hiciéronse cada vez más imposibles las uniones por grupos, que fueron sustituidas por la familia sindiásmica. En esta etapa un hombre vive con una mujer, pero de tal suerte que la poligamia y la infidelidad ocasional siguen siendo un derecho para los hombres, aunque por causas económicas la poligamia se observa raramente; al mismo tiempo, se exige la más estricta fidelidad a las mujeres mientras dure la vida común, y su adulterio se castiga cruelmente. Sin embargo, el vínculo conyugal se disuelve con facilidad por una y otra parte, y después, como antes, los hijos sólo pertenecen a la madre. La selección natural continúa obrando en esta exclusión cada vez más extendida de los parientes consanguíneos del lazo conyugal. Según Morgan, «el matrimonio entre gens no consanguíneas engendra una raza más fuerte, tanto en el aspecto físico como en el mental; mezclábanse dos tribus avanzadas, y los nuevos cráneos y cerebros crecían naturalmente hasta que comprendían las capacidades de ambas tribus». Las tribus que habían adoptado el régimen de la gens, estaban llamadas, pues, a predominar sobre las atrasadas o a arrastrarlas tras de sí con su ejemplo. Por tanto, la evolución de la familia en los tiempos prehistóricos consiste en una constante reducción del círculo en cuyo seno prevalece la comunidad conyugal entre los dos sexos, círculo que en su origen abarcaba la tribu entera. La exclusión progresiva, primero de los parientes cercanos, después de los lejanos y, finalmente, de las personas meramente vinculadas por alianza, hace imposible en la práctica todo matrimonio por grupos; en último término no queda sino la pareja, unida por vínculos frágiles aún, esa molécula con cuya disociación concluye el matrimonio en general. Esto prueba cuán poco tiene que ver el origen de la monogamia con el amor sexual individual, en la actual concepción de la palabra. Aun prueba mejor lo dicho la práctica de todos los pueblos que se hallan en este estado de desarrollo. Mientras que en las anteriores formas de la familia los hombres nunca pasaban apuros para encontrar mujeres, antes bien tenían más de las que les hacían falta, ahora las mujeres escaseaban y había que buscarlas. Por eso, con el matrimonio sindiásmico empiezan el rapto y la compra de las mujeres, síntomas muy difundidos, pero nada más que síntomas, de un cambio mucho más profundo que se había efectuado; MacLennan, ese escocés pedante, ha transformado por arte de su fantasía esos síntomas, que no son sino simples métodos de adquirir mujeres, en distintas clases de familias, bajo la forma de «matrimonio por rapto» y «matrimonio por compra». Además, entre los indios de América y en otras partes (en el mismo estadio), el convenir en un matrimonio no incumbe a los interesados, a quienes a menudo ni aun se les consulta, sino a sus madres. Muchas veces quedan prometidos así dos seres que no se conocen el uno al otro, y a quienes no se comunica el cierre del trato hasta que no llega el momento del enlace matrimonial. Antes de la boda, el futuro hace regalos a los parientes gentiles de la prometida (es decir, a los parientes por parte de la madre de ésta, y no al padre ni a los parientes de éste). Estos regalos se consideran como el precio por el que el hombre compra a la joven núbil que le ceden. El matrimonio es disoluble a voluntad de cada uno de los dos cónyuges; sin embargo, en numerosas tribus, por ejemplo, entre los iroqueses, se ha formado poco a poco una opinión pública hostil a esas rupturas; en caso de haber disputas entre los cónyuges, median los parientes gentiles de cada parte, y sólo si esta mediación no surte efecto, se lleva a cabo la separación, en virtud de la cual se queda la mujer con los hijos y cada una de las partes es libre de casarse de nuevo. La familia sindiásmica, demasiado débil e inestable por sí misma para hacer sentir la necesidad o, aunque sólo sea, el deseo de un hogar particular, no suprime de ningún modo el hogar comunista que nos presenta la época anterior. Pero el hogar comunista significa predominio de la mujer en la casa, lo mismo que el reconocimiento exclusivo de una madre propia, en la imposibilidad de conocer con certidumbre al verdadero padre, significa profunda estimación de las mujeres, es decir, de las madres. Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre. Entre todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en los estadios inferior, medio y, en parte, hasta superior de la barbarie, la mujer no sólo es libre, sino que está muy considerada. Arthur Wright, que fue durante muchos años misionero entre los iroqueses-senekas, puede atestiguar cual es aún esta situación de la mujer en el matrimonio sindiásmico. Wright dice: «Respecto a sus familias, en la época en que aún vivían en las antiguas casas grandes (domicilios comunistas de muchas familias)… predominaba siempre allí un clan (una gens), y las mujeres tomaban sus maridos en otros clanes (gens)… Habitualmente, las mujeres gobernaban en la casa; las provisiones eran comunes, pero ¡desdichado del pobre marido o amante que era demasiado holgazán o torpe para aportar su parte al fondo de provisiones de la comunidad! Por más hijos o enseres personales que tuviese en la casa, podía a cada instante verse conminado a liar los bártulos y tomar el portante. Y era inútil que intentase oponer resistencia, porque la casa se convertía para él en un infierno; no le quedaba más remedio sino volverse a su propio clan (gens) o, lo que solía suceder más a menudo, contraer un nuevo matrimonio en otro. Las mujeres constituían una gran fuerza dentro de los clanes (gens), lo mismo que en todas partes. Llegado el caso, no vacilaban en destituir a un jefe y rebajarle a simple guerrero». La economía doméstica comunista, donde la mayoría, si no la totalidad de las mujeres, son de una misma gens, mientras que los hombres pertenecen a otras distintas, es la base efectiva de aquella preponderancia de las mujeres, que en los tiempos primitivos estuvo difundida por todas partes y el descubrimiento de la cual es el tercer mérito de Bachofen. Puedo añadir que los relatos de los viajeros y de los misioneros a cerca del excesivo trabajo con que se abruma a las mujeres entre los salvajes y los bárbaros, no están en ninguna manera en contradicción con lo que acabo de decir. La división del trabajo entre los dos sexos depende de otras causas que nada tienen que ver con la posición de la mujer en la sociedad. Pueblos en los cuales las mujeres se ven obligadas mucho más de lo que, según nuestras ideas, les corresponde, tienen a menudo mucha más consideración real hacia ellas que nuestros europeos. La señora de la civilización, rodeada de aparentes homenajes, extraña a todo trabajo efectivo, tiene una posición social muy inferior a la de la mujer de la barbarie, que trabaja de firme, se ve en su pueblo conceptuada como una verdadera dama (lady, frowa, frau = señora) y lo es efectivamente por su propia disposición. Nuevas investigaciones acerca de los pueblos del Noroeste y, sobre todo, del Sur de América, que aún se hallan en el estadio superior del salvajismo, deberán decirnos si el matrimonio sindiásmico ha reemplazado o no por completo hoy en América al matrimonio por grupos. Respecto a los sudamericanos, se refieren tan variados ejemplos de licencia sexual, que se hace difícil admitir la desaparición completa del antiguo matrimonio por grupos. En todo caso, aún no han desaparecido todos sus vestigios. Por lo menos, en cuarenta tribus de América del Norte el hombre que se casa con la hermana mayor tiene derecho a tomar igualmente por mujeres a todas las hermanas de ella, en cuanto llegan a la edad requerida. Esto es un vestigio de la comunidad de maridos para todo un grupo de hermanas. De los habitantes de la península de California (estadio superior del salvajismo) cuenta Bancroft que tienen ciertas festividades en que se reúnen varias «tribus» para practicar el comercio sexual más promiscuo. Con toda evidencia, son gens que en estas fiestas conservan un oscuro recuerdo del tiempo en que las mujeres de una gens tenían por maridos comunes a todos los hombres de otra, y recíprocamente. La misma costumbre impera aún en Australia. En algunos pueblos acontece que los ancianos, los jefes y los hechiceros sacerdotes practican en provecho propio la comunidad de mujeres y monopolizan la mayor parte de éstas; pero, en cambio, durante ciertas fiestas y grandes asambleas populares están obligados a admitir la antigua posesión común y a permitir a sus mujeres que se solacen con los hombres jóvenes. Westermarck (páginas 28-29) aporta una serie de ejemplos de saturnales periódicas[17] de este género, en las que recobra vigor por corto tiempo la antigua libertad del comercio sexual: entre los hos, los santalas, los pandchas, y los cotaros de la India, en algunos pueblos africanos, etc. Westermarck deduce de un modo extraño que estos hechos constituyen restos, no del matrimonio por grupos, que él niega, sino del período del celo, que los hombres primitivos tuvieron en común con los animales. Llegamos al cuarto gran descubrimiento de Bachofen: el de la gran difusión de la forma del tránsito del matrimonio por grupos al matrimonio sindiásmico. Lo que Bachofen representa como una penitencia por la transgresión de los antiguos mandamientos de los dioses, como una penitencia impuesta a la mujer para comprar su derecho a la castidad, no es, en resumen, sino la expresión mística del rescate por medio del cual se libra la mujer de la antigua comunidad de maridos y adquiere el derecho de no entregarse más que a uno solo. Ese rescate consiste en dejarse poseer en determinado periodo: las mujeres babilónicas estaban obligadas a entregarse una vez