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Han dicho que mi filosofía es un pasquín pues vaya pasquín que trata temas tan fundamentales como el conflicto ético entre el querer y el deber:
¿Qué es el entretenimiento Moral?
Por Byung Chul Han
Artículo del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro "Gute Unterhaltung. Eine Dekonstruktion der abendländischen Passionsgeschichte" (Buen entretenimiento Una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión).
El disfrute moral o la diversión moral es para Kant una contradicción, pues la moral es un deber. La moralidad se basa en un «apremio», en una «coerción intelectual». Rechaza expresamente la «inclinación» como fuente del disfrute. La razón práctica tiene que domeñar el «impetuoso entrometimiento de las inclinaciones». Este «forzamiento moral» genera dolor:
“Podemos apercibirnos a priori de que la ley moral, en cuanto fundamento para determinar la voluntad, ha de originar un sentimiento al hacer acallar todas nuestras inclinaciones, sentimiento que puede ser tildado de dolor”
La moral es una Pasión. La moral es dolor. El camino hacia la perfección moral, hacia la «santidad», es una via doloris.
El énfasis kantiano en la razón es sin duda un producto de la Ilustración. Por el contrario, la hostilidad hacia los sentidos y el placer que domina su teoría moral, e incluso todo su pensamiento, no son característicos de la Ilustración. De la Ilustración forma parte justamente la rehabilitación de la sensibilidad. La Ilustración no es solo Kant, sino también La Mettrie, con su afirmación radical de la sensibilidad y del disfrute. Según La Mettrie, el sentimiento del ser es primariamente un sentimiento de placer y de dicha. La hostilidad de Kant hacia los sentidos no es una genuina expresión de la Ilustración, sino un residuo de la moral cristiana. Además, aquel «impetuoso entrometimiento de las inclinaciones» es cualquier cosa menos «natural». El corte tajante que separa rigurosamente la razón de la sensibilidad es lo único que genera coerciones, abre heridas y hace que las inclinaciones se vuelvan «vehementes» y «apremiantes».
Según Kant, el «bien supremo» representa un «necesario objeto a priori de nuestra voluntad». Solo el «bien supremo» satisface al «perfecto querer de un ente racional». Pero la virtud no es el único contenido del «bien supremo». Solo la virtud y la felicidad juntas constituyen «el bien entero y completo». Pero no son «elementos […] bien diversos» que estén en discordia. La moral en cuanto tal no hace feliz. Tampoco es una «enseñanza de cómo hacernos felices», pues la felicidad es un asunto de la inclinación y la sensibilidad. Por el contrario, la inclinación como una fuente de dicha no conduce a la acción moral, «porque la naturaleza humana concuerda con aquel bien no por sí misma, sino solo por la violencia que la razón aflige a la sensibilidad». De este modo, la violencia y el dolor son necesarios para el progreso moral.
Entre la moral y la dicha se abre un gran abismo. Pero Kant no quiere renunciar a la dicha a cambio de la moral. Kant siempre mira de reojo la dicha. En este caso apela a Dios. Dios tiene que encargarse de «un reparto de felicidad en justa proporción con la moralidad». A cambio del «sacrificio» ofrecido y del dolor sufrido el homo doloris obtiene una «rica compensación». Kant capitaliza el dolor para la dicha. La Pasión no reduce la dicha, sino que la aumenta: es una fórmula de intensificación. Empeña la felicidad para conseguir la bienaventuranza.
