La oración de la Matria
Matria: Abrid mi corazón Dios Santo y purifica mis
pensamientos. Johann Wolfgang von Goethe comentó una vez que: “Cuando las eras
están en declive, todas las tendencias son subjetivas; pero, por otro lado,
cuando las cosas están madurando para una nueva época, todas las tendencias son
objetivas. Cada esfuerzo digno dirige su fuerza desde el mundo interior hacia
el exterior.”
Según esa definición, la nuestra es una
era de declive que ha pasado de la obsesión externa a la interna con la
identidad y la "autenticidad", tanto personal como tribal, alimentada
por la conectividad digital. Paradójicamente, las redes sociales en este
sentido son antisociales y conducen a la desintegración de la comunidad a
través de una especie de aislamiento conectado.
¿Cuál es la dinámica y cuáles son los
mecanismos detrás de lo que llamas “la crisis de la comunidad”? ¿Cuáles son las
consecuencias de cómo nos sentimos y vivimos en nuestra vida diaria?
El logos: El ego narcisista vuelto hacia adentro con
acceso puramente subjetivo al mundo no es la causa de la desintegración social
sino el resultado de un proceso funesto a nivel objetivo. Todo lo que une y
conecta está desapareciendo. Apenas hay valores o símbolos compartidos, no hay
narrativas comunes que unan a las personas.
La verdad, proveedora de sentido y
orientación, es también una narración. Estamos muy bien informados, pero de
alguna manera no podemos orientarnos. La informatización de la realidad conduce
a su atomización: esferas separadas de lo que se cree que es verdad.
Pero la verdad, a diferencia de la
información, tiene una fuerza centrípeta que mantiene unida a la sociedad. La
información, por otro lado, es centrífuga, con efectos muy destructivos sobre
la cohesión social. Si queremos comprender en qué tipo de sociedad vivimos,
debemos comprender la naturaleza de la información.
Los bits de información no proporcionan
significado ni orientación. No se congelan en una narración. Son puramente
aditivos. A partir de cierto punto, ya no informan, deforman. Incluso pueden
oscurecer el mundo. Esto los pone en oposición a la verdad. La verdad ilumina
el mundo, mientras que la información vive del atractivo de la sorpresa,
llevándonos a un frenesí permanente de momentos fugaces.
Recibimos la información con una
sospecha fundamental: las cosas podrían ser de otro modo. La contingencia es un
rasgo de la información, y por ello, las fake news son un elemento necesario
del orden informativo. Entonces, las noticias falsas son solo otra información,
y antes de que pueda comenzar cualquier proceso de verificación, ya ha hecho su
trabajo. Se precipita más allá de la verdad, y la verdad no puede alcanzarla.
Las noticias falsas son una prueba de la verdad.
La información va acompañada de una
sospecha fundamental. Cuanto más nos enfrentamos a la información, más crece
nuestra sospecha. La información tiene cara de Jano: produce simultáneamente
certeza e incertidumbre. Una ambivalencia estructural fundamental es inherente
a una sociedad de la información.
La verdad, por el contrario, reduce la
contingencia. No podemos construir una comunidad estable o una democracia sobre
una masa de contingencias. La democracia requiere valores e ideales vinculantes
y convicciones compartidas. Hoy, la democracia da paso a la infocracia.
Como sugiere en su pregunta, otra razón
de la crisis de la comunidad, que es una crisis de la democracia, es la
digitalización. La comunicación digital redirige los flujos de comunicación. La
información se difunde sin formar una esfera pública. Se produce en espacios
privados y se distribuye a espacios privados. La web no crea un público.
Esto tiene consecuencias muy
perjudiciales para el proceso democrático. Las redes sociales intensifican este
tipo de comunicación sin comunidad. No se puede forjar una esfera pública a
partir de personas influyentes y seguidores. Las comunidades digitales tienen
la forma de mercancías; en última instancia, son mercancías.
Por supuesto, también había información
en el pasado. Pero no determinó la sociedad hasta el punto de hoy. En la
antigüedad, las narraciones míticas determinaban la vida y el comportamiento de
las personas. La Edad Media estuvo, para muchos, determinada por la narrativa
cristiana. Pero la información estaba incrustada en la narración: un brote de
peste no era información pura y simple. Se integró en la narrativa cristiana
del pecado.
