Los martillazos a Nietzsche en una metafísica de la
violencia.
Cuarto cuerno
Deleuze en Nietzsche, considera la filosofía como “una nueva forma de
pensar”; y, dice que, cuando alguien nos pregunte para qué sirve la filosofía,
debe recibir una respuesta agresiva: “Ella no sirve a nadie en el poder. La
filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no
contraría a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la
estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene éste uso: denunciar la bajeza del
pensamiento en todas sus formas."
La filosofía debe “… exponer todo tipo de ficciones, sin las cuales las
fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Desenmascarar el bulo como una mezcla
de bajeza y estupidez, a lo que también contribuye la asombrosa complicidad de
víctimas y verdugos (autores).
Finalmente, la filosofía, “… transforma el pensamiento en algo agresivo,
activo y afirmativo. Hacer libres a las personas, es decir, no mezclar los
objetivos de la cultura con los beneficios del Estado, la moral y la religión.
Lucha contra el rencor y la mala conciencia, que reemplazan nuestros
pensamientos. Derrota lo negativo y su falso encanto. ¿A quién, si no a un
filósofo, le interesa todo esto?”.
Por muy grandes que fueran la estupidez y la bajeza, habrían sido aún
mayores si no hubiera habido una pequeña fracción de la filosofía –dice
Deleuze- en cualquier época, impidiéndoles llegar tan lejos como quisieran,
prohibiéndoles… a ser, por tanto, tan estúpida y tan vil como a cada una le
gustaría por su parte. Ciertos extremos les están prohibidos, pero ¿quién, sino
la filosofía, prohíbe estos extremos? ¿Quién les obliga a disfrazarse, a
adoptar apariencias nobles e inteligentes, apariencias de pensadores?
Y, si la filosofía no hace lo señalado, empieza su mistificación; y,
“…la mistificación de la filosofía comienza desde el momento en que ésta
renuncia a su papel... de desmitificadora y se une a los que están en el poder:
cuando se niega a dañar la estupidez, a exponer la bajeza. Es cierto, dice
Nietzsche, hoy los filósofos son como los cometas. Pero debemos observar estos
cometas, desde Lucrecio hasta los filósofos del siglo XVIII, y si es posible
seguirlos, recorriendo así el camino fantástico. Los filósofos cometas lograron
hacer del pluralismo un arte de pensamiento, un arte crítico. Pudieron contarle
a la gente lo que hay detrás de ellos, al pueblo, con mala conciencia y rencor.
Pudieron contrastar los valores establecidos y los que estaban en el poder con
al menos la imagen de una persona libre.
Para Deleuze, “… la filosofía debe ser renovada y reanimada, necesita
encontrar un nuevo campo de actividad. Si la labor crítica de la filosofía no
se renueva activamente en cada época, entonces la filosofía morirá, y con ella
morirán la imagen del filósofo y la imagen del hombre libre. La estupidez y la
bajeza crean constantemente nuevas aleaciones. La estupidez y la bajeza son
siempre la estupidez y la bajeza de nuestro tiempo, de nuestros
contemporáneos...
Una cadena de filósofos no es una cadena eterna de sabios, ni mucho
menos un encadenamiento de acontecimientos históricos, sino una secuencia rota
de cometas, su discontinuidad, su repetición, que no puede reducirse ni a la
eternidad del cielo que atraviesan, ni a la la historicidad de la tierra sobre
la que sobrevuelan. No hay filosofía eterna ni histórica…: la filosofía es
siempre intempestiva, intempestiva en cada época.
Por ello, Nietzsche le ofrece al pensamiento una nueva mirada. Consiste
en el hecho que el pensamiento nunca actúa como una aplicación natural de una
determinada habilidad. El pensamiento nunca piensa completamente solo y por sí
solo; y su paz nunca se ve perturbada por fuerzas que permanecen externas a
ella. El pensamiento depende de las fuerzas que se apoderan del pensamiento.
Mientras nuestro pensamiento sea capturado por fuerzas reactivas, mientras
encuentre en ellas su significado, debemos ciertamente admitir que todavía no
estamos pensando... Si Heidegger declara: “todavía no pensamos”, entonces la
fuente de este tema debería buscarse en Nietzsche. Esperamos fuerzas capaces de
hacer del pensamiento algo activo, absolutamente activo, elevándolo al nivel de
la afirmación. Pensar como actividad es siempre pensamiento de segundo grado,
no una aplicación natural de alguna habilidad, sino un acontecimiento
extraordinario en el pensamiento mismo, para el pensamiento mismo. Pensar es el
enésimo grado de pensamiento. El pensamiento todavía necesita ser elevado a
este grado, el pensamiento necesita volverse “ligero”, “afirmativo”,
“danzante”. Sin embargo, ella nunca llegará a este nivel a menos que las
fuerzas cometan violencia contra ella. Es necesario que se ejerza algún tipo de
violencia sobre él como pensamiento, es necesario que alguna fuerza lo obligue
a pensar, lo lance al devenir-actividad. Esa compulsión, esa formación es lo
que Nietzsche llama “Cultura”. La cultura, según Nietzsche, es, en esencia,
formación y selección. Expresa la violencia de las fuerzas que se apoderan del
pensamiento para transformarlo en algo activo, afirmando que este concepto de
cultura sólo puede entenderse cuando se comprenden todas las formas en que se
opone al método. El método presupone siempre la buena voluntad del pensador,
una “decisión reflexiva”. La cultura, por el contrario, es violencia perpetrada
contra el pensamiento, formación del pensamiento bajo la influencia de fuerzas
que realizan la selección, formación que involucra todo el inconsciente del
pensador. Los griegos no hablaban de método, sino de paideia; sabían que el
pensamiento no piensa por libre albedrío, sino bajo la influencia de fuerzas
que se le aplican para obligarlo a pensar. Incluso Platón distinguió también lo
que hace pensar de lo que deja el pensamiento inactivo; y, en el mito de la
cueva, hizo depender la paideia de la violencia soportada por el prisionero, a
veces para salir de la cueva, a veces para regresar allí. Es esta idea griega
de la violencia selectiva de la cultura la que Nietzsche redescubre en textos
famosos. "Que examinen nuestro antiguo derecho penal y comprendan las dificultades
que conlleva la formación de un pueblo de pensadores en la tierra...":
para ello es necesaria incluso la tortura. “Enseñar a pensar, en nuestras
escuelas han perdido por completo incluso el concepto de esto...” “Por extraño
que parezca, todo lo que existe y ha existido en la tierra (esto se refiere a
la libertad, la gracia, el coraje, la danza y la seguridad proporcionada por
las autoridades) no podrían haber florecido en absoluto excepto bajo la tiranía
de leyes arbitrarias."
Y, sin duda, hay ironía en estos textos: el “pueblo de pensadores” del
que habla Nietzsche no es el pueblo griego, sino el pueblo alemán. Sin embargo,
¿dónde está la ironía? No en la idea que los pensamientos sólo se piensan bajo
la influencia de fuerzas que los violan. No me gusta la idea de la cultura como
entrenamiento forzado. Más bien, la ironía se manifiesta en la duda sobre la
formación de la cultura. Por ello, si “…no vemos “contra quién” se dirigen los
conceptos básicos de la enseñanza de Nietzsche, entonces significa que entendemos
mal toda su obra en su conjunto. Los temas hegelianos en esta obra aparecen
como los enemigos con los que lucha”. La cultura contra la que lucha.
Jhonny Lazo Zubieta, Villazón 16:45, 25 de junio de 2024
Deleuze Gilles, Nietzsche, pp, 218-223, 322
¿Pero no es acaso Nietzsche el realizador del proyecto
Hegueliano?
No es acaso en él, donde el devenir se encarna, veamos de
cerca la gramática de uno y otro filosofo.
Hegel, Nietzsche
y las relaciones entre lenguaje y realidad: Comparativa computacional de los
textos Fenomenología del espíritu (1807) y Así habló Zaratustra (1883-85)
El presente artículo aborda
el debate filosófico entre el idealismo hegeliano y el vitalismo nietzscheano
que surge en el marco de la filosofía moderna. Se trata de una transición en la
que la concepción y el uso del lenguaje y la gramática pasan a tener
connotaciones ontológicas fundamentales, las cuales se pueden apreciar muy bien
en la contraposición de los textos principales de cada autor: Fenomenología del espíritu y Así habló Zaratustra, los cuales
han conformado el corpus del presente estudio. Para observar sus estructuras
gramaticales, se ha visto oportuno un análisis mediante las nuevas herramientas
y enfoques computacionales sugeridos desde los enfoques más recientes de las
Humanidades digitales. Se trata de una aproximación cuantitativa intenta
complementar la lectura cercana que un especialista puede realizar. Concretamente,
se ha aplicado procesamiento del lenguaje natural (conocido como PNL), a través
de un modelo preentrenado y mediante programación en R. Se ha podido detectar
el tipo de términos empleados en ambos textos, distinguiendo sus diferentes
funciones gramaticales, las dependencias entre términos y los tiempos verbales.
El artículo muestra, cuantitativamente, cuán distante están ambos filósofos y
cómo emplean de manera igualmente tenaz la gramática para dar a expresar y
entender sus ideas. De sus filosofías se puede afirmar que gramática y
ontología forman una unidad: la gramática se utiliza para reforzar las ideas
filosóficas tanto como estas ideas están ya derivadas, conformadas, en las
propias estructuras gramaticales. Finalmente, las herramientas computacionales
demuestran ser, a través del presente artículo, un complemento pertinente para
el análisis filosófico.
INTRODUCCIÓN:
EL LENGUAJE Y LA REALIDAD
Desde la reflexión filosófica que surge en la Grecia clásica, las
relaciones entre lenguaje y realidad preocupan a los filósofos. El debate se
vuelve todavía más acuciante en el contexto moderno en el que se problematizan
las relaciones entre el mundo y su representación epistemológica.
Particularmente enfrentadas serán las posiciones de Hegel y Nietzsche: mientras
el primero trata de consolidar la tradición metafísica que viene desde
Aristóteles, el segundo quiere romper todos los vínculos formales que
determinen, categorialmente, la estructura de la realidad.
La
predicación en Aristóteles y Hegel: de la sustancia al sujeto
La ontología hegeliana está muy influenciada por la aristotélica,
de quien Hegel se puede considerar su continuador (Ferrarin,
2001; Gérard,
2012; Lobkowicz,
1989). Aristóteles define la sustancia como el fundamento último de
la realidad, refiriéndose a ella como sustancia primera o substrato (hypokéimenon) del que se
predican diferentes aspectos a modo de categorías; sin embargo, de esa
sustancia primera no se predica nada. Así, en su tratado sobre las categorías,
Aristóteles afirma: “Entidad, la así llamada con más propiedad, más
primariamente y en más alto grado, es aquella que, ni se dice de un sujeto, ni
está en un sujeto, v.g.: el hombre individual o el caballo individual” (Aristóteles,
1988: 34). La sustancia será, por ello, la categoría primera
aristotélica que se relacionará con otras nueve categorías que proporcionan, al
mismo tiempo, tanto las estructuras lógicas del lenguaje y el razonamiento como
la estructura de la realidad.