al año en el templo de Mylitta; otros pueblos del Asia Menor enviaban a sus hijas al templo de Anaitis, donde, durante años enteros, debían entregarse al amor libre con favoritos elegidos por ellas antes de que se les permitiera casarse; en casi todos los pueblos asiáticos entre el Mediterráneo y el Ganges hay análogas usanzas, disfrazadas de costumbres religiosas. El sacrificio expiatorio que desempeña el papel de rescate se hace cada vez más ligero con el tiempo, como lo ha hecho notar Bachofen: «La ofrenda, repetida cada año, cede el puesto a un sacrificio hecho sólo una vez; al heterismo de las matronas sigue el de las jóvenes solteras; se practica antes del matrimonio, en vez de ejercitarlo durante éste; en lugar de abandonarse a todos, sin tener derecho de elegir, la mujer ya no se entrega sino a ciertas personas». (Derecho materno, pág. XIX). En otros pueblos no existe ese disfraz religioso; en algunos —los tracios, los celtas, etc., en la antigüedad, en gran número de aborígenes de la India, en los pueblos malayos, en los insulares de Oceanía y entre muchos indios americanos hoy día— las jóvenes gozan de la mayor libertad sexual hasta que contraen matrimonio. Así sucede, sobre todo, en la América del Sur, como pueden atestiguarlo cuantos han penetrado algo en el interior. De una rica familia de origen indio refiere Agassiz (Viaje por el Brasil, Boston y Nueva York, 1886, pág. 266) que, habiendo conocido a la hija de la casa, preguntó por su padre, suponiendo que lo sería el marido de la madre, oficial del ejército en campaña contra el Paraguay; pero la madre le respondió sonriéndose: Naž tem pai, é filha da fortuna (no tiene padre, es hija del acaso). «Las mujeres indias o mestizas hablan siempre en este tono, sin vergüenza ni censura, de sus hijos ilegítimos; y esto es la regla, mientras que lo contrario parece ser la excepción. Los hijos… a menudo sólo conocen a su madre, porque todos los cuidados y toda la responsabilidad recaen sobre ella; nada saben acerca de su padre, y tampoco parece que la mujer tuviese nunca la idea de que ella o sus hijos pudieran reclamarle la menor cosa». Lo que aquí parece pasmoso al hombre civilizado, es sencillamente la regla en el matriarcado y en el matrimonio por grupos. En otros pueblos, los amigos y parientes del novio o los convidados a la boda ejercen con la novia, durante la boda misma, el derecho adquirido por usanza inmemorial, y al novio no le llega el turno sino el último de todos: así sucedía en las islas Baleares y entre los augilas africanos en la antigüedad, y así sucede aún entre los bareas en Abisinia. En otros, un personaje oficial, sea jefe de la tribu o de la gens, cacique, shamán, sacerdote o príncipe, es quien representa a la colectividad y quien ejerce en la desposada el derecho de la primera noche (jus primae noctis). A pesar de todos los esfuerzos neorrománticos de cohonestarlo, ese jus primae noctis existe hoy aún como una reliquia del matrimonio por grupos entre la mayoría de los habitantes del territorio de Alaska (Bancroft: Tribus Nativas, I, 81), entre los tahus del Norte de México (Ibíd, pág. 584) y entre otros pueblos; y ha existido durante toda la Edad Media, por lo menos en los países de origen céltico, donde nació directamente del matrimonio por grupos; en Aragón, por ejemplo. Al paso que en Castilla el campesino nunca fue siervo, la servidumbre más abyecta reinó en Aragón hasta la sentencia o bando arbitral de Fernando el Católico de 1486, documento donde se dice: «Juzgamos y fallamos que los señores (senyors, barones) susodichos no podrán tampoco pasar la primera noche con la mujer que haya tomado un campesino, ni tampoco podrán durante la noche de boda, después que se hubiere acostado en la cama la mujer, pasar la pierna encima de la cama ni de la mujer, en señal de su soberanía; tampoco podrán los susodichos señores servirse de las hijas o los hijos de los campesinos contra su voluntad, con y sin pago». (Citado, según el texto original en catalán, por Sugenheim, La servidumbre, San Petersburgo 1861, pág. 355). Aparte de esto, Bachofen tiene razón evidente cuando afirma que el paso de lo que él llama «heterismo» o «Sumpfzeugung» a la monogamia se realizó esencialmente gracias a las mujeres. Cuanto más perdían las antiguas relaciones sexuales su candoroso carácter primitivo selvático a causa del desarrollo de las condiciones económicas y, por consiguiente, a causa de la descomposición del antiguo comunismo y de la densidad, cada vez mayor, de la población, más envilecedoras y opresivas debieran parecer esas relaciones a las mujeres y con mayor fuerza debieron de anhelar, como liberación, el derecho a la castidad, el derecho al matrimonio temporal o definitivo con un solo hombre. Este progreso no podía salir del hombre, por la sencilla razón, sin buscar otras, de que nunca, ni aun en nuestra época, le ha pasado por las mientes la idea de renunciar a los goces del matrimonio efectivo por grupos. Sólo después de efectuado por la mujer el tránsito al matrimonio sindiásmico, es cuando los hombres pudieron introducir la monogamia estricta, por supuesto, sólo para las mujeres. La familia sindiásmica aparece en el límite entre el salvajismo y la barbarie, las más de las veces en el estadio superior del primero, y sólo en algunas partes en el estadio inferior de la segunda. Es la forma de familia característica de la barbarie, como el matrimonio por grupos lo es del salvajismo, y la monogamia lo es de la civilización. Para que la familia sindiásmica evolucione hasta llegar a una monogamia estable fueron menester causas diversas de aquéllas cuya acción hemos estudiado hasta aquí. En la familia sindiásmica el grupo había quedado ya reducido a su última unidad, a su molécula biatómica: a un hombre y una mujer. La selección natural había realizado su obra reduciendo cada vez más la comunidad de los matrimonios, nada le quedaba ya que hacer en este sentido. Por tanto, si no hubieran entrado en juego nuevas fuerzas impulsivas de orden social, no hubiese habido ninguna razón para que de la familia sindiásmica naciera otra nueva forma de familia. Pero entraron en juego esas fuerzas impulsivas. Abandonemos ahora América, tierra clásica de la familia sindiásmica. Ningún indicio permite afirmar que en ella se halla desarrollado una forma de familia más perfecta, que haya existido allí una monogamia estable en ningún tiempo antes del descubrimiento y de la conquista. Lo contrario sucedió en el viejo mundo. Aquí la domesticación de los animales y la cría de ganado habían abierto manantiales de riqueza desconocidos hasta entonces, creando relaciones sociales enteramente nuevas. Hasta el estadio inferior de la barbarie, la riqueza duradera se limitaba poco más o menos a la habitación, los vestidos, adornos primitivos y los enseres necesarios para obtener y preparar los alimentos: la barca, las armas, los utensilios caseros más sencillos. El alimento debía ser conseguido cada día nuevamente. Ahora, con sus manadas de caballos, camellos, asnos, bueyes, carneros, cabras y cerdos, los pueblos pastores, que iban ganando terreno (los arios en el País de los Cinco Ríos y en el valle del Ganges, así como en las estepas del Oxus y el Jaxartes, a la sazón mucho más espléndidamente irrigadas, y los semitas en el Eufrates y el Tigris), habían adquirido riquezas que sólo necesitaban vigilancia y los cuidados más primitivos para reproducirse en una proporción cada vez mayor y suministrar abundantísima alimentación en carne y leche. Desde entonces fueron relegados a segundo plano todos los medios con anterioridad empleados; la caza que en otros tiempos era una necesidad, se trocó en un lujo. Pero ¿a quién pertenecía aquella nueva riqueza? No cabe duda alguna de que, en su origen, a la gens. Pero muy pronto debió de desarrollarse la propiedad privada de los rebaños. Es difícil decir si el autor de lo que se llama el primer libro de Moisés consideraba al patriarca Abraham propietario de sus rebaños por derecho propio, como jefe de una comunidad familiar, o en virtud de su carácter de jefe hereditario de una gens. Sea como fuere, lo cierto es que no debemos imaginárnoslo como propietario, en el sentido moderno de la palabra. También es indudable que en los umbrales de la historia auténtica encontramos ya en todas partes los rebaños como propiedad particular de los jefes de familia, con el mismo título que los productos del arte de la barbarie, los enseres de metal, los objetos de lujo y, finalmente, el ganado humano, los esclavos. La esclavitud había sido ya inventada. El esclavo no tenía valor ninguno para los bárbaros del estadio inferior. Por eso los indios americanos obraban con sus enemigos vencidos de una manera muy diferente de como se hizo en el estadio superior. Los hombres eran muertos o los adoptaba como hermanos la tribu vencedora; las mujeres eran tomadas como esposas o adoptadas, con sus hijos supervivientes, de cualquier otra forma. En este estadio, la fuerza de trabajo del hombre no produce aún excedente apreciable sobre sus gastos de mantenimiento. Pero al introducirse la cría de ganado, la elaboración de los metales, el arte del tejido, y, por último, la agricultura, las cosas tomaron otro aspecto. Sobre todo desde que los rebaños pasaron definitivamente a ser propiedad de la familia, con la fuerza de trabajo pasó lo mismo que había pasado con las mujeres, tan fáciles antes de adquirir y que ahora tenían ya su valor de cambio y se compraban. La familia no se multiplicaba con tanta rapidez como el ganado. Ahora se necesitaban más personas para la custodia de éste; podía utilizarse para ello el prisionero de guerra, que además podía multiplicarse, lo mismo que el ganado.