Hoy, en cambio, ya no tenemos relatos
que den sentido y orientación a nuestra vida. Las narrativas se desmoronan y se
descomponen en información. Exagerando, podríamos decir que no hay más
que información sin horizonte hermenéutico de interpretación, sin método de
explicación. Las piezas de información no se fusionan en conocimiento o verdad,
que son formas de narración.
El vacío narrativo en una sociedad de
la información hace que las personas sientan descontento, especialmente en
tiempos de crisis, como la pandemia. La gente inventa narrativas para explicar
un tsunami de cifras y datos desorientadores. A menudo, estas narrativas se
denominan teorías de la conspiración, pero no pueden reducirse simplemente al
narcisismo colectivo. Ellos fácilmente explican el mundo. En la web se abren
espacios para volver a hacer posibles experiencias de identidad y colectividad.
La web, por lo tanto, está tribalizada, predominantemente entre los grupos
políticos de derecha donde existe una necesidad muy fuerte de identidad. En
estos círculos, las teorías de la conspiración se toman como ofertas para
asumir una identidad.
Friedrich Nietzsche dijo una vez que
nuestra felicidad consiste en la posesión de una verdad innegociable. Hoy ya no
tenemos esas verdades no negociables. En cambio, tenemos una sobreabundancia de
información. No estoy seguro de que la sociedad de la información sea una continuación
de la Ilustración. Tal vez necesitamos un nuevo tipo de iluminación. Sobre una
nueva iluminación, Nietzsche apuntó: “No basta con que te des cuenta de la
ignorancia en la que viven los humanos y los animales, también tienes que tener
la voluntad de ser ignorante y aprender más. Necesitas comprender que sin este
tipo de ignorancia la vida sería imposible, que sólo a condición de esta
ignorancia puede lo que vive preservarse y florecer.”
Matria: Como escribiste en mi alma, los rituales
sociales alguna vez crearon ese vínculo narrativo objetivo que mantenía unidas
a las sociedades. Ellos "estabilizaron la vida", como usted
dice.
Ahora tales rituales están bajo el
ataque de la bola de demolición de la deconstrucción como nada más que los
diseños de los privilegiados que tenían el poder de imponerlos en el pasado. En
el mundo horizontal actual, sin una jerarquía de valores legítima, la
proyección subjetiva interviene para llenar el vacío.
A partir de estas ruinas de un orden
objetivo, ¿cómo se pueden restablecer alguna vez las anclas estabilizadoras del
ritual? ¿En base a qué? ¿En autoridad de quién? ¿Cómo será la vida si eso no es
posible?
Logos: Yo no promovería una reactivación de rituales
pasados. Al menos que se viva la experiencia cero de sus misterios sin la religación
mística simplemente no es posible porque los rituales
de la cultura occidental están muy relacionados con la narrativa cristiana. Y
en todas partes la narrativa cristiana está perdiendo su poder justamente
porque El Espíritu que de su misterio emana
poco queda de él más allá de la Navidad.
Los rituales encontraron una comunidad.
Contrariamente a la sugerencia en tu pregunta, no es inevitable que los
rituales solidifiquen las relaciones de poder existentes. Todo lo contrario.
Durante el Carnaval, las relaciones de poder se invierten, de modo que los
esclavos pueden criticar e incluso burlarse de sus amos. A menudo, se
intercambian roles: los amos sirven a sus esclavos. Y el necio asciende al
trono como rey. Esta suspensión temporal ritualizada de la estructura de poder
estabiliza a la comunidad. Y el rito cristiano se ha invertido no se ha perdido
el paso del ser al no ser para ser 1→0→1 de su Espíritu absoluto se ha invertido en un
paso del no ser al ser para no ser 0→1→0 en un anti espíritu pero son el mismo misterio
así el Cristo y el anti cristo son el mismo, el superhombre es el cristiano
invertido, mientras que a Cristo lo unge el Espíritu Santo en el superhombre el Espíritu se hace voluntad. Más sí el
superhombre se pierde en la negatividad del no ser sin encontrar un nuevo día,
nos quedaremos en un mundo sin experiencia espiritual.