Es precisamente esto lo que Hegel admira de Aristóteles, y desde
donde elaborará, de manera similar, una lógica de la racionalidad que sea al
mismo tiempo fundamento de lo real (Gérard,
2012; Lobkowicz,
1989). Sin embargo, Hegel quiere incorporarle dinamismo y
contradicción lógica al principio aristotélico de la sustancia. Tal como lo
analiza Ferrarin
(2001: 384), Hegel encuentra que solo puede dar ese paso asimilando
la sustancia al sujeto, lo cual le permitirá imprimir en la sustancia esa
capacidad de acción, movimiento e, incluso, destino que busca. Se pasa así de
la ontología clásica aristotélica, naturalista y estática1,
a una ontología moderna, con aspectos románticos e idealistas, atravesada por
la contradicción constante y el desgarramiento del espíritu hegeliano como
sujeto. Esta intención de ir más allá de Aristóteles se puede apreciar en las
palabras de Hegel, quien afirma en su Fenomenología
del espíritu: “Según mi modo de ver, que deberá justificarse
solamente mediante la exposición del sistema mismo, todo depende de que lo
verdadero no se aprehenda y se exprese como sustancia, sino también y en la
misma medida como sujeto” (Hegel, 1988, p. 15).
De este modo, a la identidad entre ser y pensamiento ya presente
en Aristóteles, Hegel añade que su sustancia es al mismo tiempo una
manifestación del espíritu, el cual no será sino el proceso de evolución
histórica del autoconocimiento de la Idea Absoluta. Para Hegel, en el proceso
de este autodesarrollo dialéctico, la idea absoluta atraviesa tres etapas
fundamentales: una primera etapa de tesis -la cual estudia la lógica, entendida
como el sistema de conceptos y categorías del raciocinio puro-; una segunda
etapa de antítesis, en la cual el espíritu se hace consciente de la naturaleza
en tanto que lo otro de la idea absoluta -la cual es una espacialidad carente
de tiempo-; y una tercera etapa de síntesis, en la que el espíritu absoluto
alcanza su grado superior de autodesarrollo al conocerse a sí mismo -momento en
el que lo abstracto de la lógica inicial adquiere contenido-.
Siguiendo esta misma secuencia, para Hegel, lo abstracto del
lenguaje no proporciona, en un primer momento, lo real como tal, sino que lo
distorsiona en su unidad abstracta: el lenguaje parece un puro formalismo
lógico y gramatical. Sin embargo, su mediación en el proceso de
autoconocimiento no puede ser simplemente abolida, sino que es necesaria como
parte de la fenomenología absoluta del concepto. Se trata del proceso de
concreción de lo abstracto que conduce, finalmente, a la generalidad
determinada del espíritu, tal como afirma Hegel en el siguiente pasaje:
Quien empieza a conocer la gramática, encuentra en sus formas y
leyes abstracciones áridas, reglas accidentales y en general una cantidad de
determinaciones aisladas, cuyo valor e importancia aparentes sólo están en lo
que encierra su sentido inmediato; el conocimiento no reconoce en ellas al
principio más que a ellas mismas. Quien al contrario domina un idioma, y al
mismo tiempo sabe compararlo con otros, puede entonces llegar a sentir, en la
gramática de su idioma, el espíritu y la cultura de un pueblo; las mismas
reglas y formas adquieren ahora un valor completo y viviente (Hegel,
1993, p. 75).
Es decir, Hegel aplica sobre el lenguaje el mismo proceso
dialéctico que en el resto de su sistema. El lenguaje comienza siendo una idea
lógica y, por tanto, no más que una idea en-sí vacía de contenido para los más
profanos. Estos, utilizan el lenguaje de manera popular y cotidiana,
proporcionándole al lenguaje su para-sí. Sin embargo, hay un tercer momento de
síntesis al que Hegel se refiere en el fragmento: aquel en el que ambas
perspectivas resuelven su aparente conflicto y el valor normativo de las reglas
gramaticales se reconcilia con el uso común de la lengua. Aparece entonces el
en-sí para-sí del lenguaje como expresión de la cultura y el espíritu de un
pueblo que comprende su gramática.
La
crítica de Nietzsche a la gramática y el lenguaje
Por su parte, Nietzsche, como filósofo que proviene de la
filología, estudiará con especial interés el lenguaje y sus relaciones con la
generación del pensamiento. Frente a la noción de espíritu universal hegeliano
que, como se ha visto, trata de actualizar las bases de la ontología
aristotélica, para Nietzsche el lenguaje proporciona un conjunto de Weltgeister -espíritus
del mundo- más vulgares: patrones que permiten hacer reconocible lo recurrente
del mundo que nos rodea (Strong,
1976). Nietzsche quiere remontarse, de este modo, no solo a Hegel
sino, antes de Platón y Aristóteles, a la crítica de las esencias que ya se
encontraba en el filósofo Heráclito. Para Nietzsche, igual que para este, sin
lenguaje en tanto que capacidad de formular el mundo, todo parecería como un
juego para un bebé, esto es, el caos de un río interminable que nunca es dos
veces igual. Así lo afirma Nietzsche en el siguiente pasaje:
La asombrosa semejanza familiar de todo filosofar indio, griego,
alemán, se explica con bastante sencillez. Justo allí donde existe un
parentesco lingüístico resulta imposible en absoluto evitar que, en virtud de
la común filosofía de la gramática -quiero decir, en virtud del dominio y la
dirección inconscientes ejercidos por funciones gramaticales idénticas-, todo
se halle predispuesto de antemano para un desarrollo y sucesión homogéneos de
los sistemas filosóficos: lo mismo que parece estar cerrado el camino para
ciertas posibilidades distintas de interpretación del mundo (Nietzsche,
2012b, p. 41).
Incluso, la noción de libre albedrío depende de que la
consistencia de la percepción del mundo no se vea afectada por el querer, esto
es, depende de que la percepción esté convenientemente formalizada y adquiera
consistencia a través del lenguaje. El lenguaje estructura el mundo de tal modo
que visibiliza y posibilita la voluntad, ya que el lenguaje hace posible los
hechos y, sin hechos, los seres humanos no sabrían lo que hacen. Nietzsche
afirma que las palabras y los conceptos simplifican la percepción humana de la
realidad, permiten pensar en sucesos idénticos y aislados, en vez de un flujo
contínuo de percepciones dispares: “Las palabras y los conceptos nos llevan
[...] a representarnos continuamente las cosas como más simples de lo que son,
separadas unas de otras, indivisibles [...] En el lenguaje se oculta una
mitología filosófica” (Nietzsche,
2011, pp. 37-38). Todo ello lleva a Nietzsche a identificar, en
último término, el lenguaje, entendido sobre todo en su aspecto formal y
gramatical, con el rol de Dios y la religión que, como entidad suprema, garante
el orden moral de la existencia:
Realmente, nada ha tenido hasta hoy un poder de convicción más
ingenuo que el error relativo al ser, tal y como fue formulado por los eleatas,
por ejemplo. Cuenta a su favor con cada palabra, con cada frase que
pronunciamos. Incluso los adversarios de los eleatas se rindieron al hechizo
del concepto de ser que defendían aquellos: entre otros, Demócrito, cuando
inventó su átomo. ¡Esa vieja embustera que es la razón se había introducido en
el lenguaje! Mucho me temo que no conseguiremos librarnos de Dios mientras
sigamos creyendo en la gramática... (Nietzsche,
2013, p. 68).
Por tanto, la convicción de que el lenguaje estructura la realidad
se asienta para Nietzsche
desde antiguo, y es una de las últimas sombras de dios (Nietzsche, 1999,
p. 120) a derribar, es decir, una de las creencias que perviven después de la
muerte de Dios. Al desmontarla, Nietzsche libera a la tradición de su
estructura de sujección (Lackey,
1999). Sin embargo, esto no significará que Nietzsche rechace
absolutamente la ilusión del lenguaje; el problema sería el tipo de ilusión
generada y el modo en el que el ser humano se atiene a no cambiarla (Strong,
1976). Más concretamente, Nietzsche acusa el formalismo lingüístico
que va de Aristóteles a Hegel; en su lugar, abogará por el énfasis poético,
apelativo y hasta dramático del lenguaje, como posteriormente han señalado
diversos autores (Sloterdijk,
2009; Deleuze,
2002).
La discrepancias filosóficas y ontológicas existentes entre Hegel
y Nietzsche respecto al carácter de la sustancia se manifiestan con especial
claridad en su uso del lenguaje, en concreto, a través de las formas
gramaticales y sus relaciones sintácticas. El formalismo y logicismo de Hegel
dará lugar a frases más ordenadas, con una dependencia más estricta entre
sujeto y predicado; mientras que el vitalismo de Nietzsche y su crítica al
lenguaje y la gramática generará, en sus textos, estructuras más abiertas,
incluso quebradas o irregulares, en las que se trata de superar la vinculación
estrecha y dependiente entre sujeto y predicado. En el presente artículo se
tratará de mostrar cómo estas diferencias pueden abordarse a través del enfoque
computacional de las Humanidades digitales. Concretamente, mediante minería de
textos y algoritmos de etiquetado POS disponibles en las librerías PNL, es
posible corroborar el diferente uso gramatical del lenguaje en ambos filósofos
demostrando cuantitativamente las intuiciones generadas por los análisis
específicamente filosóficos de los textos.
El análisis fue planteado desde el texto más representativo de la
obra de cada autor: Fenomenología
del espíritu (que Hegel escribe en 1807) y Así habló Zaratustra (que
Nietzsche escribe entre 1883 y 1885). En ambos se narra la historia, el
desarrollo o la vida de un sujeto o personaje protagonista: el espíritu en el
caso de Hegel y Zaratustra en el caso de Nietzsche. En ambos también suceden
una serie de transformaciones, pues Nietzsche replica la estructura triádica de
la dialéctica hegeliana en su texto, incorporando lo que denomina “tres
transformaciones del espíritu” (Nietzsche,
2012a, pp. 29-30). Para ambos, esta transformación del espíritu a
través de varias fases, en un viaje continuo, sirve de analogía del espíritu
humano y su historia.
El presente artículo aborda un análisis cuantitativo de estos dos
textos mediante una comparativa computacional del uso del lenguaje en ambos,
empleando minería de textos. Para ello, se han utilizado dos traducciones al
español ya disponibles en formato digital en línea2.
Además, ambos textos fueron divididos en secciones internas, respondiendo a la
propia división que los autores realizaron a través de subapartados con títulos
propios, a su vez dentro de secciones o capítulos más amplios. En la tabla
1, se detalla la composición de los dos textos atendiendo a estas
subdivisiones. Como puede apreciarse, hay diferencia en la cantidad de términos
de cada documento, lo cual habrá de tenerse muy en cuenta y normalizarse de cara
a los posteriores cálculos.
Fenomenología del espíritu |
Así habló Zaratustra |
|
Subapartados |
307 |
256 |
Frases |
7.611 |
6.166 |
Términos |
252.358 |
117.632 |
Tamaño total de la base datos |
369.990 observaciones |
Este corpus ha sido analizado mediante programación en R,
principalmente a través de la librería udpipe (Wijffels
et al., 2020). Esta librería permite operaciones de procesamiento del
lenguaje natural a través de las cuales es posible realizar tareas como tokenización, etiquetado
de las partes del habla (conocido como POS
tagging en inglés), lematización y análisis de dependencia.
Además, udpipe incluye
modelos pre-entrenados para procesamiento de lenguaje natural, que evita la
tarea de tener que entrenarlo. Para la presente investigación, se ha probado
con los dos modelos que proporciona udpipe,
esto es, el modelo basado en las dependencias GSD (UD_Spanish-GSD,
2019) y el modelo basado en las dependencias AnCora (UD_Spanish-AnCora,
2019). Los resultados han sido muy parecidos, lo cual confirma la
validez del procedimiento. Con todo, se han escogido los resultados obtenidos
con el modelo AnCora,
debido a que acentúan ligeramente las diferencias entre los textos; siempre
teniendo en cuenta que en ambos casos los patrones o tendencias detectados son
prácticamente iguales.
