La Rama dorada
La primera aspiración de este libro era explicar la ley que regulaba
la sucesión en el sacerdocio de Diana en Aricia. Cuando me propuse
resolver el problema, hace más de treinta años, supuse que podría presentar con brevedad la solución, mas pronto encontré que para interpretarla
como probable y hasta inteligible era necesario discutir otras varias cuestiones generales, de las cuales algunas apenas si habían sido explanadas
antes. En ediciones sucesivas, la discusión de estos temas y ¡os relacionados con ellos han ocupado cada vez más espacio; la investigación ha
derivado por distintas direcciones, al punto que los dos volúmenes de la
obra original se han aumentado a doce. Al mismo tiempo se me ha
expresado el deseo de que el libro fuese publicado en forma más resumida. Este compendio es un intento hecho para satisfacer ese deseo y
facilitar de este modo la obra a un círculo más extenso de lectores. Aunque el volumen del libro ha sido muy reducido, he procurado retener
las ideas directrices junto a un número suficiente de ejemplos para ilustrarlas con claridad. El lenguaje del original se ha conservado en su mayor parte, aunque acá y acullá he condensado algún tanto la exposición.
Con objeto de conservar del texto lo más posible, sacrifiqué todas las
notas y, con ellas, las referencias exactas de las autoridades. Los lectores
que deseen indagar la fuente de cualquier afirmación deben consultar la
obra grande, que está plenamente documentada y provista de una bibliografía completa.
En el resumen no he añadido material nuevo ni he alterado los
conceptos que expresé en la última edición, pues la evidencia que mientras tanto haya llegado a mi conocimiento ha servido, casi siempre, para
confirmar mis conclusiones anteriores o para proveer de nuevos ejemplos
las leyes ya dadas. Así, en la cuestión crucial de la costumbre de condenar a muerte a los reyes, ya al término de un plazo fijado o cuando su
salud o energías empiezan a decaer, el núcleo de ejemplos que señalan la
persistencia tan extendida de la usanza se ha aumentado considerablemente en el intervalo. Encontramos un caso sorprendente de monarquía
limitada de esta clase en el poderoso reino medieval de los tazares, en la
Rusia meridional, donde los reyes eran condenados a muerte a la terminación .de un plazo determinado o cuando alguna calamidad pública,
como sequía, carestía o derrota en la guerra, indicaba una quiebra de sus
poderes naturales. La evidencia del regicidio sistemático entre los kazares, deducida de los relatos de antiguos viajeros árabes, ha sido expuesta
por mí en otro lugar.1
También África nos ha dado diversos ejemplos
nuevos de una práctica similar de regicidio, y de entre ellos el más notable, quizá, es la costumbre observada en Bunyoro en tiempos pasados, de escoger un rey de burlas de clan especial, cada año, en el que suponían
encarnaba el rey difunto y que cohabitaba con sus viudas en su templotumba; después de reinar una semana, era estrangulado.1
La costumbre
presenta un paralelo estrecho con el antiguo festival babilónico de Sacaea,
en el que vestían con el ropaje real a un rey de burlas, le dejaban gozar
de las concubinas del verdadero rey y, después de reinar cinco días, le
desnudaban, azotaban y mataban. Este festival, a su vez, ha recibido no
hace mucho confirmación de algunas inscripciones asirias2
que creemos
ratifican la interpretación del festival que he dado anteriormente como
una celebración de Año Nuevo y origen del festival judaico del Purim.3
Otros paralelos recientemente descubiertos de los reyes sacerdotales de
Árida son los sacerdotes y reyes africanos a quienes se acostumbraba
matar al final de dos o de siete años, estando el rey o el sacerdote durante
ese término expuesto a ser atacado y muerto por un hombre fuerte, que
por ello le sucedía en el sacerdocio o en el reino.4
Con estos y otros ejemplos de costumbres semejantes ante nosotros,
no es posible ya considerar como excepcional la regla de sucesión al sacerdocio de Diana en Árida; ejemplifica netamente una institución muy
extendida, de la que los casos mis abundantes y más parecidos se han
encontrado hasta, ahora en África. No podemos prejuzgar el alcance de
La temprana influencia africana sobre Italia ni la existencia de una población africana en la Europa meridional, que los hechos apuntan. Las
relaciones prehistóricas entre los dos continentes son todavía oscuras y
están siendo investigadas.
Si es exacta o no la interpretación que ofrezco, debe dejarse que lo
determine el porvenir. Siempre estaré presto a abandonarla si puede
indicarse una mejor. Mientras tanto, al entregar este compendio al juicio del público, deseo prevenirle contra tu a errónea interpretación de su
alcance, que parece ser frecuente todavía, aunque he procurado corregirla
antes de ahora. Si en la obra presente me he espaciado algún tanto más
en el culto de los árboles, no es por exagerar su importancia en la historia
de la religión, y menos todavía porque yo desee deducir de ello un sistema
completo de mitologías: es simplemente porque no puedo pasar por alto
el asunto al intentar explicar la significación de un sacerdote que lleva
el título de rey del bosque y uno de cuyos requisitos para el puesto era
arrancar una rama, la rama dorada de un árbol del bosque sagrado. Pero
estoy bien lejos de justipreciar la reverencia a los árboles como de
importancia suprema para la evolución de la religión, que considero ha estado del todo subordinada a otros factores y en particular al
miedo a los muertos, que en general creo ha sido probablemente la fuerza más poderosa en la formación de la religión primitiva. Espero que
después de esta recusación explícita no seré ya acusado de abrazar un
sistema de mitología que juzgo no sólo falso, sino hasta ridículo y absurdo. Mas estoy demasiado familiarizado con la hidra del error para esperar que cortando una de las cabezas del monstruo pueda prevenir el
retoño de otra, y aun de la misma. Solamente puedo confiar en la sinceridad e inteligencia de mis lectores para rectificar esta importante deformación de mis puntos de vista, comparándola con mi propia y expresa
declaración.