 

Convertidas todas estas riquezas en propiedad particular de las familias, y aumentadas después rápidamente, asestaron un duro golpe a la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico y en la gens basada en el matriarcado. El matrimonio sindiásmico había introducido en la familia un elemento nuevo. Junto a la verdadera madre había puesto le verdadero padre, probablemente mucho más auténtico que muchos «padres» de nuestros días. Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, correspondía al hombre procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello; consiguientemente, era, por derecho, el propietario de dichos instrumentos y en caso de separación se los llevaba consigo, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos. Por tanto, según las costumbres de aquella sociedad, el hombre era igualmente propietario del nuevo manantial de alimentación, el ganado, y más adelante, del nuevo instrumento de trabajo, el esclavo. Pero según la usanza de aquella misma sociedad, sus hijos no podían heredar de él, porque, en cuanto a este punto, las cosas eran como sigue. Con arreglo al derecho materno, es decir, mientras la descendencia sólo se contaba por línea femenina, y según la primitiva ley de herencia imperante en la gens, los miembros de ésta heredaban al principio de su pariente gentil fenecido. Sus bienes debían quedar, pues, en la gens. Por efecto de su poca importancia, estos bienes pasaban en la práctica, desde los tiempos más remotos, a los parientes más próximos, es decir, a los consanguíneos por línea materna. Pero los hijos del difunto no pertenecían a su gens, sino a la de la madre; al principio heredaban de la madre, con los demás consanguíneos de ésta; luego, probablemente fueran sus primeros herederos, pero no podían serlo de su padre, porque no pertenecían a su gens, en la cual debían quedar sus bienes. Así, a la muerte del propietario de rebaños, éstos pasaban en primer término a sus hermanos y hermanas y a los hijos de estos últimos o a los descendientes de las hermanas de su madre; en cuanto a sus propios hijos, se veían desheredados. Así, pues, las riquezas, a medida que iban en aumento, daban, por una parte, al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia y, por otra parte, hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido. Pero esto no podía hacerse mientras permaneciera vigente la filiación según el derecho materno. Éste tenía que ser abolido, y lo fue. Ello no resultó tan difícil como hoy nos parece. Aquella revolución —una de las más profundas que la humanidad ha conocido— no tuvo necesidad de tocar ni a uno solo de los miembros vivos de la gens. Todos los miembros de ésta pudieron seguir siendo lo que hasta entonces habían sido. Bastó decidir sencillamente que en lo venidero los descendientes de un miembro masculino permanecerían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella, pasando a la gens de su padre. Así quedaron abolidos al filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno. Nada sabemos respecto a cómo y cuando se produjo esta revolución en los pueblos cultos, pues se remonta a los tiempos prehistóricos. Pero los datos reunidos, sobre todo por Bachofen, acerca de los numerosos vestigios del derecho materno, demuestran plenamente que esa revolución se produjo; y con qué facilidad se verifica, lo vemos en muchas tribus indias donde acaba de efectuarse o se está efectuando, en parte por influjo del incremento de las riquezas y el cambio de género de vida (emigración desde los bosques a las praderas), y en parte por la influencia moral de la civilización y de los misioneros. De ocho tribus del Misurí, en seis rigen la filiación y el orden de herencia masculinos, y en otras dos, los femeninos. Entre los schawnees, los miamíes y los delawares se ha introducido la costumbre de dar a los hijos un nombre perteneciente a la gens paterna, para hacerlos pasar a ésta con el fin de que puedan heredar de su padre. «Casuística innata en los hombres la de cambiar las cosas cambiando sus nombres y hallar salidas para romper con la tradición, sin salirse de ella, en todas partes donde un interés directo da el impulso suficiente para ello» (Marx). Resultó de ahí una espantosa confusión, la cual sólo podía remediarse y fue en parte remediada con el paso al patriarcado. «Esta parece ser la transición más natural» (Marx). Acerca de lo que los especialistas en Derecho comparado pueden decirnos sobre el modo en que se operó esta transición en los pueblos civilizados del Mundo Antiguo —casi todo son hipótesis—, véase Kovalevski, Cuadro de los orígenes y de la evolución de la familia y de la propiedad, Estocolmo 1890. El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida. El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal, que surgió en aquel momento. Lo que caracteriza, sobre todo, a esta familia no es la poligamia, de la cual hablaremos luego, sino la «organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de ésta. En la forma semítica, ese jefe de familia vive en plena poligamia, los esclavos tienen una mujer e hijos, y el objetivo de la organización entera es cuidar del ganado en un área determinada»[18] . Los rasgos esenciales son la incorporación de los esclavos y la potestad paterna; por eso, la familia romana es el tipo perfecto de esta forma de familia. En su origen, la palabra familia no significa el ideal, mezcla de sentimentalismos y de disensiones domésticas, del filisteo de nuestra época; al principio, entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. En tiempos de Gayo la familia, id es patrimonium (es decir, herencia), se transmitía aún por testamento. Esta expresión la inventaron los romanos para designar un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte sobre todos ellos. «La palabra no es, pues, más antigua que el férreo sistema de familia de las tribus latinas, que nació al introducirse la agricultura y la esclavitud legal y después de la escisión entre los itálicos arios y los griegos»[19] . Y añade Marx: «La familia moderna contiene en germen, no sólo la esclavitud (servitus), sino también la servidumbre, y desde el comienzo mismo guarda relación con las cargas en la agricultura. Encierra, in miniature, todos los antagonismos que se desarrollan más adelante en la sociedad y en su Estado». Esta forma de familia señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho. Con la familia patriarcal entramos en los dominios de la historia escrita, donde la ciencia del Derecho comparado nos puede prestar gran auxilio. Y en efecto, esta ciencia nos ha permitido aquí hacer importantes progresos. A Máximo Kovalevski debemos la idea de que la comunidad familiar patriarcal (patriarchalische Hausgenossenschaft), según existe aún entre los servios y los búlgaros con el nombre de zádruga (que puede traducirse poco más o menos como confraternidad) o bratstwo (fraternidad)), y bajo una forma modificada entre los orientales, ha constituido el estadio de transición entre