Una vez cargado y aplicado el modelo AnCora sobre el
corpus mediante la función udpipe_
annotate() se obtienen la tokenización y lematización del mismo,
así como las variables UPOS para
la etiqueta de posición y dep_rel para
el análisis de dependencias. Cabe destacar que el etiquetado de posición se
realiza según las dependencias universales estandarizadas en 17 etiquetas
diferentes: adjetivo, adposición, adverbio, auxiliar, conjunción, determinante,
interjección, nombre, partícula, pronombre, nombre propio, puntuación,
conjunción subordinada, símbolo, verbo y otros (De
Marneffe & Manning 2008; McDonald
et al. 2013). Una vez obtenidas estas variables, el trabajo se
desarrolla con las librerías del entorno tidyverse en R (Wickham,
2021), esto es, librerías que permiten el manejo de datos y su
visualización. Así, se ha procedido a diversos acercamientos al corpus
comprobando cómo cada texto responde u organiza las variables que
proporciona udpipe y
en la búsqueda de los diferentes usos gramaticales en ambos textos.
Hallazgos
computacionales y sus correspondientes visualizaciones
La primera comparativa tiene que ver con la longitud de frases
empleadas por cada autor. Como puede verse en la figura
1, Nietzsche utiliza frases más cortas, por lo que es de suponer que usa un
estilo más directo y apelativo. La media de sus frases se sitúa en 19.1
términos por frase. Frente a ello, Hegel emplea frases complejas con media de
33.2 términos por frase y muchas de ellas con 50 términos o más. Lo mismo puede
decirse a la proporción que existe de palabras por capítulo o sección, 822.01
en el caso de Hegel y 459.5 en el caso de Nietzsche. Ambos análisis, por tanto,
dan cuenta del carácter más extenso y procesual del pensamiento de Hegel frente
al de Nietzsche, en principio más sintético y directo.
Si, a continuación, se observan los tipos de palabras que cada uno
emplea, se obtiene la figura
2. En ella puede comprobarse cómo Hegel utiliza más nombres, más
determinantes, más adposiciones, más pronombres y más adjetivos; por su parte,
Nietzsche utiliza en su texto más signos de puntuación, más verbos y más
adverbios. Se puede inferir, por tanto, que la gramática en Hegel tiende más a
la sustantivación del enunciado, dando prioridad a los nombres, pronombres y
determinantes; mientras que se cumple gramaticalmente la observación
típicamente filosófica de que Nietzsche tiene una concepción más dinámica de la
realidad, dando prioridad a verbos y adverbios.
Además de la posición gramatical que ocupa cada término, la
función udpipe_annotate() proporciona
también información acerca de los tipos de tiempos verbales utilizados. En el
caso del presente análisis, puede observarse en la figura
3 que Hegel destaca prominentemente el uso del indicativo singular en
tercera persona del presente. Analizando con más detenimiento qué verbos son
los que Hegel más utiliza con esta forma, se ve que en su texto se emplean
sobre todo las expresiones “es”, “tiene”, “ha”, “puede”, “sabe”, “debe”,
“hace”, “halla”, “pone” o “encuentra”, como los diez términos más utilizados
con este tiempo verbal. Además de este presente de indicativo en tercera
persona, destaca en Hegel la presencia del infinitivo, siendo los términos
“ser”, “obrar”, “saber”, “decir”, “hacer”, “ver”, “considerar”, “tener”,
“haber” y “llegar” los términos con este tiempo verbal más utilizados. Esta
primacía del presente en tercera persona y el infinitivo hace pensar en
acciones sin un tiempo propio, más bien distantes, que corrobora la percepción
que se tiene de la filosofía hegeliana como una filosofía abstracta y, por
ende, neutral, en la que la historia pasa a depender del presente absoluto del
espíritu atemporal que disuelve los matices temporales.
Por su parte, Nietzsche compensa más el uso del presente en
tercera persona y el infinitivo -que también son los tiempos más empleados en
su texto- con el uso destacado del pasado y formas plurales de los verbos. Así,
a través de verbos como “dijo”, “habló”, “fue”, “respondió”, “volvió”, “ocurrió”,
“estuvo”, “hizo”, “llegó” o “comenzó” -los diez términos más utilizados en el
texto con este tiempo verbal-, Nietzsche obtiene un tono más evocativo y
conmemorativo, puede decirse que introduce más la filosofía en el mundo al
referirla a acciones ya terminadas, con un impacto concreto. A esto se le puede
añadir el uso de tiempos en plural, muy poco utilizados por Hegel, entre los
que destacan las expresiones “son”, “han”, “están”, “quieren”, “tienen”,
“deben”, “llaman”, “dicen”, “hacen” o “hablan”, los cuales le dan un carácter
más colectivo y contextual al discurso.
Para ver con más detenimiento cómo se reparte el uso de términos
entre estos dos textos, se puede consultar esta aplicación, también de
elaboración propia3.
Por último, se ha realizado un análisis de las relaciones
gramaticales entre sujeto y las formas verbales que los acompañan. Para ello se
han utilizado las etiquetas dep_rel generadas
por la función udpipe_annotate(),
concretamente seleccionando los valores nsubj para
sujeto y root para
obtener la raíz de la frase o enunciado. Es importante tener en cuenta que esta
raíz no proporciona siempre o exclusivamente el verbo principal, sino que puede
adjudicarse también a un sustantivo en los enunciados copulativos, esto es,
gran parte de los generados por el verbo ser. Es por ello que, entre los
términos encontrados como raíces, se encuentra el sustantivo “conciencia” que
Hegel emplea de manera abundante en relaciones copulativas. Así, en frases como
“el espíritu que sabe al espíritu es conciencia de sí mismo”, el término
“conciencia” es clasificado como root o
raíz y “espíritu” es clasificado como nsubj o
sujeto. Puede deducirse por tanto que, para Hegel, hay muchas cosas que no son
otra cosa que conciencia, entre ellas, destacan algunos pronombres -“que”,
“ésta” o “cuál”-, pero también muchos nombres: la propia “conciencia”, el
“espíritu”, la “esencia”, el “objeto”, la “verdad”, la “unidad” o la
“autoconciencia” son también, y a su vez, conciencia para Hegel.
En la figura
4 puede verse un grafo de relaciones en el que se muestran las raíces
más frecuentes de todo el corpus junto a los sujetos que las acompañan. Como
puede observarse, el gráfico del texto de Nietzsche es más distribuido, está
menos concentrado, poniendo en común muchos más términos verbales -términos en
rojo en la figura- para menos sujetos; justo lo contrario a lo que sucede en
Hegel, donde predominan los sujetos -términos en negro en la figura-. Los
verbos que Nietzsche utiliza principalmente como raíces son, por este orden,
“querer”, “decir”, “ser”, “tener”, “hablar”, “haber” y “amar”; mientras que en
el texto de Hegel esta prioridad está muy concentrada en solamente dos verbos:
“tener” y “ser”. Además de la cantidad de verbos, también puede apreciarse que
los verbos que utiliza Nietzsche hacen referencia a acciones más mundanas y
humanas, no tan abstractas, incluyendo el querer, el hablar o el amar.
En la figura
4 también se observa el tipo de sujetos empleados en cada texto. En
Hegel destaca poderosamente el empleo del pronombre “que” el cual, si bien es
normal que tenga una alta frecuencia al emplearse habitualmente en las
oraciones subordinadas, permite tener una idea de la importancia que este tipo
de construcción tiene en su texto. Al pronombre “que”, le sigue “este”,
“conciencia”, “él”, “espíritu”, “esencia”, “uno” o “autoconciencia”. Mientras,
en el caso del texto de Nietzsche, después del pronombre “que” ocupando también
el primer lugar, aparece ya mucho más cerca el pronombre “yo” -que no aparece
en Hegel-, seguido del nombre propio “Zaratustra”, y los términos “este”, “él”,
“tú”, “quien”, “ese”, “humano” o “todo”. En el gráfico puede observarse,
además, cómo se relacionan estos términos entre sí, teniendo en cuenta la
centralidad de los mismos -a través del tamaño de las etiquetas- así como la
alta o baja frecuencia de sus relaciones -a través del grosor de las aristas-.
Si uno observa las frases más largas del texto de Hegel, encuentra
oraciones de más de doscientas palabras, en las que a través de signos de
puntuación y subordinadas, el filósofo desarrolla complejos argumentos con
numerosas relaciones internas de significación. Sería muy extenso mostrar aquí
una de esas frases más extensas, pero sí vale más la pena mostrar una que se
sitúa en la media obtenida de 46.1 términos:
Por el contrario, esta conciencia es el fundamento mediador de su
saber; es el espíritu mismo que es el testimonio de sí, tanto en el interior de
la conciencia singular como por la presencia universal de la fe de todos en
ella (Hegel,
1988, p. 327).
Como puede observarse, es una oración marcada por el verbo ser de
modo copulativo, el cual se emplea repetidamente, articulando diferentes
sintagmas a través de los cuales la “conciencia” es “fundamento”, que a su vez
es “espíritu”, que también es “testimonio”. Esta complejidad redundante en el
texto de Hegel se ve todavía más reforzada por expresiones que remarcan la
autorreferencialidad; en el caso de la presente oración: el adjetivo “mismo”, o
las locuciones “de sí” o “en ella”.
Puede compararse con una frase de longitud media del texto de
Nietzsche, esto es, frases de 28 términos:
Ellos se ponen en escena, se inventan a sí mismos; en su
proximidad amo yo contemplar la vida, -se me cura así la melancolía (Nietzsche,
2012a, p. 150).
En esta oración de Nietzsche, puede verse mayor variedad de verbos
-“inventarse”, “amar”, “curar”-, los cuales involucran diferentes personas
-“ellos” y “yo”-. Curiosamente, también hay en esta frase relaciones de
autorreferencialidad: tanto “ellos” que “se inventan a sí mismos” como el “yo”
al que “se me cura”. Ahora bien, cabe destacar cómo esta reflexividad de las
acciones no sucede a un mismo tiempo, no recae todo sobre un mismo sujeto de
acción que lo subsume todo, esto es, la substancia que Hegel recupera de Aristóteles
en forma de conciencia, autoconciencia y espíritu. En vez de ello, en esta
frase Nietzsche muestra una correlación, una inspiración o influencia mutua de
dos actos reflexivos, más que la subsunción de un nivel en el otro. De ahí la
importancia de las locuciones “en su proximidad” o el adverbio “así”. Ya se ha
visto que en el texto de Nietzsche tienen más presencia los adverbios que,
precisamente, modulan las acciones de los verbos y la caracterizan más allá de
la abstracción hegeliana.
Aún con todo, sí se encuentran similitudes entre ambos textos. La
primacía del tiempo presente de tercera persona de indicativo junto al
infinitivo se repite en los dos textos; aún cuando Nietzsche lo complemente con
tiempos pasados y formas plurales. También en el grafo de la figura 4 pueden
observarse muchos términos compartidos: los verbos “tener”, “ser”, “haber”,
“decir”, “querer”, “encontrar” y “hacer” destacan en ambos textos. Incluso,
términos tan importantes en el texto de Hegel como “espíritu” o “conciencia” aparecen
en el texto de Nietzsche, aunque con frecuencias menores a las establecidas
para la visualización de la figura
4.