J. G. FRAZER
https://monoskop.org/images/2/2a/Frazer_James_George_La_rama_dorada_1944.pdf
19 comentarios:
Ambas ramas de la magia, la homeopática y
la contaminante, pueden ser comprendidas cómodamente bajo el nombre general de magia simpatética, puesto que ambas establecen que las
cosas se actúan recíprocamente a distancia mediante una atracción secreta,
una simpatía oculta, cuyo impulso es transmitido de la una a la otra
por intermedio de lo que podemos concebir como una clase de éter
invisible no desemejante al postulado por la ciencia moderna con objeto
parecido, precisamente para explicar cómo las cosas pueden afectarse
entre sí a través de un espacio que parece estar vacío.
Es conveniente poner en forma de cuadro las ramas de la magia,
según las leyes del pensamiento que las animan, en esta forma:
MAGIA SIMPATÉTICA
(Ley de simpatía)
MAGIA HOMEOPÁTICA MAGIA CONTAMINANTE
(Ley de semejanza) (Ley de contacto)
Ahora ilustraremos con ejemplos estas dos ramas de la magia simpatética, empezando por la homeopática.
2. MAGIA HOMEOPÁTICA o IMITATIVA
Quizá la aplicación más familiar del postulado "lo semejante produce lo semejante" es el intento hecho por muchas gentes en todas las épocas para dañar o destruir a un enemigo, dañando o destruyendo una
imagen suya, por creer que lo que padezca esta imagen será sufrido por
el enemigo y que cuando se destruya su imagen él perecerá. Daremos
aquí unos cuantos ejemplos, de entre muchos, para probar la extensa
difusión alcanzada por esta práctica en el mundo y su notable persistencia a través de las edades. Hace miles de años fue conocida por los
hechiceros de la India antigua, Babilonia y Egipto, así como también
por los de Grecia y Roma; aún hoy día, recurren todavía a ella los
salvajes arteros y perversos de Australia, África y Escocia. Por ejemplo
se nos cuenta que los indios norteamericanos creen que dibujando la
figura de una persona en la arena, arcilla o cenizas, y también considerando cualquier objeto como si fuera su cuerpo, y después clavándolo
con una estaca aguzada o haciéndole cualquier otro daño, infligirán una
lesión correspondiente a la persona representada. Cuando un indio ojebway desea hacer daño a alguien, hace una imagen pequeña de madera de
su enemigo y le clava una aguja en la cabeza o en el corazón, o le dispara
una flecha, creyendo que cuando pincha o agujeran la imagen siente su
enemigo en el mismo instante un dolor terrible en la parte correspondiente de su cuerpo, y cuando intenta matarlo resueltamente, quema o
entierra el muñeco, pronunciando mientras lo hace ciertas palabras mágicas. Los indios del Perú moldean figuritas de sebo mezclado con grano,
dándoles el mejor parecido posible con las personas que odian o temen,
y después queman las efigies en el sendero por donde las supuestas
víctimas habrán de pasar. Dan a esta operación el nombre de quemar
su alma.
Otro uso benéfico de la magia homeopática es la cura o prevención
de enfermedades. Los antiguos hindúes ejecutaban una complicada ceremonia, basada en ella, para curar la ictericia. Su tendencia principal
era relegar el color amarillo hacia seres y cosas amarillas, tales como el
sol, a las que propiamente pertenece, y procurar al paciente un saludable
color rojo de una fuente vigorosa y viviente, principalmente un toro
bermejo. Con esta intención, un sacerdote recitaba el siguiente conjuro:
"Hasta el sol subirá tu pesadumbre y tu ictericia; en el color del toro
rojo te envolveremos. Te envolveremos en matices rojos por toda una
larga vida. ¡Que quede esta persona ilesa y libre del color amarillo!