En un mundo completamente sin rituales
y totalmente profano, todo lo que queda es el consumo y la satisfacción de las
necesidades. Es "Brave New World" de Aldous Huxley, en el que todos
los deseos se satisfacen de inmediato. La gente se mantiene de buen humor con
la ayuda de la diversión, el consumo y el entretenimiento. El estado distribuye
una droga llamada soma para aumentar los sentimientos de felicidad en la
población. Tal vez en nuestro nuevo y valiente mundo, las personas recibirán un
ingreso básico universal y tendrán acceso ilimitado a los videojuegos. Esa
sería la nueva versión de panem et circenses (“pan y circo”).
Sin embargo, no soy del todo pesimista.
Porque el anti espíritu abre los campos ontológicos y estos son campos transferenciales
que alteraran permanentemente el panem et circenses logrando experiencias cero
que se recrearan en ritos en mitos desatando una guerra de imaginarios. Cada
pueblo volverá de la multiplicidad a la unidad encontrando su arquetipo en sí
mismo refundando su cultura y dándose cuenta
que en el fondo hay solo un espíritu. Es el Espíritu el que funda una nueva
matriz cultura basada en comunidades en biotejido Espiritual donde el estado y la
iglesia por fin desaparecen porque el estado y la iglesia son todos.
Después de la pandemia, lo que más
necesita recuperación es la cultura. Los eventos culturales como el teatro, la
danza e incluso el fútbol tienen un carácter ritual. La única forma en que
podemos revitalizar la comunidad es a través de formas rituales. Hoy, la
cultura se mantiene unida únicamente por relaciones instrumentales y
económicas. Pero eso no funda comunidades, aísla a las personas. El arte, en
particular, debe desempeñar un papel central en la revitalización de los
rituales. Pero para esto el arte debe de volver a la religión y la religión
develar el misterio pascual el misterio del árbol de la vida.
Lo que más necesitamos son estructuras
temporales que estabilicen la vida. Cuando todo es a corto plazo, la vida
pierde toda estabilidad. La estabilidad viene con largos períodos de tiempo:
fidelidad, vínculos, integridad, compromiso, promesas, confianza. Estas son las
prácticas sociales que mantienen unida a una comunidad. Todos tienen un
carácter ritual. Todos ellos requieren mucho tiempo. El terror actual al
cortoplacismo —que, con fatales consecuencias, confundimos con la libertad—
destruye las prácticas que requieren tiempo. Para combatir este terror,
necesitamos una política temporal muy diferente.
En “El Principito”, el zorro quiere ser
visitado por el principito siempre a la misma hora, para que su visita se
convierta en un ritual. El principito le pregunta al zorro qué es un ritual, y
el zorro responde: “Esas también son acciones que se descuidan con demasiada
frecuencia. … Son las que hacen que un día sea diferente de otros días, una
hora de otras horas”.
Los rituales pueden definirse como
tecnologías temporales para albergarse a uno mismo en la eternidad. Convierten
el estar en el mundo en estar en el reino del espíritu. Los rituales exorcizan el
tiempo permitiendo al Espíritu salir de toda caverna. Estabilizan la vida
estructurando el tiempo marcando paso a paso su final. Abriéndonos a cuerpos festivos, por así decirlo, espacios tiempos en los que podemos entrar en celebración
sacudiéndonos de las cadenas de los espacios tiempos, cadenas férreas más cuando
estos espacios tiempos son valorados por su producción, el rito no produce
aniquila toda producción en un tinkuy en un encuntro más allá de todo espacio
tiempo. .
Como estructuras temporales, los
rituales detienen el tiempo. Los espacios temporales en los que podemos
entrar en celebración no pasan . Sin tales estructuras temporales,
el tiempo se convierte en un torrente que nos separa unos de otros y nos aleja
de nosotros mismos.
Matria: Señor ha dicho que mira al arte como “el salvador”
de las condiciones que ha venido describiendo, ya que la filosofía hoy carece
de la cualidad transformadora que alguna vez tuvo. ¿Qué quieres decir con eso?