En 1751 sale publicada la traducción alemana del Discurso sobre la felicidad, de La Mettrie, que él escribió en 1748 durante su exilio en Prusia. Es significativo que su título sea: «El bien supremo o pensamientos filosóficos del Sr. La Mettrie sobre la felicidad». Kant tendría que haber conocido este tratado. Sin embargo, el «bien supremo» del que habla La Mettrie está constituido de forma totalmente distinta que el de Kant. Según La Mettrie no hay ninguna discordia entre dicha y virtud que hiciera necesaria una apelación a Dios. La virtud no representa una magnitud absoluta que estuviera situada más allá de toda bienaventuranza y que solo se pudiera conciliar con ella por mediación divina, sino que para La Mettrie rige el principio de que también la moral hace feliz. El disfrute moral no es ningún oxímoron. La vida lograda es una vida que también sabe sacar de las virtudes la posibilidad de la dicha. En eso consiste según la Mettrie el arte de vivir:
“Cuantas más virtudes tiene alguien tanto más dichoso es […]. Por el contrario, quien no ejerce la virtud o no es capaz de encontrar aspectos agradables en el ejercicio de ella es incapaz de este tipo de dicha”
La Mettrie insiste constantemente en que la dicha y la moral no se contradicen:
“Uno se ocupa únicamente de cumplir su vida finita, y es tanto más dichoso cuanto más vive no solo para sí, sino también […] para la humanidad, servir a la cual es un gran honor. Y con su dicha personal uno contribuye a la dicha de la sociedad”
La dicha no es el estado de un individuo aislado en sí mismo «al cual en el conjunto de su existencia le va todo según su deseo y voluntad». Esta noción kantiana de felicidad es infantil. La dicha no significa simplemente que todo suceda enseguida según mis deseos. La dicha tiene una estructura de mediación mucho más compleja, que va más allá de la inmediatez del cumplimiento instantáneo de un deseo. La dicha tampoco es un fenómeno de la sensibilidad. Más bien se debe a una mediación social e intersubjetiva. Así enseña por ejemplo el semanario moral El bienaventurado:
“Como vivimos en un mundo que está lleno de nuestros semejantes, como estamos en una conexión muy precisa con nuestro prójimo, necesitamos a otros para nuestra felicidad, y por nuestra parte tenemos que ocuparnos de hacer felices a otros con nuestras manos útiles. Por eso iniciamos la sociabilidad y dimos las instrucciones sociales para ser dichosos en compañía y al lado de otros”
En los muchos semanarios morales del siglo XVIII, la Ilustración muestra un rostro distinto, esencialmente más humano. No impera en general ninguna hostilidad hacia los sentidos o el placer. Tampoco la ciencia ni el arte deben excluir el entretenimiento. El semanario Adolescente viene encabezado por el lema: «Nuestra ciencia es la alegría / y nuestro arte la sociabilidad». Y la moral y el entretenimiento se alían. En Patriota (1724-1726), por ejemplo, pone ya en el primer número:
“La senda de la virtud no es tan pesarosa y áspera como muchos se imaginan. Por eso no trataré de conducir a mis lectores por esa senda de un modo fastidioso, sino agradable, e incluso, más aún, de proporcionarles prestigio, riqueza y días felices durante su recorrido”
Así pues, el camino de la virtud no es una via doloris. La moral no es dolor ni Pasión. No merma la alegría vital. Justamente el orden moral promete un disfrute duradero. Tampoco el amor propio y la moral están en discordia. Por ejemplo, en Ciudadano se lee:
“El amor propio le enseñará / que tiene que ser un súbdito leal y obediente, un conciudadano honesto y amoroso, / un hombre justo y amante de la honestidad, un propietario laborioso y sobrio, / un amigo sincero y servicial, / un hombre complaciente y cortés, / en suma, que tiene que ser una rama útil del tronco de la comunidad, con tal de no querer privarse a sí mismo de su tranquilidad y felicidad / o incluso / ser amputado /cual miembro inútil / del cuerpo / que le da la vida”
La misión de los semanarios morales consiste también en entretener moralmente a sus lectores. En función de eso, sus exposiciones son pícaras, lúdicas, desenfadadas, amenas y jocosas. Se escenifica una especie de rococó literario y moral. Pero no solo es entretenida su forma narrativa, que envuelve un contenido moral en sí mismo amargo dulcificándolo, sino que el placer y el disfrute tienen que venir del propio orden moral. La noción de un núcleo moral amargo que habría que hacer apetitoso mediante un azucarado recubrimiento narrativo no hace plena justicia a la compleja estructura mediadora de la moral. La moral puede e incluso debe ser dulce por sí misma. Al menos debe acarrear un agrado. Se trata de convencer a los lectores de que la moral no tiene por qué ser amarga, de que es compatible con las «inclinaciones». También el éxito de Pedro Melenas apunta a que el orden moral puede desencadenar igualmente sentimientos marcadamente positivos:
“¿A qué se debe que textos que sobre todo propagan una represión de los impulsos y amenazan con castigos draconianos en caso de que se vulneren sus mandatos represivos no solo sean bien recibidos, sino que incluso al parecer se lean a gusto […]? ¿Se debe […] a que los niños cuando leen tienen la capacidad de ignorar aquello por lo que no se sienten interesados, de modo que, por así decirlo, solo saborean el recubrimiento azucarado de lo divertido, pero no captan de ningún modo la amarga píldora de la enseñanza moral? ¿O también textos palmariamente moralizantes pueden deparar inmediatamente una diversión? ¿Quizá la píldora moral no sea tan amarga?"