Te envolveremos en todas las formas y todas las fuerzas de las vacas,
cuya deidad es Rohini y que además son rojas (rohinih). Dentro de las
cacatúas, dentro de los tordos pondremos tu amarillez y además en el
pajizo doradillo de inquieta cola pondremos tu amarillez." Mientras pronunciaba estas palabras, el sacerdote, con objeto de infundir el matiz
rosado de la salud en el cetrino paciente, le iba dando a beber agua en
la que había echado pelos de un toro rojo; vertía agua sobre el lomo del
animal y le hacía beber al enfermo de la que escurría; le sentaba sobre
una piel de toro rojo y le ataba con un trozo de ella. Después, con el
designio de mejorar su color expulsando completamente el tinte amarillo, procedía a embadurnarle de pies a cabeza con una papilla hecha
de cúrcuma (una planta amarilla), le tendía en la cama y sujetaba a
los pies de ella, mediante una cuerda amarilla, tres pájaros, a saber,
una cacatúa amarilla, un tordo y un doradillo. Después iba vertiendo
agua sobre el paciente, lavándole el barro amarillo, con lo que era seguro
que la ictericia se marcharía a las aves atadas. Después de hecho esto,
y para dar un remate lozano a su complexión, cogía algunos pelos de
toro rojo, los envolvía en una hoja dorada y los pegaba a la piel del
enfermo. Los antiguos creían que si una persona con ictericia miraba
con atención a una avutarda o chorlito y el ave fijaba su vista en ella,
quedaba curada de la enfermedad. "Tal es la naturaleza —dice Plutarco— y tal el temperamento de esta ave que extrae y recibe la enfermedad que sale como una corriente por medio de la vista". Era tan
conocida entre los pajareros la valiosa propiedad de estas aves que cuando
tenían alguna para la venta, la guardaban cuidadosamente cubierta, por
temor de que algún ictérico la mirase y se curase gratis.
Uno de los grandes méritos de la magia homeopática está en permitir que la curación sea ejecutada en la persona del doctor en vez de
la de su cliente, quien se alivia de todo peligro y molestia mientras ve al médico retorcerse de dolor. Por ejemplo, los campesinos de Perche,
en Francia, obran bajo la impresión de que los espasmos prolongados del
vómito son efecto de la caída del estomago, por haberse descolgado,
según dicen ellos, y de acuerdo con esto, llaman a un práctico en estas
cuestiones para que devuelva el órgano a su lugar propio. Después de
escuchar los síntomas, el práctico se entrega a las más espantosas convulsiones con el propósito de desenganchar su propio estómago. Habiendo tenido éxito en un esfuerzo, vuelve en seguida a colgar su estómago con otra serie de contorsiones y batimanes mientras el paciente
experimenta el correspondiente alivio; precio, cinco francos. Con semejante método un médico dayako, llamado por un enfermo, se tiende en
el suelo y pretende estar muerto, y, suponiéndolo así, se le trata como
corresponde a un cadáver, envolviéndole en esterillas, sacándole de la
casa y tendiéndole en el suelo. Pasada una hora, los otros curanderos
desenvuelven de sus cubiertas y devuelven la vida al pretendido muerto;
según va recobrándose éste, suponen que se mejora también el enfermo.
Por otra parte, la magia homeopática y en general la simpatética
juegan una gran parte en las precauciones que el cazador o pescador toma
para asegurar una abundante provisión de alimento. Según la máxima
de que "lo semejante produce lo semejante", él y sus compañeros hacen
muchas cosas imitando deliberadamente aquello que quieren conseguir
y, por el contrario, evitan otras con cuidado por su parecido más o menos imaginario a las que serían desastrosas si se realizasen.
En ningún sitio se lleva la teoría de la magia simpatética más sistemáticamente a la práctica para la protección del abastecimiento de alimentos que en las inhospitalarias regiones de la Australia central. Allí
las tribus están divididas en un número de clanes totémicos, cada uno
de los cuales se encarga del deber de multiplicar su tótem para el bienestar de la comunidad, por medio de ceremonias mágicas. La mayoría
de los tótems son animales y plantas comestibles y el resultado general
que creen lograr con esas ceremonias es el de abastecer a la tribu de
alimentos y otras cosas necesarias. Es frecuente que los ritos consistan
en una imitación de los efectos que la gente desea producir; en otros
términos, su magia es homeopática o imitativa. Así, entre los warramunga, el cabecilla del tótem cacatúa blanca procura la multiplicación
de las cacatúas blancas teniendo en la mano una figura del ave e imitando sus gritos roncos. Entre los arunta, los hombres del tótem larva
del witchetty1 ejecutan ceremonias para multiplicar la larva que los
demás miembros de la tribu acostumbrar comer. Una de estas ceremonias es una escena en que se representa al insecto perfecto saliendo
del capullo de la crisálida: forman una larga y estrecha construcción de
ramaje que imita el capullo de la crisálida y dentro de él, sentados, unos
cuantos hombres que tienen por tótem a la larva entonan alusiones al
insecto en los distintos momentos de la metamorfosis. Después van
emergiendo de la estructura acurrucados y, conforme van saliendo, cantan al insecto que emerge de su crisálida. Se cree que esto multiplica
el número de larvas
Esta última regla es un ejemplo de las cosas que el cazador debe
evitar para no estropear su buena suerte, fundándose en que "lo semejante produce lo semejante", pues se ha observado que el sistema de
magia simpatética no se compone solamente de preceptos positivos;
comprende también un gran número de preceptos negativos o prohibiciones. Dice no solamente lo que hay que hacer, sino lo que no se debe
hacer. Los preceptos positivos son los encantamientos; los preceptos
negativos son los tabús. En realidad, la doctrina completa del tabú
o, por lo menos, una gran parte de ella, parece ser solamente una aplicación especial de la magia simpatética y sus dos grandes leyes de la semejanza y del contacto. Aunque estas leyes ciertamente no sean formuladas en tales palabras ni aun siquiera concebidas en abstracto por el
salvaje, no obstante, son implícitamente creídas por él como reguladoras
del curso de la naturaleza e independientes de la voluntad humana.