No hay duda de que, desde el punto de vista de la historia de la
filosofía, entre Hegel y Nietzsche sucede algo importante, se produce un cambio
de perspectiva, se opera un tránsito que será fundamental para el modo en el
que posteriormente se hará filosofía. De ello ya nos advierte Heidegger, para
quien con Nietzsche culmina la tarea iniciada por Hegel de sustituir al ser por
el devenir. La diferencia estaría en que en Hegel todavía el devenir sucede
“desde lo suprasensible, desde la idea absoluta, como su autoexposición” (Heidegger,
2005, p. 20); mientras que Nietzsche es capaz de trasladarlo “a lo
viviente” e invertir la relación de dependencia entre ser y devenir, de tal
modo que desde entonces es el primero el que depende del segundo y no
viceversa. Esta misma tesis se encuentra ampliada en el texto de Deleuze sobre
Nietzsche, donde abunda en la formulación del ser del devenir reinterpretando
la noción de eterno retorno: “No es el ser el que vuelve, sino que es el propio
retornar el que constituye el ser en tanto que se afirma en el devenir y en lo
que pasa” (Deleuze, 2002, p. 42). Por supuesto, hay una diferencia fundamental
entre Heidegger y Deleuze. Mientras para el primero, la reformulación del ser
como devenir marca el acabamiento de la tradición metafísica y la necesidad de
volver a la pregunta genuinamente ontológica que nace en Grecia; para Deleuze,
la explicitación del devenir como un problema en y para sí mismo se desprende
de toda referencia inicial a un origen, y pasa a ocuparse de los procesos
mismos, según su radical inmanencia.
Ahora bien, ambos enfoques van a ser criticados en la
contemporaneidad por las posiciones filosóficas de los denominados realismos especulativos,
entendiendo que están sujetos a diferentes formas de correlacionismo. Así las
críticas de Meillassoux
(2019) o Harman
(2018) que reclaman la relación con una afuera, una exterioridad
radical, la cual estaba más presente en la categorización aristotélica que
recupera Hegel, que en las filosofías de influencia nietzscheana.
Efectivamente, si bien en Hegel existe ya un correlacionismo entre sujeto y
objeto, este, en último término, está fundamentado en la razón y sus categorías
dialécticas; mientras que, ya después de Hegel, la correlación entre sujeto y
objeto es a su vez contingente, produciéndose por tanto un “correlacionismo
fuerte” (Brassier,
2017, p. 138), el cual no se inscribe en ninguna estructura
ontológica o epistemológica permanente. Otro ejemplo de este correlacionismo
fuerte sería, para estos autores, la arqueología del saber (Foucault,
2009).
Según este punto de vista, la filosofía debe de deshacerse, por
tanto, de la falta de rigor categorial del lenguaje, en lo que se podría
denominar un reacercamiento de las filosofías europeas continentales a las
denominadas filosofías analíticas, acercamiento que algunos han denominado
“realismo poscontinental” (Castro
Córdoba, 2019).
Lo que se ha mostrado en el presente artículo es, sin embargo, que
la filosofía de Hegel, como una de las más excelsas recuperaciones de
estructura categorial del lenguaje aplicado a la realidad, da lugar a un texto
enormemente complejo, repleto de redundancias, oraciones muy extensas, con poca
variedad terminológica y pocas formas de expresión verbal. El modo en el que
Nietzsche entra en diálogo con las transformaciones del espíritu hegeliano a
través de la historia de Zaratustra genera, sin duda, una estructura gramatical
y lingüística que, como se ha mostrado en el presente artículo, es más legible,
más evocativa, con más variedad lingüística y gramatical. Para los nuevos
realistas especulativos esto parece ser más un inconveniente, un síntoma de
antropocentrismo, que una ventaja. Seguramente, se necesite algo más de tiempo
para ver si efectivamente su crítica no nos devuelve al cripticismo y la
vacuidad filosófica de antaño.
Los análisis textuales efectuados a través de minería de textos y
procesamiento del lenguaje natural han permitido confirmar las diferencias de
enfoque filosófico en los textos de Fenomenología
del espíritu (Hegel, escrito en 1807) y Así habló Zaratustra (Nietzsche,
escrito en 1883-85). Lo que se ha pretendido contraponer no ha sido tanto una
diferenciación filosófica como una lingüística y gramatical, profundizando en
las diferentes estructuras y funciones sintácticas que se alcanzan a explicitar
mediante el análisis computacional.
A modo de resumen, el texto de Hegel contiene frases muy extensas
en las que emplea, de manera abundante, estructuras subordinadas marcadas por
el pronombre relativo “que”, muchas de las cuales, a su vez, están marcadas por
verbos copulativos. Esto hace que en una misma frase converjan varios sujetos
que, gramaticalmente, se identifican, siendo finalmente unos pocos sustantivos
los que reaparecen constantemente en la posición de sujeto de enunciación. Cabe
destacar algunos como “conciencia”, “espíritu”, “esencia”, “verdad”, “unidad” o
“autoconciencia” que constantemente se intercambian. A esto, ha de añadirse el
empleo del presente de indicativo en tercera persona junto al infinitivo como
forma verbal de gran predominancia, lo cual no colabora a una caracterización o
especificación del discurso, pues hay poca variedad en las posiciones y los
tiempos de enunciación. Además, Hegel emplea en este texto pocos verbos, pero
muchos sustantivos y adposiciones, característica que genera más sintagmas
nominales y, por tanto, todavía más complejidad en el discurso.
Sin embargo, esta complejidad es muy significativa y da cuenta,
sintácticamente, de lo que sucede en Hegel filosóficamente. Efectivamente,
Hegel piensa en el sujeto como algo abstracto, con concreciones variables e
intercambiables, a través de las cuales se fortalece un concepto que, de otra
manera, se quedaría en lo vacío de la generalidad. Puede afirmarse que el texto
de Hegel no solamente es difícil de leer, sino también difícil de escribir,
demandando gran atención y rigor compositivo. Cuando en una misma frase se
alcanza la segunda o tercera frase subordinada, las posibilidades de
articulación sintáctica, las conjugaciones, el género y el número de los
términos, han de resolverse mirando hacia atrás, al modo en el que vienen dados
previamente, determinando así lo que sigue. Eso es precisamente lo que sucede
en la filosofía hegeliana a nivel conceptual: la contingencia está determinada
si se comprende en profundidad el pasado. El presente está cargado de
necesidad, algo que gramaticalmente se acentúa en Hegel por la frecuente
aparición del “tener que”.
El texto de Nietzsche, por el contrario, utiliza frases más
cortas, con más variedad en las estructuras verbales, incluyendo más tiempos
pasados y el uso abundante de la primera persona del plural, acompañando a la
tercera persona del singular -que es predominante en ambos-. Nietzsche emplea,
en el texto analizado, más variedad de verbos, además con una semántica más
mundana y no tan abstracta o metalingüística, que es lo que de manera casi
exclusiva aparece en Hegel. En cuanto a funciones sintácticas, destaca el uso
de más signos de puntuación y más adverbios, lo cual también refuerza la idea
de una mayor concreción y matización de la acción y el modo en que esta sucede.
En trabajos previos, también se ha mostrado que el texto de Nietzsche tiene un
lenguaje más apelativo y de mayor carga afectiva a través de un análisis de
sentimientos (Cebral-
Loureda, 2020).
De este modo, Nietszche apela a una fuerza diferente a la
hegeliana, la fuerza de las apelaciones, para las que Nietzsche emplea
multitudes de registros diferentes: el querer, el decir, el llamar, el hablar,
el gritar, el ver, el encontrar… Y se esfuerza por caracterizar las situaciones
en las que esto sucede a través de muchos adjetivos y adverbios. Ahí reside su
fuerza, que también emplea interjecciones y muchos signos de puntuación,
rompiendo la estructura comunmente afirmativa y autocomplaciente de la
sentencia filosófica. Esto lo combina Nietzsche con el uso de tiempos verbales
pretéritos, algo muy extraño en filosofía, inexistentes en el texto de Hegel.
Lo interesante al comparar ambas perspectivas es que las dos
utilizan el lenguaje de manera muy diferente, pero muy acorde a sus objetivos
filosóficos. Ambos buscan fortalecer una idea ontológica a través de la
sintaxis: bien sea buscando la universalidad del sujeto y su determinación
compleja; o bien buscando nuevas formas de escritura para el decir filosófico,
que también puede recitarse, gritar, amar, escuchar, etc. con distintas voces y
para distintos oídos. Hegel y Nietzsche son dos formas filosóficas que se
contraponen tanto ontológicamente como sintáctica y gramaticalmente. De sus
filosofías se puede afirmar que gramática y ontología forman en ellas una
unidad: la gramática se utiliza para reforzar las ideas filosóficas tanto como
estas ideas están ya derivadas, conformadas, en las propias estructuras
gramaticales.
De modo genérico, en la presente investigación se propone un
análisis cuantitativo semejante a lo que Franco Moretti
denominó lectura distante (Moretti, 2013), que proporciona al
investigador la capacidad de percibir en el texto relaciones diferentes a las
que proporciona una lectura exclusivamente cercana. En este caso, la
cuantificación y el procesamiento del lenguaje natural a través de la
computación, ha permitido observar la construcción gramatical de ambos textos
de manera objetiva, dando a la filosofía una especie de visión externa o
distante que, como afirma Moretti, debe complementar a la lectura cercana o, en
este caso, confirmar y matizar ideas previas. Este acercamiento o
complementariedad de enfoques podría entenderse también desde lo que filósofos
como Deleuze
y Guattari (2011, pp. 219-220) o Laruelle
(2020) han denominado la “no-filosofía”. A través de la computación
es posible visualizar correlaciones, tensiones, clasificaciones, etc. de la
filosofía de nuestra tradición desde nuevos lugares altamente esclarecedores.
https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0719-32622022000100191
Y entonces a nosotros
nos queda claro que el devenir espiritual de Hegel que retorna para luego dar
el avance haca el concepto se refleja en el devenir de Nietzsche que queda atrapado en su eterno retorno, esto no
es otra cosa que el misterio pascual reflejándose en el misterio dharmico, le
problema es que si lo pascual no traspasa lo dharmico, si Hegel no traspasa a
Nietzsche no hay día nuevo pero para esto antes Nietzsche debe de traspasar a Hegel y llegar a
Sócrates devolviéndonos a la trascendencia del espíritu, si esto no fuera así, fácilmente
la contradicción de la conciencia quedaría atrapada en el eterno retorno de
Nietzsche.
LOS
MARTILLAZOS A FRIEDRICH NIETZSCHE
1 ¿Y SI
DIOS HUBIESE MUERTO?
POCOS
TEXTOS han
generado tanta literatura crítica y tanta hermenéutica como el célebre aforismo
CXXV de La gaya ciencia de Friedrich
Nietzsche, donde el protagonista, el hombre loco (der verrückte Mensch), anuncia la
muerte de Dios. Para algunos historiadores de la filosofía contemporánea, esta
parábola marca el comienzo de la reflexión filosófica contemporánea. Otros van
más allá y consideran que el texto
es,
de
Jacto, el
prolegómeno de la posmodernidad, del fracaso de lo absoluto y del comienzo de un mundo sin
referencias sólidas, de un mundo insosteniblemente voluble, relativista y
efímero; en definitiva, de un universo
líquido. Ya sabernos que la expresión la muerte de Dios no es ni nueva
ni original de Friedrich Nietzsche. Antes que él se han referido a ella
místicos como Angelus Silesius. También Lutero y el mismo Hegel. Como demuestra
Henri de Lubac, Schopenhauer la anticipa y Heinrich Heine, a quien Nietzsche
Ida con fruición, hace referencia a ella. Kierkegaard plantea la hipótesis de
la muerte de Dios en uno de sus
Discursos
cristianos y demuestra que la muerte de Dios supondría la
muerte del hombre.
