Trump y el rostro neofascista
Guerra cognitiva y cultural es un libro coral donde se
analizan los elementos que conforman el nuevo fascismo pero que, a diferencia
de otros textos, también plantea escenarios alternativos desde campos como la
pedagogía o la renta básica.
Libro coral donde se analizan los elementos que conforman el
nuevo fascismo pero que, a diferencia de otros textos, también plantea
escenarios alternativos desde campos como la pedagogía o la renta básica. El
texto se divide en dos partes claramente diferenciadas. La primera analiza el
neofascismo que se nos viene, sus estrategias de guerra cognitiva y su intento
de controlar conciencias en tiempos del capitalismo digital. La segunda aborda
las alternativas en el campo de la educación, la seguridad integral y los
derechos humanos, y el reparto de lo común. Como describe Peter McLaren en el
prólogo, «Guerra cognitiva y cultural. Claves para combatir el auge del
neofascismo» juega un papel importante en el desarrollo de un proyecto
revolucionario antifascista que intente crear los espacios de ayuda mutua y de
altruismo desinteresado, donde el poder se concentre en la comunidad y se
dirija al bien común, donde se humanicen las relaciones sociales y se respeten
las diferencias, donde se eviten el totalitarismo en política, el autoritarismo
en la religión, el paternalismo en nuestras relaciones sociales, el patriarcado
en nuestras familias, el ecocidio en nuestra relación con la naturaleza y el
epistemicidio en nuestras relaciones con otros grupos, comunidades y países».
Me gustaría acceder al libro si alguien lo puede piratear yo
lo agradecería, pero ya de plano no creo que la lucha sea contra el fascismo,
comprendamos lo que esta haciendo Trump, le está exigiendo a su pueblo
norteamericano que vuelvan a ser los protestantes pioneros capaces de un
ascetismo económico, esos puritanos que ahorraban y que bien describe Max weber
en la ética protestante, es decir le está
pidiendo la país más consumista del mundo que deje de consumir por un
tiempo para que vuelvan las industrias a Norteamerica, esto es un golpe al
neoliberalismo brutal, claro que no para hacer un socialismo sino para volver a
concentrar el poder no en el capital norteamericano sino en la nación
norteamericana que ya no existe, de pronto en la poshumanidad un hombre se para
y dice que el hombre y en especial el hombre blanco protestante norteamericano
está llamado a salvar y liderar el
mundo, es una locura de la cual no creo que Trump salga bien parado, pero abre
muchas puertas se rompe el monopolito neoliberal y lo que sigue es: Así como
Trump replantea el fascismo replantear
el comunismo
http://adagioalamor.blogspot.com/2025/03/que-es-el-comunismo-complementario.html
ÚLTIMA HORA: Donald Trump vierte leña sobre el fuego
económico furioso de Estados Unidos amenazando con un arancel adicional del 50
% sobre las importaciones chinas, y su razón es absolutamente absurda.
MAGA nos está forzando de cabeza a una recesión completa...
Ayer, China emitió aranceles de Retaliatoria del 34%, además
de sus aranceles ya récord de fijación de aranceles, aranceles no monetarios,
subsidio ilegal de empresas, y manipulación masiva de largo plazo de la moneda,
a pesar de mi advertencia de que cualquier país que se retira contra los EE.UU.
mediante la emisión de arancelES adicionales, por encima y más allá de sus ya
existentes a largo plazo El abuso arancelario de nuestra nación, se recibirá
inmediatamente con aranceles nuevos y sustancialmente más altos, además de los
inicialmente fijados", escribió Trump en Truth Social.
Por supuesto, los aranceles chinos fueron una respuesta
directa a los arancelES de Donald Trump, que a su vez fueron concebidos de
acuerdo con una fórmula loca que involucra déficits comerciales. Trump quiere
golpear a todo el mundo con aranceles dañinos y de alguna manera espera que no
devuelvan el golpe.
"Por lo tanto, si China no retira su aumento del 34%
por encima de sus ya a largo plazo abusos comerciales para mañana, 8 de abril
de 2025, los Estados Unidos impondrán aranceles ADICIONALES a China del 50%, a
partir del 9 de abril", continuó Trump.
"¡Además, todas las conversaciones con China sobre sus
reuniones solicitadas con nosotros serán terminadas! Las negociaciones con
otros países, que también han solicitado reuniones, comenzarán de inmediato.
¡Gracias por su atención a este asunto! "añadió.
Si Trump cierra las negociaciones con China, la economía
permanecerá bloqueada en su actual espiral de muerte hasta que los
estadounidenses se vean reducidos a la pobreza abyecta en masa. Nada se ganará.
Todo podría perderse.
Trump y sus compinches multimillonarios estarán aislados del
accidente por su inmensa riqueza mientras el resto de nosotros sufrimos y vemos
cómo nuestros ahorros se reducen a cenizas. Los precios se dispararán. Millones
de ancianos podrían verse obligados a posponer o salir de sus jubilaciones.
Dado que Trump ya ha impuesto un arancel del 20 % a las
importaciones chinas, estos nuevos aranceles podrían empujar la tasa
arancelaria efectiva hasta el 70 %, lo que detendría el comercio entre las dos
naciones.
No hay límite para lo mal que las cosas podrían ponerse.
Y la respuesta de la gente ha sido contundente no porque
estén contra el fascismo o autoritarismo, mucho menos porque se esté desapareciendo a todo un pueblo en gaza con
el apoyo norteamericano y el silencio del mundo
sino porque Trump se ha metido con la verdadera identidad americana el
consumismo.
https://www.facebook.com/MagalyLopezOax2/videos/1737282087137372
Comparado a la reforma neoliberal esto es algo muy distinto, la reforma de
Reagan y Thatcher fue una reforma trans humana donde el capital se libera de
las barreras de los estado nación para formar estados corporativos
trasnacionales en el Perú esta reforma la llevo acabó Fujimori el debate sobre la figura de Fujimori es
importante: Primero es un dictador pero como dictador demostró que la
democracia no sirve, segundo le gano la guerra a los grupos alzados en arma ,
pero profundizando el terrorismo de estado, tercer hizo reforma neoliberal
cancelando cualquier proyecto nacional político, social o cultural, los mas de
200 mil muertos en la pandemia, la inseguridad que vivimos ahora, la pauperrima
educación, la violencia sexual entre muchas otras cosas son producto de la
reforma neoliberal así como la estabilidad macroeconómica, Cuarto es un
corrupto pero demostró que la única manera de gobernar este país es con un
tejido de poder detrás del poder, en este tejido debe de estar: las fuerzas
armadas, policiales, los medios de comunicación, el congreso , la fiscalía , le
poder judicial , el tribunal constitucional, su hija perfecciono esta
estrategia montesinista y ahora nos gobierna a traves de alianzas y un gobierno
titere y quinto Fujimori no es peruano pero el perú como tal no existe, el
horizonte panandino que es el unico que le podía dar identidad al Perú fue
destruido en la guerra interna, no por nada fujimori esterelizo forzadamente a
tantas mujeres, terminado con el proceso de vaciamento de toda identidad que
empezó en la colonia, el Perú se convierte en tierra de nadie como bien lo han
demostrado los migrantes venezolanos haciendo su red criminal y los inversores
extranjeros con sus capitales golondrino y su lavado de dinero. Así que en conclusión estamos ante un
personaje histórico que termina por destruir lo que los españalos ni los
republicanos pudieron y abre al Perú al mercado como tierra de nadie.
Pero si Trump hace renacer el protestantismo en Estados
Unidos ¿No podemos hacer renacer un tercer periodo panandino en el Perú
extendiéndonos en un biotejido con toda sudamerica?
Pero de pronto no se llega a valorar lo que está haciendo
Trump sino comprendemos como lo liberal con su tecnología ha ido erosionando el rostro humano para hacerlo nada mejor que el libro de Gunther
Anders de la obsolencia del hombre
El primer tomo fue publicado por C.H. Beck en Múnich en
1956.[1][2]
Cuando se publicó el segundo tomo en 1980, Sobre la destrucción de la vida
en la era de la Tercera Revolución Industrial (Über die Zerstörung des
Lebens im Zeitalter der dritten industriellen Revolution) con ensayos
recopilados entre los años 1957-1979, Anders excusó en el prólogo del mismo el
retraso de casi 25 años con el hecho de que después de su estudio filosófico de
la situación nuclear, se sintió obligado a “participar realmente en la lucha
contra la amenaza [nuclear] liderada por miles [de personas]” y contra el genocidio
en Vietnam.
“Se ha dicho de mi descripción del hombre contemporáneo que
es unilateral, pues se limita a situaciones y actos de consumo, especialmente a
la situación de la radio y la televisión. Este reproche pasa por alto lo
principal de mi teoría, porque mi tesis se refiere a que casi todas las
ocupaciones del hombre se han hecho dependientes de las ocupaciones de consumo
o se han transformado en tales. Hoy ya no vale que el consumo interrumpa de vez
en cuando nuestra existencia de no consumo, sino-al contrario, qué raras veces
emerjan actos de no consumo dentro de nuestro continuum consumista”
Este volumen, que acabé hace más de un cuarto de siglo, hoy
me parece no sólo no anticuado, sino más actual que entonces. Esto no demuestra
nada a favor de la calidad de mis análisis de aquel momento, sino por el
contrario todo en perjuicio de la calidad de la situación del mundo y del
hombre analizados, pues ésta no ha variado en lo fundamental desde el año 1956,
ni podría haber cambiado. Mis descripciones de entonces no eran pronósticos,
sino diagnósticos. Las tres tesis principales: que no estamos a la altura de la
perfección de nuestros productos; que producimos más de lo que podemos imaginar
y tolerar; y que creemos que lo que podemos, también nos está permitido —no: lo
debemos; no: tenemos que hacerlo—.. Estas tres tesis fundamentales son, por
desgracia, más actuales y explosivas que entonces ante los peligros de nuestro
mundo, que se han hecho más evidentes en el último cuarto de siglo. Subrayo,
pues, que hace veinticinco años yo no disponía en absoluto de facultades
“proféticas”; que, por entonces, el 99 por ciento de la población mundial era
incapaz de prever; no: que había sido metódicamente hecha incapaz de ver cosa
que, por entonces, ya había indicado mediante la introducción de la expresión
“ceguera del apocalipsis”
Marco histórico
Como señala Rüdiger Zill, el libro apareció en un momento en
que la filosofía de la tecnología se estaba convirtiendo en un tema central en
el diagnóstico del presente. En el mismo año se publicó Der Streit um die
Technik (La controversia sobre la tecnología) de Friedrich Dessauer (que, por cierto, fue
uno de los pocos escritos tecno-optimistas) y Urmensch und Spätkultur (El
hombre prehistórico y la cultura tardía) de Arnold
Gehlen, al que siguió un año después, como una revisión de un libro
publicado por primera vez en 1949, su Die Seele im technischen Zeitalter
(El hombre en la era de la tecnología). El influyente ensayo de Martin
Heidegger Die Frage nach der Technik (La cuestión de la tecnología)[4]
(1954) y la Theorie des gegenwärtigen Zeitalters (Teoría de la era
actual) de Hans Freyer (1956) se habían
publicado anteriormente. También The Human Condition (La condición
humana) de Hannah Arendt de 1958 puede incluirse en cierto
sentido.[5]
Si bien la mayor parte de los autores citados se
posicionaron de forma crítica con respecto a la técnica, ninguno alcanzó la
redicalidad de Anders, en el cual el foco de atención se desplazó de la
explotación del hombre por el hombre hacia la deshumanización a través de la
tecnología.[
Estructura
El primer tomo consta de tres partes:
Sobre la vergüenza prometeica (Über prometheische Scham)
trata sobre la transformación del hombre en la era industrial a través de la
confrontación con las máquinas,
El mundo como fantasma y matriz (Die Welt als Phantom und
Matrize) se centra en los nuevos medios -en aquella época- de comunicación:
radio y televisión
Sobre la bomba y las raíces de nuestra ceguera apocalíptica
(Über die Bombe und die Wurzeln unserer Apokalypse-Blindheit) analiza las
consecuencias de la bomba atómica
El texto es complementado con un breve análisis denominado
"Sein ohne Zeit" (Ser sin tiempo) de la obra de teatro de Samuel
Beckett Esperando a Godot.
Crítica de la técnica
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Una de las tesis básicas de la obra es que el hombre en la
sociedad industrializada ya no puede seguir el ritmo de sus propios productos y
que ya no está a la altura de la perfección de los mismos.[7]
Anders habla en ese sentido del "gradiente [o brecha] de Prometeo"[8]
entre las diferentes habilidades humanas, es decir, entre su capacidad para
producir algo y la capacidad de imaginar las consecuencias de esta producción.
Para él, esto conduce a la tesis inversa de la de Karl Marx de cambiar el
mundo,[9]
ya que uno debe tratar de comprender los cambios que uno mismo ha causado.