Piensa que si él obra en cierto sentido, se seguirán ciertas consecuencias
inevitables en virtud de una ü otra de esas leyes, y si le parece que estas
consecuencias pudieran ser desagradables o peligrosas, naturalmente
que tendrá el cuidado de evitarlas, dejando de actuar en ese sentido.
En otras palabras, se abstendrá de hacer lo que, de acuerdo con sus
nociones equivocadas de causa y efecto, él cree falsamente que podría
dañarle. En una palabra, se sujeta a un tabú. Así, el tabú es hasta aquí
una aplicación negativa de magia práctica. La magia positiva o hechicería dice: "Haz esto para que acontezca esto otro". La magia negativa
o tabú dice: "No hagas esto para que no suceda esto otro". El propósito de la magia positiva o hechicería es el de producir un acontecimiento
que se desea; el propósito de la magia negativa o tabú es el de evitar el
suceso que se teme. Mas ambas consecuencias, la deseable y la indeseable, se suponen producidas de acuerdo con las leyes de semejanza y de
contacto
Por una razón parecida, entre los
toradias de la pared central de Célebes es regla que nadie se sitúe o se
pare en la escala de una casa donde hay una mujer embarazada; ello
retardaría el nacimiento de la criatura. En varias partes de Sumatra a
la mujer que se encuentra en tal estado se le prohibe detenerse en la
puerta o en el peldaño de la escala, so pena de sufrir un parto duro por
haber descuidado imprudentemente tan elemental precaución. Los malayos ocupados en la busca del alcanfor comen sus alimentos secos y
tienen cuidado de no pulverizar la sal gorda. La razón es que el alcanfor
se encuentra en forma de pequeños granos depositados en las grietas de
los troncos de los alcanfores. De consiguiente, el malayo encuentra
evidente que si, mientras buscan el alcanfor, comieran sus alimentos con
sal fina, encontrarían el alcanfor pulverizado; en cambio, si los sazonan
con sal gorda, los granos de alcanfor también serán gruesos. Los buscadores de alcanfor de Borneo emplean como plato para la comida la
vaina coriácea de la base de la hoja de la palma de Penang y durante
todo el tiempo que dura la expedición dejan este plato sin lavar, temiendo
que si lo hicieran, el alcanfor podría disolverse y desaparecer de las
grietas de los árboles. Sin duda alguna piensan que al lavar sus platos
se lavarían los cristales de alcanfor, y se marcharían de los árboles donde
están incrustados. El producto más importante de algunas partes de
Laos, provincia de Siam, es la laca, goma resinada exudada por un insecto
rojo colocado a mano sobre las ramas tiernas de los árboles. Todos los
que se ocupan en la tarea de recolectar dicha goma se abstienen de
lavarse, especialmente la cabeza, por miedo de que, al quitar los parásitos de sus cabellos, se desprendan los otros insectos de las ramas.
Entre los tabús guardados por los salvajes, ningunos son más numerosos o importantes que las prohibiciones de comer ciertos alimentos, y
se puede demostrar que muchas de estas prohibiciones derivan de la ley
de semejanza y son, por consiguiente, ejemplos de magia negativa. Lo
mismo que el salvaje come muchos animales o plantas para adquirir
ciertas cualidades deseables de las que supone están dotados, evita comer otros por miedo de adquirir ciertas otras cualidades indeseables de las
que cree que se hallan infectados. Comiendo los primeros, practica
magia positiva; absteniéndose de los últimos, practica magia negativa.
Encontraremos después abundantes ejemplos de la magia positiva y aquí
daremos algunos de la magia negativa o tabús. Así, en Madagascar se
prohibe a los soldados comer ciertos alimentos por el temor, fundado
en el principio de la magia homeopática, de inficionarse de algunas peligrosas o indeseables propiedades que se atribuyen a esos manjares;
por ello no pueden comer erizo, "pues se teme de este animal su propensión a enrollarse como una pelota cuando está alarmado, condición
de tímido encogimiento que adquirirá el que participe de él". Tampoco
ningún soldado comerá rodilla de buey, para no debilitarse de las rodillas
como el buey e inhabilitarse para las marchas. Además, el guerrero evitará comer gallo que haya muerto en pelea ni cosa alguna que haya
sido alanceada; ni en su casa se matará ningún animal macho mientras
él esté guerreando. Pues les parece evidente que si comiera gallo muerto
en pelea, él moriría en el campo de batalla; que si participase de un
animal alanceado, también él sería alanceado, y que si en su casa matasen animal macho durante su ausencia, también él sería muerto de modo
semejante y hasta quizás en el mismo momento. Por último, el soldado
malgache evitará comer riñones, pues en el lenguaje malgache la palabra
riñón es la misma que "disparo" y seguramente recibirá un disparo si
come riñones
El lector habrá observado que en algunos de los antedichos ejemplos de tabús se da por supuesto que la influencia mágica opera a distancias considerables; así, entre los indios "pies negros" tienen prohibido
usar leznas o punzones las mujeres y niños de la familia del cazador de
