lunes, 2 de junio de 2025

Vallejo en Lapsus

 Vallejo en lapsus

 

Las abejas esconden un secreto sorprendente.

Cuando la colmena pierde a su reina, quien sola es capaz de dar vida a la colonia y mantener el orden en una sociedad perfectamente organizada, todo parece perdido. La vida de la colmena se desacelera. Sin nuevos huevos, el futuro está perdido. En pocas semanas, la colonia podría estar condenada.

Pero las abejas no entran en pánico. Tampoco esperan la salvación desde fuera.

Demostrando una inteligencia colectiva extraordinaria e instintos profundos, activan procedimientos de emergencia espectaculares, casi inimaginables en un mundo dominado por insectos.

La transformación comienza con una elección simple pero esencial

Las abejas obreras eligen larvas comunes, aquellas que normalmente serían simples trabajadoras. No tienen nada especial. No nacen diferentes. Pero su destino cambia por completo.

Son elegidas para recibir una alimentación especial: jalea real. Una sustancia rara, producida por abejas sanas, rica en proteínas, vitaminas y compuestos bioactivos. Es un alimento real en el sentido más puro de la palabra.

Las larvas alimentadas exclusivamente con esta sustancia ya no siguen el camino normal. En pocos días, sus cuerpos se desarrollan de manera distinta. Los ovarios se activan. El cuerpo crece más grande, más fuerte. La esperanza de vida se multiplica casi por veinte.

Ella no trabajará. Ella mandará. No seguirá una rutina. Dará vida.

La reina no se elige por sus genes. Se crea.

Lo que hace tan fascinante este proceso es que las abejas obreras y las reinas comparten el mismo código genético. El ADN no determina el destino. Lo determina la nutrición. La atención. Las decisiones de la colmena.

Es como si, en una sociedad humana, pudieras tomar a un niño común y, dándole el cuidado, el entorno y el apoyo necesarios, convertirlo en un líder extraordinario. Sin intervención genética. Sin fuegos artificiales. Solo con apoyo y visión.

Un líder nace de una crisis

Esta metamorfosis no solo salva a las larvas. Salva a toda la colonia.

Una vez que la nueva reina está lista, toma el control de la colmena, comienza a poner huevos, restaura el orden e inicia un nuevo ciclo de vida colectiva. Amenazada por la extinción, la colonia renace más fuerte, más organizada, más equilibrada.

Una lección silenciosa pero profunda

La abeja nos muestra, sin palabras, que en tiempos de gran crisis, la desesperación no es una apuesta, sino claridad. Un plan. La elección correcta. Atención y dirección.

En su mundo, una reina no nace. Se apoya. Se alimenta. Se guía.

Y quizás, como en la colmena, en la vida no importa con qué se empieza, sino lo que se recibe, cómo se es tratado y las decisiones que otros toman en tiempos difíciles.

Porque a veces, es en los momentos más duros cuando nacen los líderes más fuertes.

No por casualidad. Sino por la crisis, la visión y la transformación.

 

            ¿Pero que se le puede dar a un hombre para que se convierta en rey?

 

Poesía y es que es en la poesía que se transfiere el ser    

 

 

Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos;

y cuál mi idealista corazón te llora.

Mis cálices todos aguardan abiertos

tus hostias de otoño y vinos de aurora.

 

Amor, cruz divina, riega mis desiertos

con tu sangre de astros que sueña y que llora.

Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos

que temen y ansían tu llanto de auroral

 

Amor, no te quíero cuando estás distante

rifado en afeites de alegre bacante,

o en frágil y chata facción de mujer.

 

Amor, ven sin carne, de un Iicor que asombre;

y que yo, a manera de Dios, sea el hombre

que ama y engendra sin sensual placer!  

 

 

 

 

 

 

¿Qué tesoro interior puede salvarnos cuando todo lo demás falla? Dostoyevski, el maestro ruso de las profundidades humanas, nos revela en este pasaje una verdad psicológica atemporal: los recuerdos luminosos de la infancia son un ancla existencial contra las tormentas de la vida adulta.

El autor de "Los hermanos Karamazov" no habla de nostalgia superficial, sino de memoria como sustento espiritual. Cuando describe esos "buenos recuerdos sagrados", se refiere a experiencias fundacionales que quedaron grabadas en el cuerpo y el alma: el olor del pan recién horneado en la cocina materna, las canciones que un padre murmuró al oído, el refugio seguro de un rincón favorito. Estos fragmentos del paraíso perdido operan como anticuerpos contra la desesperación.

Lo profundo de esta reflexión está en su realismo psicológico. Dostoyevski, que sufrió simulacro de fusilamiento, prisión en Siberia y epilepsia debilitante, sabía que la vida destroza ilusiones. Por eso valora no la cantidad, sino la calidad de los recuerdos: "si a uno sólo le queda un buen recuerdo... puede ser el medio de salvarnos". Ese singular es clave - incluso una sola memoria luminosa puede ser tabla de salvación cuando naufragamos.