Logos: La filosofía tiene el poder de cambiar el
mundo: la ciencia europea comenzó solo con Platón y Aristóteles; sin Rousseau,
Voltaire y Kant, la Ilustración europea sería impensable. Nietzsche hizo que el
mundo apareciera bajo una luz completamente nueva. El “Capital” de Marx fundó
una nueva época.
Hoy, sin embargo, la filosofía ha
perdido por completo este poder de cambiar el mundo. Ya no es capaz de producir
una narrativa novedosa. La filosofía degenera en una disciplina académica y
especializada. No se vuelve hacia el mundo y el presente.
¿Cómo podemos revertir este desarrollo
y asegurarnos de que la filosofía recupere su poder de cambiar el mundo, su
magia? La respuesta la tiene Cardenio el inpersonaje que quedo encerrado en la
palma divina, el propone una biodramaturgia en la que se vive la experiencia
cero y por medio del arte del biotejido se recrea simbólicamente esta experiencia en rito, mito, representación,
diacrítica, alteración de sistemas, biodramaturgia que es la alteración y
contra alteración de sistemas abriendo el campo ontológico para superar los
conflictos del espíritu hasta lograr la comunión. Mi sensación es que el arte
del biotejido en el que se une la religión, el arte, la filosofía y la ciencia
para lograr la biodramaturgia se encuentra en una posición en la que puede
evocar el destello de una nueva forma de vida.
El arte siempre ha producido una nueva
realidad, una nueva forma de percepción. Toda su vida, Paul Klee dijo:
“Inmanentemente, no puedo ser agarrado en absoluto. Porque vivo con los
muertos, así como vivo con los no nacidos. Un poco más cerca del corazón de la
creación de lo habitual. Y no lo suficientemente cerca todavía.
Es posible que el arte esté más cerca
del corazón de la creación que la filosofía así que la filosofía tendrá que ir
al arte el arte a la religión y la religión a la vida en el Espíritu para
superar toda religión, todo arte, toda filosofía y toda ciencia y por fin se devele el árbol de la vida. Por
lo tanto, es capaz de dejar que algo completamente nuevo comience. La revolución
puede comenzar con tan solo un color inaudito, un sonido inaudito.
Matria- ¿Cómo puedo crear ese sonido
inaudito, ese color inaudito, esa palabra realmente poética?
Logos-Ayudando a que Cardenio complete
el camino del rey mono, este inpersonaje busca superar toda causalidad y toda
casualidad y sabe que solo lo podrá lograr caminado el camino del rey mono esta
es su biodramaturgia, pero ahora Cardenio se encuentra en la cárcel del rey
mono y solo un monje de la iglesia Católica podrá reanudar el camino, al final de
los tiempos hay dos olivos en Caerdenio vive el profeta del fuego, en el monje
santo el profeta que es salvado por las aguas en uno se vence la causalidad en
el otro la casualidad.
Y dicho esto el logos le compartió la historia del monje Santo.
La ciudad de Chang-An, situada en la Provincia
de Shen-Si, era el lugar en el que, generación tras generación, los emperadores
habían establecido su capital. Desde los tiempos de los Chou, los Chin y los
Han había sido embellecida sin parar. Ocho ríos confluían en ella, dándole un aire de
incomparable belleza. En aquel entonces ocupaba el trono el Emperador Tai-Chung
, de la Gran Dinastía de los Tang, otorgándose a su reinado el nombre de
Chen-Kwan. Llevaba trece años gobernando, siendo aquél el conocido como Chi-Sz.
Su reino gozaba de paz y de todas las regiones venían gentes a ofrecerle
tributos. No había ni un solo habitante de la tierra que no se considerara
súbdito suyo. Un día Tai-Chung se sentó en el trono e hizo llamar a su
presencia a todos sus colaboradores. Tras presentarle sus respetos, el primer
ministro Wei-Cheng se adelantó y dijo: -
Puesto que el mundo goza por doquier de paz y tranquilidad, sería conveniente
restablecer la antigua costumbre de los exámenes y fijar fechas concretas para
su celebración. A ellos serían invitados los intelectuales más distinguidos,
para, una vez seleccionados los de conducta más recta y profunda inteligencia,
confiarles las altas responsabilidades de la administración y el gobierno. -
Vuestro punto de vista es totalmente acertado - comentó Tai-Chung e
inmediatamente hizo público un documento en el que se invitaba a acudir a
Chang-An, a examinarse, a todos los versados en los escritos confucianos, a
cuantos fueran capaces de escribir con elegancia y estilo, y a los que hubieran
aprobado los tres grados , sin distinción de edad, profesión o punto de origen.