La literatura de entretenimiento que está revestida de moralidad debe su capacidad de entretener sobre todo a la tensión dialéctica entre la vulneración del orden moral y su restablecimiento, la infracción de la ley y el regreso a ella, por ejemplo la culpa y la expiación o la transgresión y el castigo. Más allá de un mero disfrute, los medios de entretenimiento moral cumplen de forma sutil una función social que no debe menospreciarse. Estabilizan y vuelven habitual el orden moral, hacen que, por así decirlo, este orden se convierta en algo habitual, es decir, que se convierta en inclinaciones. Hacen que la norma moral sea asimilada. También Luhmann considera que la función del entretenimiento es re-impregnar lo que es o lo que debe ser. Con ello contribuye a mantener el orden social o moral:
“Abiertamente se debe aludir a un conocimiento previo que los espectadores poseen. El entretenimiento produce un efecto de reforzamiento en relación con un conocimiento previo. […] Aquello por lo que siempre suspiraron los románticos cuando pretendieron crear «una nueva mitología», esto ha sido conseguido por las formas de entretenimiento de los medios de masas. El entretenimiento reimpregna lo que, así y todo, es; y como es usual, aquí también las prestaciones de la memoria están conectadas con las posibilidades de aprender”
Sin duda la teoría moral kantiana es más compleja de lo que por lo general se admite. Kant no excluiría de entrada la posibilidad de un entretenimiento moral. Su «Metodología de la razón práctica pura» aborda la cuestión de «cómo se puede dar entrada a las leyes de la razón práctica pura en el ánimo humano y hacer que influyan sobre sus máximas, es decir, cómo se puede hacer que la razón objetivamente práctica se vuelva también subjetivamente práctica». En relación con esta metodología Kant habla incluso de un entretenimiento moral:
“Si se repara en el rumbo que toman las conversaciones en grupos variopintos, donde no participan simplemente eruditos e intelectuales, sino también gentes de negocios y amas de casa, se advierte que, al margen de la plática sobre anécdotas y chanzas, hay en esas tertulias otro entretenimiento, cual es el de razonar […]. Pero entre todos los razonamientos no hay ninguno que suscite mayor aceptación de quienes, por otro lado, se aburren pronto con cualquier sutileza, ni que llegue a despertar cierta animación en la sociedad como aquel que versa sobre el valor moral de tal o cual acción y a través del cual debe quedar estipulado el carácter de una persona. Aquellos para quienes cualquier sutil cavilación en las cuestiones teóricas supone algo árido y enojoso, en cuanto se trata de calificar el contenido moral de una buena o mala acción recién referida, se apresuran a intervenir, imaginando todo cuanto puede mermar o hacer sospechosa la pureza del propósito y, por lo tanto, el grado de virtud, con tanta precisión, profundidad y sutileza como no cabe esperar por su parte con respecto a ningún objeto de la especulación”
¿Hasta qué punto la conversación sobre cuestiones morales depara un disfrute duradero, e incluso más diversión que las bromas? Según Kant, ya los niños disfrutan percibiendo el contenido moral de una acción narrada, es decir, distinguiendo entre el deber moral y la inclinación. De ellos ya es propia aquella «afición mostrada por la razón a inmiscuirse con gusto incluso en el más sutil examen al ser planteadas cuestiones prácticas». Los niños morales de Kant «rivalizan» entre sí en el «juego de la capacidad judicativa». Se muestran «interesados» porque sienten un «progreso de su capacidad judicativa»
Sin embargo, la conversación sobre cuestiones prácticas, si quiere ser moralmente eficaz, no tiene que repercutir en el nivel de los sentimientos, sino en el nivel de los conceptos:
“Erigir como modelos ante los niños acciones por ser nobles, generosas y meritorias con la idea de que se vean seducidos por ellas merced al entusiasmo es del todo contraproducente”
«Solo deseo que no se les moleste con los ejemplos de las llamadas acciones nobles (suprameritorias), de los que tanto alardean nuestros escritos sentimentales». Así pues, en un sentido moral los «héroes de novela» no logran mucho. Lo que debe importar es «la autoridad moral y el valor inmediato que su cumplimiento confiere a la persona ante sus propios ojos». La moral es una Pasión. Esta consiste en «abandonar» el «elemento al cual se halla acostumbrado de modo natural», pero no «sin mediar una gran abnegación», para «trasladarse a otro más elevado donde solo puede mantenerse con un ímprobo esfuerzo y con el constante temor a la recaída»