águilas durante sus partidas de caza, so pena de que sea atarazado por
las águilas el padre o el marido ausentes. Tampoco se sacrificará ningún
animal macho en la casa de un soldado malgache mientras esté en la
guerra, ante el temor de que la matanza del animal implique la del
hombre. Esta creencia en la influencia simpatética recíproca entre personas y cosas a distancia es esencialmente mágica. Sean cuales fueren
las dudas que pueda tener la ciencia sobre las posibilidades de actuación
a distancia, la magia no las tiene: la fe en la telepatía es uno de sus primeros principios. Un moderno creyente en la influencia a distancia de
una mente sobre otra no encontraría dificultad en convencer a un salvaje; el salvaje lo cree de antiguo y, lo que es más, actúa en esa creencia
con una lógica perseverante que no tiene aún su civilizado hermano en
la misma fe ni la muestra en la conducta, al menos que nosotros sepamos. El salvaje está convencido, no sólo de que las ceremonias mágicas
afectan a personas y cosas lejanas, sino de que los actos más sencillos
de la vida diaria pueden también hacerlo del mismo modo. Por esto,
en las ocasiones importantes, la conducta de los amigos y parientes distantes suele regularse por un código de reglas más o menos complicado y cuya inobservancia por las personas a quienes obliga se cree que puede
entrañar la desgracia y hasta la muerte de los ausentes. En particular,
cuando una partida de hombres ha salido a cazar o pelear, es frecuente
que sus allegados hagan en casa ciertas cosas y se abstengan de hacer
otras con el fin de garantizar el éxito y la seguridad personal de los cazadores o guerreros ausentes
Cuando un cazador de elefantes de Laos va a salir de caza, previene a su mujer para que no se corte el pelo ni se unja el cuerpo
durante su ausencia, pues si se corta el pelo, el elefante romperá los lazos
y si ella se engrasa el cuerpo, el elefante se escurrirá de ellos. Cuando en
una aldea dayaka los habitantes salen a la selva a cazar jabalíes la gente
que se queda en el poblado no tocará agua ni grasa con las manos durante la ausencia de sus amigos; si lo hicieran, los cazadores tendrían
los "dedos pringosos" y en esas condiciones la presa se les escurriría de
entre las manos.
Los cazadores de elefantes del África Oriental creen que si sus
mujeres les son infieles durante su ausencia, esto dará poder a los elefantes sobre sus perseguidores, que serán muertos o heridos por esta
causa y, por ello mismo, si un cazador se entera de la mala conducta de
su mujer, abandona la caza y regresa a su hogar. Si una cazador wagogo
tiene mala suerte o es atacado por un león, lo atribuirá a la mala conducta de su mujer y retornará a casa muy encolerizado. Cuando él está
cazando, ella no permite que nadie cruce por su espalda ni permanezca
de pie ante ella mientras está sentada, y tiene que dormir boca abajo.
Los indios moxos de Bolivia creían que si la mujer de un cazador cometía infidelidad en su ausencia, aquél sería mordido por una serpiente o
un jaguar. Según esto, si tal accidente aconteciese, era seguro que implicaba el castigo y con frecuencia la muerte de la mujer, fuese inocente o culpable. Un pescador aleutiano de nutrias marinas piensa que
no podrá matar un solo animal si durante su ausencia es infiel su mujer
o impúdica su hermana
En la isla de Timor, el gran sacerdote no sale nunca del templo
mientras están en guerra; le llevan los alimentos o los cocina allí dentro;
día y noche debe mantener el fuego encendido, porque si lo dejase
apagar sobrevendría el desastre, que se prolongaría mientras el hogar
estuviese frío. Además, durante la ausencia del ejército, sólo beberá
agua caliente, pues cada trago de agua fresca enfriaría el ánimo de la
gente y de este modo no podrían vencer al enemigo. En las islas Kei,
cuando han marchado los guerreros, entran las mujeres en sus casas y
sacan unas cestas especiales con fruta y piedras, que engrasan y colocan
sobre un tablón; mientras lo hacen, musitan: "Oh, señor sol, señora
luna, permitid que las balas resbalen sobre nuestros maridos, hermanos,
novios y otros familiares exactamente como las gotas de la lluvia resbalan
sobre estos objetos que han sido untados con aceite". Tan pronto como
se oye el primer disparo, dejan a un lado las cestas y, cogiendo sus abanicos, las mujeres salen precipitadamente de las casas y entonces, ondulando los abanicos en la dirección del enemigo, corren por la aldea cantando: "¡Oh dorado abanico!, permite que hagan blanco nuestras balas
y que se pierdan las del enemigo". En esta costumbre, la ceremonia de
engrasar las piedras para que las balas se escurran a semejanza de las
gotas de lluvia en aquéllas es una aplicación de magia homeopática o
imitativa pura, mas la oración al sol para que dé efectividad al encantamiento es un acto religioso y probablemente adición posterior. El movimiento ondulatorio de los abanicos lo creemos un hechizo destinado
a desviar o atraer las balas al blanco, según que sean disparos de enemigo
o de amigo.