Hoy, cuando la neurociencia confirma que las experiencias infantiles moldean nuestras redes neuronales, las palabras de Dostoyevski resuenan con nueva fuerza. En un mundo de infancias digitalizadas y relaciones efímeras, su mensaje es urgente: los recuerdos que atesoramos hoy en los niños serán su medicina futura. No se trata de crear infancias perfectas, sino de sembrar momentos de presencia auténtica que puedan florecer décadas después como fortalezas interiores.

El verdadero "buen recuerdo" dostoyevskiano no es una postal edulcorada, sino una experiencia de amor incondicional que nos recuerda nuestra dignidad esencial cuando el mundo la pone en duda. En hospitales psiquiátricos y cárceles, los terapeutas modernos encuentran eco de esta intuición: los pacientes que pueden conectarse con algún fragmento de bondad en su pasado tienen mayor resiliencia. El genio ruso convirtió esta observación en filosofía de vida: educar no es sólo instruir, es regalar memorias que curen.

© Edición protegida por Asombroso | Basado en material de: "Los hermanos Karamazov" de F. Dostoyevski y estudios contemporáneos de psicología del desarrollo | Compartir solo con créditos: @Asombroso

 

 

 

 

¿Y entonces de que poesía hablamos?

De esa que altera el lenguaje y nos revela el ser, donde el código es superado, pero acaso ¿No sabemos que siempre está el ser?    

Claro, pero lo olvidamos, caemos en el código en la dualidad, nos perdemos en ella, nos hacemos uno más y entonces  se hace necesario alterar el sistema, el lenguaje no solo para recordar sino para develar en la existencia un espacio tiempo autentico  

El controvertido Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11 escrito por Lacan en 1976 (12 años después de la publicación del Seminario) cambia la noción del inconsciente entendido como discurso del Otro, hacia un goce Real cerrado en sí mismo que no hace cadena, que se retroalimenta en el Uno mismo. Texto clave para entender al ultimísimo Lacan y que complejiza la obra Lacaniana más allá de la lógica significante:

"Cuando el esp de un laps, o sea, puesto que no escribo sino en francés, el espacio de un lapsus, ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), solo entonces uno está seguro de estar en el inconsciente. Uno lo sabe, uno mismo.

Pero basta con que se le preste atención para salir de él. No hay allí amistad que a ese inconsciente lo soporte. Faltaría que yo diga una verdad. No es el caso: fallo. No hay verdad que, al pasar por la atención, no mienta.

Lo que no impide que uno corra detrás.

Observemos que el psicoanálisis, desde que ex-siste, ha cambiado.

Inventado por un solitario, teórico indiscutible del inconsciente (que no es lo que se cree, yo digo: el inconsciente, es decir, real, solo si se me cree), se practica ahora en pareja.

Seamos exactos, el solitario ha dado de ello el ejemplo. No sin abuso para sus discípulos (porque discípulos solo lo eran por el hecho de que él no supo lo que hacía).

Esto traduce la idea que tenía al respecto: peste, pero anodina allí donde creía llevarla, el público se las arregla con eso."

 

Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI

Jacques Lacan

Cuando el esp de un laps, o sea, dado que sólo escribo en francés [es también válido para el castellano]:

el espacio de un lapsus, ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), tan sólo entonces puede

uno estar seguro de que está en el inconsciente. Uno lo sabe, uno mismo [soi].

Pero basta con que se le preste atención para que uno salga de él. No hay allí amistad alguna que ese

inconsciente soporte.

Quedaría que diga una verdad. No es el caso: la malogro. No hay verdad que, al pasar por la atención, no

mienta.

Lo cual no impide que se corra tras ella.

Existe cierto modo de equilibrar estembrollo que es satisfactorio por razones diferentes a las formales (la

simetría por ejemplo). Como satisfacción, sólo se alcanza en el uso, en el uso de un particular. Aquel que

se llama en el caso de un psicoanálisis (psic=, o sea ficción de-) analizante. Cuestión de puro hecho: hay

analizantes en nuestras comarcas. Hecho de realidad humana, de lo que el hombre llama realidad.

Observemos que el psicoanálisis, desde que ex-siste, cambió. Inventado por un solitario, teórico

indiscutible del inconsciente (que no es lo que se cree, digo: el inconsciente, o sea lo real, sólo si se me

cree al respecto), se practica ahora en pareja. Seamos exactos, el solitario dió su ejemplo. No sin abuso

para sus discípulos (pues sólo eran discípulos debido al hecho de que él no sabía lo que hacía).

Lo cual traduce la idea que tenía de él: peste, pero anodina allí donde creía llevarla, el público se las

arregló con ella.