la familia de derecho materno, fruto del matrimonio por grupos, y la monogamia moderna. Esto parece probado, por lo menos respecto a los pueblos civilizados del Mundo Antiguo, los arios y los semitas. La zádruga de los sudeslavos constituye el mejor ejemplo, existente aún, de una comunidad familiar de esta clase. Abarca muchas generaciones de descendientes de un mismo padre, los cuales viven juntos, con sus mujeres, bajo el mismo techo; cultivan sus tierras en común, se alimentan y se visten de un fondo común y poseen en común el sobrante de los productos. La comunidad está sujeta a la administración superior del dueño de la casa (domýcin), quien la representa ante el mundo exterior, tiene el derecho de enajenar las cosas de valor mínimo, lleva la caja y es responsable de ésta, lo mismo que de la buena marcha de toda la hacienda. Es elegido, y no necesita para ello ser el de más edad. Las mujeres y su trabajo están bajo la dirección de la dueña de la casa (domýcica), que suele ser la mujer del domýcin. Ésta tiene también voz, a menudo decisiva, cuando se trata de elegir marido para las mujeres solteras. Pero el poder supremo pertenece al consejo de familia, a la asamblea de todos los adultos de la comunidad, hombres y mujeres. Ante esa asamblea rinde cuentas el domýcin, ella es quien resuelve las cuestiones de importancia, administra justicia entre todos los miembros de la comunidad, decide las compras o ventas más importantes, sobre todo de tierras, etc. No hace más de diez años que se ha probado la existencia en Rusia[20] de grandes comunidades familiares de esta especie; hoy todo el mundo reconoce que tienen en las costumbres populares rusas raíces tan ondas como la obschina, o comunidad rural. Figuran en el más antiguo código ruso —la Pravda de Yaroslav—, con el mismo nombre (verv) que en las leyes de Dalmacia[21]; en las fuentes históricas polacas y checas también podemos encontrar referencias al respecto. También entre los germanos, según Heusler (Instituciones del Derecho alemán), la unidad económica primitiva no es la familia aislada en el sentido moderno de la palabra, sino una comunidad familiar (Hausgenossenschaft) que se compone de muchas generaciones con sus respectivas familias y que además encierra muy a menudo individuos no libres. La familia romana se refiere igualmente a este tipo, y, debido a ello, el poder absoluto del padre sobre los demás miembros de la familia, por supuesto privados enteramente de derechos respecto a él, se ha puesto muy en duda recientemente. Comunidades familiares del mismo género han debido de existir entre los celtas de Irlanda; en Francia, se han mantenido en el Nivernesado con el nombre de parçonneries hasta la Revolución, y no se han extinguido aún en el Franco-Condado. En los alrededores de Louans (Saona y Loira) se ven grandes caserones de labriegos, con una sala común central muy alta, que llega hasta el caballete del tejado; alrededor se encuentran los dormitorios, a los cuales se sube por unas escalerillas de seis u ocho peldaños; habitan en esas casas varias generaciones de la misma familia. La comunidad familiar, con cultivo del suelo en común, se menciona ya en la India por Nearco, en tiempo de Alejandro Magno, y aún subsiste en el Penyab y en todo el noroeste del país. El mismo Kovalevski ha podido encontrarla en el Cáucaso. En Argelia existe aún en las cábilas. Ha debido hallarse hasta en América, donde se cree descubrirla en las «calpullis» [22] descritas por Zurita en el antiguo México; por el contrario, Cunow (Ausland[23], 1890, números 42-44) ha demostrado de una manera bastante clara que en la época de la conquista existía en el Perú una especie de marca (que, cosa extraña, también se llamaba allí marca), con reparto periódico de las tierras cultivadas y, por consiguiente, con cultivo individual. En todo caso, la comunidad familiar patriarcal, con posesión y cultivo del suelo en común, adquiere ahora una significación muy diferente de la que tenía antes. Ya no podemos dudar del gran papel transicional que desempeñó entre los civilizados y otros pueblos de la antigüedad en el período entre la familia de derecho materno y la familia monógama. Más adelante hablaremos de otra cuestión sacada por Kovalevski, a saber: que la comunidad familiar fue igualmente el estadio transitorio de donde salió la comunidad rural o la marca, con cultivo individual del suelo y reparto al principio periódico y después definitivo de los campos y pastos. Respecto a la vida de familia en el seno de estas comunidades familiares, debe hacerse notar que, por lo menos en Rusia, los amos de casa tienen la fama de abusar mucho de su situación en lo que respecta a las mujeres más jóvenes de la comunidad, principalmente a sus nueras, con las que forman a menudo un harén; las canciones populares rusas son harto elocuentes a este respecto. Antes de pasar a la monogamia, a la cual da rápido desarrollo el derrumbamiento del matriarcado, digamos algunas palabras de la poligamia y de la poliandria. Estas dos formas de matrimonio sólo pueden ser excepciones, artículos de lujo de la historia, digámoslo así, de no ser que se presenten simultáneamente en un mismo país, lo cual, como sabemos, no se produce. Pues bien; como los hombres excluidos de la poligamia no podían consolarse con las mujeres dejadas en libertad por la poliandria, y como el número de hombres y mujeres, independientemente de las instituciones sociales, ha seguido siendo casi igual hasta ahora, ninguna de estas formas de matrimonio fue generalmente admitida. De hecho, la poligamia de un hombre era, evidentemente, un producto de la esclavitud, y se limitaba a las gentes de posición elevada. En la familia patriarcal semítica, el patriarca mismo y, a lo sumo, algunos de sus hijos viven como polígamos; los demás, se ven obligados a contentarse con una mujer. Así sucede hoy aún en todo el Oriente: la poligamia es un privilegio de los ricos y de los grandes, y las mujeres son reclutadas, sobre todo, por la compra de esclavas; la masa del pueblo es monógama. Una excepción parecida es la poliandria en la India y en el Tibet, nacida del matrimonio por grupos, y cuyo interesante origen queda por estudiar más a fondo. En la práctica, parece mucho más tolerante que el celoso régimen del harén musulmán. Entre los naires de la India, por lo menos, tres, cuatro o más hombres, tienen una mujer común; pero cada uno de ellos puede tener, en unión con otros hombres, una segunda, una tercera, una cuarta mujer, y así sucesivamente. Asombra que MacLennan, al describirlos, no haya descubierto una nueva categoría de matrimonio — el matrimonio en club— en estos clubs conyugales, de varios de los cuales puede formar parte el hombre. Por supuesto, el sistema de clubs conyugales no tiene que ver con la poliandria efectiva; por el contrario, según lo ha hecho notar ya Giraud-Teulon, es una forma particular (spezialisierte) del matrimonio por grupos: los hombres viven en la poligamia, y las mujeres en la poliandria.