Entre los indios thompson de la Columbia Británica, cuando los
hombres se dirigían al teatro de la guerra, sus mujeres bailaban a intervalos frecuentes; estas danzas aseguraban el éxito de la expedición, según
su creencia. Las bailarinas esgrimían sus cuchillos, arrojaban hacia adelante palos largos de aguzada punta o blandían repetidamente palos con
ganchos hacia atrás y adelante. Tirar los palos hacia adelante era simbólico de herir o rechazar al enemigo y tirar de ellos hacia atrás simbolizaba sacar del peligro a sus guerreros. El gancho del arpón se adaptaba
perfectamente para servir como aparato salvavidas. Las mujeres siempre dirigían las puntas de sus arpones hacia el país enemigo. Se pintaban
las caras de rojo y cantaban mientras bailaban, orando para que las armas
defendiesen a sus maridos y les ayudasen a matar los enemigos. En las
puntas de sus palos llevaban pegado plumón de águila. Cuando terminaba el baile ocultaban las armas. Si una mujer cuyo marido estaba en la
guerra creía ver pelo o un trozo de cuero cabelludo en su arma cuando
la sacaba después, sabía que su marido había matado un enemigo. Pero
si lo que creía ver era una mancha de sangre, sabía que su marido estaba
herido o muerto. Cuando los hombres de la tribu yuki de California
estaban en expedición guerrera, sus mujeres en casa no dormían; bailaban sin cesar, formando un círculo, cantando y agitando ramitas con hojas. Decían que mientras pudiesen bailar no se cansarían sus maridos.
La idea de que una persona puede influir sobre una planta homeopáticamente por su acción o condición se desprende claramente de la
observación hecha por una mujer malaya: habiéndole preguntado por
qué se desnudó de cintura arriba cuando segaba el arroz, explicó que lo
hacía para que el arroz tuviese la cascarilla más fina, pues estaba cansada
de machacarlo con la cáscara gruesa. Es evidente que pensaba que cuanto
menos ropa llevase ella, menos espesor tendría la cascarilla del arroz.
La virtud mágica que posee una mujer grávida, de comunicar la fertilidad, es conocida por los campesinos de Austria y Baviera, que piensan
que si se da el primer fruto de un árbol a una mujer encinta, ello
atraerá una copiosa colección de frutos en aquel árbol el año venidero.
Por otro lado, los baganda creen que una mujer estéril infectará el huerto
de su marido con su propia esterilidad, e impedirá que los árboles tengan
frutos; por esto suelen repudiar a las mujeres sin hijos. Los griegos y
romanos sacrificaban víctimas embarazadas a la diosa del cereal y de la
tierra, sin duda con la idea de que el suelo produjese y el grano engordase
mucho en la espiga. Como un sacerdote católico reconviniese a los
indios del Orinoco por permitir que las mujeres sembrasen en el campo
bajo un sol abrasador y con sus criaturas al pecho, los hombres respondieron: "Padre, por no entender de estas cosas es por lo que se enoja
usted. Usted sabe que las mujeres están acostumbradas a tener niños
y los hombres no. Cuando las mujeres siembran, la caña de maíz lleva
dos o tres mazorcas, la raíz de la yuca llena dos o tres cestas y todas las
demás cosas aumentan en proporción. ¿Por qué es esto? Sencillamente,
porque las mujeres saben producir y conocen lo que hay que hacer con
la simiente cuando ellas la siembran para que se reproduzca también.
Las dejamos sembrar, por consiguiente; los hombres no sabemos de
esto lo que ellas saben"
En los casos precedentes se supone que una persona influye sobre
la vegetación homeopáticamente: infecta árboles o plantas con cualidades permanentes o circunstanciales, buenas o malas, semejantes o derivadas de sí mismo. Mas, en consideración al precepto de la magia homeopática, la influencia es mutua: la planta puede infectar al hombre
tanto como el hombre infecta la planta. En magia, como al parecer en
física, la acción y la reacción son iguales y opuestas. Los indios cherokees
en su botánica práctica se muestran adeptos de la influencia homeopática. Así, las raíces rígidas de la planta "tripa de gato" son tan tenaces
que embarbascan la reja del arado en el surco. Por esto, las mujeres
cherokees lavan sus cabellos con una cocción de estas raíces para fortalecer su pelo y los jugadores de pelota cherokees se lavan con esto
mismo para endurecer sus músculos. Hay la creencia galelaresa de que
si se come una fruta caída al suelo, se contrae una disposición a tropezar
y caer, y si se toma algo que se olvidó (como una batata dejada en
el puchero o un plátano en la lumbre), el que lo haga perderá la memoria. También opinan los galelareses que si una mujer come dos
plátanos crecidos de un solo pedúnculo, tendrá un parto de gemelos.