Ahora, o sea tardíamente, lo sazono yo con mi grano de sal: hecho de hystoria, que equivale a decir de

hysteria: la de mis colegas en esta ocasión, caso ínfimo, pero en el que me encontré preso por azar, por

haberme interesado en alguien que me hizo deslizar hasta ellos por haberme impuesto a Freud, la Aimée

de mi tesis, de matesis [1].

Hubiera preferido olvidar eso: pero uno no olvida lo que el público le recuerda.

En la cura, por ende, hay que contar al analista. Imagino que no contaría, socialmente, si Freud no

hubiera estado para desbrozarle el camino, Freud digo, para nombrarlo a él. Pues nadie puede nombrar

analista a alguien y Freud no nombró a ninguno. Dar anillos a iniciados no es nombrar. A ello se debe mi

proposición de que el analista no se hystoriza más que por sí mismo: hecho patente. Y aun cuando se

haga confirmar por una jerarquía.

¿Qué jerarquía podría confirmarlo como analista, darle ese sello? Eso me dijo un Cht, que yo lo era, de

nacimiento. Repudio ese certificado: no soy un poeta, sino un poema. Y que se escribe, pese a que tiene

aires de ser sujeto.

La pregunta sigue siendo la de qué puede impulsar a cualquiera, sobre todo después de un análisis, a

hystorizarse por sí mismo.

No puede ser su propio movimiento, porque acerca del analista, sabe mucho, ahora que ha liquidado,

como se dice, su transferencia-por. ¿Cómo puede ocurrírsele la idea de asumir el relevo de esa función?

En otras palabras, ¿hay casos en los que otra razón los impulsa a instalarse, es decir, a recibir lo que

comúnmente llaman "pesos", para responder a las necesidades de quienes están a vuestro cargo, entre

los que están en primer término ustedes mismos, de acuerdo con la moral judía (a la que Freud se atenía

en este asunto)?

Hay que reconocer que la pregunta (la pregunta acerca de otra razón) es exigible para sostener el estatus

de una profesión. recién llegada a la hystoria. Hystoria que no consideramos eterna porque su aetas sólo

es serio al remitirse al número real, es decir, a lo serial del límite.

¿Por qué, entonces, no someter dicha profesión a la prueba de esa verdad con la que sueña la función

llamada inconsciente, con la cual trafica? El espejismo de la verdad. del cual sólo puede esperarse la mentira (lo que cortésmente se denomina la resistencia) no tiene otro término más que la satisfacción que

marca el final del análisis.

Siendo la urgencia de dar esta satisfacción lo que preside el análisis, interroguemos cómo alguien puede

consagrarse a satisfacer esos casos de urgencia.

Es éste un aspecto singular del amor al prójimo colocado como epígrafe por la tradición judaica. Incluso al

interpretarlo cristianamente, es decir, joda helénica. lo que se presenta al analista es algo diferente al

prójimo: es todo lo que llega de una demanda que nada tiene que ver con el encuentro (de una persona

de Samaria. capaz de dictar el deber crístico). La oferta antecede al requerimiento de una urgencia que

no se está seguro de satisfacer. salvo al haberla sopesado.

Por eso designé mediante el pase esa puesta a prueba de la hystorización del análisis, absteniéndome de

imponer a todos dicho pase. porque en esta ocasión no existe el todos, sino dispersos mezclados. Lo dejé

a disposición de quienes se arriesguen a dar fe del mejor modo posible de la mentirosa verdad.

Lo realicé por haber producido la única idea concebible del objeto, la de la causa del deseo, o sea, de lo

que falta.

La falta de la falta constituye lo real, que sólo surge allí, como tapón. Ese tapón que sostiene el término de

lo imposible, cuya antinomia con toda verosimilitud nos muestra lo poco que sabemos en materia de real.

No hablaré de Joyce, al que me dedico este año, salvo para decir que es la consecuencia más simple de

un repudio harto mental de un psicoanálisis. que resulta haber ilustrado con su obra. Pero apenas lo he

rozado, dado mi embarazo en lo que respecta al arte, en el que Freud se sumergía no sin tropiezos.

Señalo que. como siempre, mientras escribía esto los casos de urgencia me estorbaban.

Escribo, sin embargo. en la medida en que creo debo hacerla, para estar a la altura de esos casos, para

formar con ellos un par. [2]

París. 17 .V. 76

 

Notas

1-Lacan escribe en francés mathese, condensación de ma these. que remite a matheme. materna. IN. T.).

2-Lacan juega con la homofonía de élre au pair (estar a la altura) y le paire (el par) 

 

 

Es esta la poesía de la que hablamos, es este el arte, el poema que somos donde se rompe la cadena de significantes y la atención ya no   nos puede mentir al punto que no se puede dar ninguna interpretación, este es el recuerdo de niños de lo incondicional, he aquí el ser y ser no está  en  la recreación del goce de lo real de su herida , aunque acercarnos a lo real siempre será acercarnos a ese goce de la herida pero lo real lo realmente real es comunión sintraferencial.