Pero
en boca de Nietzsche esta expresión no es una simple consigna; tampoco es una
lamentación, ni un puro sarcasmo. No es una boutade que persiga escandalizar
a la comunidad creyente o, como se dice habitualmente, épater le
bourgeois. Según
el maestro de la sospecha por antonomasia, la muerte de Dios es un hecho
terrible, un acontecimiento que le costará digerir a la humanidad. Es asimismo
un hecho liberador, el principio de una historia nueva para un hombre nuevo, el
inicio de una
era
de creación de valores y de sentido.
Nietzsche
otorga a esta expresión un significado completamente nuevo, diferente del que
le habían atribuido sus antecesores, radicalmente grave. El tema no llega a
todo su esplendor hasta Así
habló Zaratustra,
su obra más
celebrada. La primera parte fue terminada el 13 de febrero de 1883, el mismo
día que Wagner murió en Venecia, y fue publicada el siguiente abril. Acabó de
escribir la segunda parte en el mes de
agosto
de 1883; la tercera, en el mes de marzo de
4, y la cuarta, en abril de 1885.
La obra es casi una composición musical de versos que intenta evocar los
antiguos poemas sagrados. El cuadro épico no es muy preciso y el relato, a menudo, cede al
lirismo
o al discurso de sentencias.
Nietzsche transforma la muerte de Dios en uno de los puntos clave de su
propuesta filosófica y aventura las consecuencias que se derivan de un
acontecimiento tan magno como ese.
Introduce la sospecha en el corazón de la cultura contemporánea y muestra, a
través de una serie de interrogaciones, cómo la muerte de Dios supone una
radical transformación de la idea de hombre, de la historia, de la noción del
bien y del
mal,
de la salvación y de la perdición. La sospecha nietzscheana se transforma en
una experiencia vertiginosa, porque la muerte de Dios comporta, necesariamente,
una pérdida de referencias, de puntos de apoyo; en definitiva, una caída libre
hacia un mundo distinto.
Nietzsche
no plantea esta tesis como sospecha, sino que afirma, deliberadamente, que Dios
ha muerto. Lo expresa en boca del hombre loco. En el Zaratustra 10 anuncia a
través
de otro personaje ficticio: el hombre más feo de la historia. Tanto en un caso
como en el otro, Nietzsche plantea la cuestión como un hecho consumado y no
como una hipótesis de trabajo para inducir a la reflexión.
Es
evidente que, desde un punto de vista positivista y analítico, la expresión Dios ha muerto no tiene
ningún sentido, como tampoco lo tiene la proposición Dios esta
vivo. Forma
parte de las proposiciones faltas de sentido (sinnlose Siitze) porque ni es
de naturaleza tautológica ni se puede contrastar empíricamente. Esto quiere
decir que, desde un enfoque filosófico, la afirmación nietzscheana es absurda y
no hace falta
tomársela
en serio. Pero, no solo esta, sino la gran mayoría de proposiciones del Zaratustra y también de
la teología cristiana entran dentro del conjunto de sentencias faltas de
sentido.
Más
allá de esta recepción, la afirmación de Nietzsche ha generado un inmenso
vendaval filosófico, teológico y ético durante el siglo xx. Todos los grandes
pensadores se han referido a ella y han interpretado, cada uno a su manera, el
alcance de la expresión. Este sorprendente interés por la aserción nietzscheana
no es casual.
Muchos
han reconocido en su filosofía cierta capacidad profética; otros han detectado
la coincidencia entre sus afirmaciones teóricas y el decurso de la sociedad
occidental.
La
misma frase en un contexto intensa y extensamente religioso apenas hubiera
tenido recepción; pero formulada en un contexto en el que la religión
tradicional experimenta una profunda crisis de ubicación y en el que el proceso
de secularización y de relegación de Dios es tan acelerado; la frase adquiere
un sentido muy real.
De
todos modos, Nietzsche no se propone hacer sociología, ni tampoco
prospectiva.
Plantea, abiertamente, las consecuencias que se derivan de un mundo sin Dios,
muestra la soledad y el inmenso vértigo que causa la muerte de Dios. No cabe
duda alguna de que, para Zaratustra, la muerte de Dios es una buena noticia, es
el principio de una nueva humanidad, pero Nietzsche constata, igualmente, que
le resultará muy difícil al hombre vivir sin Dios y librarse de su recuerdo.
Anticipa que sentirá nostalgia del viejo Dios y que, en lugar de mirar hacia
delante, tenderá a mirar hacia atrás y volver a la existencia anterior. Sabe
que la libertad pura y solitaria que se abre después de la muerte de Dios es
ardua de vivir, y tan solo los más valientes
podrán
conquistarla. El nacimiento del superhombre (Übermensch) exige la
muerte de Dios; el paso del camello al niño solo es posible si Dios muere.
La
muerte de Dios es, según su parecer, el punto de partida de una nueva historia (eine neue
Gescbicbte). El
superhombre, que es la superación del hombre a través de la voluntad de vivir (Wille zum
Leben), se
convierte en el fundamento indispensable que se propone a los hombres, en el
ideal de la racionalidad. Hay que vivir, pero vivir es inventar, valorar,
empezar de nuevo. Hay que transformar todos los valores tradicionales,
destruyéndolos para hacer surgir otros valores nuevos.
La
fe en Dios conduce, según Nietzsche, a la sumisión del hombre (Ziihmen). Hace falta la
muerte de Dios para que el hombre renazca y se desarrolle plenamente.
Cuando
Nietzsche se refiere a la muerte de Dios, no se está refiriendo a la muerte de
un ídolo mental, sino a la destrucción de Dios mismo. En este universo que
dibuja, el hombre está radical y absolutamente solo, y es necesario que forje
un sentido a su existencia sin buscar recursos fuera de sí. Como en el caso de
Marx, de Jean-Paul Sartre y de Freud, Nietzsche entiende que la libertad humana
solo puede afirmarse, realmente, si Dios ha muerto, porque -igual que los demás
maestros de la sospecha-
entiende
a Dios como el gran rival y no como el fundamento y la base de la libertad
humana.
En
el relato de La
gaya ciencia, Dios
es asesinado por los hombres, aunque, tal como dice el hombre loco -que actúa
como una especie de profeta-, los hombres mismos no son conscientes de 10 que
han hecho ni de las consecuencias que tiene un acto de esta magnitud. Los
ciudadanos que 10 rodean en el mercado no saben que
Dios
ha muerto, no tienen la menor idea de que han sido ellos sus asesinos. Solo el hombre loco
percibe esta muerte, solo él parece inquieto por el magno acontecimiento.
El
hombre loco ve que, a su alrededor, los hombres siguen actuando como si Dios
estuviera vivo, como si no hubiera pasado nada, cuando, de hecho, ya no está y
se han quedado completamente solos. Los hombres del mercado no sienten la
ausencia de Dios, no sienten ni el vértigo ni el mareo ontológicos. No sienten
su ausencia porque, como dice Gabriel Marcel, solo se puede sentir la ausencia
de alguien cuando, previamente, se ha sentido su presencia. El hombre loco
anuncia un hecho ya
consumado,
pero no se sabe exactamente ni cuándo ni dónde ha tenido lugar. Los hombres del
mercado no se han dado cuenta de la muerte de Dios, porque tampoco
experimentaban su presencia. De hecho, Dios ya había muerto en sus vidas, pero
no se habían dado cuenta.
El
hombre loco intenta que tomen conciencia de la gravedad de tal acontecimiento y
del nuevo universo que se abre a partir de entonces, pero los hombres que 10
rodean no lo entienden y lo expulsan del mercado. El profeta nietzscheano les
hace ver que después de la muerte de Dios ya no hay Norte ni Sur, ya no hay
bien ni mal, tampoco hay juicio, ni vida eterna, ni cielo, ni infierno. La
trama, maravillosamente articulada, es de trágica factura, y el destino del
hombre loco se parece al de los profetas del Antiguo Testamento. Nadie lo
escucha ni lo comprende porque, como estos, se anticipa a la historia
El
protagonista del relato en el Zaratustra es
el más feo de los hombres. Zaratustra 10 reconoce como el asesino de
Dios. Igual que ocurre en La gaya ciencia, el
deicida no
es consciente del alcance de su acto ni de las consecuencias que de él se
derivan. Zaratustra, el profeta de la nueva humanidad, no es el autor del
asesinato, sino el hombre que predica la muerte de Dios como el gran acontecimiento
de la historia. Dice Zaratustra al más feo de los hombres: Te conozco
bien, dijo con voz de bronce: ¡tú eres el asesino de Dios! Déjame irme.
No soportabas a Aquel que te veía, - que
te veía siempre y de parte a parte,
[tú, el más feo de los hombres! ¡Te vengaste de este
testigo! [ ... ]
Pero
Él - tenía
que morir:
miraba con unos ojos que lo veían todo, - veía las
profundidades
y las honduras del hombre, toda la encubierta ignominia y feal-
dad
de este.
Su
compasión carecía de pudor: penetraba arrastrándose hasta mis
rincones
más sucios. Ese máximo curioso, superindiscreto, supercompasivo,
tenía
que morir.
Me
veía
siempre: de tal testigo quise vengarme - o dejar de vivir.
El
Dios que veía todo, también
al hombre: ¡ese
Dios tenía que morir! El
hombre
no soporta
que tal
testigo viva.
Tal
como se pone de manifiesto en este conocido diálogo entre Zaratustra y el más
feo de los hombres, Dios se concibe esencialmente como un ojo que mira y que
penetra en los estratos más profundos de la persona. La imagen latente que se
aparece en la mente de lo inexpresable es la de un Dios fiscal que todo lo ve y
todo lo
condena. Al verse constantemente observado por este ser superindiscreto, el más feo de
los hombres mata a Dios porque, sencillamente, se senda muy sucio y muy indigno
frente a tanta pureza.
En
este sentido, la muerte de Dios no es de inanición, sino que es un acto
intencional.
La culpa no dejaba vivir al más feo de los hombres. Se senda sucio, repulsivo,
moralmente miserable frente a la bondad infinita de Dios, y no podía soportar
más ese peso, no tenía donde esconderse ni manera de esquivar la mirada de ese
máximo curioso. No podía resistir más el peso de esa presencia y se sintió
llamado a anularlo. La muerte de Dios, entonces, no es ni una casualidad ni un error.
Es, más bien, un acto de resentimiento contra esa mirada acusadora.
Zaratustra
anuncia la muerte de Dios como un momento decisivo de la
historia.
El más feo de los hombres no era consciente de lo que hacía , como tampoco lo
eran, realmente, los que juzgaron y mataron a Jesús de Nazaret en la cruz.
Este
texto no tendría más valor que el estrictamente literario si no fuera porque,
de alguna manera, refleja la imago Dei de
muchas personas que también entienden la muerte de Dios como el principio de la
liberación. La idea de un Dios superindiscreto, máximo curioso, omnipresente y
omnisapiente no es extraña en el imaginariocolectivo y ha sido la fuente de
culpabilidades, remordimientos y resentimientos difíciles de curar y, más aún,
de extirpar definitivamente. Entendido Dios de esta manera, la divinidad se
convierte en fuente de moralidad, en principio de orden, en
una
figura parecida a la del Gran Hermano de I984 de George
Orwell. Una vez muerto, el
timor
Dei da
paso a la total y plena libertad, a la supresión de la ley que representaba.
Este
imaginario teológico hace que el texto sea significativo para muchos lectores.
Pero
esta visión tan negativa y hostil de Dios no es una casualidad en la historia,
sino consecuencia directa de una presentación y transmisión de la idea de Dios
que ha acentuado, en exceso, la imagen de Dios como juez eterno y ha descuidado
consciente o inconscientemente otros atributos propios del Dios cristiano.