Anders ve al hombre como "saboteador de sus propios logros" [...]
porque él, como producto natural, como nacido, como cuerpo, está claramente
definido, de forma tal que no es capaz de acompañar los cambios cotidianos del
mundo de los aparatos.[10]
Reconciliarse con su inferioridad y atraso, aceptar la terquedad de su cuerpo
frente a los aparatos, está por supuesto fuera de discusión para los
contemporáneos; así que deben hacer algo, y esto es el sueño de volverse igual
a sus dioses: las máquinas.[11]
Ello se expresa en el imperativo categórico: "'Actúa de tal manera que la
máxima de tu acción sea la del aparato del que eres o serás parte."[12]
Estos intentos de comprensión se plantean con una intención
netamente práctica, porque para Anders era una necesidad político-existencial
superar la "ceguera" de la gente ante el apocalipsis técnico que
ellos mismos preparaban, para poder evitar una posible ocurrencia del mismo.[13]
Las tesis de Anders sobre la vergüenza prometeica de las
personas frente a sus productos se encuentran en la tradición de la crítica de
la alienación y la cosificación, que se extiende desde Karl Marx hasta
las discusiones sobre el taylorismo y el fordismo del
período de entreguerras. También están motivadas por las propias experiencias
de Anders con el trabajo en la línea de montaje, en el que experimentó de
primera mano la "sincronización con el engranaje de la máquina".[14]
La vergüenza, entonces, es una expresión de la falta de identificación con lo
que uno es, no con lo que se ha hecho. No es sólo una autorreferencia temporal,
sino una fundamentalmente fallida de un individuo que se siente idéntico y no
idéntico a sí mismo al mismo tiempo y resulta en un estado oscilante de
irritación, desorientación y desconcierto.[5]
Anders reconoce en esta adaptación del hombre a la máquina, que describe no
solo como un proceso mental sino también físico, una pérdida de ego que también
es bienvenida por el hombre moderno, ya que se avergüenza de la perfección de
los dispositivos de su ego. Para evitar al menos un poco esa vergüenza prometeica,
los hombres hacen imágenes de sí mismos.[5]
En sus fotografías pueden al menos sobrevivir en efigie, y sólo en la imagen el
hombre puede entrar también en la producción en serie: "Y si vive 'sólo'
como modelo, de alguna manera 'él' también existe en sus copias".[15]
La adicción a la multiplicación adquiere hoy una dimensión históricamente
única. 'De hecho, es un fenómeno clave, sin cuyo uso no sería posible ninguna
teoría de nuestra época. Y como sólo una nueva expresión puede mostrar que se
trata de un concepto de alcance filosófico, acuñamos el término 'iconomanía'."[16
Si yo fuera sólo uno de vosotros ya no tendría que
avergonzarme, me amoldaría con gusto
al eterno retorno,
iría por la vía determinada, acorde en el aparato,
haría lo que hice ayer,
y lo que haré mañana,
nadie sabría quién soy, jamás debería saber quiénes fueron
mis padres en el oscuro origen,
que yo, diminuto, en el seno nadaba como un pez
y como un terrón ensangrentado vine al mundo,
en vez de, candente en el horno, y perforado por cosas,
con ánimo acorazado,
saltar entre vosotros, !
Primer encuentro con la verguenza prometeica. El Prometeo
actual pregunta: ¿Quién soy yo?
Empiezo con algunas citas de diarios de California.
11 de marzo de 1942
“Creo que hoy por la mañana he descubierto una nueva parte
púdica, un motivo de vergiienza, que no se dio en el pasado. De momento, para
mí, lo llamo vergilenza prometeica; con ello me refiero a la vergúenza ante las
cosas producidas [por nosotros], cuya alta calidad 'avergitenza"”
Con T. [¿Adorno?] decidí hacer una visita guiada a una
exposición técnica que se ha inaugurado aquí. T. se comportó de manera extraña;
tanto que, al final, en vez de observar los aparatos sólo lo miraba a él, En
cuanto empe26 a funcionar una de las piezas más complicadas, bajó los ojos y
enmudeció. Aún más sorprendente fue que ocultara sus manos detrás de su
espalda, como si se avergonzara de haber llevado estos “aparatos” suyos, pesados,
burdos y obsoletos, a esa alta sociedad de aparatos, que funcionan con tanto
esmero y finura.
Pero este “corno si se avergonzara” es demasiado tímido. La
imagen de su comportamiento era nítida. Las cosas, que él reconocía como
ejemplares, como superiores a él y como representantes de una clase de ser
superior, representaban para él realmente el mismo papel que habían desempeñado
para sus antepasados las personas con autoridad o los milteus considerados
“superiores”. Le parecia realmente insoportable tener que estar, con su torpeza
corporal y su inexactitud como criatura, ante los ojos de los aparatos
perfectos; se avergonzaba de verdad.
Cuando trato de examinar esa “verguenza prometeica', el
origen aparece como su objeto fundamental, como la mácula fundamental de quien
se avergúenza. T. se avergúenza de haber llegado a ser en vez de haber sido
hecho, o sea, por el hecho de que, a diferencia de los productos impecables y
calculados hasta el último detalle, debe su existencia al proceso ciego y no
calculado, extremadamente arcaico, de la procreación y el nacimiento. Su
vergiienza consiste, pues, en su natumn esse, en su nacimiento bajo, que él
considera (de la misma manera que el cronista de los fundadores religiosos)
“ordinario” porque es nacimiento. Y si se avergiienza de su origen anticuado,
también se avergiienza del resultado imperfecto e inevitable de ese origen: de
sí mismo.
Por lo demás, T. permaneció mudo durante toda la visita. Y
sólo más tarde recuperó el habla, cuando la exposición ya había quedado lejos.
También esto me parece que refuerza la exactitud de mi hipótesis de la
vergúenza, pues cuando la vergúenza se expresa, lo hace a través de la
autoocultación; en todo caso, cualquier autoexpresión habría estado en
contradicción con la vergúenza.
13 de marzo
Sobre el comportamiento de T.
La obstinación prometeica consiste en la negación a ser
deudor de algo (incluso de sí mismo) ante otro; el orgullo prometeico en
deberse todo (incluso sí mismo) exclusivamente a sí mismo. Restos de esta
actitud (tan típica del decimonónico selfmade man) siguen persistiendo aún hoy,
pero ya no son carac terísticas nuestras, En su lugar han entrado claramente
actitudes y sentimientos de otro tipo; actitudes, ciertamente, que son
resultado del particular destino del prometeismo, pues éste ha experimentado
una transformación en verdad dialéctica. En cierto modo, Prometeo venció
demasiado triunfalmente, tanto que ahora, confrontado con su propia obra, el
orgullo, que fue tan natural en el siglo XIX, empieza a desaparecer para quedar
reemplazado por el sentimiento de la propia inferioridad y miseria. “¿Quién soy
yo?”, pregunta el Prometeo actual, el bufón cortesano de su propio parque de
máquinas, “quién soy yo?”
Ante este trasfondo trastornado hay que ver el deseo del
hombre actual de llegar a ser un selfmade man, un producto: él quiere hacerse a
sí mismo no porque no soporte ya nada de lo que no ha sido hecho por él mismo,
sino porque tampoco quiere ser nada no hecho. No parque le indigne ser hecho
por otro (Dios, los dioses, la naturaleza), sino porque no es hecho y, en
cuanto no hecho, está sometido a todos sus productos fabricados,
14 de marzo
Lo que precede es claramente la variante de un error
clásico, el de la permuta de quien hace con lo hecho, La expresión procede de
las Confesiones: con ella, Agustín designa la falsedad religiosa kat'exochen
[por antonomasia], es decir, la adoración de un creatum (el mundo o una parte
del mismo), que se debe al creator y sólo a éste; o la representación plástica
de un Dios a imagen de un creatum. La correspondencia de ambos errores es
clara: el hombre, en su “vergúenza prometeica”, también antepone lo hecho a
quien lo hace; confiere a lo hecho asimismo el rango superior de ser.
Ciertamente, aquí acaba la analogía, pues el papel que desempeña el hombre está
totalmente cambiado en la “vergúlenza prometeica”: mientras, para Agustin, el
hombre eo ¡pso pertenecía a las criaturas, aquí aparece exclusivamente en su
calidad de homo faber y, por tanto, corno ser que fabrica sus fabricaciones.
“Permuta de creator y creatum” significa, pues, aquí, que el honor, que rinde a
sus cosas, propiamente se lo debe a sí mismo y sólo a sí mismo. Su error, pues,
no demuestra superbia, sino autobumillación, ya que renuncia al honor que le
corresponde a él mismo, como atestigua T. con su comportamiento.
En una leyenda molúsica se dice que el dios creador molúsico
Bamba, tras haber creado las montañas molásicas, se recluyó inmediatamente en
lo invisible y desde ese momento ha permanecido invisible, “porque ante las
montañas se avergonzó de no ser como ellas” T. corresponde a ese dios molúsico.
T. quiere también “estar ahí existir. Pero “estar ahí” como
“hijo natural”, en vez de como producto legítimo; como engendrado, en vez de
como engendro; como hombre, en vez de como igual a los demás aparatos: eso es
lo que le duele y le molesta; y presumiblemente eso es lo que considera incluso
como pecado original (aunque no utiliza esta expresión y no exprese en palabras
su desencanto). Brevemente, con las palabras de) canto molúsico a la industria:
A diario sube de los autómatas
un aparato cada vez más hermoso, Nosotros sólo seríamos
malogrados, sólo se nos creó obsoletos.
Demasiado temprano del fondo oscuro preformados y fuera de
lugar,
estamos en una hora demasiado tardía, imprecisos en este
mundo.
Ah, en el círculo de la exacto
no nos conviene estar orgullosos. Autoconfianza sólo a las
cosas,
sólo a los aparatos les está permitido el orgullo.
Crítica de los medios de comunicación
En el capítulo sobre “El mundo como fantasma y matriz” hay
intuiciones que hoy pueden considerarse sorprendentemente clarividentes, sobre
todo porque fueron formuladas cuando apenas comenzaba la era de la televisión.[17]
Esto se aplica tanto a la observación de los cambios sociales provocados por la
introducción de la radio y la televisión como medios de comunicación de masas,
que habrían conducido al surgimiento del "ermitaño de masas"[18][N
1] como a la reestructuración de la vida familiar,[19]
así como por la descripción filosófica de la “ambigüedad ontológica”[20]
de los fenómenos de los medios que ha involucrado a teóricos de los medios
desde Marshall McLuhan hasta Jean
Baudrillard.[21]
Anders afirma en el prólogo al segundo tomo de La obsolescencia del hombre,
que la técnica “se ha convertido en la actualidad en el sujeto de la historia
[...]”.[22]
El capítulo sobre la radio trata principalmente de una pérdida del mundo, ya
que la realidad, en primer lugar, solo llega al consumidor de radio y
televisión como un "fantasma"[23]
y, en segundo lugar, el medio se escenifica desde el principio por su idoneidad
para la transmisión. sirviendo como una “matriz” de la realidad, por lo que “lo
real se convierte en la imagen de sus imágenes”[24]
"La categoría principal, el destino principal de nuestra existencia hoy
es: imagen. Por 'imagen' me refiero a cualquier representación del mundo o
partes del mundo, independientemente de si se trata de fotografías, carteles,
imágenes de televisión o películas. 'imagen' es la categoría principal porque
hoy las imágenes ya no ocurren como excepciones en nuestro mundo, porque
estamos rodeados de imágenes, porque estamos expuestos a una lluvia constante
de imágenes."
EL MUNDO SUMINISTRADO A DOMICILIO
Ningún medio es sólo medio
La primera reacción a la crítica, a la que vamos a someter
aquí a la radio y a la televisión, sonará así: tal generalización no está
permitida; lo que interesa es exclusivamente lo que hacemos con esos
dispositivos, cómo nos servimos de ellos, con qué fines los utilizamos como
medios: buenos o malos, humanos o inhumanos, sociales o antisociales.
Es conocido este optimista argumento —en la medida en que se
pueda utilizar tal expresión—, procedente de la época de la primera revolución
industrial; y en todas las madrigueras se sigue viviendo con la misma
irreflexiva superficialidad.
Su validez es más que dudosa. La libertad de disponer de la
técnica que presupone; su fe en que hay partes de nuestro mundo que no son más
que “medios” a los que se podrían adjudicar ad libitum “buenas finalidades” es
pura ilusión. Los dispositivos mismos son facta que, además, nos marcan. Y este
hecho, que nos marquen sin importar para qué fin los aprovechemos, no
desaparece degradándolos verbalmente a ser “medios”. De hecho, la burda
división de nuestra vida en “medios” y “fines”, como se hace en este argumento,
no tiene nada que ver con la realidad. Nuestra existencia, repleta de técnica,
no se descompone en señales particulares, nítidamente delimitadas, que indican
unas los “medios” y otras los “fines”. Este reparto sólo es legítimo en
acciones individuales y en procedimientos mecánicos aislados. No cuando lo que
nos importa es la “totalidad”, en la política o la filosofía. Quien articula
nuestra vida como un todo con ayuda de estas dos categorías la considera según
el modelo de la acción determinada por la finalidad, o sea, como proceso
técnico, cosa
que es una muestra de la barbarie que tanto indigna,
especialmente cuando se presenta como máxima “El fin justifica los medios”. El
rechazo de esta fórmula pone de manifiesto la misma torpeza que la de su
aceptación (por lo demás, muy raras veces explícita), pues también quien la
rechaza afirma, aunque sin expresarlo, la legitimidad de las dos categorías. La
verdadera humanidad, sin embargo, sólo empieza cuando esta distinción se
convierte en absurda: cuando tanto los medios como los fines están impregnados
de vida cultivada y educación ética hasta el punto de que, ante fragmentos
concretos de la vida o el mundo, ya no se puede saber ni preguntar si son
“medios” o “fines”; sólo cuando
El trayecto hacia el manantial es tan bueno como beber.