Más si dos personas se ponen de acuerdo para entrar en comunión, se mienten, la comunión del ser el sinsein el ser integrado no se puede dar por ninguna cracia mucho menos por la democracia, así que nosotros no proponemos profundizar la democracia en democracias directas y participativas, sino superar todo poder, toda atención sistemática, toda vigilancia para entrar en lo real del ser  y esto se logra alterando y contra alterando ¿Y entonces que hacemos destruimos el lenguaje nos provocamos infinitos lapsus? No, una vez hecho esto conscientemente es pura mentira, no hay formar una condensación totalmente ordenada puede alterar mucho más que un desplazamiento caótico, más no hay formula simplemente se da, como el amor, como la iluminación, como el tinkuy, mas no se dará si nos quedamos en nuestros espacio de confort o si creemos que ya lo hemos logrado, la condensación absoluta, cuando el sujeto se integra con el objeto realmente sucede pero luego el devenir continua y aunque nos sepamos absueltos, el devenir nos da otros retos, hay que seguir alterando y contra alterando igualmente el redemir al volver a la nada se logra, y al hacerlo todo cambia ya no vivimos como antes , realmente estamos despiertos, pero si asumimos que somos ,no somos, hemos alcanzado luz pero esta se vuelve oscuridad, porque ya nada nos altera creemos que somos maestros y lo cierto es que vivimos en nuestra rutina sagrada.

Busquemos más bien alguien que nos rete, tengamos hijos una pareja, discípulos que realmente serán nuestros maestros, si nos dejamos alterar realmente no estamos alterados no hay reto, la alteración realmente nos altera, al punto que perdemos todas nuestras coordenadas en ese momento saltara la herida, el trauma, nuestra humanidad desgarrada entre la levedad del ser y la gravedad del devenir, estaremos vulnerables pero aún más allá  de la herida  la comunión con todo está  ahí pero decirlo de esta forma es traicionar esta comunión, necesitamos de la poesía  y nadie mejor que Vallejo, antes que se hablara de deconstrucción el ya redeconstruia el lenguaje leamos lo que dijo Mareategui de el en el ensayo sobre la literatura.

 

               

El primer libro de César Vallejo, Los heraldos negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú. No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego, cuando afirma que “a partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal”*. Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado. Melgar –signo larvado, frustrado– en sus yaravíes es aún un prisionero de la técnica clásica, un gregario de la retórica española. Vallejo, en cambio, logra en su poesía un estilo nuevo. El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma. “La derogación del viejo andamiaje retórico –remarca certeramente Orrego– no era un capricho o arbitrariedad del poeta, era una necesidad vital. Cuando se comienza a comprender la obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad de una técnica renovada y distinta”**. El sentimiento indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo en el fondo de sus versos; en Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso mismo cambiando su estructura. En Melgar no es sino el acento; en Vallejo es el verbo. En Melgar, en fin, no es sino queja erótica; en Vallejo es empresa metafísica. Vallejo es un creador absoluto. Los heraldos negros podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época. En estos versos del pórtico de Los heraldos negros principia acaso la poesía peruana. (Peruana, en el sentido de indígena). Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… Yo no sé! 

 

 

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán talvez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como un charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Clasificado dentro de la literatura mundial, este libro, Los heraldos negros, pertenece parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista. Pero el simbolismo es de todos los tiempos. El simbolismo, de otro lado, se presta mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu indígena. El indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en símbolos e imágenes antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es sino en parte simbolista. Se encuentra en su poesía –sobre todo de la primera manera– elementos de simbolismo, tal como se encuentra elementos de expresionismo, de dadaísmo y de suprarrealismo. El valor sustantivo de Vallejo es el creador. Su técnica está en continua elaboración. El procedimiento, en su arte, corresponde a un estado de ánimo. Cuando Vallejo en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo, su método a Herrera y Reissig, lo adapta a su personal lirismo. Mas lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no recurre al folklore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son en él producto espontáneo, célula propia, elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos. Su autoctonismo no es deliberado. Vallejo no se hunde en la tradición, no se interna en la historia, para extraer de su oscuro substractum perdidas emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera. Uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo me parece su frecuente actitud de nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la más cabal interpretación del alma autóctona, dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia. Y bien, Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva. No se debe confundir su nostalgia concebida con tanta pureza lírica con la nostalgia literaria de los pasadistas. Vallejo es nostalgioso, pero no meramente retrospectivo. No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco añora el Virreinato. Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia. Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí; ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita la sangre, como flojo cognac, dentro de mí. (“Idilio muerto”, Los heraldos negros) Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa, donde nos haces una falta sin fondo! Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá nos acariciaba: “Pero hijos…” (“A mi hermano Miguel”, Los heraldos negros) He almorzado solo ahora, y no he tenido madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, ni padre que en el facundo ofertorio de los choclos, pregunte para su tardanza de imagen, por los broches mayores del sonido. (XXVIII, Trilce)