Ciertamente, este nombre de Dios no es ajeno al Nuevo Testamento, pero no es ni
la idea más
representativa
ni la característica más esencial.
En
este sentido, el texto es aleccionador para la comunidad creyente e introduce en
su seno una grave sospecha que hace referencia a los procesos de transmisión de
la fe y de configuración y representación de Dios. La parábola del hombre loco
y el diálogo entre
Zaratustra y el más feo de los hombres son sintomáticos y exigen un
autoanálisis
crítico de los procesos de confección y transmisión de la idea de Dios en el
marco de la institución. Ya solo por este motivo, las sospechas de Nietzsche
son estimulantes y fecundas.
Uno
de los campos hermenéuticos más interesantes religa la muerte de Dios con la
muerte del hombre tal como la formuló el filósofo francés Michel Foucault en su
conocida obra Las
palabras y las cosas. El
hombre loco anuncia la muerte de Dios, pero muchos filósofos han establecido
una relación causal entre esta muerte y la subsiguiente muerte del hombre tal y
como se expresa en el estructuralismo francés
y,
más enfáticamente, en la posmodernidad. Nietzsche y los humanistas ateos del
siglo xx lo interpretaban de una manera opuesta: la muerte de Dios tenía que
significar el desarrollo total del hombre, su crecimiento, porque Dios
representaba la losa que no lo dejaba volar. Otros, más críticos, en cambio,
han visto en la muerte de Dios la muerte del hombre y la consiguiente
disolución del antropocentrismo moderno. La
derrota
del teocentrismo lleva asociada la descomposición del antropocentrismo y el
nacimiento de un biocentrismo de consecuencias imprevisibles.
Como
ya insinuó Nikolái Berdiáyev y, después de él, el teólogo francés Henri de
Lubac en El
drama del humanismo ateo, la muerte de Dios es el punto de partida de la muerte del hombre. Muerto
Dios, ya no hay hombre, porque no hay nada que trascienda al hombre. El hombre
queda literalmente disuelto. Su intrínseca dignidad, que derivaba
fundamentalmente del hecho de ser imagen y semejanza del Dios uno y trino, deja
de tener un fundamento y el hombre se convierte en algo que no tiene nada en su
interior, en un fragmento de vida, en un grano de polvo del universo, en una
célula
completamente sumergida en el cosmos. En él no hay nada fijo ni profundo. No
tiene sentido buscar una imagen inmóvil. Como consecuencia de esto, el hombre
llora por la vieja idea que se escapa. Dice Pere L1uís Font:
La
«muerte de Dios» anunciada por Nietzsche parece un acontecimiento
cultural
que se va realizando. La cultura moderna ha empezado con la crítica
de
las degradaciones religiosas y ha terminado con una crítica radical de toda
religión
a través de la crítica radical del cristianismo como expresión
paradigmática
del monoteísmo. Nos podríamos preguntar si Occidente ha tira-
do
a la criatura con el agua sucia de la bañera. Y el problema es especialmente
lacerante
cuando ya no resulta evidente para nadie que la «muerte de Dios»
sea
una condición para la «vida del hombre», sino que más bien muchos se
preguntan
si no es, quizá, el primer acto de un drama que tiene precisamente
como
acto siguiente la «muerte del hombre». La crisis del monoteísmo ha
llevado,
en efecto, a la crisis del humanismo. Claro que un cierto e pur si
muoue,
tanto del
monoteísmo como del humanismo, nos puede llevar a
preguntarnos
por qué Dios ha muerto, e incluso a pensar que quizá hacen falta
más
«muertes de Dios» para que Dios y el hombre no aparezcan como
competidores
y para que la «vida de Dios» sea a la vez la «vida del hombre».
Parece,
entonces, que hay una línea de continuidad entre la muerte de Dios y la muerte
del hombre. Podríamos pensar, a priori, que la muerte de Dios había de conducir
a la liberación del hombre y a su plena y total realización en el superhombre (Übermensch), pero la línea discursiva ha dibujado un camino diferente. Dios ha muerto
y el hombre ya no se explica por un conjunto de factores ajenos a su
naturaleza. La idea de hombre, como ser sublime, hecho a imagen y semejanza de
Dios, se disuelve en la nada, y el hombre acaba siendo un producto social,
cultural, económico de la
sociedad
en la cual vive, o bien un exponente en el desarrollo milenario de la materia
viva. Como ya hizo notar Eusebi Colomer, haciéndose eco de las tesis de Henri
de Lubac, el humanismo ateo queda sin fundamento y desemboca en la muerte del
hombre.
Esta
deriva filosófica se ve especialmente reflejada en las obras de Michel Foucaulty
Claude Lévi-Strauss. El primero propone encaminar al hombre hacia un «sueño antropológico»
que, gracias a la eutanasia estructuralista, pueda certificar «la muerte del
hombre».
El
segundo concluye su tetralogía mitológica, no como Richard Wagner
con
el ocaso de los dioses, sino con el ocaso de los hombres, y pone punto final a
su reflexión con una palabra muy significativa: rien.
El
hombre se convierte, finalmente, en un nibil.
Hay
un pasaje del Zaratustra,
generalmente
olvidado, donde se narra la hipotética resurrección de Dios. Es una perícopa
especialmente interesante de leer en un contexto como el nuestro, caracterizado
por un enigmático y sorprendente retorno de lo religioso o de lo sagrado.
Nietzsche mismo contempla la posibilidad de la
resurrección de Dios en la última
parte de su Evangelio, en un fragmento dedicado a la fiesta del asno (Ese/fest). Sin embargo,
no se puede confundir el revival
supuestamente
espiritual de este inicio de milenio, caracterizado por el hibridismo y
el
sincretismo religioso de vuelo gallináceo, con la resurrección de Dios tal como
la menciona Nietzsche en la conversación entre Zaratustra y el más feo de los
hombres. A lo largo del siglo xx, Dios parece haber muerto varias veces, pero
esto no quiere decir que el deseo espiritual, la necesidad de sentido, de
respuestas últimas y del último consuelo en la última soledad se hayan
desvanecido. Este renovado interés por la vida espiritual no pasa por el
reconocimiento de Dios como Padre, Hijo y Espíritu
Santo
sino, más bien, por un tipo de religiosidad panteísta donde Dios no se entiende
como comunidad de personas en el amor, sino como la madre naturaleza que todo
lo envuelve. Consideramos, entonces, que en vez de caer en una especie de
euforia por el retorno del hijo pródigo a la casa del padre hay que observar el
proceso con mucha cautela y pensar, antes, quién es el que retorna, a qué casa
lo hace y, sobre todo, por qué hay retorno.
Entre
aquella corte de hombres desencantados que se acercan a la cueva de
Zaratustra
está el mago que hace ver a Zaratustra que Dios ha sido resucitado. Escribe
Nietzsche:
El
viejo Dios vive de nuevo, oh, Zaratustra, digas lo que digas.
El
más feo de los hombres es culpable de todo: él es quien ha vuelto a
resucitarlo.
Yaunque dice que en otro tiempo lo mató: la muerte no es nunca,
entre
lo dioses, más que un prejuicio.
Zaratustra
le pregunta al hombre más feo de la historia:
«¿Es
verdad lo que estos dicen, que tú le has vuelto a resucitar? ¿Y para qué?
¿No
estaba muerto y liquidado con razón?
Tú
mismo me pareces resucitado: ¿qué has hecho? ¿Por qué te has dado la
vuelta?
¿Por qué te has convertido? ¡Habla tú, el inexpresablel-
«Oh,
Zaratustra, respondió el más feo de los hombres, ¡eres un bribón!
Si él vive aún, o si vive de nuevo, o si
está muerto del todo, - ¿quién de
nosotros
lo sabe mejor? Te lo pregunto.
Pero
yo sé una cosa, - de ti
mismo la
aprendí en otro tiempo, oh, Zaratustra:
quien
más a fondo quiere matar, ríe.
"No
con la cólera, sino con la risa se mata" - así dijiste tú en otro tiempo.
Oh,
Zaratustra,
tú el oculto, tú el aniquilador sin cólera, tú santo peligroso, - ¡eres
un
bribón»
En
esta perícopa nietzscheana, el más feo de los hombres adopta el papel de la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu
Santo. Igual que el Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos, el más
feo de los hombres resucita al mismo Dios que él había asesinado. De todos
modos, en la conversación con Zaratustra no acaba de aclararse si realmente
ha resucitado o no, como tampoco si había muerto, pero hay una expresión que
parece anticipar la posmodernidad. Dice que quien quiere matar más a fondo,
ríe. Podríamos afirmar que la muerte posmoderna de Dios no es una muerte
trágica que va acompañada de la angustia, e incluso de la desesperación, sino
una
muerte indolora, presidida por una risa, caracterizada por un inmenso «tanto me
da».
Parece
que el hombre feo no podía resistir la ausencia de Dios. Le dolía su mirada y
se sentía sucio frente a la bondad infinita del Altísimo, pero más triste y
desamparado
se
sentía sin ese Dios que lo vigilaba a todas horas. Opta, así pues, por
resucitarlo.
Este
texto también tiene cierto carácter profético y parece describir la situación
espiritual de la posmodernidad. El Dios resucitado en este retorno de lo
sagrado es un Dios amoral, una entidad impersonal que no tiene capacidad para
juzgar ni, menos aún, para condenar. En la posmodernidad indolora, esta
divinidad objeto de adoración no puede caracterizarse de otra manera que como
una caricatura del Dios neotestamentario.
2 ¿Y SI TODO VOLVIESE UNA Y OTRA VEZ?
Una
de las sospechas más interesantes que Friedrich Nietzsche formula en sus obras
hace referencia directa al sentido de la historia. Por influencia de la
tradición judeocristiana, los occidentales tenernos una concepción de la
historia lineal, progresiva, delimitada por un origen (Génesis) y por un final
(Apocalipsis).
Esta
idea de la historia, genuinamente bíblica y según la cual la historia es un
camino de liberación hacia una tierra prometida, un progreso hacia formas de
vida de mayor calidad, se contrapone radicalmente con la visión griega y
oriental, que parte
de
la idea de que la historia es, esencialmente, un círculo, la reiteración de
todo lo que ha ocurrido, el eterno retorno de todas las cosas.
En
este punto particular, Nietzsche no es original, pero introduce una sospecha
que altera el sentido habitual que el hombre occidental le atribuye a la
historia. Los occidentales partimos de la idea implícita de que progresamos, de
que mejoramos en
todos
los aspectos, de que gracias al trabajo, al desarrollo científico y técnico, y
a las instituciones educativas, el proceso de civilización se va abriendo
camino y que, tanto desde un punto de vista científico como moral, la humanidad
progresa.
Nietzsche
cuestiona esta idea implícita, pero no es el único. También su maestro,
Schopenhauer, elabora una filosofía de la historia de carácter circular según
la cual esta es una rueda donde todo se repite una y otra vez, indefinidamente,
donde no hay ni evolución ni involución, donde no hay progreso ni retroceso,
sino que, como las
estaciones
del año, todo se va repitiendo una y otra vez.
En
la concepción oriental, todo vuelve, tanto lo grande como lo pequeño, tanto la
justicia como la injusticia, tanto el amor como el desamor, tanto la belleza
como la fealdad, tanto la paz como la guerra. Es iluso imaginar que habrá un
fururo sin negatividad. Sería como imaginar un año sin invierno o bien pensar
que el futuro será una eterna primavera. En definitiva, Schopenhauer, antes que
Nietzsche, ya ponía entre paréntesis la idea ilustrada de la historia presente
en los textos de Kant, Herder
y
Condorcet.