Los indios guaraníes de la América del Sur creían que una mujer sería
madre de mellizos si comía un grano doble de mijo. En los tiempos
védicos existía una curiosa aplicación de este principio en un encantamiento para restaurar en su trono a un príncipe desterrado. Los alimentos que tomase debían estar cocinados sobre un fuego alimentado con
madera de los renuevos del tocón de un árbol cortado. La virtud recuperativa que había manifestado dicho árbol sería comunicada con el
transcurso del tiempo por el fuego a la comida y así al príncipe que
comiera sus alimentos cocinados sobre un fuego producido con la madera que producía el árbol. Los sudaneses piensan que una casa construida de madera de árboles espinosos hará que, a su semejanza, la vida
de sus moradores sea espinosa y llena de contrariedades
Hay una rama prolífica de la magia homeopática que obra por medio de los muertos: del mismo modo que un muerto no puede ver, oír
ni hablar, así es posible, conforme a los principios homeopáticos, dejar
a la gente ciega, sorda y muda mediante el uso de huesos de difuntos
o de cualquier otra cosa que esté contagiada por la corrupción de la
muerte: por ejemplo, entre los galelareses, cuando un mozo va a galántear por la noche, coge un poco de tierra de una tumba y la esparce
sobre el techo de la casa de su novia exactamente sobre el lugar donde
duermen los padres. Cree que así evitará que se despierten, mientras él
habla con su amada, puesto que la tierra de la tumba les dará un sueño
tan profundo como el de la muerte. Los salteadores, en todos los tiempos y en muchos países, han patrocinado esta clase de magia usándola
con mucha frecuencia en el ejercicio de su profesión. Así, un esclavo del
sur, asaltante en ocasiones, principia sus operaciones arrojando sobre la
casa el hueso de un muerto y diciendo con hiriente sarcasmo: "Que
despierte esa gente cuando este hueso pueda despertar". Hecho esto,
nadie en la casa podrá mantener los ojos abiertos. De modo semejante,
en Java, el asaltante coge tierra de una tumba y la esparce alrededor de
la casa que intenta robar; así sumerge a los moradores de la casa en un
profundo sueño. Con iguales intenciones, un hindú esparce cenizas de
una pira funeraria a la puerta de la casa; los indios del Perú desparraman
el polvo de los huesos de personas fallecidas, y los asaltantes rutenos quitan la médula de una tibia de muerto, ponen sebo en su lugar, lo encienden y con esta antorcha alumbran su triple ronda a la casa, lo que
causa a sus habitantes un pesado sueño semejante al de la muerte; o
construirán una flauta del hueso de la pierna de un muerto y tocarán
con ella: todas las personas que le oigan quedarán abrumadas por el
sopor.
Suele pensarse, además, que los animales poseen cualidades o propiedades que pueden ser útiles al hombre, y la magia homeopática o
imitativa trata por diversos medios de comunicar estas propiedades a los
seres humanos. Así algunos behuanas llevan como amuleto un hurón,
pues siendo este animal tan tenaz para vivir, hará difícil que les maten
a ellos. Otros llevan un insecto especial, mutilado pero vivo, con igual
propósito. Otros guerreros behuanas llevan el pelo de un buey mocho
entre su propio cabello, y la piel de una rana en su capa, a causa de ser
la rana tan escurridiza y el buey sin cuernos tan difícil de sujetar; de esta
guisa, el que va provisto de tales amuletos cree que será tan difícil de
aprisionar como la rana y el buey. 'También parece lógico que un guerrero sudafricano que lleva entre los rizos de sus ensortijados cabellos
mechones de pelo de rata tendrá tantas más probabilidades de eludir
la lanza enemiga cuantas tiene la ágil rata para hurtarse a las cosas que
se le tiran; por esta razón, en dichas regiones el pelo de rata tiene gran
demanda cuando se espera que estalle la guerra. Uno de los antiguos
libros de la India prescribe que cuando se ofrezca un sacrificio para conseguir la victoria, la tierra con la que se haga el altar se recoja del lugar
donde un jabalí haya estado revolcándose, pues la fuerza del jabalí estará
en esta tierra
Los libros antiguos de los hindúes dictan como regla que los recién casados, en el anochecer del día de su matrimonio, deben sentarse juntos y en silencio hasta que empiecen a titilar las estrellas en el cielo, y cuando aparezca la estrella Polar, él se la señalará a ella y, dirigiéndose a la estrella, dirá: "Tú estás fija, te veo, la Inmóvil. Sé firme para mí, ¡oh Próspera!" Y después, volviéndose hacia su mujer, deberá decir: "Me has sido dada por Brihaspati: ten hijos de mí, tu marido; vive conmigo cien otoños". La intención de la ceremonia es claramente guardarse contra los reveses de la fortuna y la inconstancia de la felicidad terrenal, por la influencia inmutable de la estrella fija. Es el deseo expresado en el último soneto de Keats.
Estrella brillante, yo querría ser inmutable como tú fija, no en el esplendor solitario colgada en lo alto de la noche.
Hay un dicho corriente en toda la India: "Todo el universo está subordinado a los dioses; los dioses están obligados a los conjuros (manirás); los conjuros a los brahmanes; por consiguiente, los brahmanes son nuestros dioses".
El radical conflicto de principios entre la magia y la religión explica suficientemente la hostilidad implacable con la que en la historia el sacerdote ha perseguido con frecuencia al mago. La altanera presunción del mago, su comportamiento arrogante hacia los más altos poderes y su descocada pretensión de ejercer un imperio semejante al de ellos, no pudo menos de sublevar al sacerdote, que, con un temeroso sentido de la majestad divina y de su humilde posición ante ella, debió ver tales pretensiones y tal conducta como una usurpación impía y blasfema de las prerrogativas que pertenecen sólo a Dios. Y en ocasiones, podemos sospechar que algunos motivos menos piadosos concurrieron a agudizar la hostilidad sacerdotal. Él declaró ser el intermediario adecuado, el verdadero intercesor entre Dios y el hombre, y no cabe duda de que tanto sus intereses como sus sentimientos fueron frecuentemente dañados por un practicante rival que predicaba un camino hacia la fortuna más suave y seguro que el estrecho y resbaladizo camino del favor divino.