Se acabó el extraño, con quien, tarde la noche, regresabas parla y parla. Ya no habrá quien me aguarde, dispuesto mi lugar, bueno lo malo. Se acabó la calurosa tarde; tu gran bahía y tu clamor; la charla con tu madre acabada que nos brindaba un té lleno de tarde. (XXXIV, Trilce) Otras veces Vallejo presiente o predice la nostalgia que vendrá: Ausente! La mañana en que a la playa del mar de sombra y del callado imperio, como un pájaro lúgubre me vaya, será el blanco panteón tu cautiverio. (“Ausente”, Los heraldos negros) Verano, ya me voy. Y me dan pena las manitas sumisas de tus tardes. Llegas devotamente; llegas viejo; y ya no encontrarás en mi alma a nadie. (“Verano”, Los heraldos negros) Vallejo interpreta a la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de tres siglos, se exacerban. Pero –y en esto se identifica también un rasgo del alma india–, sus recuerdos están llenos de esa dulzura de maíz tierno que Vallejo gusta melancólicamente cuando nos habla del “facundo ofertorio de los choclos”. Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un “¡para qué!”. En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso. Es el pesimismo de un ánima que sufre y expía “la pena de los hombres” como dice Pierre Hamp. Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento. Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca con esa neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco es una neurosis. Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. Y es que no lo engendra un egocentrismo, un narcisismo, desencantados y exasperados, como en casi todos los casos del ciclo romántico. Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma “está triste hasta la muerte” de la tristeza de todos los hombres.Y de la tristeza de Dios. Porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios: 

Siento a Dios que camina tan en mí, con la tarde y con el mar. Con él nos vamos juntos. Anochece. Con él anochecemos. Orfandad… Pero yo siento a Dios. Y hasta parece que él me dicta no sé qué buen color. Como un hospitalario, es bueno y triste; mustia un dulce desdén de enamorado: debe dolerle mucho el corazón. Oh, Dios mío, recién a ti me llego, hoy que amo tanto en esta tarde; hoy que en la falsa balanza de unos senos, miro y lloro una frágil Creación. Y tú, cuál llorarás… tú, enamorado de tanto enorme seno girador…

 

Yo te consagro Dios, porque amas tanto; porque jamás sonríes; porque siempre debe dolerte mucho el corazón 

 

 

Otros versos de Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En “Los dados eternos” el poeta se dirige a Dios con amargura rencorosa. “Tú que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación”. Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de piedad y de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos, los primeros que hace diez años me revelaron el genio de Vallejo: El suertero que grita “La de a mil” contiene no sé qué fondo de Dios. Pasan todos los labios. El hastío despunta en una arruga su yanó. Pasa el suertero que atesora, acaso nominal, como Dios, entre panes tantálicos, humana impotencia de amor. Yo le miro al andrajo. Y él pudiera darnos el corazón; pero la suerte aquella que en sus manos aporta, pregonando en alta voz, como un pájaro cruel, irá a parar adonde no lo sabe ni lo quiere este bohemio dios. Y digo en este viernes tibio que anda a cuestas bajo el sol: ¡por qué se habrá vestido de suertero la voluntad de Dios! “El poeta –escribe Orrego– habla individualmente, particulariza el lenguaje, pero piensa, siente y ama universalmente”. Este gran lírico, este  gran subjetivo, se comporta como un intérprete del universo, de la humanidad. Nada recuerda en su poesía la queja egolátrica y narcisista del romanticismo. El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista; el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, unanimista. Vallejo, desde este punto de vista, no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su evo*. Es tanta su piedad humana que a veces se siente responsable de una parte del dolor de los hombres. Y entonces se acusa a sí mismo. Lo asalta el temor, la congoja de estar también él, robando a los demás: Todos mis huesos son ajenos; yo talvez los robé! Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro; y pienso que, si no hubiera nacido, otro pobre tomara este café! Yo soy un mal ladrón… A dónde iré! Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el horno de mi corazón…! La poesía de Los heraldos negros es así siempre. El alma de Vallejo se da entera al sufrimiento de los pobres. Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor. La Hacienda Menocucho cobra mil sinsabores diarios por la vida Este arte señala el nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de Los heraldos negros y de Trilce –ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria– se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia. Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino. He aquí lo que escribe a Antenor Orrego después de haber publicado Trilce: “El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!”. Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza. 