La
intuición nietzscheana del eterno retorno de todas las cosas data del verano de
1881. Hay dos formulaciones diferentes de esta concepción de la historia. Una,
de carácter cosmológico, se encuentra expresamente manifiesta en el Zaratustra. La otra, de carácter
ético, puede verse expresada en el aforismo 341 de La gaya ciencia,
titulado
«El más pesado de los pesos». Son dos formulaciones diferentes, aunque
complementarias.
En
el Zaratustra,
los animales
revelan a Zaratustra el gran secreto de la
historia:
el eterno retorno de todas las cosas. Le dan a conocer la última verdad de la
historia. En La
gaya ciencia, la
formulación tiene un sentido hipotético. A través de la figura de un daimon, Nietzsche
interroga al lector y lo exhorta a pensar como habría de vivir su vida si todo
lo que ocurre en ella, lo más grande y lo más pequeño, el dolor más
intenso y el placer más deseado, todo, ab- solutamente todo, volviera a
repetirse en el mismo orden y la misma sucesión temporal. Dicen los animales a
Zaratustra:
Todo va, todo vuelve;
eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere,
todo
vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser.
Todo se rompe, todo se
recompone; eternamente la misma casa del ser
se construye a sí
misma. Todo se despide, todo vuelve a saludarse;
eternamente
permanece fiel a sí el anillo del ser.
Más
adelante añaden:
Mira,
nosotros sabernos lo que tú enseñas: que todas las cosas
retornan
eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros
hemos
existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros.
Tú
enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de
gran
año: una y otra vez tiene este que darse la vuelta, lo mismo
que
un reloj de arena, para volver a transcurrir y a vaciarse: - de
modo
que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más
grande
y también en lo más pequeño, - de modo que nosotros
mismos
somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo
más
grande y también en lo más pequeño
Zaratustra
hace suyo el mensaje:
Vendré
otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con
esta
serpiente - no
a una vida
nueva o a una vida mejor o a una vida
semejante:
-
vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en
lo
más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo
el
eterno retorno de todas las cosas.
El
mensaje que los animales salvajes comunican a Zaratustra está bien claro: no
hay otra vida (ein
anderes Leben), ni
una nueva vida tein
neues Leben), sino
tan solo esta vida (dieses
Leben) que
vivimos aquí y ahora, con su luz y su oscuridad. Resulta pueril creer en una
vida eterna y maravillosa, en una vida sin fin, en una eterna primavera. El
bien
y el mal vuelven una y otra vez, como el amor y el desamor.
En
esta doctrina hay, como es evidente, una crítica a la noción de vida
ultraterrenal tal y como se expresa en el cuerpo de la tradición
judeocristiana. Esta vida, objeto de
fe,
es calificada por Nietzsche de sueño pueril, de pura ilusión. Hay que asumir
esta vida tal como es, con todo lo grande y todo lo pequeño; hay que extraerle
el máximo beneficio, porque no hay ninguna otra vida después de la muerte
personal. Otros nacerán, lucharán, amarán, sufrirán y morirán; revivirán placeres
y dolores en la propia piel y, después
de ellos, lo harán nuevas individualidades, y así indefinidamente. Entre unas y
otras, ninguna relación, ninguna esperanza de vida eterna: solo el olvido en la
desmemoria del tiempo.
En
el aforismo 341 de La
gaya ciencia, Nietzsche
plantea al lector un pensamiento difícil de asumir: que todo aquello que ha
vivido en su vida volviera a repetirse indefinidamente en el mismo orden y
sucesión. Le exige que piense cómo habría de amar su vida para sentirse feliz
con esta hipótesis y cómo habría de vivir su presente y su futuro si pensara
que cada decisión que tomase en su momento iba a repetirse
indefinidamente.
En
el vitalismo de Nietzsche, la vida es el gran bien, la gran posibilidad.
Nietzsche nos exhorta a vivirla como un instante eterno, como algo que s~ basta
a sí mismo, sin hipotecarla con falsas esperanzas de futuro. Así lo expresa
Zaratustra:
¿Habéis
dicho sí alguna vez a
un solo placer?
Oh, amigos míos, entonces
dijisteis
sí también a todo
dolor. Todas las
cosas están encadenadas,
trabadas,
enamoradas, -
-
¿habéis querido en alguna ocasión dos veces una sola vez, habéis
dicho
en alguna ocasión «jtú
me agradas, felicidad! ¡Sus! ¡Instante!»?
¡Entonces
quisisteis que todo vuelva!
- todo de nuevo,
todo eterno, todo encadenado, trabado, enamorado, oh,
entonces amasteis
el mundo, - vosotros, eternos, amadlo eternamente y
para siempre: y
también al dolor decidle: ¡pasa, pero vuelve! Pues todo
placer quiere - ¡eternidad!
3 ¿Y SI LA MISERICORDIA FUESE UNA DEBILIDAD?
El núcleo de la
ética cristiana es la caridad, el amor entendido como don sin límites, abierto
a todos y a todo el mundo, pero especialmente orientado hacia los más
vulnerables. Nietzsche afirma que la caridad y
la misericordia son formas de debilidad,
sentimientos blandos, femeninos -dice- frente a otros. En su conocida obra La genealogía de la moral, el filósofo alemán explora las
raíces de la ética cristiana y,
en la base de esta,
encuentra, sobre todo, resentimiento y debilidad. Encuentra un sentimiento de
miedo hacia Dios y, a la vez, de repulsa hacia la
vida.
A su parecer, es
una ética que se fundamenta en el sentimiento de culpabilidad, en la
experiencia del remordimiento. En ella, se articulan un conjunto de preceptos
contra el disfrute y el gusto por la vida, y se amenaza a quienes deseen gozar
a fondo de su existencia. La vida terrenal se convierte en una prueba por
superar, una transición hacia la vida eterna, que es la verdadera vida. También
dice Nietzsche que se trata de una ética de la renuncia, como la moral
socrática, de la renuncia a amar, a
crear, a vivir con
intensidad. El Juicio Final se convierte en el centro de la existencia, y el
hombre, en un vasallo de Dios, en un ser alienado que ha de sacrificar sus
deseos y su
erotismo para «ganarse el cielo». Dondequiera, irradia miedo, culpa y
condenación
eterna.
En este punto,
Nietzsche se aleja mucho de Schopenhauer. Mientras que, para este,
la compasión es un
sentimiento noble, bello y milagroso,
gracias al cual
el hombre se niega
a sí mismo y se da a los demás, para Nietzsche es pura debilidad, falta de
valor y de
carácter. Schopenhauer, que parte de un esquema ontológico ateo, considera que
la compasión es la raíz de la ética cristiana y es lo que la acerca al ideal ético
del budismo. Defiende esta virtud y llega a identificarla con la humanidad y
con aquello que embellece radicalmente el mundo. Para Nietzsche es una
expresión de
debilidad, fruto de
espíritus incapaces de amar la vida con fuerza.
Dice Zaratustra:
¡Yo os conjuro,
hermanos míos, permaneced fieles a
la tierra y no creáis
a quienes os hablan
de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores,
lo sepan o no.
Son despreciadores
de la vida, son moribundos y están, ellos
también,
envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá
desaparezcan!
En otro tiempo, el
delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios
ha muerto y con Él
han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo
más horrible es
delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo
inescrutable más
que el sentido de aquella!
Más aún:
Hay predicadores de
la muerte: y la tierra está llena de seres a quienes
hay que predicar
que se alejen de la vida.
Llena está la
tierra de superfluos, corrompida está la vida por los
demasiados. ¡Ojalá los saque alguien de esta vida con
el atractivo de la
«vida eterna»!
La crítica de
Nietzsche a la moral cristiana no es una cuestión menor, sino que es la consecuencia
lógica de los grandes ejes de su filosofía. Si Dios era el garante de la antigua
moral, pero ha muerto, Nietzsche se pregunta qué sentido tienen los viejos valores,
las normas y los preceptos que constituían la época pretérita. Entiende, como
muchos de sus contemporáneos, que la ética cristiana es una reliquia del pasado,
un cuerpo de preceptos y de leyes que se sostenía en la idea de Dios, pero que en
la nueva época que se augura después de la defunción de Dios todo aquel entramado
deja de tener sentido. El hombre se convierte en el creador de valores y deja
de ser el receptor de la ley que viene de Dios.
Esta crítica ha
sido revisada y, a la vez, contestada por los grandes especialistas de la ética y la moral
cristianas. Max Scheler, y también Emmanuel Mounier, el denominado católico nietzscheano,
sobresalen de entre los críticos de Nietzsche cuando muestran que la raíz de la
ética cristiana no es el resentimiento sino el amor y el perdón
incondicionales. El autor de El
lugar del hombre en el cosmos (1928)
advierte que es precisamente el resentimiento contra el cristianismo el que·
está en la
raíz de la ética
moderna, pero que en ningún caso es el núcleo de la ética que profesa y vive
Jesús de Nazaret.
La muerte de Dios
comporta la tarea de inventar y crear nuevos valores (neue Werte). La misericordia, la pobreza, la
esperanza, la castidad, la obediencia y la hu- mildad son valores que, según
él, habrán de ser transformados en valores vitalistas.
Nietzsche no se
cansa de decir que no hay más vida que esta vida, no hay más tierra que esta
tierra, y que los valores fundamentados en otra vida son falsos. Entiende que la
virtud cristiana es un hábito que ensombrece el gusto por la vida y que tiñe
todo de odio contra el instante natural.
La moral, después
de la muerte de Dios, puede convertirse en la libre creación de valores, más
allá del bien y del mal (jenseits von Gut
und Bose). Según Nietzsche, la moral de la
tradición judeocristiana, la esencia de la cual es el ideal ascético, es creadora
de un tipo de hombre empobrecido. Es la moral nihilista, negadora de la vida,
girada contra el cuerpo, que domestica al hombre e iguala las diferencias.
La filosofía del
cuerpo constituye un nuevo motivo en la querella de Nietzsche contra la moral
cristiana. Según él, la decadencia de lo corporal está en el trasfondo de la
génesis de lo religioso. El alma se convierte en sujeto de la fe. Es el cuerpo
enfermo
el que, perdida su
seguridad instintiva, necesita a Dios. Y en Dios tiene lugar la gran venganza
del que es débil contra el que es fuerte, la venganza del que es enfermizo.
Aquello que el
creyente no puede conseguir, lo ataca hasta subyugarlo.
Esta visión según
la cual la ética cristiana enturbia la fiesta de la vida tampoco es una
casualidad, sino que obedece a causas históricas y, muy probablemente, a una transmisión de la ética
cristiana que ha puesto el acento más en el tiempo de Cuaresma que en el domingo
pascual.
Dice Nietzsche:
«Virtud es para ellos lo que
vuelve modesto y
manso: con ello han convertido al lobo en perro, y al hombre mismo
en el mejor animal
doméstico del hombre."
Dice Henri de Lubac
que cuando el hombre organiza la vida sin Dios, la organiza
contra el hombre.
Es la misma tesis
que expresa Eusebi Colomer en su
interpretación de
los maestros de la sospecha. El humanismo exclusivo es, según ambos, un
humanismo inhumano. Esta hipótesis resulta muy extraña para los humanistas
ateos, pero en la actualidad puede entenderse mejor que en el momento en el que
fue formulada.