 

Y otra vez desde la mirada materialista se pierde el hecho de que  el paso del matriarcado al patriarcado es un paso espiritual se deja de lado lo real imaginario para pasar a lo real simbólico y el símbolo es simbiosis con una conciencia superior los gens de animales dan paso a gens antropomórficos hasta llegar a una religión revelada más allá  de toda representación, donde se abandona la transferencia de la voluntad de poder para pasar a una transferencia de la voluntad de ser, que legitime la transferencia de la voluntad de poder, henos dicho que hay una transferencia patente y una patente pero   lo patentes siempre será lo material, cuando se pasa a lo espiritual esa espiritualidad debe de materializarce y la materialidad queda como implícita como escondida en lo latente lo que se exhibe es el rito, la transferencia religiosa donde el gran tótem nos bendice.

 

4.       La familia monogámica. Nace de la familia sindiásmica, según hemos indicado, en el período de la transición entre el estadio medio y el estadio superior de la barbarie; su triunfo definitivo es uno de los síntomas de la civilización naciente. Se funda en el predominio del hombre; su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre. La familia monogámica se diferencia del matrimonio sindiásmico por una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por deseo de cualquiera de las partes. Ahora, sólo el hombre, como regla, puede romper estos lazos y repudiar a su mujer. También se le otorga el derecho de infidelidad conyugal, sancionado, al menos, por la costumbre (el Código de Napoleón se lo concede expresamente, mientras no tenga la concubina en el domicilio conyugal[24]), y este derecho se ejerce cada vez más ampliamente, a medida que progresa la evolución social. Si la mujer se acuerda de las antiguas prácticas sexuales y quiere renovarlas, es castigada más rigurosamente que en ninguna época anterior. Entre los griegos encontramos en toda su severidad la nueva forma de la familia. Mientras que, como señala Marx, la situación de las diosas en la mitología nos habla de un período anterior, en que las mujeres ocupaban todavía una posición más libre y más estimada, en los tiempos heroicos vemos ya a la mujer humillada por el predominio del hombre y la competencia de las esclavas. Léase en la Odisea cómo Telémaco interrumpe a su madre y le impone silencio[25]. En Homero, los vencedores aplacan sus apetitos sexuales en las jóvenes capturadas; los jefes elegían para sí, por turno y conforme a su categoría, las más hermosas; sabido es que la Iliada entera gira en torno a la disputa sostenida entre Aquiles y Agamenón a causa de una esclava. Junto a cada héroe, más o menos importante, Homero habla de la joven cautiva con la cual comparte su tienda y su lecho. Esas mujeres eran también conducidas al país nativo de los héroes, a la casa conyugal, como hizo Agamenón con Casandra[26], en Esquilo; los hijos nacidos de esas esclavas reciben una pequeña parte de la herencia paterna y son considerados como hombres libres; así, Teucro es hijo natural de Telamón, y tiene derecho a llevar el nombre de su padre. En cuanto a la mujer legítima, se exige de ella que tolere todo esto y, a la vez, guarde una castidad y una fidelidad conyugal rigurosas. Cierto es que la mujer griega de la época heroica es más respetada que la del período civilizado; sin embargo, para el hombre no es, en fin de cuentas, más que la madre de sus hijos legítimos, sus herederos, la que gobierna la casa y vigila a las esclavas, de quienes él tiene derecho a hacer, y hace, concubinas siempre que se le antoje. La existencia de la esclavitud junto a la monogamia, la presencia de jóvenes y  bellas cautivas que pertenecen en cuerpo y alma al hombre, es lo que imprime desde su origen un carácter específico a la monogamia, que sólo es monogamia para la mujer, y no para el hombre. En la actualidad, conserva todavía este carácter. En cuanto a los griegos de una época más reciente, debemos distinguir entre los dorios y los jonios. Los primeros, de los cuales Esparta es el ejemplo clásico, se encuentran desde muchos puntos de vista en relaciones conyugales mucho más primitivas que las pintadas de Homero. En Esparta existe un matrimonio sindiásmico modificado por el Estado conforme a las concepciones dominantes allí y que conserva muchos vestigios del matrimonio por grupos. Las uniones estériles se rompen: el rey Anaxándrides (hacia el año 560 antes de nuestra era) tomó una segunda mujer, sin dejar a la primera, que era estéril, y sostenía dos domicilios conyugales; hacia la misma época, teniendo el rey Aristón dos mujeres sin hijos, tomó otra, pero despidió a una de las dos primeras. Además, varios hermanos podían tener una mujer común; el hombre que prefería la mujer de su amigo podía participar de ella con éste; y se estimaba decoroso poner la mujer propia a disposición de «un buen semental» (como diría Bismarck), aun cuando no fuese un conciudadano. De un pasaje de Plutarco en que una espartana envía a su marido un pretendiente que la persigue con sus proposiciones, puede incluso deducirse, según Schömann, una libertad de costumbres aún más grande. Por esta razón, era cosa inaudita el adulterio efectivo, la infidelidad de la mujer a espaldas de su marido. Por otra parte, la esclavitud doméstica era desconocida en Esparta, por lo menos en su mejor época; los ilotas siervos vivían aparte, en las tierras de sus señores, y, por consiguiente, entre los espartanos[27] era menor la tentación de solazarse con sus mujeres. Por todas estas razones, las mujeres tenían en Esparta una posición mucho más respetada que entre los otros griegos. Las casadas espartanas y la flor y nata de las hetairas atenienses son las únicas mujeres de quienes hablan con respeto los antiguos, y de las cuales se tomaron el trabajo de recoger los dichos. Otra cosa muy diferente era lo que pasaba entre los jonios, para los cuales es característico el régimen de Atenas. Las doncellas no aprendían sino a hilar, tejer y coser, a lo sumo a leer y escribir. Prácticamente eran cautivas y sólo tenían trato con otras mujeres. Su habitación era un aposento separado, sito en el piso alto o detrás de la casa; los hombres, sobre todo los extraños, no entraban fácilmente allí, adonde las mujeres se retiraban en cuanto llegaba algún visitante. Las mujeres no salían sin que las acompañase una esclava; dentro de la casa se veían, literalmente, sometidas a vigilancia; Aristófanes habla de perros molosos para espantar a los adúlteros[28], y en las ciudades asiáticas para vigilar a las mujeres había eunucos, que desde los tiempos de Herodoto se fabricaban en Quios para comerciar con ellos y que no sólo servían a los bárbaros, si hemos de creer a Wachsmuth. En Eurípides se designa a la mujer como un oikurema[29], como algo destinado a cuidar del hogar doméstico (la palabra es neutra), y, fuera de la procreación de los hijos, no era para el ateniense sino la criada principal. El hombre tenía sus ejercicios gimnásticos y sus discusiones públicas, cosas de las que estaba excluida la mujer; además solía tener esclavas a su disposición, y, en la época floreciente de Atenas, una prostitución muy extensa y protegida, en todo caso, por el Estado. Precisamente, sobre la base de esa prostitución se desarrollaron las mujeres griegas que sobresalen del nivel general de la mujer del mundo antiguo por su ingenio y su gusto artístico, lo mismo que las espartanas sobresalen por su carácter. Pero el hecho de que para convertirse en mujer fuese preciso ser antes hetaira, es la condenación más severa de la familia ateniense. Con el transcurso del tiempo, esa familia ateniense llegó a ser el tipo por el cual modelaron sus relaciones domésticas, no sólo el resto de los jonios, sino también todos los griegos de la metrópoli y de las colonias. Sin embargo, a pesar del secuestro y de la vigilancia, las griegas hallaban harto a menudo ocasiones para engañar a sus maridos. Éstos, que se hubieran ruborizado de mostrar el más pequeño amor a sus mujeres, se recreaban con las hetairas en toda clase de galanterías; pero el envilecimiento de las mujeres se vengó en los hombres y los envileció a su vez, llevándoles hasta las repugnantes prácticas de la pederastia y a deshonrar a sus dioses y a sí mismos, con el mito de Ganímedes. Tal fue el origen de la monogamia, según hemos podido seguirla en el pueblo más culto y más desarrollado de la antigüedad. De ninguna manera fue fruto del amor sexual individual, con el que no tenía nada en común, siendo el cálculo, ahora como antes, el móvil de los matrimonios. Fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva, originada espontáneamente. Preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que sólo pudieran ser de él y destinados a heredarle: tales fueron, abiertamente proclamados por los griegos, los únicos objetivos de la monogamia. Por lo demás, el matrimonio era para ellos una carga, un deber para con los dioses, el Estado y sus propios antecesores, deber que se veían obligados a cumplir. En Atenas, la ley no sólo imponía el matrimonio, sino que, además, obligaba al marido a cumplir un mínimum determinado de lo que se llama deberes conyugales. Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria. En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí[30], encuentro esta frase: «La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos». Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad. La antigua libertad relativa de comercio sexual no desapareció del todo con el triunfo del matrimonio sindiásmico, ni aún con el de la monogamia. «El antiguo sistema conyugal, reducido a más estrechos límites por la gradual desaparición de los grupos punalúas, seguía siendo el medio en que se desenvolvía la familia, cuyo desarrollo frenó hasta los albores de la civilización…; desapareció, por fin, con la nueva forma del heterismo, que sigue al género humano hasta en plena civilización como una negra sombra que se cierne sobre la familia». Morgan entiende por heterismo el comercio extraconyugal, existente junto a la monogamia, de los hombres con mujeres no casadas, comercio carnal que, como se sabe, florece junto a las formas más diversas durante todo el período de la civilización y se transforma cada vez más en descarada prostitución. Este heterismo desciende en línea recta del matrimonio por grupos, del sacrificio de su persona, mediante el cual adquirían las mujeres para sí el derecho a la castidad. La entrega por dinero fue al principio un acto religioso; practicábase en el templo de la diosa del amor, y primitivamente el dinero ingresaba en las arcas del templo. Las hieródulas[31] de Anaitis en Armenia, de Afrodita en Corinto, lo mismo que las bailarinas religiosas agregadas a los templos de la India, que se conocen con el nombre de bayaderas (la palabra es una corrupción del portugués bailaderia), fueron las primeras prostitutas. El sacrificio de entregarse, deber de todas las mujeres en un principio, no fue ejercido más tarde sino por éstas sacerdotisas, en remplazo de todas las demás. En otros pueblos, el heterismo proviene de la libertad sexual concedida a las jóvenes antes del matrimonio; así, pues, es también un resto del matrimonio por grupos, pero que ha llegado hasta nosotros por otro camino. Con la diferenciación en la propiedad, es decir, ya en el estadio superior de la barbarie, aparece esporádicamente el trabajo asalariado junto al trabajo de los esclavos; y al mismo tiempo, como un correlativo necesario de aquél, la prostitución profesional de las mujeres libres aparece junto a la entrega forzada de las esclavas. Así, pues, la herencia que el matrimonio por grupos legó a la civilización es doble, y todo lo que la civilización produce es también doble, ambiguo, equívoco, contradictorio; por un lado, la monogamia, y por el otro, el heterismo, comprendida su forma extremada, la prostitución. El heterismo es una institución social como otra cualquiera y mantiene la antigua libertad sexual… en provecho de los hombres. De hecho no sólo tolerado, sino practicado libremente, sobre todo por las clases dominantes, repruébase la palabra. Pero en realidad, esta reprobación nunca va dirigida contra los hombres que lo practican, sino solamente contra las mujeres; a éstas se las desprecia y se las rechaza, para proclamar con eso una vez más, como ley fundamental de la sociedad, la supremacía absoluta del hombre sobre el sexo femenino. Pero, en la monogamia misma se desenvuelve una segunda contradicción. Junto al marido, que ameniza su existencia con el heterismo, se encuentra la mujer abandonada. Y no puede existir un término de una contradicción sin que exista el otro, como no se puede tener en la mano una manzana entera después de haberse comido la mitad. Sin embargo, ésta parece haber sido la opinión de los hombres hasta que la mujeres les pusieron otra cosa en la cabeza. Con la monogamia aparecieron dos figuras sociales, constantes y características, desconocidas hasta entonces: el inevitable amante de la mujer y el marido cornudo. Los hombres habían logrado la victoria sobre las mujeres, pero las vencidas se encargaron generosamente de coronar a los vencedores. El adulterio, prohibido y castigado rigurosamente, pero indestructible, llegó a ser una institución social irremediable, junto a la monogamia y al heterismo. En el mejor de los casos, la certeza de la paternidad de los hijos se basaba ahora, como antes, en el convencimiento moral, y para resolver la indisoluble contradicción, el Código de Napoleón dispuso en su Artículo 312: «L’enfant conçu pendant le mariage a pour père le mari» («El hijo concebido durante el matrimonio tiene por padre al marido»). Éste es el resultado final de tres mil años de monogamia. Así, pues, en los casos en que la familia monogámica refleja fielmente su origen histórico y manifiesta con claridad el conflicto entre el hombre y la mujer, originado por el dominio exclusivo del primero, tenemos un cuadro en miniatura de las contradicciones y de los antagonismos en medio de los cuales se mueve la sociedad, dividida en clases desde la civilización, sin poder resolverlos ni vencerlos. Naturalmente, sólo hablo aquí de los casos de monogamia en que la vida conyugal transcurre con arreglo a las prescripciones del carácter original de esta institución, pero en que la mujer se rebela contra el dominio del hombre. Que no en todos los matrimonios ocurre así lo sabe mejor que nadie el filisteo alemán, que no sabe mandar ni en su casa ni en el Estado, y cuya mujer lleva con pleno derecho los pantalones de que él no es digno. Mas no por eso deja de creerse muy superior a su compañero de infortunios francés, a quien con mayor frecuencia que a él mismo le suceden cosas mucho más desagradables. Por supuesto, la familia monogámica no ha revestido en todos los lugares y tiempos la forma clásica y dura que tuvo entre los griegos. La mujer era más libre y más considerada entre los romanos, quienes en su calidad de futuros conquistadores del mundo tenían de las cosas un concepto más amplio, aunque menos refinado que los griegos. El romano creía suficientemente garantizada la fidelidad de su mujer por el derecho de vida y muerte que sobre ella tenía. Además, la mujer podía allí romper el vínculo matrimonial a su arbitrio, lo mismo que el hombre. Pero el mayor progreso en el desenvolvimiento de la monogamia se realizó, indudablemente, con la entrada de los germanos en la historia, y fue así porque, dada su pobreza, parece que por el entonces la monogamia aún no se había desarrollado plenamente entre ellos a partir del matrimonio sindiásmico. Sacamos esta conclusión basándonos en tres circunstancias mencionadas por Tácito: en primer lugar, junto con la santidad del matrimonio («se contentan con una sola mujer, y las mujeres viven cercadas por su pudor»), la poligamia estaba en vigor para los grandes y los jefes de la tribu. Es ésta una situación análoga a la de los americanos, entre quienes existía el matrimonio sindiásmico. En segundo término, la transición del derecho materno al derecho paterno no había debido de realizarse sino poco antes, puesto que el hermano de la madre —el pariente gentil más próximo, según el matriarcado— casi era tenido como un pariente más próximo que el propio padre, lo que también corresponde al punto de vista de los indios americanos, entre los cuales Marx, como solía decir, había encontrado la clave para comprender nuestro propio pasado. Y en tercer lugar, entre los germanos las mujeres gozaban de suma consideración y ejercían una gran influencia hasta en los asuntos públicos, lo cual es diametralmente opuesto a la supremacía masculina de la monogamia. Todos éstos son puntos en los cuales los germanos están casi por completo de acuerdo con los espartanos, entre quienes tampoco había desaparecido del todo el matriarcado sindiásmico, según hemos visto. Así, pues, también desde este punto de vista llegaba con los germanos un elemento enteramente nuevo que dominó en todo el mundo. La nueva monogamia que entre las ruinas del mundo romano salió de la mezcla de los pueblos, revistió la supremacía masculina de formas más suaves y dio a las mujeres una posición mucho más considerada y más libre, por lo menos aparentemente, de lo que nunca había conocido la edad clásica. Gracias a eso fue posible, partiendo de la monogamia —en su seno, junto a ella y contra ella, según las circunstancias—, el progreso moral más grande que le debemos: el amor sexual individual moderno, desconocido anteriormente en el mundo. Pues bien; este progreso se debía con toda seguridad a la circunstancia de que los germanos vivían aún bajo el régimen de la familia sindiásmica, y de que llevaron a la monogamia, en cuanto les fue posible, la posición de la mujer correspondiente a la familia sindiásmica; pero no se debía de ningún modo este progreso a la legendaria y maravillosa pureza de costumbres ingénita en los germanos, que en realidad se reduce a que en el matrimonio sindiásmico no se observan las agudas contradicciones morales propias de la monogamia. Por el contrario, en sus emigraciones, particularmente al Sudeste, hacia las estepas del Mar Negro, pobladas por nómadas, los germanos decayeron profundamente desde el punto de vista moral y tomaron de los nómadas, además del arte de la equitación, feos vicios contranaturales, acerca de lo cual tenemos los expresos testimonios de Amiano acerca de los taifalienses y el Procopio respecto a los hérulos. Pero si la monogamia fue, de todas las formas de familia conocidas, la única en que pudo desarrollarse el amor sexual moderno, eso no quiere decir de ningún modo que se desarrollase exclusivamente, y ni aún de una manera preponderante, como amor mutuo de los cónyuges. Lo excluye la propia naturaleza de la monogamia sólida, basada en la supremacía del hombre. En todas las clases históricas activas, es decir, en todas las clases dominantes, el matrimonio siguió siendo lo que había sido desde el matrimonio sindiásmico: un trato cerrado por los padres. La primera forma del amor sexual aparecida en la historia, el amor sexual como pasión, y por cierto como pasión posible para cualquier hombre (por lo menos, de las clases dominantes), como pasión que es la forma superior de la atracción sexual (lo que constituye precisamente su carácter específico), esa primera forma, el amor caballeresco de la Edad Media, no fue, de ningún modo, amor conyugal. Muy por el contrario, en su forma clásica, entre los provenzales, marcha a toda vela hacia el adulterio, que es cantado por sus poetas. La flor de la poesía amorosa provenzal son las Albas, en alemán Tagelieder (cantos de la alborada). Pintan con encendidos ardores cómo el caballero comparte el lecho de su amada, la mujer de otro, mientras en la calle está apostado un vigilante que lo llama apenas clarea el alba, para que pueda escapar sin ser visto; la escena de la separación es el punto culminante del poema. Los franceses del Norte y nuestros valientes alemanes adoptaron este género de poesías, al mismo tiempo que la manera caballeresca de amor correspondiente a