 

El grave problema es cómo interpretar esa grandeza, cuando cada día somos más pequeños, pero lo bello de eso, es que Vallejo siempre no altera, mal haríamos en alabarlo sin compartir su enorme sufrimiento, por esto Vallejo es la clave de una cibernética de tercer orden donde su grandeza nos pone a todos en lapsus.

https://www.youtube.com/watch?v=i9i_S4mnVxo&t=114s

 

Recrear la experiencia de esa comunión Vallejiana que está  detrás de las palabras es realmente alterarlo todo.

 

Estáis muertos.

 

Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo

estáis. Pero, en verdad, estáis muertos, muertos.

 

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del

zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la

sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que

la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

 

Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se

está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes

enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo

morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

 

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría

que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros

sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino el no haber

sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás.

Orfandad de orfandades.

 

Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una

vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

 

Estáis muertos.

 

Estas palabras pronunciadas en una declamación poética pierden todo su poder, deberían de ser pronunciadas en un funeral para que los muertos dejen de enterrar a los muertos o en una campaña política, o por un abogado hacia los jueces antes de que dicten sentencia o por un paciente a su médicos y entonces ahí vallejo entra en lapsus y nos hace entrar a todos en lapsus, luego devendrá la mentira  y se convencerán de que están vivos se peinaran de nuevo pero Vallejo les dirá:

 

Estoy cárdeno. Mientras me peino, al espejo advierto
que mis ojeras se han amoratado aún más, v que sobre
los angulosos cobres de mi rostro rasurado se ictericia la
tez acerbadamente.
Estoy viejo. Me paso la toalla por la frente, y un ra-
yado horizontal en resaltos de menudos pliegues, acentúa-
se en ella, como pauta de una música fúnebre, implaca-
ble … Estoy muerto.
Mi compañero de celda hase levantado temprano y está
preparando el té cargado que solemos tomar cada ma-
ñana, con el pan duro de un nuevo sol sin esperanza.
Nos sentamos después a la desnuda mesita, donde el
desayuno humea melancólico, dentro de dos porcelanas sin
plato. Y estas tazas a pie, blanquísimas ellas y tan lim-
pias, este pan aún tibio sobre el breve y arrollado mantel
de damasco, todo este aroma matinal y doméstico, me
recuerda mi paterna casa, mi niñez santiaguina, aquellos
desayunos de ocho y diez hermanos de mayor a menor,
como los carrizos de una antara, entre ellos yo, el último
de todos, parado junto a la mesa del comedor, engoma-
do y chorreando el cabello que acababa de peinar a la
fuerza una de las hermanitas; en la izquierda mano un
bizcocho entero ihabía de ser entero! y con la derecha
de rosadas falangitas, hurtando a escondidas el azúcar
de granito en granito …
¡Ay!, el pequeño que así tomaba el azúcar a la buena
madre, quien, luego de sorprenderle, se ponía a acariciar-
le, alisándole los repulgados golfos frontales:

Pobrecito mi hijo. Algún día acaso no tendrá a quién
hurtarle anícar, cuando 41 sea grande, y haya muerto su
madre.
Y acababa el primer yantar del día, con dos ardien-
tes lágrimas de madre, que empapaban mis trenzas naza-
renas.

 

Y entonces yo lo se los hombres volverán a ser humanos, por un pequeño momento frente al espejo pero este es un momento de eterno lapsus.  

 

   

Tiempo Tiempo.
Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era.

Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.

Mañana Mañana.

El reposo caliente aún de ser.
Piensa el presente guárdame para
mañana mañana mañana mañana

Nombre Nombre.

¿Qué se llama cuanto heriza nos?
Se llama Lomismo que padece
nombre nombre nombre nombrE.

“La violencia de las horas”
Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.

 

“Ágape”

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.

Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

 

“La cena miserable”

Hasta cuándo estaremos esperando lo que
no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones
por haber padecido…
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado…
Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos!
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.
De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará.
Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba…
Y menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durará!

 

Otro poco de calma, camarada;
un mucho inmenso, septentrional, completo,
feroz, de calma chica,
al servicio menor de cada triunfo
y en la audaz servidumbre del fracaso.

Embriaguez te sobra, y no hay
tanta locura en la razón, como este
tu raciocinio muscular, y no hay
más racional error que tu experiencia.

Pero, hablando más claro
y pensándolo en oro, eres de acero,
a condición que no seas
tonto y rehuses
entusiasmarte por la muerte tánto
y por la vida, con tu sola tumba.

Necesario es que sepas
contener tu volumen sin correr, sin afligirte,
tu realidad molecular entera
y más allá, la marcha de tus vivas
y más acá, tus mueras legendarios.

Eres de acero, como dicen,
con tal que no tiembles y no vayas
a reventar, compadre
de mi cálculo, enfático ahijado
de mis sales luminosas!