Por tanto, para Kant el entretenimiento moral sería concebible en todo caso como un «juego de la capacidad judicativa». A uno le gusta «entretenerse» juzgando ejemplos morales, pero ese entretenimiento moral no suscita ningún «interés por las acciones ni por su moralidad misma». El juego con las cuestiones morales se basa en el desinterés. Es una ocupación estética, a la que le resulta en amplia medida indiferente la «existencia del objeto», es decir, la realización de la moralidad. De este modo, de la formación moral forma parte, además de la ocupación de la capacidad judicativa, un «segundo ejercicio» que consiste en desembarazarse del impetuoso entrometimiento de las inclinaciones, de suerte que ninguna, ni siquiera la favorita, tenga influencia sobre una resolución para la que ahora solo debemos servirnos de la razón
Las narraciones morales, que a modo de mitos de la vida cotidiana impregnan el actuar con el tranquilizante «así son las cosas», y que además entretienen, en relación con la modulación de lo social posiblemente sean más eficaces que los «principios» morales basados «en conceptos» o que la «representación sobria y severa del deber». Las narraciones no argumentan. Solo intentan agradar y entusiasmar. En eso se basa su alta eficacia. Las formas narrativas de entretenimiento de los medios de masas contribuyen a estabilizar la sociedad haciendo que las normas morales resulten habituales, consolidándolas así como inclinaciones, como algo cotidiano y como la obviedad del «así son las cosas», lo cual no necesita ningún enjuiciamiento ni reflexiones adicionales. Las inclinaciones, que Kant desprestigia, son en realidad una importante pieza de lo social. En ellas se basa justamente el hábito social. La dicotomía sensibilidad vs. razón o inclinación vs. deber, a la que Kant se aferra, es abstracta. Las narraciones morales, que a modo de mitos de la vida cotidiana impregnan el actuar con el tranquilizante «así son las cosas», y que además entretienen, en relación con la modulación de lo social posiblemente sean más eficaces que los «principios» morales basados «en conceptos» o que la «representación sobria y severa del deber». Las narraciones no argumentan. Solo intentan agradar y entusiasmar. En eso se basa su alta eficacia. Las formas narrativas de entretenimiento de los medios de masas contribuyen a estabilizar la sociedad haciendo que las normas morales resulten habituales, consolidándolas así como inclinaciones, como algo cotidiano y como la obviedad del «así son las cosas», lo cual no necesita ningún enjuiciamiento ni reflexiones adicionales. Las inclinaciones, que Kant desprestigia, son en realidad una importante pieza de lo social. En ellas se basa justamente el hábito social. La dicotomía sensibilidad vs. razón o inclinación vs. deber, a la que Kant se aferra, es abstracta.
Christian Franco Rodriguez
La Tensión deber querer, no es un conflicto que disminuya con la narración entretenida, si bien esta nos introduce en esta tensión dulcemente el sabor amargo de la moralidad tarde o temprano se descubre, sino se descubriera quiere decir que el conflicto se ha mantenido heteronomamente y aun no alcanza la conciencia su autonomía moral
¿Pero puede la autonomía moral cumplir con el deber moral?
No, la autonomía moral está ubicada en un para sí racional cuyo límite es su propia contradicción, por más que Kant haya intentado fundamentar su razón práctica en una metafísica de la costumbres, su crítica a la razón teórica hace imposible el acceso al en sí, este acceso exige una razón teórica metafísica, podemos pensar que en Hegel se resuelve el problema porque él logra la síntesis del en si para si en el espíritu, pero el espíritu de Hegel no deja de ser subjetivo y elevar al sujeto al absoluto no resuelve el problema.
¿Cuál es el problema?
Desde nuestra reflexión el conflicto entre Deber y Querer, conflicto que iniciamos a reflexionar en https://adagioalamor.blogspot.com/.../asi-volo-la... y que terminamos de empezar nuestra reflexión en https://teatroloco.blogspot.com/.../filosofia-del-sabor...
¿Es este conflicto abstracto? Por supuesto pero lo abstracto es este anudarse en lo real de la idea para luego desanudarnos en la acción siendo lo fundamental en la experiencia espiritual del hombre.
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