él, y nuestro antiguo Wolfram von Echenbach dejó sobre este sugestivo tema tres encantadores Tagelieder, que prefiero a sus tres largos poemas épicos. El matrimonio de la burguesía es de dos modos, en nuestros días. En los países católicos, ahora, como antes, los padres son quienes proporcionan al joven burgués la mujer que le conviene, de lo cual resulta naturalmente el más amplio desarrollo de la contradicción que encierra la monogamia; heterismo exuberante por parte del hombre y adulterio exuberante por parte de la mujer. Y si la Iglesia católica ha abolido el divorcio, es probable que sea porque habrá reconocido que para el adulterio, como contra la muerte, no hay remedio que valga. Por el contrario, en los países protestantes la regla general es conceder al hijo del burgués más o menos libertad para buscar mujer dentro de su clase; por ello el amor puede ser hasta cierto punto la base del matrimonio, y se supone siempre, para guardar las apariencias, que así es, lo que está muy en correspondencia con la hipocresía protestante. Aquí el marido no practica el heterismo tan enérgicamente, y la infidelidad de la mujer se da con menos frecuencia, pero como en todas clases de matrimonios los seres humanos siguen siendo lo que antes eran, y como los burgueses de los países protestantes son en su mayoría filisteos, esa monogamia protestante viene a parar, aun tomando el término medio de los mejores casos, en un aburrimiento mortal sufrido en común y que se llama felicidad doméstica. El mejor espejo de estos dos tipos de matrimonio es la novela: la novela francesa, para la manera católica; la novela alemana, para la protestante. En los dos casos, el hombre «consigue lo suyo»: en la novela alemana, el mozo logra a la joven; en la novela francesa, el marido obtiene su cornamenta. ¿Cuál de los dos sale peor librado? No siempre es posible decirlo. Por eso el aburrimiento de la novela alemana inspira a los lectores de la burguesía francesa el mismo horror que la «inmoralidad» de la novela francesa inspira al filisteo alemán. Sin embargo, en estos últimos tiempos, desde que «Berlín se está haciendo una gran capital», la novela alemana comienza a tratar algo menos tímidamente el heterismo y el adulterio, bien conocidos allí desde hace largo tiempo. Pero, en ambos casos, el matrimonio se funda en la posición social de los contrayentes y, por tanto, siempre es un matrimonio de conveniencia. También en los dos casos, este matrimonio de conveniencia se convierte a menudo en la más vil de las prostituciones, a veces por ambas partes, pero mucho más habitualmente en la mujer; ésta sólo se diferencia de la cortesana ordinaria en que no alquila su cuerpo a ratos como una asalariada, sino que lo vende de una vez para siempre, como una esclava. Y a todos los matrimonios de conveniencia les viene de molde la frase de Fourier: «Así como en gramática dos negaciones equivalen a una afirmación, de igual manera en la moral conyugal dos prostituciones equivalen a una virtud». En las relaciones con la mujer, el amor sexual no es ni puede ser, de hecho, una regla más que en las clases oprimidas, es decir, en nuestros días en el proletariado, estén o no estén autorizadas oficialmente esas relaciones. Pero también desaparecen en estos casos todos los fundamentos de la monogamia clásica. Aquí faltan por completo los bienes de fortuna, para cuya conservación y transmisión por herencia fueron instituidos precisamente la monogamia y el dominio del hombre; y, por ello, aquí también falta todo motivo para establecer la supremacía masculina. Más aún, faltan hasta los medios de conseguirlo: El Derecho burgués, que protege esta supremacía, sólo existe para las clases poseedoras y para regular las relaciones de estas clases con los proletarios. Eso cuesta dinero, y a causa de la pobreza del obrero, no desempeña ningún papel en la actitud de éste hacia su mujer. En este caso, el papel decisivo lo desempeñan otras relaciones personales y sociales. Además, sobre todo desde que la gran industria ha arrancado del hogar a la mujer para arrojarla al mercado del trabajo y a la fábrica, convirtiéndola bastante a menudo en el sostén de la casa, han quedado desprovistos de toda base los últimos restos de la supremacía del hombre en el hogar del proletario, excepto, quizás, cierta brutalidad para con sus mujeres, muy arraigada desde el establecimiento de la monogamia. Así, pues, la familia del proletario ya no es monogámica en el sentido estricto de la palabra, ni aun con el amor más apasionado y la más absoluta fidelidad de los cónyuges y a pesar de todas las bendiciones espirituales y temporales posibles. Por eso, el heterismo y el adulterio, los eternos compañeros de la monogamia, desempeñan aquí un papel casi nulo; la mujer ha reconquistado prácticamente el derecho de divorcio; y cuando ya no pueden entenderse, los esposos prefieren separarse. En resumen; el matrimonio proletario es monógamo en el sentido etimológico de la palabra, pero de ningún modo lo es en su sentido histórico. Por cierto, nuestros jurisconsultos estiman que el progreso de la legislación va quitando cada vez más a las mujeres todo motivo de queja. Los sistemas legislativos de los países civilizados modernos van reconociendo más y más, en primer lugar, que el matrimonio, para tener validez, debe ser un contrato libremente consentido por ambas partes, y en segundo lugar, que durante el período de convivencia matrimonial ambas partes deben tener los mismos derechos y los mismos deberes. Si estas dos condiciones se aplicaran con un espíritu de consecuencia, las mujeres gozarían de todo lo que pudieran apetecer. Esta argumentación típicamente jurídica es exactamente la misma de que se valen los republicanos radicales burgueses para disipar los recelos de los proletarios. El contrato de trabajo se supone contrato consentido libremente por ambas partes. Pero se considera libremente consentido desde el momento en que la ley estatuye en el papel la igualdad de ambas partes. La fuerza que la diferente situación de clase da a una de las partes, la presión que esta fuerza ejerce sobre la otra, la situación económica real de ambas; todo esto no le importa a la ley. Y mientras dura el contrato de trabajo, se sigue suponiendo que las dos partes disfrutan de iguales derechos, en tanto que una u otra no renuncien a ellos expresamente. Y si su situación económica concreta obliga al obrero a renunciar hasta a la última apariencia de igualdad de derechos, la ley de nuevo no tiene nada que ver con ello. Respecto al matrimonio, hasta la ley más progresiva se da enteramente por satisfecha desde el punto y hora en que los interesados han hecho inscribir formalmente en el acta su libre consentimiento. En cuanto a lo que pasa fuera de las bambalinas jurídicas, en la vida real, y a cómo se expresa ese consentimiento, no es ello cosa que pueda inquietar a la ley ni al legista. Y sin embargo, la más sencilla comparación del derecho de los distintos países debiera mostrar al jurisconsulto lo que representa ese libre consentimiento. En los países donde la ley asegura a los hijos la herencia de una parte de la fortuna paterna, y donde, por consiguiente, no pueden ser desheredados —en Alemania, en los países que siguen el Derecho francés, etc.—, los hijos necesitan el consentimiento de los padres para contraer matrimonio. En los países donde se practica el derecho inglés, donde el consentimiento paterno no es la condición legal del matrimonio, los padres gozan también de absoluta libertad de testar, y pueden desheredar a su antojo a los hijos. Claro es que, a pesar de ello, y aun por ello mismo, entre las clases que tienen algo que heredar, la libertad para contraer matrimonio no es, de hecho, ni un ápice mayor en Inglaterra y en América que en Francia y en Alemania. No es mejor el Estado de cosas en cuanto a igualdad jurídica del hombre y de la mujer en el matrimonio. Su desigualdad legal, que hemos heredado de condiciones sociales anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de la mujer. En el antiguo hogar comunista, que comprendía numerosas parejas conyugales con sus hijos, la dirección del hogar, confiada a las mujeres, era también una industria socialmente tan necesaria como el cuidado de proporcionar los víveres, cuidado que se confió a los hombres. Las cosas cambiaron con la familia patriarcal y aún más con la familia individual monogámica. El gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad ya no tuvo nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en servicio privado; la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social. Sólo la gran industria de nuestros días le ha abierto de nuevo —aunque sólo a la proletaria— el camino de la producción social. Pero esto se ha hecho de tal suerte, que si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda excluida del trabajo social y no puede ganar nada; y si quiere tomar parte en la gran industria social y ganar por su cuenta, le es imposible cumplir con los deberes de la familia. Lo mismo que en la fábrica, le acontece a la mujer en todas las ramas del trabajo, incluidas la medicina y la abogacía. La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica franca o más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales. Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, que alimentar a la familia, por lo menos en las clases poseedoras; y esto le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletario. Pero en el mundo industrial el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado no se manifiesta en todo su rigor sino una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase de los capitalistas y jurídicamente establecida la plena igualdad de las dos clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; por el contrario, no hace más que suministrar el terreno en que se lleva a su término la lucha por resolver este antagonismo. Y, de igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad social efectiva de ambos, no se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad.