Naturalmente podemos utilizar la televisión con el fin de
participar en un servicio religioso. Pero lo que con ello nos “marca” o
“transforma —lo queramos o no- tanto como el mismo servicio religioso es el
hecho de que no participamos, sino consumimos sólo su imagen. Sin embargo, este
efecto de libro ilustrado es no sólo diferente del “pretendido”, sino lo
contrario. Lo que nos marca y nos desmarca, lo que nos conforma y nos deforma
son no sólo los objetos transmitidos por los “medios”, sino los medios mismos,
los aparatos mismos, que no son sólo objetos de un uso posible, sino que
determinan su utilización a través de su estructura y función fijas y, con
ello, también el estilo de nuestro quehacer y nuestra vida: en pocas palabras,
a nosotros
Como lectores de las siguientes páginas tengo presentes a
los consumidores, o sea, a los oyentes y telespectadores. En segundo lugar, a
los filósofos de oficio y al personal de la radio y la televisión. El objeto
les resultará raro a los filósofos; y a los especialistas, la manera como lo
trato. Ciertamente, no me dirijo a todos los consumidores, sino sólo a quienes
alguna vez les haya ocurrido que, durante o tras una emisión, han quedado perplejos
y se han preguntado: “¿Y qué hago yo propiamente ahí? ¿Qué se me está haciendo
realmente?” A estos que han quedado perplejos hay que ofrecerles un par de
aclaraciones.
El consumo de masas tiene lugar hoy de manera solitaria.
Cada consumidor es un trabajador doméstico no pagado al servicio de la
formación del hombre-masa.
Antes de que se instalaran los “grifos de agua” culturales
de las radios en sus casas, los Schmid y los Muller, los Smith y los Miller
habían confluido en los cines para consumir colectivamente y, por tanto, como
masa, las mercancías que se habían producido para ellos de manera estereotipada
y masiva. Se podría ver en esta situación cierta unidad de estilo: la
congruencia de la producción masiva' y el consumo de masas; pero eso sería una
equivocación. Nada contradice más rotundamente las intenciones de la producción
masiva que una situación de consumo en que varios o incluso numerosos
consumidores disfrutan al mismo tiempo de un mismo ejemplar (o de una misma
reproducción) de una mercancía. Para el interés de los productores masivos
resulta indiferente que ese consumo conjunto represente una “verdadera
experiencia comunitaria” o sólo la suma de muchas experiencias individuales. Lo
que les interesa no es la masa masificada como tal, sino la masa fragmentada en
una cantidad, a ser posible grande, de compradores; no la posibilidad de que
todos consuman lo mismo, sino que cada uno compre lo mismo por una misma necesidad
(cuya implantación se ha procurado del mismo modo). En innumerables industrias
se ha alcanzado plenamente o casi este ideal. Me parece discutible que la
industria cinematográfica lo pueda alcanzar de manera óptima porque,
continuando la tradición teatral, aún sirve su mercancía como un espectáculo
para muchos al mismo tiempo. Sin duda, esto representa un residuo arcaico. No
es de extrañar que la industria radiofónica y televisiva, a pesar de su enorme
desarrollo, pudieran competir con el cine: ambas industrias tenían la suerte
añadida de vender como mercancía, además de las mercancías que había que
consumir, también los aparatos necesarios para el consumo; y, a diferencia del
cine, casi a cada uno de los consumidores. E igualmente tampoco es sorprendente
que casi cada uno aprovechara la oportunidad, pues la mercancía, a diferencia
del cine, se podía suministrar a domicilio mediante los aparatos. Así que,
pronto, los Schmid y los Smith, los Múller y los Miller, que antes habían
pasado juntos varias tardes en los cines, ahora se sentarán en casa para “reci bir”
radiocomedias o al mundo. La situación natural en el cine: el consumo de la
mercancía masiva por una masa había desaparecido aquí, cosa que naturalmente no
comportó ninguna disminución de la producción masiva; más bien, la producción
masiva para hombres-masa —y la producción de estos mismosfue subiendo a diario
sin interrupción. A millones de oyentes se les sirvió el mismo alimento para el
oído; cada uno fue tratado, mediante este producto en masse, como hombre-masa,
como “artículo indeterminado”; cada uno quedó fijado en esa cualidad suya, o
sea, en su falta de cualidad. Sólo que, justo por la producción masiva de los
aparatos receptores, el consumo colectivo resultó superfluo. Los Schmid y los Smith,
pues, consumían los productos masivos en famille o incluso solos; cuanto más
solos, más productivos: había surgido el tipo de eremita-masa; y, ahora, son
millones de ejemplares -cada uno separado de los demás y, sin embargo, igual a
ellos— los que están sentados en su hogar como ermitaños, pero no para
renunciar al mundo, sino para no perder ni una migaja del mundo in effigie por
amor de Dios.
Cualquiera sabe que la industria ha abandonado su postulado
de la centralización, indiscutible hace una generación, la mayoría de veces por
razones estratégicas, a favor del principio de la “dispersión”. No es
contradictorio que este principio de la dispersión ya sea válido hoy para la
producción del hombremasa. Y digo para la producción de éste, a pesar de que habíamos
hablado sólo del consumo disperso. Pero este salto del consumo a la producción
está justificado aquí porque ambos coinciden de una manera particular, pues (en
un sentido no materialista) el hombre “es lo que come”: se producen hombresmasa
porque se les deja consumir productos masivos; cosa que significa al mismo
tiempo que el consumidor de mercancías masivas, mediante su consumo, se
convierte en colaborador en la producción del hombre-masa (o sea, en
colaborador en la configuración de sí mismo en un hombre-masa). Consumo y
producción coinciden, pues, aquí. Si el consumo “se dispersa”, también lo hace
igualmente la producción del hombre masa. Y por todas partes donde tiene lugar
el consumo: ante todo aparato de radio y ante todo aparato de televisión. En
cierto modo, cada uno está empleado y ocupado como trabajador doméstico.
Ciertamente, como un trabajador doméstico de un tipo poco habitual, pues hace
su trabajo: la transformación de sí mismo en un hombre-masa mediante su consumo
de las mercancías masivas, o sea, mediante su ocio. Mientras el trabajador
doméstico clásico hacía productos para asegurarse el mínimo de bienes de
consumo y ocio, el actual consume un máximo de productos de ocio para colaborar
en la producción del hombre-masa. El proceso resulta completamente paradójico
en la medida en que el trabajador doméstico, en vez de ser remunerado por esa
colaboración, ha tenido incluso que pagar por ella; y en especial por los
medios de producción (el aparato y, en cualquier caso en muchos países, también
por las emisiones), mediante cuya utilización se deja transformar en el
hombre-masa. Paga, pues, por venderse a sí mismo; incluso su falta de libertad
—-la que él ha coproducido- tiene que adquirirla comprándola, pues también se
ha convertido en mercancía.
Pero incluso si se rechaza este sorprendente paso de ver en
el consumidor de las mercancías masivas al colaborador de la producción del
hombre-masa, no se podrá negar que para la implantación del tipo de hombre
masa, que hoy se desea, ya no se exige la efectiva masificación en forma de
confluencia de masas. Las consideraciones de Le Bon sobre las situaciones de
masa, que transforman al hombre, son anticuadas, pues la despersonalización de
la individualidad y el uniformismo de la racionalidad se llevan a cabo en casa.
Está de más la dirección de masas al estilo de Hitler: si se quiere convertir
al hombre en nadie (incluso hacer que se esté orgulloso de ser nadie), ya no es
necesario ahogarlo en las avalanchas de masas, ni incrustarlo en una
construcción de hormigón, producida masivamente a partir de la masa. Ninguna
despersonalización, ninguna pérdida de poder del hombre en cuanto hombre es más
eficaz que la que salvaguarda aparentemente la libertad de la personalidad y el
derecho de la individualidad. Si el procedimiento del conditioning tiene lugar
de manera especial en casa de cada uno —en el hogar individual, en la soledad,
en los millones de soledades-, el resultado será perfecto. El tratamiento
resulta absolutamente discreto, pues se da como fun [diversión], no le descubre
a la víctima que le exige sacrificios y le deja la ilusión de su privacidad o,
al menos, de su espacio privado. En verdad, la vieja expresión “El propio hogar
vale su peso en oro” vuelve a ser cierta, si bien en un sentido por completo
nuevo, pues vale en oro no sólo para el propietario, que toma a cucharadas la
sopa del conditioning, sino para los propietarios de los dueños de los hogares:
los cocineros y los proveedores, que sirven la sopa a los comensales como
comida casera.
Filosofar luego de las catástrofes
El "filosofar después de Hiroshima"[26]
es al mismo tiempo "pensar después de Auschwitz",[27]
porque para Anders las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki fueron
"acontecimientos gemelos"[28]
de los asesinatos en masa del Nacionalsocialismo, los campos de concentración y
exterminio. Si los campos de exterminio llevaron al ridículo la idea de que
"todos los hombres son mortales", la bomba fue un paso más allá y
mostró que “la humanidad en su conjunto”[29]
podría ser eliminada.[N
2] Lo que tienen en común ambos, los “empleados del campo de exterminio”[30]
y el piloto del bombardero de Hiroshima, es que ya no pueden ser tratados como
perpetradores en el sentido clásico, sino solo como funcionarios en un proceso
de destrucción. Con este concepto de matanza industrial, que, sin embargo,
estaba más dirigido a los "perpetradores de escritorio" como Eichmann
y no tiene en cuenta a los ejecutores cercanos de los "campos de
exterminio" de la Segunda Guerra Mundial, Anders se acerca a
la interpretación de los campos de exterminio como “fábricas de muerte”, que
también se puede encontrar, por ejemplo, en Hannah Arendt.[31][32]
De hecho, ya apunta a la “banalidad
del mal” de Arendt con expresiones como la “espantosa inocuidad de lo
espantoso”,[33]
pero sin provocar las reacciones de indignación que habría de ocasionar la obra
de Arendt.
El discurso sobre el apocalipsis inminente o la ceguera
apocalíptica de las personas refiere a la "situación nuclear" después
de los bombardeos atómicos de
Hiroshima y Nagasaki en 1945 y la amenaza global planteada por la
carrera armamentista y el mayor desarrollo de la bomba
de hidrógeno en la década de 1950. Para Anders, la posibilidad creada
por el hombre de eliminarse a sí mismo como especie representaba una situación
antropológica e histórica enteramente nueva. En rigor, para Anders no era una
situación histórica sino poshistórica, porque si la historia estuviera
configurada por la secuencia de épocas, la humanidad con la bomba atómica entró
en un "tiempo del fin" que, como una "fecha límite", como
un estado de no haber estallado todavía, ya no conoció más cambios de época,
sino sólo la alternativa de la fatalidad o (temporalmente) seguir existiendo.[34]
Anders se alineó así con el pensamiento de la poshistoria que estaba muy
extendido durante la década de 1950,[35]
que en su caso, sin embargo, no se basaba principalmente en la observación de
“cristalizaciones” culturales (Arnold Gehlen), sino estaba motivado más bien en
el análisis filosófico de la "existencia bajo el signo de la bomba".[36]
Tras la publicación del libro, el compromiso intelectual y
político de Anders no se centró en la investigación de los crímenes
nacionalsocialistas, sino en el movimiento antinuclear. Junto con Robert
Jungk, cuyo libro Heller als tausend Sonnen (Más brillante que
mil soles) también se publicó en 1956 y que, al igual que Anders, vivía en
Viena, fue uno de los principales activistas del movimiento "Kampf dem
Atomtod" (Lucha contra la muerte nuclear).[37][N
3] En 1958 viajó a Hiroshima y Nagasaki y
entabló una correspondencia publicada posteriormente con Claude
Eatherly, el piloto del avión de reconocimiento climático Straight
Flush que apoyó el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, a quien
estilizó como la contrafigura purificada de Adolf
Eichmann.[38][N
4]
LA FORMACIÓN DE LA FANTASÍA MORAL Y LA PLASTICIDAD DEL SENTIMIENTO
$13 Sobre el exertitium necesario hoy.
Así pues, dado que existe el hecho del desnivel; que, en
cuanto sentientes, aún nos encontramos en el rudimentario estadio artesanal, en
que en todo caso sólo podemos arrepentirnos por un único asesinado, mientras
que, en cuanto asesinos o productores de cadáveres, hemos alcanzado el
orgulloso estadio de la producción masiva industrial; que desarrollamos las
capacidades de nuestro corazón —nuestras inhibiciones, nuestros miedos, nuestra
preocupación, nuestro arrepentimiento— en relación inversa a la dimensión de
nuestros hechos (o sea, las reducimos en proporción con su aumento), somos, en
la medida en que las consecuencias de ese desnivel no nos aniquilen de hecho,
los seres más desgarrados, más desproporcionados en sí mismos y más inhumanos
que jamás haya habido. Comparados con el actual desgarro, los antagonismos con
que hasta ahora se las había tenido que ver el hombre son, de hecho, inocuos.