Para los grandes
humanistas ateos del siglo xx, Jean-Paul Sartre o Bertrand Russell, la dignidad
del hombre se fundamenta en él mismo, en su inteligencia y libertad; no hace
falta un principio externo para reconocerla. En cambio, para el humanismo cristiano,
el fundamento de la grandeza del hombre es Dios, su origen y la raíz última de
su ser. En el humanismo ateo se interpreta a Dios como un obstáculo, como una traba
en el crecimiento del hombre y en el progreso de las sociedades; mientras que
para el humanismo
cristiano, Dios es la base del hombre y la fuente de todo progreso.
Según De Lubac, la
fe que inculca el cristianismo en una trascendencia siempre presente y siempre exigente no
tiene como finalidad instalar al hombre en la existencia terrenal para adormecerlo dentro de
ella. Esta fe mortifica y quiebra constantemente el equilibrio demasiado
hermoso de nuestras concepciones mentales y de nuestras construcciones
sociales. Irrumpe en un mundo que tiende a cerrarse.
Y entonces reciente puedo responder Emanuel:
BIOTEJIDO TEATRO LOCO A.S ahora
la pregunta que nos permite hacer EL LOGOS/ EL LOCUS ( LA LICULA / LenGuita ,
este pequeño órgano que se jacta de grandes cosas ) es : por que nos crearon la
necesidad de creer en un Dios o Dioses( trinidad ) si desde niños, sin el uso
de la razón hasta los 7 años de edad( ateos naturales todos nosotros hasta
entonces ), nunca lo necesitamos para ser felices, y, recordando las palabras
de Jesús: sean como niños porque quien no es como uno de estos pequeños no
entrará en el reino de Dios, la pregunta otra vez: somos como niños ? Acaso
podemos ser como uno de ellos sin preocuparnos por la fé, Dios, o temas
metafisicos que sólo le atañe( con gran y notable interes ) a los adultos con
mente de adulto que han castigado arrinconando en un cuarto obscuro, frio y
desolado a ese niño que es la clave para acceder a ese precioso reino del que
predicaba Jesus y que no es un lugar fisico, jesus dijo: el reino de Dios no se
dira que esta aqui o alla sino que ya está entre ustedes ... Pero no le
comprendieron
No, el niño no puede conservarse sin que el espíritu lo
violente, este pensar del adulto es un violentarse para ser destruido por el
espíritu, si la metafisica deber ser algo es ser violencia ultra violencia,
porque el niño que pretendes defender está podrido en su masturbación monótona, la
conciencia en su arrebato violento lo debe sacar de ahí.
LA
ATENTA ESCUCHA a
los maestros de la sospecha no nos deja indiferentes.
Cuando
el maestro se convierte en un huésped inquietante y es acogido en la propia
casa,
sentirnos la necesidad de responder a su interpelación, nos vemos llamados a
repensar
nuestra experiencia religiosa y nuestra visión de Dios. La crítica de la
religión
de Marx, de Nietzsche y de Freud toca, de lleno, el corazón del creyente y lo
lleva
a repensar, a reconfigurar su idea de Dios y la relación que con él establece
en su
interioridad.
La
tríada de la sospecha representa un momento insuperable en el horizonte de la
Modernidad.
Son tres figuras relativamente alejadas en el tiempo, pertenecen a
escenas
diferentes y reivindican celosamente su autonomía. El único, entre ellos, que
tuvo
la ocasión de tomar posición respecto a los otros dos fue Freud. De Marx dice
que
su
dialéctica le resulta ininteligible, pero, en cambio, manifiesta una cierta
atracción
por
Nietzsche, aunque reconozca una divergencia real de racionalidades.
La
contemporaneidad reivindica en esta conjunción de autores su acta de
bautismo.
Es necesario, entonces, comprender la filosofía contemporánea volviendo
sobre
esta tríada para enfrentarse a ella e intuir qué caminos han quedado esbozados.
La
teología trinitaria desarrollada a lo largo del siglo xx ha respondido
dignamente
a
la filosofía de la sospecha. Hans Vrs von Balthasar y Walter Kasper han
defendido
que
la teología del Dios uno y trino aporta una respuesta válida y coherente al
fenómeno
del ateísmo. Gisbert Greshake, en su obra sobre una teología trinitaria, ha
mostrado
cómo la fe en el Dios trino no tan solo no impide el diálogo con los grandes
pensadores
ateos, sino que es central para poder dialogar y superar con éxito la
crítica
de la religión perpetrada por Marx, Nietzsche y Freud.
55
Al
comprender a Dios desde la lógica del amor, como acontecimiento de comunión
en
el amor interpersonal, se supera la imagen de un Dios como un absoluto o como
un
superpadre
que conduce a los hombres a la permanente minoría de edad. Ninguno de
los
maestros de la sospecha integra con seriedad las consecuencias que se derivan
de
la
afirmación dogmática de un Dios que es uno y trino. Freud explora la noción de
padre
desde una perspectiva psicológica, pero traiciona el sentido originario de
padre
que
se desprende del Nuevo Testamento. Nietzsche y Marx casi no hacen referencia a
la
trinidad de Dios, y tal como demuestra la teología contemporánea, este es un
aspecto
que no puede pasar desapercibido en la respuesta a la crítica de los maestros
de
la sospecha.
Nunca
ha de perderse de vista la infinita distancia cualitativa que hay entre Dios y
el
hombre (Kierkegaard), la lejanía que separa al ídolo de la alteridad pura de
Dios
(Jean Luc Maríon). En el corazón del ateísmo decimonónico hay una imagen
reducida y raquítica de Dios, así como
una interpretación equivocada, de tal manera que Dios
se
concibe como el gran enemigo del hombre. Esta tesis es diametralmente opuesta a
la
idea de un Dios-Amor que se niega infinitamente a sí mismo para dejar crecer al
hombre
en plena libertad.
Nos
parece acertada la expresión un tanto provocativa y a la vez atrevida del
teólogo
suizo Hans Urs von Balthasar cuando habla de ateísmo intradivino
56
De
entrada esta expresión puede resultar una contradictio in terminis y, no
obstante,
evoca una idea muy profunda. El Padre renuncia a ser un Dios solitario. En
esta
renuncia es generado el Hijo, que con su sí eterno y agradecido incluye y
supera
el
no radical de los hombres a Dios.
De
esta manera, el ateísmo del mundo, en todas y cada una de sus formas, tiene en
Dios
mismo su última condición de posibilidad (Dios es donación absoluta, amor que
se
entrega, que se derrama generosamente «fuera de sí») y su superación real (el
Hijo
es
autonomía en agradecimiento y donación). El no de la criatura, su voluntad de
autonomía
sin agradecimiento y sin donación no puede tener otro contexto que el sí
englobador
del Hijo al Padre en el Espíritu. El ateísmo es, así, según Hans Urs von
Balthasar,
una limitación en la mirada sobre Dios: responde a la incapacidad de
descubrir
quién es su ser real.
El
amor trinitario es una respuesta válida al ateísmo contemporáneo que, en
nombre
de la libertad y de la autonomía del hombre, necesita negar a Dios. Dios no es
el
Absoluto del hombre que entra en contacto con él para humillarlo y anularlo. Ni
el
tirano
que «convierte en amargo lo más hermoso de la vida»
57
o
exige la traición a la
tierra
y a la vida con vistas a una felicidad situada solo en el más allá. Dios quiere
el
desarrollo
total del hombre, su plena liberación, su total humanización. Él es el
absoluto
relativo: el absoluto que, por ser amor personal en sí mismo, comunidad de
personas
en el amor pleno, es capaz de crear el mundo y al hombre como algo
diferente
a él, con consistencia y autonomía propias (creación). Ha hecho posible la
libertad
real del ser humano, la posibilidad del disenso absoluto, de la negación
definitiva,
de la oposición al amor generoso hacia el Dios que se ofrece, es decir, la
posibilidad
del infierno.
Se
puede considerar el ateísmo como un momento purificador, necesario en el
crecimiento
de la experiencia de la fe, un proceso catártico que tiene como finalidad
deshacer
a un ídolo, desmantelar una imagen mental que los hombres hemos
elaborado
y, a la vez, como un kairós,
un momento
oportuno para «convertirnos y
volver
al Dios vivo y verdadero» (1Tes 1,9).
58
Esta
hipótesis hermenéutica nos lleva a
afirmar que son necesarias muchas muertes de Dios para dejarse
interpelar por aquel Dios-Alteridad
total que se manifiesta en el recinto de la interioridad. Este Dios
verdadero,
siempre lejano y a la vez máximamente íntimo, Magíster interior, en
palabras
de san Agustín, hace posible el ateísmo como actitud humana, lo hace
ontológicamente
viable.
Dios
crea al hombre libre y autónomo, no crea una marioneta que mueve según su
arbitrio.
Crea un ser-otro y no una nota o un accidente, crea un tú capaz de responder
con
un verdadero no a su Creador y fundamento. Crea, por decirlo a la manera de
Kierkegaard,
un ser singular y único en la historia (dette Enkelte), una
personalidad
irrepetible,
con entidad propia, que subsistirá eternamente como tal más allá de la
muerte
terrenal. Esta posibilidad está incluida en el proyecto libre que Dios
construye
para
el hombre. Sin embargo, solo cuando hemos superado el ateísmo del ídolo puede
inaugurarse
el ateísmo real. Para ser un auténtico ateo hay que haber derribado todos
los
ídolos mentales.
La
deconstrucción de los ídolos es un proceso que no tiene final, porque el ser
humano
tiende a crear dioses a su imagen y semejanza de manera continuada y a
postrarse
ante ellos una y otra vez. Tiene tendencia a forjarse dioses según sus
intereses
y
a olvidarse del Dios que está más allá de la idea (au déta de
l' idée, en
expresión
levinasiana). Por esto, es necesario adoptar una actitud de vigilia, de
permanente
observación, de autocrítica y de escucha de la Palabra.
Diciéndolo
a la manera de Enrique Dussel, solo un ateo puede ser un buen cristiano
y
solo un cristiano puede ser un buen ateo. De entrada puede resultar chocante
este
juego
de expresiones, pero no lo es. Solo un ateo del ídolo o del sistema puede ser
un
buen
cristiano que afirma el Dios-Otro, el Dios liberador y demandante de justicia.
Y,
al
mismo tiempo, solo el cristiano que afirma el carácter relativo del mundo y de
los
sistemas
puede ser un buen ateo del sistema.
59
Los
maestros de la sospecha, sin quererlo, nos ayudan a practicar esa sospecha
respecto
a las propias creencias y a vaciar la mente de esas divinidades an-
tropomórficas
que tendernos a forjarnos.
60
Es
evidente que para los maestros de la
sospecha
no hay ningún Dios más allá de la idea y que ese supuesto Dios que
trasciende
los ídolos es también un ídolo, aunque, probablemente, más purificado.
Pero si renunciaramos a este espíritu purificado solo nos quedaría el
estar atrapados en el mismo día, así le damos los martillazos a Nietzsche.
Solo el Espíritu nos da un nuevo Día y ese espíritu tiene que destruir
al Dios madre recreado por el hombre más feo del mundo, así como Nietzsche da cuenta de la muerte del Dios
padre, nosotros tendremos que hacer polvo al Dios madre que está plagado de corrupción, porque solo busca su
conveniencia.
Nosotros con la fuerza del Espíritu acabaremos con el eterno retorno en
tanto primero el eterno retorno acabe con nosotros, una vez destruidos Sócrates
renacerá para darle muerte a Nietzsche y asi puede nacer el tercer Zaratustra.
El ultra hombre nos espera y solo puede ser ultra en tanto el Dios vivo
arda en su corazón, este fuego está en
el niño, más el hombre adulto lo aviva, dándose así mismo al fuego en eso
consiste nuestra metafísica de la violencia base para cocinar nuestra filosofía
del sabor espiritual.
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