La orden alcanzó hasta el último rincón del imperio, fijándose en todas las prefecturas,
ciudades y pueblos. Así, llegó también a un pequeño lugar llamado Hai-Chou,
donde habitaba cierto joven llamado Chen-Er, conocido igualmente como
Kwang-Jui, quien, tras leer el documento imperial, corrió a casa de su madre,
apellidada Chang, y le dijo: - De la corte ha llegado un anuncio , convocando
exámenes en todas las provincias del sur para la selección de las personas más
inteligentes y virtuosas. Con tu permiso, he decidido presentarme a esas
pruebas tan importantes. Si consigo obtener un puesto de cierta relevancia,
todos os sentiréis orgullosos de mí, nuestro apellido adquirirá un lustre que
jamás tuvo, mi esposa recibirá el título de dama, mi hijo no tendrá que temer
nada en el futuro, y nuestra casa será respetada como si fuera un templo. Todo
esto resume las aspiraciones que siempre he tenido. Deseaba que lo supieras
antes de marcharme. - Sé bien, hijo mío - respondió la madre -, que una persona
educada "estudia cuando es joven, y se busca la vida cuando ha
madurado". Creo que deberías seguir tú también las enseñanzas de este
proverbio. Procura tener cuidado durante el viaje y vuelve a casa en cuanto
hayas conseguido la posición que ansias. Kwang-Jui ordenó al criado que
empaquetara todas sus cosas y, tras despedirse de su madre, emprendió el viaje,
ilusionado. Al llegar a Chang-An, vio que los exámenes habían comenzado ya y
sin pérdida de tiempo se dirigió al gran salón en el que tenían lugar. Aprobó
las primeras pruebas, pasando directamente a las que se celebraban en la corte.
Éstas versaban sobre política administrativa y, tras reñidísima competición con
otros candidatos tan inteligentes como él, obtuvo el primer puesto. De esta
forma, consiguió el título de "chuang-yüen" , firmado por el propio
Emperador de los Tang en persona. Después, siguiendo la costumbre, recorrió la
ciudad durante tres días a lomos de un caballo. El cortejo pasó junto a la casa
del primer ministro Yin Kai-Shan , que tenía una hija llamada Wen-Chiao, aunque
era conocida por todos como Man Tang-Chiao. Aún no se había casado.
Precisamente en aquel mismo momento se disponía a escoger marido, arrojando
desde lo alto de una torre engalanada de flores y guirnaldas una pequeña
pelotita profusamente bordada. Al ver la prestancia viril de Kwang-Jui y
enterarse de que se trataba del nuevo "chuang-yüen", se sintió
atraída por él y arrojó la bolita de los bordados, con tan buena suerte que fue
a parar sobre el sombrero de seda negra de Kwang-Jui. Al instante se extendió
por toda la zona una alegre música de laudes y flautas, festiva como cíclico
renacer de la primavera, mientras decenas de sirvientas y doncellas se lanzaban
torre abajo, tomaban por las bridas el caballo de Kwang-Jui y le conducían al
interior de la residencia del primer ministro, donde iba a tener lugar la celebración
de la boda. Al punto abandonaron sus aposentos el alto funcionario imperial y
su esposa, reunieron al maestro de ceremonias y a todos los invitados, y
entregaron a la muchacha a Kwang-Jui como esposa. Los contrayentes se
inclinaron ante el Cielo y la Tierra, se saludaron con respeto y se
arrodillaron ante los padres de la novia. Visiblemente satisfecho, el primer
ministro dio un fastuoso banquete y todos los invitados celebraron tan feliz
evento hasta bien entrada la noche. Para entonces los dos novios habían
abandonado ya la sala del convite y se habían retirado, agarrados de la mano, a
la cámara nupcial. A la mañana siguiente muy temprano el emperador tomó asiento
en la Sala del Tesoro de las Chimeneas de Oro y, tras convocar a todos los
consejeros, tanto militares como civiles, preguntó: - ¿Adonde debemos enviar al
nuevo "chuang-yüen"? - Hemos descubierto que existe una vacante en
Chiang-Chou - respondió el ministro Wei-Cheng -. Os suplico que le concedáis a
él ese puesto. Tai-Chung le nombró gobernador de Chiang-Chou, ordenándole que
partiera hacia allí con la mayor brevedad posible. Tras agradecer al emperador
tan alto honor, Kwang-Jui abandonó la corte y se dirigió a toda prisa a la casa
del primer ministro a informar de todo a su esposa. No tardó en despedirse de
sus suegros y no pasó mucho tiempo antes de que se dirigiera, acompañado de su
mujer, hacia su nuevo destino. Cuando iniciaron el viaje, la primavera estaba
tocando ya a su fin. Una leve brisa sacudía el delicado verdor de los sauces, mientras
el rojo de fuego de las flores se veía salpicado por diminutas gotas de lluvia.