Tanto si era el antagonismo entre “espíritu y carne” como entre “deber e
inclinación”, por más terrible y furiosa que hubiera podido resultar la lucha
en nuestro interior, toda diferencia era en cualquier caso un hecho humano, en
cuanto se llevaba a cabo como polémica; polemizando entre sí, las fuerzas
luchaban entre ellas; al menos como campo de batalla de ambos poderes
combatientes el hombre había mantenido su existencia aún intacta; siempre había
quedado fuera de duda que era el mismo hombre el que luchaba en las fuerzas
enfrentadas. Y como los combatientes no se perdían de vista entre ellos —el
deber no perdía de vista la inclinación, ni ésta a aquél- quedaban garantizados
el contacto recíproco y la interdependencia, el hombre aún estaba ahí.
Hoy no es así. Ahora se ha perdido incluso ese mínimo de
garantía de la identidad, pues lo horroroso de la situación actual consiste
precisamente en que no se puede hablar en absoluto de una lucha; en que, más
bien, todo parece estar en paz y en perfecto orden; y en que un smiling
colectivo encubre la situación. Como las capacidades se han alejado unas de
otras, ya no se ven; como ya no se ven, ya no llegan a las manos;! como ya no
litigan entre ellas, ya no se hacen daño mutuamente. En resumen: el hombre en
cuanto tal ya no existe; sólo existe, aquí, el que actúa o produce y, allá, el
que siente; el hombre como productor o como sentiente; y sólo se otorga
realidad a estos fragmentos especializados de hombre. Lo que hace diez años nos
había llenado de horror, a saber, que el mismo hombre podía ser funcionario en
el campo de exterminio y buen padre de familia; que ambos fragmentos no se
contraponían, porque ya no se conocían entre sí, esa horrorosa inocencia de lo
horroroso no es un caso particular. Todos nosotros somos los sucesores de esos
seres esquizofrénicos en el sentido más real.
Si eso es así, en la medida en que queramos que no todo se
eche a perder, la decisiva tarea actual consiste en la educación de la fantasía
moral, es decir, en el intento de superar el “desnivel” en ajustar la capacidad
y elasticidad de nuestra [facultad de] imaginar y sentir a las dimensiones de
nuestros productos y a la enorme desmesura de lo que podemos causar; por tanto,
en asimilar nuestra [facultad de] imaginar y sentir a nuestro nivel en cuanto
hacedores.
Una entera generación, la de quienes tienen ahora la
cincuentena, quedó fascinada cuando Rilke, en sus últimos poemas, en relación
con el sentir, habló de lo que el sentir “realiza” [lleva a cabo], o sobre todo
“no realiza” o, haciendo referencia a un futuro oscuro, de “todavía no
realiza”. (Así, por ejemplo, lo que “realiza el amor” en las Elegías de Duino.)
Lo que Rilke había querido decir con eso no tiene absolutamente nada que ver
con el hecho aducido por nosotros: que, en cuanto a fantasía y sentimiento, no
estamos a la altura de nuestros propios productos; y cuando él se quejaba, lo
hacía a causa de otras experiencias. Pero la idea de que se tiene que poder
sentir no se había expresado en ninguna otra parte de los escritos de aquella
época. Y si quedamos fascinados con su vocabulario, fue porque sin examinar la
causa sentíamos que, haciendo referencia a un sentir insuficiente acertaba en
señalar un decisivo defecto actual y, con éste, también una tarea para un
“sentir completamente”.
No sabemos si lo que hoy se nos propone “realizar” como
tarea se puede llevar a cabo; si es posible superar el “desnivel”, es decir,
ampliar voluntariamente el volumen de nuestra imaginación y nuestro sentir. Tal
vez sea cierta la suposición de la imposibilidad, o sea, suponer que la
capacidad de nuestro sentir está entumecida (al menos, no es ampliable a
discreción). Si esto es así, la situación es desesperada. Sin embargo, el
moralista no puede aceptar sin más este supuesto. Tal vez el supuesto esté
basado en la pereza o quizás en una teoría no verificada del sentir. Incluso si
considera del todo improbable la posibilidad de romper los límites, al menos
tiene que exigirse a sí mismo intentar esa ruptura, pues sólo en el experimento
real se puede decidir sobre su posibilidad o imposibilidad. Después puede
reflexionar sobre si ya se dieron antes ampliaciones voluntarias o incluso
nuevas creaciones de sentimientos; y lo tendrá que hacer. Pero lo primero que
tiene que hacer es exclusivamente empezar con el experimento, o sea, hacer
“ejercicios de dilatación moral”, hiper-extensiones de sus habituales
capacidades de fantasía y de sentimiento; en suma: que haga ejercicios,' para
trascender la supuestamente fija proportio humana de su imaginación y su
sentir.
Quien escribe estas líneas tiene bien claro que, en su
texto, este pasaje ya no es un “texto” en el sentido habitual y que ya no se
dirige al lector simplemente como “lector”. Aunque al fin y al cabo, no hay
textos cuya raison d'étre no consista en algo más que ser un texto. Aquí hemos
alcanzado la raison d'étre de nuestro texto.
Igualmente tiene claro que su reto es un acto de violencia.
De hecho, su exigencia de que el hombre ha de ampliar de manera voluntaria sus
capacidades recuerda notablemente aquellas brutales y exageradas exigencias,
que había dibujado y rechazado tan enérgicamente en el examen del Human
Engineering.? Pero no ve otra salida. Las armas del agresor determinan las del
defensor. Si nuestro destino es vivir en un mundo (creado por nosotros mismos)
que por su desmesura esquiva nuestra imaginación y nuestro sentir y, así, nos
amenaza mortalmente, tenemos que tratar de adelantar y superar esa desmesura.
Digo “adelantar y superar”. Y con ello ya está descrita de
manera bastante clara la diferencia entre las intenciones del Human Engineering
y las de nuestros ensayos. Mientras el Human Engineering trata de
transformarnos con el
fin de hacernos sicut gadgets, o sea, conformes al mundo de
aparatos sin resquicio alguno [plenamente]; confiemos en “adelantar y superar”
al mundo de aparatos con nuestros ensayos; y hacerlo como se “recupera” una
cuerda que se nos ha tendido; es decir, confiemos en volver a alcanzar su cabo.
No me parece posible hacer indicaciones concretas para
realizar estos ensayos o incluso sólo para describir lo que se juega en ellos.
Esquivan la comunicación. El extremo que aún se deja parafrasear es la parada
en el umbral, es decir, el momento que aún precede a la acción real; el momento
en que el experimentador se propone su tarea; en que se auto-pre-dice lo que
hasta ahora ni había imaginado ni sentido para dejar que salga el “puerco
interior” la desganada fantasía y el perezoso sentimiento— y obligarlos a
superar el trabajo propuesto. Como muestra la expresión “auto-pre-decir”, se
trata de una [llamada de] alerta; pero no, como en la voz de la conciencia, de
una alerta oída primariamente, sino de una voz que uno mismo pronuncia, pues
lanza más allá del abismo del desnivel, como si las facultades que se han
quedado en la otra parte fueran personas; y son la fantasía y el sentimiento
las que han de escuchar o a las que uno quisiera “poner oídos” [enseñar a oír].
Pero realmente con esto queda dicho cuanto al respecto se
puede captar en palabras, pues ya no se puede comunicar nada de lo que sucede
después de ese instante del umbral, del despertar real de las facultades, de
sus intentos para salir a tientas de sí mismas, de sus esfuerzos por adaptarse
a los objetos que se le proponen como tareas; en resumen: de la autoampliación
como tal.
Es innegable que esta paráfrasis tiene resonancias de los
procesos religiosos. El autor no lo niega; incluso no tendría nada en contra,
si se comparara la autotransformación con las prácticas transmitidas a menudo
en la historia de la mística, siempre que no se utilice vagamente el término
“mística”, como es habitual, sino que se entienda como intento de procurarse,
con la ayuda de técnicas de autotransformación, accesos a situaciones, regiones
u objetos, de los que, de no ser así, uno queda excluido. A este problema nos
dedicaremos con mayor precisión en el Anexo l.
Pero naturalmente que esto no significa que, en nuestro
caso, se trate de una pura acción mística. La diferencia, a pesar de la
semejanza tipológica, es fundamental, pues mientras el místico trata de abrirse
regiones metafísicas y, en el hecho de que éstas le resulten por lo general
inalcanzables (es decir, el efecto de su propia posición metafísicamente
inferior), incluso ve algo metafísico, nuestros ensayos están al servicio de la
captación [comprensión] de objetos, de que disponemos; de esos que, como la
bomba, hemos producido nosotros mismos; o sea, de objetos que de ninguna manera
nos resultan inalcanzables, sino a nosotros sólo en cuanto seres que imaginan y
sienten. Tender un puente no es, pues, en absoluto una trascendencia, sino a lo
sumo una “trascendencia inmanente”, es decir: el desnivel.
Pero cualquiera que sea la definición que demos al esfuerzo
de construir un puente esquiva su descripción. Y lo que vale es únicamente el
intento efectivo.
Lo que no puedo hacer no me importa.
Pero detengámonos un momento para aclararnos
metodológicamente sobre lo que tenemos entre manos.
Nuestro planteamiento del problema es muy poco habitual:
mientras toda investigación medianamente razonable parte de capacidades
fácticas, por ejemplo, de capacidades cognoscitivas, para comprobar sus
mecanismos o sus condiciones de posibilidad, aquí buscamos las raíces de una
falta de capacidad, las raíces de nuestra ineptitud frente a la situación
apocalíptica, en que nos encontramos. Nos ocupamos, pues, de algo no existente.
Esto es absurdo. De hecho, la investigación de la pregunta
“¿Qué impide nuestra comprensión de la situación apocalíptica?” no tendría
sentido en la medida en que se llevara a cabo como una investigación puramente
epistemológica. Si se empezara preguntando: “¿Por qué no existe esto o
aquello?”, no habría final, pues cabría imaginar de manera caprichosa seres no
existentes. La pregunta sólo tiene sentido porque aquí nos referimos a lo no
existente como algo que propiamente no podría no-ser; como un desideratum; o
sea, porque se trata de una pregunta moral. Nuestra investigación es, por
extraña que pueda sonar esa conexión de palabras, epistemología moral.
Pero también es extraña por una segunda razón: porque los
mismos factores responsables de la “ceguera del apocalipsis” son de naturaleza
moral. ¿Qué significa esto?
Que es la posición moral, en que nos encontramos ante ese
objeto, la que decidirá tanto si concebimos o no un objeto (un asunto, una
situación); que nuestro poder ver o nuestro estar ciegos depende de si el
objeto nos “importa” algo o no; que no nos afecta nada que no nos importe.
Con este juego de palabras, ciertamente, aún no hemos hecho
nada. Al contrario: el problema empieza justo aquí. En definitiva no poseemos
ningún criterio patentado, con cuya ayuda podamos decidir lo que nos importa y
lo que no. Por otra parte, hay innumerables cosas que, a pesar de que
“realmente” nos importan o deberían importarnos, subjetivamente no nos importan
nada. Por ejemplo, la “situación apocalíptica”. Pero, claro, no sólo ésta, sino
miles de asuntos que nosotros mismos no podemos tratar o no nos está permitido
tratar; en los que no tenemos la posibilidad de inmiscuirnos, de preocuparnos
por ellos, de juzgar sobre ellos, porque la situación fáctica (división del trabajo,
relaciones de propiedad, coacción de la opinión, poder político, etcétera) nos
excluye. No tenemos la posibilidad ni la libertad de considerarlos como un
asunto nuestro, “que nos importa”. A eso es a lo que me refería cuando dije que
la situación moral es decisiva para nuestra comprensión o incomprensión del
objeto: si somos despojados de la posibilidad de participar de alguna manera en la disponibilidad de un objeto, éste también
dejará pronto de importarnos, en la medida en que no ejerzamos una resistencia
expresa. No sólo vale “Lo que no sé es como si no existiera”, sino también “Lo
que no puedo [hacer] no me importa”. Estamos ciegos respecto al objeto del que
estamos obligados a “prescindir”. Esto es evidente en los estados totalitarios,
en los que el hombre ya no comprende las medidas contra las que no puede en
absoluto tomar en consideración emprender nada. Por eso está mal formulada, por
ejemplo, la pregunta sobre si tantos miles y miles de personas no sabían nada
de los campos de exterminio; cabe presumir que lo sabían; pero, en verdad, no
lo comprendían, porque estaba claro de antemano que se hallaba fuera de lugar
emprender algo en contra. Por eso seguían viviendo como si no supieran nada.
Exactamente como hacemos nosotros, a pesar de que “sabemos” de la bomba.