Anda, no más; resuelve,
considera tu crisis, suma, sigue,
tájala, bájala, ájala;
el destino, las energías íntimas, los catorce
versículos del pan: ¡cuántos diplomas
y poderes, al borde fehaciente de tu arranque!
¡Cuánto detalle en síntesis, contigo!
¡Cuánta presión idéntica, a tus pies!
¡Cuánto rigor y cuánto patrocinio!

Es idiota
ese método de padecimiento,
esa luz modulada y virulenta,
si con sólo la calma haces señales
serias, características, fatales.

Vamos a ver, hombre;
cuéntame lo que me pasa,
que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes  





La dialéctica de la poesía y el silencio * ¿Cabe alguna duda, ya, a estas alturas, de que la del peruano César Vallejo, nacido en Santiago de Chile en 1892, y fallecido en París en 1938, es una de las voces más decididamente hondas y perdurables y significativas, no sólo de la poesía sino de la literatura de toda de nuestra Latinoamérica, y aun del mismísimo idioma castellano? En pocos textos escritos en nuestra lengua se alcanza de manera más innegable, en una tradición de la que apenas un nombre como el de Quevedo, nada menos, podría dar testimonio, ho sólo una expresión literaria escrita absolutamente original y al mismo tiempo cargada de sentido, de sentidos, de una riqueza tantas veces fecunda y memorable que la vuelve sin más un verdadero y legítimo clásico, sino también ese testimonio latente, candente, de una experiencia más profundamente humana que meramente literaria, que es con mucho la ambición más raigal de ese nuevo camino que volvieron a abrir para la poesía de nuestro tiempo aquellos tres «meteoros del origen» que fueron, a fines del siglo pasado, Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé. Queda dicho, entonces, que el humildísimo pero concienzudamente empecinado Cholo Vallejo ha logrado, a la vez y probablemente sin habérselo propuesto, constituirse en el paradigma de una expresión tan radicalmente personal como dignamente nacional, continental, idiomática, así como alcanzar una de las cumbres más decididamente significativas de la mejor poesía contemporánea universal. Porque es el suyo el nombre que tanto Hispanoamérica como el idioma castellano podrán considerar como su aporte el día que se haga, si es que se hace alguna vez, el balance de las pocas voces realmente originales y representativas en la poesía del siglo. Pero esa gloria, la única honestamente deseable (seguir vivo en el corazón de los otros, hecho cultura y aliento mismo de la vida, hecho —ahora sí— un clásico), César Vallejo se la debe exclusivamente a sus poemas, y no —como pudo creerse— a los muchos mitos y leyendas que (a veces con razón) su persona o personaje han ido recibiendo casi desde el mismo momento de su muerte. Porque en Vallejo se ha querido ver tanto al mestizo americano que expresa a la vez el legítimo dolor del indio y su español, como al vidente que pudo prever su propia muerte en un soneto inolvidable {Piedra negra sobre una piedra blanca), como al Cristo ateo pero a la vez hondamente cristiano al que un acontecimiento histórico tan trágica como bellamente significativo y además hondamente conmovedor, la guerra civil española, permitió asumir en su propia carne el sacrificio de ofrecerse a su vez como cordero humano, no divino, en aras de una nueva humanidad, cuando no al profeta de esa misma nueva humanidad que la luminosa y soñada fraternidad total del socialismo iba a construir 

 

 