 

Seguimos insistiendo  que la mirada evolucionista es bastante limitada hay una transferencia para que se produzca el patriarcado, esta transferencia es la base de lo real simbólico, en Cristo ese real siombolico llega a su culmine dándonos el espíritu absoluto, ese espíritu absoluto debe de revelarse   y esto al parecer solo lo logran las ordenes mendicantes, las cuales realmente superan la transferencia de la voluntad de poder pero por un tiempo, lo que se verá es que la transferencia espiritual oculta una transferencia material y entonces la reforma que será el camino hacia del sujeto moderno con la ilustración aquí es donde la familia monógama va a ser atravesada por el amor, el sujeto quiere su religación con el objeto y se invierte a él transfiriéndose, para lograr la sintransferencia pero esto no es posible sin superar las condiciones materiales objetivas para que el objeto se transfiera libremente es decir para que el objeto se convierta en sujeto, siendo el objeto la mujer ella no va hacia el camino de la subjetividad en una transferencia espiritual, sino que vuelve a la transferencia de la voluntad de poder   siendo un no ser que desea poder y que deconstruye todo poder que la someta ¿Pero cuál es el camino? ¿Volvemos a los clanes  de línea femenina para recuperar la comunidad?  O nos empoderamos cibernéticamente para formar redes no transferenciales donde podamos configurar sistemas en la que la mujer se sienta empoderada.

Claro que esos sistemas serian sistemas virtuales no existentes y la mujer ya no sería una mujer sino un ciborg  es decir un organismo procesador de información.

Ahora si volvemos a las comunidades desde los gens femeninos acaso estos no serán voluntades de poder, como lo que ocurre con las pandillas y las organizaciones criminales al menos que esa voluntad de poder se convierta en una voluntad de ser pero esa voluntad de ser nos llevara al imperio  porque legitimara la voluntad de poder desde la conciencia ya sea esta religiosa, artística, filosófica o científica.

No ya hemos recorrido el camino la gran gen, el gran clan es el cristiano lo que le toca en el anti espíritu es multiplicarse en diversas formas de voluntad y estas formas deben de integrase en una conciencia universal preservando su multiplicidad es decir hay que dar paso al espíritu integrado, ¿Esto supone superar a la familia individual? No de lo que se ha tratado la historia y la meta historia cristiana es de  que Cristo se una a su iglesia y que la iglesia se una a Cristo libremente, que la alianza se haga sin presiones ni opresiones y partir de esta alianza formar la familia no como una posesión de esclavos sino como un biotejido amoroso que se abre a la comunidad y esa comunidad a la madre estado.

En ese abrirse la propiedad debe ir socializándose desde su base.

 

Como hemos visto, hay tres formas principales de matrimonio, que corresponden aproximadamente a los tres estadios fundamentales de la evolución humana. Al salvajismo corresponde el matrimonio por grupos; a la barbarie, el matrimonio sindiásmico; a la civilización, la monogamia con sus complementos, el adulterio y la prostitución. Entre el matrimonio sindiásmico y la monogamia se intercalan, en el sentido superior de la barbarie, la sujeción de las mujeres esclavas a los hombres y la poligamia. Según lo ha demostrado todo lo antes expuesto, la peculiaridad del progreso que se manifiesta en esta sucesión consecutiva de formas de matrimonio consiste en que se ha ido quitando más y más a las mujeres, pero no a los hombres, la libertad sexual del matrimonio por grupos. En efecto, el matrimonio por grupos sigue existiendo hoy para los hombres. Lo que es para la mujer un crimen de graves consecuencias legales y sociales, se considera muy honroso para el hombre, o a lo sumo como una ligera mancha moral que se lleva con gusto. Pero cuanto más se modifica en nuestra época el heterismo antiguo por la producción capitalista de mercancías, a la cual se adapta, más se transforma en prostitución descocada y más desmoralizadora se hace su influencia. Y, a decir verdad, desmoraliza mucho más a los hombres que a las mujeres. La prostitución, entre las mujeres, no degrada sino a las infelices que cae en sus garras y aun a éstas en grado mucho menor de lo que suele creerse. En cambio, envilece el carácter del sexo masculino entero. Y así es de advertir que el noventa por ciento de las veces el noviazgo prolongado es una verdadera escuela preparatoria para la infidelidad conyugal. Caminamos en estos momentos hacia una revolución social en que las bases económicas actuales de la monogamia desaparecerán tan seguramente como las de la prostitución, complemento de aquélla. La monogamia nació de la concentración de grandes riquezas en las mismas manos —las de un hombre— y del deseo de transmitir esas riquezas por herencia a los hijos de este hombre, excluyendo a los de cualquier otro. Por eso era necesaria la monogamia de la mujer, pero no la del hombre; tanto es así, que la monogamia de la primera no ha sido el menor óbice para la poligamia descarada u oculta del segundo. Pero la revolución social inminente, transformando por lo menos la inmensa mayoría de las riquezas duraderas hereditarias —los medios de producción— en propiedad social, reducirá al mínimum todas esas preocupaciones de transmisión hereditaria. Y ahora cabe hacer esta pregunta: habiendo nacido de causas económicas la monogamia, ¿desaparecerá cuando desaparezcan esas causas? Podría responderse no sin fundamento: lejos de desaparecer, más bien se realizará plenamente a partir de ese momento. Porque con la transformación de los medios de producción en propiedad social desaparecen el trabajo asalariado, el proletariado, y, por consiguiente, la necesidad de que se prostituyan cierto número de mujeres que la estadística puede calcular. Desaparece la prostitución, y en vez de decaer, la monogamia llega por fin a ser una realidad, hasta para los hombres.

 

Claro si se mantiene una transferencia del espíritu cristiano, es ingenuo creer que solo con la socialización las parejas podrán unirse libremente esto es no conocer la transferencia de la voluntad de poder que es múltiple en sus formas y que supera toda prohibición, toda ley y aun todo espíritu   y Entonces que ¿Mantenemos las prohibiciones patriarcales para conservar la alianza monogamica?  Si en un proceso de formación por supuesto pero el espíritu ya no está  sometida a la ley, como tal debe ser  completamente libre, más su libertad está en la sintransferencia divina ¿Se puede alcanzar esa sintransferencia sin negar a Dios? No la propia libertad exige la negación de lo divino su muerte pero neguemos realmente hasta lograr un cuerpo sin órganos, ese quedarse con el cuerpo capitalista para decir que desde ahí podemos lograr una multiculturalidad es una metida de dedo, las maquinas deseantes son capitalistas, los deseos los configura la red, el sujeto  moderno invirtió  a Dios y lo hizo capital y la voluntad de poder pos moderna es capitalista, vaciar eso exige una experiencia dharmica de meditación profunda donde el cuerpo se vacíe de sus órganos es decir de sus funcionamientos que no son otras cosas que bucles transferenciales, desde ese vacío redescubrimos el misterio pascual y en el el misterio trinitario el tinkuy el encuentro con la pareja donde tanto la gens patriarcal como la gens matriarcal se unen pero esto exige una estética religacional donde la meta estructura se integra, esta donación del uno al otro y del otro al uno es una práctica continua que debe ser el fundamento del nuevo mundo.