Sólo podremos examinar plenamente nuestra ceguera del
apocalipsis si la consideramos como una parte de la situación moral del hombre
actual, por tanto, en el marco de lo que nos está permitido o no, podemos o no,
debemos o no. A partir de ahí hay que ensayar una exposición de esta situación
moral nuestra, en la medida en que es necesaria para la explicación de nuestro
defecto.
$ 18 La “medialidad”: ya no somos “actuantes”, sino sólo
colaboradores. El tekoc de nuestro hacer se ha desmontado; por eso vivimos sin
futuro; por eso, sin comprensión del final del futuro; por eso, ciegos respecto
al apocalipsis.
No hay diferencias de opinión sobre el hecho de que el
estilo de nuestro actual hacer [Machen], es decir, del trabajo, se ha
transformado radicalmente. Hoy, trabajar se ha convertido hasta en restos no
característicos, en un “co-laborar” organizado por la empresa y sometido a la
empresa. Subrayo “la empresa”, porque el trabajo solitario jamás ha constituido
la parte principal del trabajo humano. Pero hoy se trata en primer lugar no de
una colaboración con otros trabajadores, sino de “funcionar con” la empresa
(fuera del alcance de la vista, pero vinculante para el trabajador), de la que
los demás trabajadores forman parte del mismo modo sólo como piezas.
Esto es una trivialidad, pero lo que es válido de nuestro
trabajo también vale -y este hecho no es menos trivial, pero tampoco menos
importante- de nuestro “actuar” [Handeln] o, digamos mejor, también de nuestro
“hacer” [Tun], pues el término “actuar” y la afirmación de que somos “agentes”
ha adquirido a nuestros oídos (cosa que hay que tomar en serio como una
referencia) el carácter de una exageración. Exceptuando unos pocos sectores,
nuestro actual “hacer” [ Tun] se convierte en un colaborar conformista, pues
tiene lugar en el marco de empresas organizadas, fuera del alcance de nuestra
vista, pero vinculantes para nosotros. El intento de sopesar en qué relación se
dosifican los componentes de “activo” y “pasivo” en este o aquel “colaborar”, de
delimitar dónde acaba el ser obligado a hacer y empieza el hacer por sí mismo,
resultaría tan estéril como el de descomponer un trabajo de servicio, que se
realiza conforme al ritmo de la máquina, en sus componentes activos y sólo
reactivos. La distinción se ha convertido en algo secundario, la existencia
actual del hombre no es, la mayoría de veces ni sólo “mover” ni sólo “ser
movido”! ni sólo actuar ni sólo ser accionado; más bien es “activa y
pasivamente neutral”. Daremos a este estilo de nuestra existencia el nombre de
medial.
Esta “medialidad” impera por todas partes. No sólo, por
ejemplo, en los países que obligan violentamente al conformismo, sino también
en los que lo imponen con suavidad. Naturalmente, de manera más clara en los
totalitarios. Por eso he elegido como ejemplo de la “medialidad” una conducta
típicamente totalitaria.
En los procesos en que se juzgaban “crímenes contra la
humanidad” siempre se podía volver a experimentar que los acusados se veían
ofendidos, espantados, a veces incluso escandalizados porque eran interpelados
como “personas”, es decir, se los responsabilizaba de la brutalidad infligida a
quienes ellos habían ultrajado y por el asesinato de aquellos a quienes ellos
habían asesinado. Sería absolutamente erróneo considerar a estos acusados
simplemente como ejemplares casuales de seres deshumanizados o insensibles. Si
eran incapaces de sentir remordimiento, vergienza o cualquier tipo de reacción
moral, no fue porque “a pesar de todo” habían colaborado, sino casi siempre
porque sólo habían colaborado; pero a veces porque habían colaborado, es decir,
porque para ellos “ser moral” coincidía eo ipso con la absoluta “medialidad” y, por eso, (en cuanto “habiendo colaborado”)
tenían buena conciencia. Lo que en su “impenitente insensibilidad” pensaban, lo
habrían podido expresar así: “¡Si al menos hubiéramos sabido lo que pretendéis
de nosotros! En aquel tiempo estábamos en regla (o, si queréis, éramos
'morales”). En definitiva, nosotros no podemos hacer nada respecto al hecho de
que la empresa, con la que entonces colaboramos con satisfacción, haya sido
sustituida por otra. Hoy es 'moral colaborar aquí; y entonces era “moral”
colaborar allí”.
Por espantosos que hayan sido los crímenes posibilitados por
esta actitud, quien los mire asombrado como fragmentos erráticos de nuestra
época se cierra a su comprensión, pues esos crímenes, aislados, no tienen
ninguna realidad, en todo caso ninguna realidad comprensible.
De hecho, esos crímenes sólo se pueden entender, si se ven
en su contexto específico, es decir, si se hace la pregunta sobre qué tipo de
acciones representan, según qué modelo de actividad funcionan. Y la respuesta
es que sus autores, al menos muchos de ellos, en las situaciones en que
cometieron esos crímenes, en principio no se habían comportado de manera
diferente de como estaban acostumbrados a hacerlo en su empresa de trabajo, que
los había marcado.
Claro que esto resulta chocante. Y, presumiblemente, resulta
inevitable que la afirmación se malinterprete. Al fin y al cabo, no hay ninguna
empresa (en todo caso, ninguna de las que se dicen “fábricas” o “despachos”) en
que se enseñe el asesinato de masas o la tortura. A lo que se refiere es,
naturalmente, a algo diferente, mucho más trivial: el hecho cotidiano, pero
sólo raras veces examinado hasta sus últimas consecuencias, de que (sin que uno
pueda ser responsabilizado en persona o sin que de ahí se sigan consecuencias
habitualmente horribles o inmediatamente visibles) el principio “medial”
conformista, el colaborar, “activa y pasivamente neutral”, impera en toda
empresa; y el hecho de que ese modo de actividad está reconocido como
naturalmente válido en todas partes, sea en Detroit, Wuppertal o Estalingrado.
Pues es propio de una empresa media, al menos de la gran empresa actualmente
decisiva (y cualesquiera que sean sus finalidades), reivindicar un carácter
vinculante; y propio del trabajador es “mover siendo movido” con los demás;
permanecer excluido del conocimiento de las finalidades de la empresa, a cuya
consecución contribuye, porque en eso consiste su única raison d'étre; no ser
nunca (formulado en analogía con el problema fundamental del marxismo)
“propietario” del conocimiento de las finalidades de la producción, por las que
no tiene ningún interés. Si es así, O sea, si no sabe, no necesita saber o no
ha de saber la finalidad, evidentemente
no necesita tener ninguna conciencia. Más bien, el “actuar”,
analizado o dictado por la conciencia individual, queda suspendido y sustituido
por la concienzuda exactitud [escrupulosidad] del “activa y pasivamente neutral
mover-con”; y si en la empresa hay “buena conciencia”, sólo es como paradójica
satisfacción por la total interrupción de la propia conciencia o, incluso, como
orgullo por haberlo conseguido. El trabajador de fábrica o el empleado de
despacho que rehusara seguir colaborando en la maquinaria de la empresa con el
razonamiento de que el producto de la empresa contradice su propia conciencia
individual, o una ley moral universal, o de que su utilización es inmoral (o al
menos es posible su uso inmoral), en el mejor de los casos sería considerado un
loco y rápidamente se dejarían sentir las consecuencias de su inusual
comportamiento.
Mientras trabajar, en cuanto tal, se considera “moral” en
todas las circunstancias, en el acto del trabajar la finalidad y el resultado
del trabajo —esto es uno de los rasgos más funestos de nuestro tiempo-— son
considerados fundamentalmente como “moralmente neutrales”; da igual en qué se
trabaje, el producto del trabajo está “más allá del bien y el mal”. Cualquier
otra descripción no nihilista sería mero encubrimiento [de la realidad]. Pero
en ningún caso —y esto representa seguramente el culmen de la fatalidad-, el
trabajo mismo en ningún caso “olet”. La idea de que el producto, en el que se
trabaja, aunque sea el más reprochable, puede infectar al trabajo no es tomada
en consideración psicológicamente ni siquiera como posibilidad. En términos
morales, producto y fabricación del producto están separados; el estatus moral
del producto (por ejemplo el del gas tóxico o el de la bomba de hidrógeno) no
echa ninguna sombra sobre el estatus moral de quien, trabajando, participa en
su producción. Da igual que sepa o no lo que hace: para lo que hace no necesita
conciencia.! Como se ha dicho: esa ausencia de conciencia impera ya en la
empresa.
La empresa es, pues, el lugar en que se produce el tipo de
hombre “medial y sin conciencia”; el lugar de nacimiento del conformista. El
hombre allí marcado sólo necesita ser transferido a Otras tareas, a otra
“empresa” para, de repente, sin transformarse esencialmente, actuar de manera
monstruosa, llenarnos de espanto; y la suspensión de su conciencia, que antes
ya era un fait accompli, adquiere el aspecto de una pura falta de conciencia, a
la vez que la suspensión de su responsabilidad el de la pura moral insanity.
Mientras no miremos de frente ese hecho, o sea, no reconozcamos que la empresa
actual es la forja y el estilo de trabajo el modelo de la asimilación, seremos
incapaces de entender la figura del contemporáneo conformista; es decir,
incapaces de comprender lo que les ocurría a esos hombres “impenitentes
insensibles”, que en los citados procesos se negaban a arrepentirse o a
responsabilizarse de sus crímenes “en que habían colaborado”.
No se me malinterprete. Nada más lejos del autor que, en
este caso, comprendre pour pardonner, nada más lejos de mí, pues, gracias a una
pura casualidad, no fui víctima (a diferencia de mis semejantes) de esos
hombres. Lo que el autor quiere mostrar es, más bien, que los crímenes, dado que
estaban fundados en la “medialidad” del actual estilo de trabajo, están
estrechamente ligados a la esencia de la época actual; de ahí que fueran
incomparablemente más terribles y funestos de lo que se vio entonces, cuando se
intentaba entenderlos (por ejemplo en las explicaciones de la “culpa
colectiva”); más terribles y funestos por cuanto ha sobrevivido su condición
previa, o sea, el actual estilo de trabajo, porque éste existe hoy como ayer y
por todas partes, y porque ni siquiera conocemos qué dirección tomar para poder
buscar un posible remedio, pues no somos capaces de imaginar un estilo de
producción, o sea, un estilo de trabajo, que nos aparte del actualmente
imperante.! Por eso consideramos también un puro autoengaño ver en los crímenes
“acontecimientos en cierto modo erráticos”, que una vez —pero sólo una única
vez— se han extraviado en el espacio de nuestra historia y nada permite
presumir que se repitan. Al contrario, como la “medialidad” y el conformismo
imperan en un espacio más amplio que nunca antes, no es posible saber qué
debería impedir la repetición de lo horroroso y por qué un Eróstrato, al que un
buen día se le ocurriera organizar un “genocidio” o algo parecido, debería
tener alguna razón para poner en duda, siquiera por un momento, la leal
colaboración de sus contemporáneos. Podrá
dormir en paz. Ellos no lo dejarán en la estacada, sino que estarán en
su puesto motorizados como un enjambre. Como trabajadores, los contemporáneos
están instruidos para el colaborar como tal. Y esa concienzuda exactitud, que
se han agenciado en vez de su conciencia (obligados por la época a
agenciársela), equivale a una promesa: la promesa de no ver ante sí el
resultado de la actividad en la que participar; si se ven en el trance de verlo
ante sí, de no comprenderlo; si se ven en el trance de comprenderlo, de no
retenerlo, de olvidarlo; en resumen: la promesa de no saber lo que hacen.
Con esto se ha descrito el carácter terrible del actual
dilema moral. Por una parte, esperamos del hombre actual un colaborar absoluto,
y colaborar como condición de su trabajo en general o, al menos, como virtud
laboral; por otra, quisiéramos reclamarle (y pensamos que, en realidad, el
mundo tendría que ser de tal manera que se le pudiera reclamar) que en la
“esfera fuera del mundo de la empresa” se comportara como “él mismo”, o sea,
“no medialmente”, es decir, moralmente. Y esto es una situación imposible.
Imposible por dos razones:
1. Porque en el momento en que se llega ahí, ya no se da una
“esfera fuera del mundo de la empresa”; es decir, porque siempre se cuida que
las tareas decisivas, que se le exigen al hombre actual, se presenten bajo la
forma de tareas de empresa, incluso para que, en cuanto asesino, no “actúe”,
sino que lleve a cabo un trabajo: el funcionario en el campo de exterminio no
ha “actuado”, sino que, por atroz que suene, ha trabajado. Y como la finalidad
y el resultado de su trabajo no le importan nada; como su trabajo en cuanto
trabajo siempre es “moralmente neutral”, ha realizado algo “moralmente neutral”.
2. Y porque al hombre (al hombre común) se le reclama que
encarne dos tipos de existencia absolutamente diferentes: que trabajando se
comporte como “conformista” y, en cambio, “actuando” como no-conformista; es
decir, que lleve y soporte una vida esquizofrénica, una vida que no esté
dominada por un “desnivel”, que jamás se nivelará, entre dos tipos de acción
contradictorias. Y eso, la esquizofrenia como postulado, sería en verdad algo
tan monstruoso, que en comparación con ella, todas las exigencias que las
morales, incluidas las más exigentes, han impuesto hasta hoy a los hombres
quedarían reducidas a amables sugerencias.