como un paraíso en la tierra, por citar sólo a algunas de sus muchas imágenes, y aunque haya gente que prefiera optar por una u otra de esas versiones, y hasta haya dedicido lanzarse sobre su biografía o sobre sus poemas buscando allí —muchas veces en fragmentos arbitrariamente escogidos— los argumentos justificativos para una u otra toma de posición (olvidando cuánto de legítima ambigüedad lingüística y humana, y cuánto de dialéctica y sabiamente paradójico asoma a menudo en tantos poemas de Vallejo), yo pienso, en cambio, que es posible admitir todas esas versiones, todas esas leyendas, todos esos mitos, que todos ellos tienen algo de razón, en un cierto sentido, y que todos ellos iluminan al menos un fragmento (cuando son honestos) de la más que íntegra y desnudamente humana verdad de la humanísima condición de Vallejo. Pero que también debemos volver a aceptar humildemente, sabiamente, concienzudamente, que la verdad más profunda y más auténtica que el gran poeta quiso darnos es la que quedó engarzada, latente, hecha evidencia viva, en sus poemas. En todos, no en aquellos que satisfagan sólo una u otra de nuestras parcialidades. En todos, en ese cuerpo escrito, latente, que es la indeleble y tocante obra poética de este gran poeta de nuestro idioma y nuestro ser más hondo. Nacional y universal, coloquial y profundísimo, honestamente comprometido y a la vez libre por esencia, hermético cuando hubo que serlo y significativo por propia deriva de su ser, capaz siempre de entregarse vivo a su lenguaje, a su lengua, y de dejarse conducir por ella en busca de lo que había de ser dicho, los textos de Vallejo nos esperan con la misma exigencia de integridad y de pasión con que él los escribió. Es allí donde respira más que latente, viva, su verdad verdadera, si a veces contradictoria y hasta oscura, siempre centralmente iluminadora y fraternal. No hay trampas allí, no hay añagazas, no hay estrategias, no hay supuestos, no hay seducción ni habilidades ni programas ni dogmas ni mensajes ni oscuridades porque sí, porque él no quiso. Si Los heraldos negros, su primer libro publicado, de algún modo significa —a mi modesto entender— la culminación posible de lo mejor que el modernismo podía ofrecernos, Trilce, el segundo, es la concreción de una ruptura total, por propia e imperiosa necesidad de expresión, con los convencionalismos de la gramática y la sintaxis, que atan al verbo, y de algún modo también culmina por anticipado muchas de las contemporáneas o futuras experiencias vanguardistas que se quedaron solamente en la cascara de la cuestión. Ya que en estos dos libros van comenzando a aparecer, en forma la mayor parte de las veces por demás evidente, los signos de una expresividad tan comunicativa y tan raigalmente humana, original, personalísima, y que al unísono es tan de Vallejo como de la mismísima especie, a la que asume por propia derivación, y no sólo verbalmente, sino muy especialmente en su palabra. El mismo terreno donde se concretará, en ese libro postumo al que se dio en llamar Poemas humanos, reuniendo en él tanto poemas en prosa —magníficos— de un período anterior como los textos más cabalmente genuinos que había ido escribiendo casi sin cesar en sus últimos años, y con los que culmina —ahora sí— su propia experiencia de escritor (y de hombre). Esos textos que nos devuelven, a veces con impactos tan fuertes que nos hacen casi físicamente doler, no sólo la propia experiencia por ellos imperecedera del individuo Vallejo, sino el cogollo mismo —como ya dije— de toda

nuestra humana condición. Que al mismo tiempo es asumida en un acontecimiento colectivo que no podía sino tocarle de cerca y casi milagrosamente concretado: la maravillosa y espontánea resistencia del pueblo español contra la más que sombría amenaza del fascismo, en el otro libro —no menos tocante y estremecedor— que se publicó después de su muerte: España, aparta de mí este cálit^, y que constituye sin duda no sólo la obra literaria más válida y perdurable relacionada con la guerra civil y la revolución española, sino también otro polo fundamental para encarar la comprensión más profunda del universo vallejiano. Y en ese sentido debe ser bienvenida esta algo tardía pero lógicamente elogiable traducción a nuestro idioma (debida a Luis Justo) del brillante trabajo que sobre la poesía de Vallejo publicara ya en 1976 la universitaria norteamericana Jean Franco. Sin abrumarnos con esquemas más o menos rígidos de forzada «interpretación», sin caer en los alambicamientos y los devaneos que cierta crítica pretendidamente ultraintelectual nos ha asestado en los últimos tiempos, la autora ejerce su derecho de leer a Vallejo con mirada evaluativa propia, personal, pero sin olvidarse de él, y consigue de ese modo —en gran medida— ofrecernos la oportunidad de una nueva lectura, basada principalmente en su valoración de los poemas, más que en las anécdotas de una biografía por cierto más que significativa, descubriendo en lo profundo de la quizá breve obra (apenas cuatro libros, como vimos, pero qué libros) poética de nuestro Vallejo una interpretación más ardua y más fecunda —y a la vez quizá más limpia y coherente— que aquella que se quedaba en meros mitos o leyendas, basados en anécdotas o en citas, y que al final del recorrido, en la última página nos devuelve, como decíamos más arriba, a la verdadera riqueza que César Vallejo tendrá siempre para ofrecernos: sus poemas, que —como bien dice la autora «no nos proponen usar a Vallejo como chivo emisario que nos exima de la experiencia sino recoger el guante que nos lanza el texto», para concluir, lúcida y valientemente: «Lo menos que podemos hacer es dejar los mitos de lado, abstenernos de ver al poeta como sufriente vicario y asumir como propios las dificultades y los conflictos». Que fue, en definitiva, lo mismo que hizo él, en poesía y vida, Y es lo que en sus poemas nos exige, cada vez, como lector protagonista: que estemos a su altura.—RODOLFO ALONSO (Ricardo Gutierre^ ^7 , Olivos 16j6, ARGENTINA).

https://www.youtube.com/watch?v=WBWk-TJ5KhU

Tamara Kamenszain   

 

 

 VOY A HABLAR DE LA ESPERANZA

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

 


2 comentarios:

Christian Franco dijo...

https://www.youtube.com/watch?v=E-VKPlsjVOU

Christian Franco dijo...

https://youtu.be/su9TkCg5lHc