Con todo, pensamos que este antagonismo que nos es familiar hizo su aparición relativamente tarde en la historia de la religión. En un primer período, las funciones de sacerdote y hechicero estaban a menudo combinadas, o, hablando más exactamente, quizá no estaban diferenciadas aún la una de la otra. Para conseguir sus propósitos, el hombre propiciaba la buena voluntad de los dioses o los espíritus con oraciones y sacrificios, mientras que al mismo tiempo se auxiliaba de las ceremonias y conjuros que él esperaba pudieran conseguir por sí mismas el resultado deseado sin ayuda de dios o diablo. En suma, practicaba simultáneamente ritos religiosos y mágicos; pronunciaba oraciones y conjuros casi con el mismo aliento, sabiendo o estimando en poco la inconsistencia teórica de su conducta, mientras que a tuertas o derechas contribuía a conseguir su propósito. Demostraciones de esta fusión o confusión de la magia con la religión las hemos encontrado hace poco nosotros mismos en las prácticas de los melanesios y otros pueblos.
Una de las grandes realizaciones del siglo xix fue calar en este bajo estrato mental en muchas partes del mundo y descubrir así su identidad substancial en todas ellas. Está bajo nuestros pies — y no muy lejos de ellos — en la misma Europa y en nuestros días, y está a flor de tierra en el corazón del desierto australiano y dondequiera que el advenimiento de una civilización más alta no lo haya sepultado. Esta fe universal, este verdadero credo católico es la creencia en la eficacia de la magia. Mientras los sistemas religiosos no sólo difieren en los distintos países, sino en las distintas épocas de un mismo territorio, el sistema de la magia simpatética permanece substancialmente semejante en sus leyes y prácticas en todas partes y todos los tiempos. Entre las clases ignorantes y supersticiosas de la Europa moderna, la magia es lo mismo que fue hace miles de años en Egipto e India y que es ahora entre les más atrasados salvajes supervivientes en los más remotos rincones del mundo. Si la prueba de la verdad fuese un recuento de manos levantadas o de cabezas, el sistema de la magia podría apropiarse con más razón aún que la Iglesia católica la orgullosa divisa: Quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus, como credencial segura y cierta de su propia infalibilidad.
En primer lugar, se ha preguntado con frecuencia por qué los
mitos, y en general la literatura oral, hacen un uso tan frecuente
de la duplicación, la triplicación o la cuadruplicación de una misma
secuencia. Si se aceptan nuestras hipótesis, la respuesta es sencilla.
La repetición cumple una función propia, que es la de poner de manifiesto la estructura del mito. Hemos mostrado, en efecto, que la
estructura síncrónico-diacrónica que caracteriza al mito, permite ordenar sus elementos en secuencias diacrónicas (las hileras de nuestros
cuadros) que deben ser leídas sincrónicamente (las columnas). Todo mito posee, pues, una estructura como de múltiples hojas, que en el
procedimiento de repetición y gracias a él transparenta en la superficie,
si cabe decirlo así.
Sin embargo (y es éste el segundo punto), las hojas no son nunca
rigurosamente idénticas. Si es verdad que el objeto del mito es proporcionar un modelo lógico para resolver una contradicción (tarea
irrealizable, cuando la contradicción es real), será engendrado un
número teóricamente infinito de hojas, cada una ligeramente distinta de
la precedente. El mito se desarrollará como en espiral, hasta que se
agote el impulso intelectual que le ha dado origen. El crecimiento del
mito es, pues, continuo, por oposición a su estructura, que es
discontinua. Si se nos permite una imagen arriesgada, el mito es un
ente verbal que ocupa, en el dominio del habla, un lugar comparable al
del cristal en el mundo de la materia física. Respecto de la lengua por
una parte, y del habla por otra, su posición sería efectivamente análoga
a la del cristal: objeto intermedio entre un agregado estadístico de
moléculas y la estructura molecular misma.
Los sociólogos, en fin, que se han planteado el interrogante acerca
de las relaciones entre la mentalidad llamada «primitiva» y el pensamiento científico, lo han resuelto por lo general invocando diferencias
cualitativas en la manera en que el espíritu humano trabaja en un
caso y en otro. Pero no han puesto en duda que, en ambos casos, el
espíritu se aplica a los mismos objetos.
Las páginas precedentes conducen a otra concepción. La lógica del
pensamiento mítico nos ha parecido tan exigente como aquella sobre la
cual reposa el pensamiento positivo y, en el fondo, poco diferente. Porque
la diferencia no consiste tanto en la cualidad de las operaciones
intelectuales, cuanto en la naturaleza de las cosas sobre las que
dichas operaciones recaen. Los tecnólogos, en su dominio, se han dado
cuenta de esto hace mucho tiempo: un hacha de hierro no es superior a
un hacha de piedra porque una esté «mejor hecha» que la otra.
Ambas están igualmente bien hechas, pero el hierro no es la misma cosa
que la piedra.
Tal vez un día descubramos que en el pensamiento mítico y en el
pensamiento científico opera la misma lógica, y que el hombre ha pensado
siempre igualmente bien. El progreso —si es que el término pudiera
aplicarse entonces— no habría tenido como escenario la conciencia sino
el mundo, un mundo donde una humanidad dotada de facultades
constantes se habría encontrado, en el transcurso de su larga historia,
en continua lucha con nuevos objetos.
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