Decíamos que la “promesa secreta” del hombre “medial” es “no
ver, por tanto, no saber lo que hace”; es decir, no tener a la vísta el ros o
tekoc inherente al hacer; en suma: permanecer ciego respecto a la finalidad (en
analogía con la expresión que hemos utilizado antes: ciegos respecto al
apocalipsis).
La expresión “promesa” es naturalmente una mera metáfora,
pues presupone una libertad que no le corresponde en absoluto al hombre
“medial”, Si utilizamos la metáfora, fue para mostrar que no debe saber lo que
hace; que su no saber es deseable por interés de la empresa. Que tuviera
necesidad de saber sería una falsa suposición. De hecho, al menos en el acto
del trabajar mismo, la visión del tekoc, que es sin más “pre-visto” (o tal vez
al reloc del mismo: el uso), sería completamente inútil, incluso dificultaría
su trabajo. Por lo general, le resulta completamente extraña la idea de divisar
el e:605; y muy a menudo, no puede hacer otra cosa, porque en la realización de
su trabajo (en serie) ha de irjugando siempre con fragmentos que van
apareciendo y desapareciendo sin cesar; porque nunca ocurre que su trabajo
encuentre su final en un producto terminado; porque más bien siempre “cesa sólo
externamente”, a saber, cuando la sirena suena en su juego de repetición.
Ahora bien, con esto se ha puesto de manifiesto una
transformación radical del hombre. Desde los diálogos platónicos hasta el
análisis de Heidegger del “carácter de haber sido echado” ' el hacer y actuar
humanos fueron descritos como consecuencia de un et0oc realizar en la acción.
Este ei0g de lo que hay que hacer (o de lo que hay que conseguir actuando) ha
quedado “desmontado” en el hacer “medial”; la actividad se presenta sin eidoc.
Y cuando Aristóteles dividió el ser activo humano en dos clases: las actividades
que persiguen un tekoc (como cocinar) y las que no van más allá de sí mismas, o
sea, llevan en sí mismas su teAog (como pasear), el desmontaje de la finalidad
y del eioc que lleva a cabo el actual trabajo y, análogamente, el actual hacer
han invalidado la distinción, pues el trabajo ante la máquina o el asimilado
colaborar se refieren tan poco a una finalidad o dependen tan poco de una
finalidad como el pasear.
¿Qué indica esta descripción del hombre “medial” para
nuestro tema en particular, para la pregunta por las raíces de la ceguera
respecto al apocalipsis? ¿En qué medida es la “existencia medial” una de esas
raíces?
De hecho, la conexión es tan estrecha que cualquier rasgo
individual de la “medialidad” puede ser utilizado por igual como punto de
partida: desde cual quiera de ellos el camino conduce por igual directamente a
la ceguera respecto al apocalipsis.
1. Como el hombre “medial” es “activa y pasivamente
neutral”, in actu del trabajar es indolente, a pesar del inmenso papel que
desempeña para él trabajar, Es decir: cuenta con “seguir adelante” á tout prix,
con un seguir adelante del que no necesita responsabilizarse.
2. Como sus actividades jamás pueden concluir en un
verdadero tekoc, que él se haya buscado, sino, siempre con interrupciones, que
resultan casuales respecto a su mismo hacer, no tiene ninguna verdadera
relación con el futuro. Mientras el que en verdad actúa y planifica proyecta
mediante su acción un espacio temporal, o sea, constituye un futuro, el hacer
del “hombre medial” va marcando el paso en el mismo sitio, sin avanzar. El
hecho de que se garantice su futuro mediante su trabajo no contradice lo dicho,
pues el mismo trabajo consiste en la obstinada repetición de los mismos pasos
siempre. Propiamente, pues, el hombre vive “sin tiempo” —your future is taken
care of- y, por tanto, sin el horizonte, en que únicamente podría emerger el
final del futuro, o sea, la posible catástrofe. Es decir: es incapaz de
concebir la idea del grave peligro del futuro, porque no conoce ningún futuro.
3. Como está habituado a una actividad en que sobra tener
conciencia, más aún, no es deseada, ese hombre es “sin conciencia”. Con la
mejor [buena] conciencia. Por eso, le resultan extraños los escrúpulos por la
“condición” [Bewandtnis] de su trabajar; más extraño aún por cuanto considera
su propio trabajo “incontaminable” a priori.
4. Como duda tan poco de que todo producto resulta
“moralmente neutral”, la afirmación de que haya un producto absolutamente
inmoral, o siquiera uno para cuya elaboración se haya instalado todo un mundo
de producción sui generis, de manera necesaria le produce la impresión de una
necedad.
En resumen: todos los elementos de la existencia “medial” se
han conjurado para impedir que comprenda qué comporta la bomba. Y así, se
dedica a trabajar sin comprender el sentido del término “final”, ansioso y a la
vez indolente frente a su final.
Ahora que estamos diciendo con referencia a Trump ¿Que él
nos está sacando de lo medial neutral
para devolvernos a lo humano llamándonos a una vuelta a la ética protestante?
No en ningún sentido, Trump mas bien maneja lo medial es un
experto en impactar las redes sociales, pero al parecer la mejor manera de
impactarlas fue apelando a ese clamor humano que aún sigue vivo en la fe
protestante de parte del pueblo norteamericano más el utiliza este espíritu no
es que quiera volver a él, sino que solo en el podría tener la fuerza para
hacer la reforma que está haciendo y devolverle
el poder a la nación norteamericana no como nación real eso no existe sino como nación simulada , cuya
configuración el pretende manejar.
¿Lo podrá hacer?
Si lo logra luego tendrá que irse contra el espíritu protestante
que el mismo ha despertado, porque este espíritu no le permitirá la configuración
de su nación simulada, pero este despertar del espíritu es importante.
Para comprenderlo veamos lo que propone Foucault como
critica:
CRITIQUE COMO ETHOS FILOSÓFICO
"Nuestra edad es, en especial, la edad de la crítica, y
a la crítica todo debe someterse. "
- Immanuel Kant, prefacio de la crítica de
Pura Razón
Uno de los últimos
ensayos que Michel Foucault escribió antes de su muerte prematura es el texto
corto - "¿Qué es la iluminación? "Es un texto notable por muchas
razones. Conecta su trabajo con el tipo de interrogatorio filosófico que
Foucault afirma que Kant inició. El ensayo de Foucault es mucho más que un
reflejo sobre la pregunta ¿Qué es la iluminación? y su relación con la actitud
de la modernidad. Es una 'disculpa', una declaración sucinta y defensa de su
propio proyecto crítico. También es una "disculpa" en el sentido de
que Foucault busca responder a las protestas de muchos de sus críticos. Se está
defendiendo contra lo que él llama el "chantaje" de la Iluminación.
La pregunta ahora es, ¿qué significa Foucault por crítica?
Esta pregunta no sólo es crucial para entender a Foucault, sino que tiene un
significado mucho más general. Se ha convertido en uno de los temas más
importantes de nuestro tiempo. Pero para usar una expresión wittgensteiniana,
la muy "gramática" de la crítica parece presuponer alguna medida o
estándar, alguna base para la crítica.
Y sin embargo, ha habido tanto escepticismo sobre todos y
cada uno de los llamamientos a estándares y "fundaciones" que uno se
ve obligado a reflexionar sobre la propia inteligibilidad del concepto de
crítica. El tema es especialmente conmovedor con respecto a Foucault porque ha
sido leído como poner en duda y socavar cualquier discurso o
"posición" privilegiada desde la que podamos participar en la
crítica. Para Foucault, hablar de "fundaciones normativas" provoca
"normalización. "
Las obras de Foucault no dibujan alternativas concretas ni
anuncian un programa político. Son 'problematizaciones'. Las obras de Foucault
no formulan una teoría tanto como se permiten un diagnóstico del presente. La
problemas es una forma específica de crítica que se define en contradistinción
con la búsqueda de reglas universales y restricciones necesarias. En esta
perspectiva, el conocimiento no fundamenta ni la crítica legítima; en cambio,
el estatus del conocimiento se pone en duda. Para Foucault, la crítica no puede
derivarse de conocimientos subyacentes y motivadores. No representa el
conocimiento neutral y teórico tanto como encarna un PORTADO ETICO-POLÍTICO:
UNA ACTITUD CRÍTICA.
"La ontología crítica de nosotros mismos tiene que ser
considerada no, ciertamente, como una teoría, una doctrina, ni siquiera como un
cuerpo permanente de conocimiento que se está acumulando; TIENE QUE SER
CONCEIVIDO COMO UNA ACTITUD. "
Michel Foucault, '¿Qué es la iluminación? ',
El lector de Foucault, Ed. Paul Rabinow, 1984
Al definir la crítica como ethos, Foucault rechaza una
relación con el conocimiento experto. Y si la crítica ya no puede justificarse
a través de afirmaciones de universalidad y "razón definitiva", si
nunca logra la "saturación", entonces sólo puede ser
"EXPERIMENTAL". La problemas representa una forma de crítica que no
puede apelar a la certeza concluyente o a la verdadera visión; SIEMPRE DEBE
ESTAR ABIERTO A CRITICAR Y ADMITIR (AUTO-) CORRECCIÓN. Lo que es único con la
comprensión de Foucault de la crítica es que también implica LLAMAR SU PROPIO
TRABAJO EN CUESTIÓN. No debe haber excepciones. La crítica no termina en
ninguna parte.
Me gustaría concluir el post con, lo que desde mi propia
participación en las actividades de reforma en mi propio país, así como el
entorno político prevaleciente, me hicieron verlo como, una declaración muy
importante de Foucault -
"No se debe permitir que la necesidad de reformar se
convierta en una forma de chantaje que sirva para limitar, reducir o detener el
ejercicio de la crítica. Bajo ninguna circunstancia se debe prestar atención a
quienes le dicen a uno: "No critiques, ya que no eres capaz de llevar a
cabo una reforma". Esa es la charla del gabinete ministerial. Crítica no
tiene
ser la premisa de una deducción que concluye: esto es lo que
hay que hacer. Debería ser un instrumento para los que luchan, los que resisten
y rechazan lo que es. Su uso debe ser en los procesos de conflicto y
confrontación, ensayos en negativa. No tiene que establecer la ley para la ley.
No es un escenario en una programación. Es un desafío dirigido a lo que es.
"
- Michel Foucault, 'Preguntas y método',
El efecto Foucault, The University of Chicago Press, 1991
¿Pero se puede hacer una crítica basado solo en la
experiencia, sin la fe en un en sí?
Claramente no, aun Kant en la crítica de la razón pura ,
parte de una fe en un noúmeno que no se puede conocer pero que está ahí,
fundamentando toda la crítica, llevando a la radicalidad el pensamiento de Kant
Hegel descubre que ese noúmeno es la razón, entonces ¿Cuál es el noumeno de
Foucault? La voluntad pero como tal no
puede ser un sí, sino que es la base del para sí y como tal un no ser pero Foucault no la lleva
hasta sus últimas consecuencias a la nada misma, desde la cual todo queda
criticado y por lo mismo nada realmente se critica, nosotros salimos de este
trance reconociendo que la nada y el ser son lo mismo, y este en si nos permite
atravesar el para sí y lograr la síntesis y la asintesis, una condensación y un
desplazamiento, entonces no podemos proponer una crítica sino una diacrítica un
dialogo crítico y esto exige una guerra de imaginarios una metafísica de la
violencia donde los en si se deconstruyan y redecontruyan ¿Pero
se le puede exigir esto al hombre medial que renuncia a la conciencia de todo
en sí, para vivir siempre una experiencia mediada? Si, si se logra una nueva
mediación del logos en la que el en si radical y el para sí radical acepten al
otro en un proceso de complementariedad, por esto es tan importante iniciar el
apocalipsis, para que las conciencia salgan de los sistemas para enfrentar a otras
conciencias.
En el Perú un profeta del apocalipsis con el que me tuve que
enfrentar cuerpo a cuerpo, al punto que me ahorco hasta casi matarme fue Guillermo
Gutiérrez http://apologiaalatristezateatroloco.blogspot.com/2014/08/consumatum-est-lectura-del-libro-del.html
Atrapados el humano y
sus creaciones, especialmente las artísticas, en la duración espacio temporal,
es una ley natural que, sobre todo en el nivel de la creación, estas tengan que
envejecer y pasar. Es una victoria sobre la finitud el hecho de que una
obra de arte quede y perdure, mientras de su autor y de la civilización que la
generó solo quede el polvo, y que esta pueda ser revisado por las nuevas
generaciones, con nuevas lecturas e interpretaciones que lo mantenga vivo y
fresca en otras mentes, ajenas a aquellas que generaron dicho arte.
También es natural que las obras que una generación había
sacralizado e iconizado, si no tienen una fuerza superior o esta es limitada,
al final envejezcan y mueran, para sorpresa de aquellos que la volvieron su
referente, y al final solo les toque asistir a su agonía, que es también la de
ellos mismos, y que en el futuro nadie los recuerde. No solo a ellos,
lo cual debe ser desesperante, sino también al mundo en el que se insertaron y
al arte que idolatraron; lo que equivale, para muchos, a una muerte absoluta,
pues la muerte espiritual da por abolida toda esperanza de sobrevivir más allá
de la muerte de la carne.
Nada borrará de las mentes y los espíritus el impacto de la
imagen arcaica y tremenda del monolito de Chavín, donde queda claramente
retratado el terror y el pánico de nuestros ancestros, cuando tuvieron plena
conciencia de que estaban solos en un mundo desconocido y veían a los dioses
con pavor, y solo les quedaba la idea de aplacarlos con hecatombes de sangre
humana, para evitar ser destruidos por aquellas fuerzas inhumanas que los
sobrepasaban. Nunca se perderá aquella sensación de fascinación, venida de las
primeras civilizaciones del mundo, en medio del desierto mesozoico, provocada
por la visión de la fabulosa y milunanochesca puerta de la ciudad perdida de
Petra, la cual sintetiza todos nuestros sueños de grandeza y la fantasía mágica
que habíamos alucinado cuando leíamos las historias fantásticas de la salvaje
Sherezada.
Parte
frontal del Lanzón monolítico. Cultura Chavín
Todo tiene que mutar, es necesario, y si eso puede afectar a
sociedades tradicionales, acostumbradas a la inmovilidad eterna, no es un
sentimiento negativo sino una ley para las sociedades occidentales, porque
están imbuidas del mito del progreso, del movimiento lineal de la historia,
como una progresión a una perfección entendida como un avance hacia la plenitud
en la razón, donde la realización como Ser está definida, dentro de este tipo
de conceptos, en la duración, con todo lo que ello significa. Mitos que
implican que la gente quede más atrapada dentro de los límites de la
mismidad; tanto los que profesan el desarrollismo de izquierda, como los que lo
hacen con el de derechas.
Pero ¿quién nos dice que ese debe ser el único camino? Estos
mitos, al ser practicados en el tercer mundo, y concretamente en el Perú,
están destruyendo, por el interés inmediato, a sociedades que podrían buscar
otras vías más acordes a su esencia cultural, produciéndoles más bien tremendas
conmociones, al no estar estas preparadas para transformaciones tan grandes. El
ejemplo primero, es lo ocurrido en la Conquista: buena para Europa, pero
apocalíptica para el indio, en todos los sentidos. Y me pregunto a cuántos se
les puede ocurrir que pueden encontrar caminos en los que puedan realizarse,
pero que no sean los institucionalizados, que no sean los sacralizados por los
mitos que nos impone la sociedad contemporánea. Darse cuenta, por ejemplo, de
que las vías de desarrollo de tipo ancestral, en muchos aspectos, tienen
vigencia en lo social y cultural, y sobre todo en lo espiritual, que en muchos
aspectos valen aún más que muchos avances modernos.
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Quién nos dice qué cosa es el progreso realmente, quién nos
dice que si al cruzar una pista que supuestamente nos llevará a nuestra meta,
si nos moviéramos en otra dirección, terminaríamos triturados por un volcánico
tráiler o hallaríamos una nueva meta superior y más ambiciosa que aquella que
nos habíamos trazado inicialmente. Qué significa ir hacia adelante… Qué es
adelante. Qué es ir hacia atrás… ¿Hay una sola línea, una sola meta, un
solo camino… Tengo derecho a negarlo pero puedo estar equivocado? Pero puedo no
estar equivocado. ¿Somos acaso el Dios, el Inkarri primordial para saber dónde
está el arriba y el abajo, el medio y el centro del universo? ¿No se nos ocurre
pensar que de repente ni el propio Señor puede medir su principio y fin? Y si
las personas y sociedades aceptan valores que para el moderno significan atraso
e involución, están en su derecho, pues para ellos es plenitud. ¿Qué es el
camino bueno y el camino malo? ¿Qué es lo bueno y lo malo? ¿Existe la llamada
meta? ¿Existe el principio y el fin? La única meta que reconozco es aquella que
permite a una persona “plenificarse” en lo que siente su camino. Si quiere ser
artista y pintar con caca, es su vida: un degenerado o un profeta pueden llegar
al éxtasis.
Se me dirá que no puede ser, si el costo es el de vidas
humanas inocentes. Y tendrán razón y no tendrán razón. Para un asesino la vida
humana, tan miserable para él, es solo un medio para ser feliz haciéndola
pedazos. Si escoge ser un asesino es su vía. Y quién nos dice que ser un
demonio pleno no es tan válido como ser un santo cabal. ¿Y si ser santo
fuera ser demonio y viceversa?..
En qué momento la idea liberal que se auto representaba como
el único camino válido para la inteligencia se volvió fascista… Desde siempre,
y no solo esta, sino lo hacen todas las ideologías cuando se atan a intereses
inmediatistas. Miren lo que sus representantes están haciendo con el Perú. Se
dicen lúcidos pero están tan atrapados en la subjetividad del corto plazo.
Cuando se dice que el humano se encamina hacia la inteligencia, se habla en
términos intelectuales, pero la verdadera inteligencia no es la medida por las
universidades ni las maestrías, ni por haber leído un millón de libros.
Hablo de un entendimiento que rebasa el pensamiento y el intelecto. Para mí es
una iluminación que haga temblar la tierra bajo la guía de nuestro padre, el
inkarri Thopa Amaro, pero ese es mi viaje. Otros caminos pueden ser concebidos
por otros individuos y ahí quizá encuentren su propia “plenificación”.
En su origen, el humano es ontológicamente inmovilista,
conformista. Solo la presión de fuerzas externas, como el ataque de
terribles enemigos o el empuje de la feraz naturaleza, lo empujan a crear
métodos que le permitan un nuevo espacio de una nueva forma de quietud. La
matriz de la cultura es el deseo, no de saber, sino de la plenitud material, de
estar bien. El deseo de saber qué hay Más Allá o de crear arte es una mutación
posterior, cuando después de conseguidos los logros materiales, algunos grupos
o individuos, que pueden ser considerados como una autentica élite cultural, no
se sienten satisfechos con ese piso. Sus almas son hazañosas, ansían mucho más,
sea el Poder o lo Desconocido. Entonces empujan a la masa a ir hacia adelante
en la búsqueda de metas no solo acomodaticias sino hazañosas, mutatorias. Y la
masa avanzará si piensa que allí hallará una meta que les de algo a cambio de
su sacrificio.
El helenismo inundó por el empuje de un solo hombre,
Alejandro, al mundo de su tiempo; creándole interrogantes y proyectos que lo
obligaban a replantearse. El empuje Inca o Azteca guió a los territorios
circundantes a desarrollar proyectos de vida que acechaban una otredad
desconocida… Estas élites, actualmente se han empobrecido; no hay élites
con voluntad de poder supremizante, sino que buscan conseguir una meta
prosaicamente material, basado en el dinero y el confort usando la tecnología y
aprovechando el caos espiritual que les conviene. Esa es una de las
razones por las que no hay aventuras de alto nivel en la sociedad posmoderna.
No puede haberla si no está planteada una aventura cultural de alto nivel.
Desde su concepto, este tipo de mentalidad ha renunciado a
cualquier tipo de búsqueda que no sea la satisfacción inmediata, y esa actitud
ha pegado fuerte en este país, cansado de experimentos utópicos que les
prometían un cielo que nunca llegaba, optaron por la medianía del logro
inmediato, y se armó una situación tragicómica, cuando repetían mecánicamente
los rollos de teóricos seudoliberales, que eran en realidad anarquistas del
libre mercado, sin entender claramente que estos estaban en contradicción con
la idea de libertad que decían buscar -aunque para una generación que cree que
la libertad es solo la del empoderamiento, el negocio y el dinero, tal vez no
se hacían tan los locos-, mientras que sus opositores se dedicaron a
reciclar ideas intelectuales ya muertas o seudomodernas para estar a la par de
las nuevas fuerzas que les quitaban sus cuotas de poder ya institucionalizadas,
para supuestamente armar un debate que nunca existió.
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Un
grupo buscaba imperar y el otro sobrevivir, y en medio, los sectores pasivos
que sin guía y sin voluntad propia, se dedicaron a pescar los favores de quien
les daba más. Se autodrogaron voluntariamente. Y los sectores activos,
condenados a la soledad de la acción estéril, no podían repercutir con sus
gestos mientras los drogados no despertasen. Y la mayoría aún no quiere
despertar, peor aún, la mayoría de los que están despertando quieren volver a
dormir o lanzar el carro más al despeñadero de su utopía inmediatista. Esto
explica el auge de las teorías de ultraderecha y del nazismo en Lima, cada día
más fuertes. Pues el maldito complejo tercermundista piensa que solo se
superara el subdesarrollo por caminos económicos y tecnológicos. El
latinoamericano alienado se ha encimado al latinoamericano que creía en su
destino. Aquellos creen que solo con la renuncia a la identidad profunda,
no formal, llegarán al primer mundo. Su utopía es ya no ser, es llegar al
nirvana de Miami. En esa creencia no hay cabida para el arte y la cultura, se
considera que no son necesarios para consolidar su proyecto de sociedad.
Piensan que manteniendo una apariencia de identidad en la que en realidad ya no
creen, pero dicen creer para las plateas, les basta para dar la imagen de latino
triunfador.
En el pasado la izquierda puso énfasis en el arte, dejo
volar la imaginación, pero la presión de ciertos sectores dogmáticos terminó
dándole total preferencia a solo un tipo de orientación temática: la social.
Pero en la sociedad empresarial no hay búsqueda de vías que salgan del nivel
tecnocrático. En el Perú, desde finales de los 80, favorecida por la
guerra y la crisis económica, se ha desatado una revolución reaccionaria. Lo
cual es una sorpresa para las élites culturales de izquierda que tenían esa
misma mentalidad positivista, basada en que, solo desde su ángulo, se lograría
entender, dominar e imponer las condiciones de su grupo al Universo. Y ESTE AÚN
NO ES CONOCIDO EN SU TOTALIDAD. ESE JUEGO DE ENERGÍAS, QUE DESDE DIMENSIONES EXTRAMATÉRICAS
PASA COMO PASA EL VIENTO A TRAVÉS DE NUESTRA VENTANA A ESTA REALIDAD, Y CUANDO
LA PENETRA AHÍ, SE VUELVE MATERIA PARA DISOLVERSE NUEVAMENTE EN NO MATERIA,
CUANDO PASA AL OTRO LADO DEL UMBRAL…
Estaban preparados solo para mutaciones revolucionarias, el
resto era atraso. Era obvio que en ese vasto movimiento cultural que venía
desde los años 50 a los 80 había mucho ripio y mucho farsante que tenía que
desaparecer, pero había mucho más que salvar y que sirviera de guía a la
aventura de las nuevas fuerzas. Sin embargo, no estaban preparados para una
mutación reaccionaria, de la misma manera que la irrupción de las fuerzas
socialistas y anarquistas de comienzos del siglo XX, significaba el caos para
las burguesías de la belle epoque.
Desde el momento en que se plantea un cambio en términos
estrictamente materialistas, ya hay un autobloqueo que impide cubrir más
espacios que nos permitirían rebasar nuestra condición de no videntes. Ahora es
inútil plantearlo, ahora es visto como una estupidez. Todas las ideologías
siempre han estado unidas en su rechazo a lo supermaterial y lo han relegado a
la idea de evasión. Nunca como una invasión necesaria. Desde otro nivel, los
grandes proyectos sociales latinoamericanistas y ni hablar de los indianistas,
no son nada para estos nuevos sectores. Esta alteración del guion mental
de lo que debería ser supuestamente el método para la comprensión del mundo es
demoledor. Y, mientras para el izquierdista es un trauma, a la derecha no le
interesa plantearse el problema, pues el progreso es beneficio directo y no un
proyecto de muchas aristas.
Entre los 50 y los 80 hubo un proyecto amplio que rebasaba
las limitaciones ideológicas que azuzaba al espíritu; ahora, más bien, el
humano se niega a mutar y preferiría ser un idiota feliz. Pues en la naturaleza
humana luchan el deseo de luchar y no luchar. El deseo de pelear si lo joden,
pero de descansar eternamente si le dan satisfacción. En este momento, la
mayoría se cansó de pelear, incluso muchos de los que gritaban y tiraban piedras
se cansaron, cool es el lema. Se considera que las metas de los años
de la guerra de la mutación eran demasiado ambiciosas. Es mejor ahora estar
tranquilo y dedicarse a cosas que te satisfagan sin ya mucha bronca… De ahí que
la cultura que ahora vende Occidente sea espuria, frívola, sin hazaña, y que
haga de la posmodernidad una estética de la negación de la negación.
No ganaría esta idea si no tuviese una sociedad y un clima
generalizado dispuesto a aceptar esta disposición. Un rechazo generalizado a la
cultura de la mutación, cual si los hombres monos de 2001 Odisea del
espacio de Kubrick se hubieran negado a acercarse al monolito y hubieran
preferido vivir en su cueva para siempre, cueva que les ofrecía el espejismo de
estar a salvo de los peligros de la sabana africana. Y decir que esto es
maniobra del imperialismo o de los grandes intereses, es pueril e irrelevante.
La mayor parte de la masa ha sido bien trabajada en su tendencia a la
mediocridad, lo cual permite a los sectores de poder dominarlos. Se dejan
dominar porque eso es preferible a luchar, y eso puede dar ganancias, aunque la
dominación se convierta en opresión. Y solo reaccionarán si encuentran una
oferta mejor que les permita salir de esa opresión para lograr un mayor
empoderamiento.
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A comienzos de los 80, ya Mario Montalbetti, poeta, autor
de Perro Negro, un poemario que gusto a su generación, advertía que el
Perú había sentido que estaba produciendo la mejor poesía del continente, y que
eso debía revisarse. Ya en la década del 90, unos desconcertados Eduardo
González Viaña o Carlos Thorne se preguntaban sobre que les había pasado, que
de ser escritores disputados por Losada o Casa de las Américas, ahora estaban
en nada. Repito que hubo bodrios y mucho seudoarte que debía desaparecer.
Hubo farsantes, hubo obras que creían ser revolucionarias pero solo eran
consignas. Pero no todo lo que se hizo en esos años debe ser olvidado. La
izquierda no supo quitarse las anteojeras para encaminarse a la mutación plena
que rebasa el puro materialismo sin llegar a un difuso idealismo; tampoco la
derecha, pero ellos nunca se distanciaron de su programa, plata y glamour inmediatos.
En el Perú, las élites nunca lo han sido más que de nombre, no han planteado
nada que levante al país de su condición ignara. A estos grupos les conviene el
subdesarrollo de los demás y las dictaduras.
Es fácil responder a la pregunta, en base a todo lo dicho,
de ¡qué pasó para que la hazañosidad fuera sustituida por la mediocridad y esta
fuera elevada a la categoría de gran valor. En una revolución
reaccionaria, los jóvenes de los 90 en adelante, cuestionaron todo el edificio
cultural construido por la generación de la mutación. Desde finales de los 80,
comenzaron a cuestionar no al sistema dominante, ya que no se sentían afectados
directamente por ello, ya que había entrado en crisis o se había agazapado,
sino el sistema de la revolución, porque era, a su entender, lo que les estaba
afectando. La juventud imbuida por el mito del tío Johnny, entre la demagogia
pseudoizquierdista de Alan García y la guerra de Sendero, creía que la
izquierda tenía la culpa del fracaso del país, que los grandes proyectos eran
en realidad manipulaciones teóricas para que los grupos lograsen
empoderarse a costa de mantener el atraso que la modernidad exigía, practicidad
inmediata para fines rentables y tangibles en el corto plazo. Todo esto a pesar
de que la cultura y el arte eran una rémora si no daban prestigio social y
que solo las disciplinas supuestamente prácticas llevaban al triunfo.
Javier Heraud, autor del
poema «Palabra de guerrillero»
En realidad, Vargas Llosa perdió las elecciones porque los
sectores tradicionales creados en los 70 y 80, aun tenían una capacidad
de resistencia y pudieron forjar un muro, aliados a la burocracia, frente a una
idea tan excluyente. Pero después del fujishock, y sobre todo luego de la
debacle de Sendero, y el surgimiento de los primeros supuestos logros de la
reforma económica, que para gente empobrecida, significaba la aparición de los
grandes supermercados y la telefonía móvil, que hicieron que para muchos este
fuera el camino correcto. La resistencia ideológica cedió. La resistencia
espiritual se agotó. Y surgió toda una corriente poética que en lugar de loar a
la revolución, la increpaba y la identificaba con el atraso. De nada servía que
en el recital de desagravio a Celso Garrido Lecca, el público joven abuchease a
Sonaly Tuesta, convencida ideóloga del discurso de la modernidad fuji, si al
final esa muchachada aprovecharía de los supuestos beneficios. Eso explica por
qué hay tanto intelectual en el Perú que ha acabado no de burócrata, sino de
tecnócrata, trabajando en empresas públicas o privadas, e incluso ya no
elaboran nada intelectual.
Luego de cuestionar la mutación, se pasa a predicar el
retorno de los valores tradicionales, vestidos con un ropaje de modernidad
informal tolerable. Además, no se pueden revalorizar o siquiera mantener los
valores positivos del pasado cuando los que han formado parte de esa época en
su mayoría se callan o se lanzan a la piscina del nuevo orden para salvar sus
cuotas de poder. Cuando algunos poetas del 70, se acogen a la ley de
arrepentimiento social para alabar al nuevo orden, o cuando vemos al borracho
de Hinostroza pisoteando la memoria de Javier Heraud, no nos sorprende la
actitud de los nuevos en su rechazo al pasado. Lo cual también explica el
fracaso de las nuevas promociones, que están pagando el precio de haberse
vendido al diablo, ya que sin tener grandes aventuras ni héroes en la mente,
han envejecido física y espiritualmente de manera terrible. No llegan ni a los
40 años y sus vidas están estancadas y mediocres.
Lo patético del fenómeno es que esta concepción ha entrado
en crisis en otros países, pero acá se mantiene por razones estrictamente de
pobreza espiritual, ideologizada, producto de la corrupción e intereses
monetarios. Ya no hay ambición ni siquiera dentro de lo limitado que era el
proyecto original. El cholo, que era visto como la fuerza potencialmente
revolucionaria de los 70, en la mayoría de los casos se ha dejado llevar por la
ideología del cholo power, o sea, “pórtate como blanco para que te
aceptemos cholo de mierda…” Han surgido nuevos mistis en la
ciudad de Lima, cholos que oprimen a cholos, lo cual acaba con los mitos
positivistas producidos desde la izquierda. Y los sectores de poder, que
dominan la economía de este país, antes aceptaron abdicar en algunas cosas para
no perderlo todo, pero ahora, traumados, no cederán en nada ni permitirán que
algo movilice. Hay un deliberado propósito de destrucción mental y social.
Signos de esta hecatombe son, aparte del rebrote de la
adoración por Hitler y la ideología fascista en el centro de Lima, hechos como
la difusión de frases celebres, que no son propiedad exclusiva de la clase
media alta, como el de «a mí ya se me paso el velasquismo», y el uso del
termino “marrón” por parte de los muchachos del sur contra los indios, y la
súpersatanización del velascato. Una generación nueva, que pasaron la guerra
metidos en sus casas, y decidieron no replantear la sociedad, no repensarla, no
autocriticarse, sino inmediatamente subirse al carro e ignorar todo el edificio
cultural anterior, excepto por la reivindicación de unos cuantos artistas a los
que pudieran manipular para apuntalar y dar pedigrí a su nueva visión de mundo.
Ahí se jodieron a sí mismos.
«Pesca
en el mar profundo», Jeff Raphael, collage (2012)
Por eso no existe, por ejemplo, novela negra en el Perú,
como un movimiento organizado, como sí en España, México o Argentina. Lo que
hubo aquí, fueron ejemplos aislados y un efímero boom auspiciado por
las editoriales españolas donde escritores como Ampuero, Cueto o Roncagliolo
desarrollaron una novela negra tomando como base la guerra, pero para hacer una
catarsis, donde su mundo, vía sus escribidores, se limpiara de culpas, no se
sintiera involucrado y, en el mejor de los casos, buscar mostrarse como víctimas
de la guerra para refrendar el mantenimiento de su control del país y de los
dizque ciudadanos.
Ya no hay escritores que se jueguen el alma en sus obras,
cuando el arte ya no incide para nada en la sociedad. Antes, el arte, sin
necesidad de consignas, incidía en la sociedad, en la vida. Pero era en un
momento en el que se dio una corriente de Necesidad de la Cultura. Surgieron
muchos sectores con necesidad de Saber. Ahora la sociedad desprecia la cultura.
Pero, sobre todo, para que esta literatura calase en el tejido social, tendría
que darse en el contexto de una sociedad que hubiera puesto en la picota a los
culpables de los años oscuros y replanteado todo tipo de país que se había
creado en los 90; y eso no les convenía. Se conformaron con poner en la cárcel
a los quemados, pero no atacaron en lo profundo, a partir de ahí los llamados
sectores democráticos estarían chantajeados y a la defensiva de los sectores de
la derecha cavernaria. Desde ese momento se ha puesto en marcha la gran
telaraña destinada a deformar, tapar, ocultar, borrar y cambiar la verdad
histórica de lo que fueron los años de la mutación, para escribir una historia
oficial que convenga a los poderosos y donde la disensión no exista. Y muchos
de los que protagonizaron esa lucha, callan o son cómplices del ocultamiento
para cobrar su jubilación.
El peruano limeño tiene vergüenza de que se le haya hecho
patente que se le ha enseñado a vivir con la pus del fujimontesinismo.
Preferían usufructuar de sus limosnas y beneficios mirando a otro lado y quedar
como limpios. Al ser cómplices inconscientes, no quieren saber que estamos
asistiendo a un proceso de autodegradación convenida. El informal de abajo se
enfrentará al corrupto de arriba, pues este no tiene nada que criticarle, son
lo mismo. Y al final todo acabará en una entente cordiale, pues
entre gitanos no se leerán las manos. Quien lea en los periódicos sobre
moralización, leerá el maquillaje para la platea. Y no hay salida. Más aún con
la desilusión de las esperanzas que se tuvo en el gobierno de Humala. Desazón
convenientemente aprovechada para que se desarrollen las ideas neofascistas
legitimadas por el actual contexto histórico. El peruano limeño ha hallado su
propia plenitud: la de ser imbécil. Al repercutir este tipo de mentalidad en el
individuo que pretende ser artista, se entiende su ignorancia y rechazo, sin
basamento en razones solidas, del arte del pasado, un rechazo que solo
está basado en su oportunismo. El abismo cultural no está basado en el
desconocimiento del pasado, sino en la decisión voluntaria de no querer mirar
ni aprender de ese pasado.
En provincias surgen fuerzas informes, aún no definidas, con
intenciones radicales, queriendo imponerse. Cabe preguntarse hasta qué punto
estas reacciones están determinadas por el abandono del Estado y la presión y
el chantaje explotador de las corporaciones, y no por un sentido y real
deseo de transformación y revolución. Bagua es el ejemplo más claro de un nuevo
comienzo, de otra revolución mutatoria. Pero es solo un despertar sectorizado
que aún no ha logrado consolidarse. Y sin embargo la última esperanza de mutar
está ahí, en los pueblos, en las regiones, pero… ocurrirá… será… no lo sé.
Guillermo Gutiérrez Lymha
Sera tiene que ser
para esto es clave despertar al chaman , redibujar su rostro nadie puede sino
el Chaman hacer un reflejo del en sí y darle al hombre sustancia.
3 comentarios:
Ismael Romero Montora
Christian Franco Rodriguez dictador por qué? Seguramente cuando optó por reelegirse por tercera vez. Antes fue electo por la mayoría del "pueblo" peruano. O anulamos eso también para beneficio del relato "oficial" de la historigrafía del IEP y afines?
21 h
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Christian Franco Rodriguez
Ismael Romero Montora Detallemos en su primer gobierno sale elegido democráticamente, es decir demagógicamente, yo no soy un liberal yo no creo en la democracia yo creo en las comunidades espirituales donde toda cracia queda superada así que cuando utilizo el termino dictador no lo uso peyorativamente, lo cual no quiere decir que legitime la dictadura, simplemente no legitimo ningún poder porque no confió en ninguno, bueno excepto en el divino, luego el hace un autogolpe y se convierte en dictador, dejemos en claro la gente apoyo masivamente esa dictadura, en su segundo gobierno blanqueo esa dictadura con el apoyo popular, pero siguió siendo dictadura pues tenia todos los poderes comprados, la democracia representativa se basa en un equilibrio de poderes, no se trata solo del voto popular sino que se respete ese equilibrio, los jóvenes salimos porque ese equilibrio no se habia respetado al intentar tomar el tribunal constitucional que fue de las pocas instituciones que se resistió al poder, en ese tiempo aun creía que podían haber instituciones democráticas autónomas, ya en la tercera elección el no gano limpiamente su imagen se había deteriorado. Más lo importante es comprender el mensaje montesinista del fujimorismo, no puedes gobernar este país por que ganaste una elección, tienes que tomar las instituciones y corromperlas para asegurar tu poder, desde fujimori todos han seguido esta receta, porque es la única que funciona, lo otro seria construir poder desde abajo un verdadero poder como reflejo de lo divino pero mucho mas fácil es corromper.
Ruby Maribel Cruz Juarez
El haraquiri en persona
Pareciera odiar a su país, cuando todo el mundo se una pro no aranceles USA todo podría girar en menos de lo que canta un gallo
20 h
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Christian Franco Rodriguez
Ruby Maribel Cruz Juarez Eso es cierto, pero imagina si lo lograra, el poder que obtendría, si con este guerra comercial destruye a China se acabo el liberalismo en el mundo.
4 h
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Alberto Sànchez
Xi se estará k4gando de la risa...
19 h
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Christian Franco Rodriguez
Alberto Sànchez No lo creo, es hora de que China vuelva a una revolución cultural y resiste desde valores mas allá de los del mercado ¿Podrá hacerlo?
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