Puesto que su hogar les pillaba de camino, Kwang-Jui hizo un alto en su casa,
con el fin de saludar a su madre. Los nuevos esposos se inclinaron ante ella
con respeto y, loca de alegría, la madre exclamó: - Enhorabuena, hijo mío.
Partiste solo y vuelves acompañado de una esposa bellísima. - Confiando
únicamente en el poder de tu bendición - replicó Kwang-Jui, emocionado - ,
conseguí el inmerecido título de "chuang-yüen". Cuando recorría por
orden imperial las calles de la ciudad, acerté a pasar junto a la mansión del
ministro Yin, con tan buena suerte que me cayó en la cabeza una pequeña bolita
llena de bordados. El ministro en persona salió a recibirme y me entregó a su hija
por esposa. Posteriormente Su Majestad me nombró gobernador de Chiang-Chou y
hacía allí me dirijo a tomar posesión de mi cargo. Para nosotros sería un gran
honor poder contar con tu compañía. La señora Chang sintió en su corazón el
fulgor de la alegría y en seguida se puso a empaquetar sus cosas. El viaje no
se demoró mucho. A los pocos días de camino llegaron a la Posada de las Diez
Mil Flores 8, cuyo dueño era un tal Liou Siao-Er. La señora Chang se sintió
indispuesta de repente y dijo a su hijo: - No me encuentro bien. ¿Por qué no
descansamos aquí un par de días o tres, antes de seguir adelante? Kwang-Jui
aceptó su sugerencia sin rechistar. A la mañana siguiente se encontró fuera de
la posada con un hombre que vendía una carpa de un atractivo color dorado.
Pensando en su esposa, se la compró por una ristra de monedas. Cuando se
disponía a cocinarla, se percató de que la carpa pestañeaba como si estuviera
viva. Asombrado, pensó: - He oído decir que, cuando un pez o una serpiente
pestañean de esta forma, es una señal inequívoca de que no se trata de un
animal común. Fue, pues, de nuevo en busca del pescador y le preguntó: - ¿Te
importaría decirme dónde has pescado este pez? - De ninguna manera - respondió
el pescador con sencillez -. Lo he cogido en el río Hung, que se encuentra
aproximadamente a quince kilómetros de aquí. Kwang-Jui corrió hacia el lugar
indicado y dejó en libertad al pez. En cuanto regresó a la posada, se lo contó
todo a su madre, que comentó, satisfecha: - Estoy francamente orgullosa de lo
que has hecho. Es una obra buena dejar en libertad a los seres vivos. - Tienes
razón - respondió Kwang-Jui, para añadir en un tono diferente -: Llevamos tres
días en esta posada y estoy francamente preocupado, porque la orden del
emperador era urgente. No me queda más remedio que reemprender el camino
mañana. Me gustaría saber si estás recuperada del todo. - Aún no me encuentro
bien - respondió la señora Chang -. Además el calor ha empezado a apretar de
firme y me temo que eso agravará mi enfermedad durante el viaje. ¿Por qué no
alquilas una casa y me dejas aquí con un poco de dinero hasta que recobre
totalmente las fuerzas? Vosotros podéis continuar el camino. Puedes venir a
buscarme, si quieres, para el otoño, cuando haga un poco más de fresco. Kwang-Jui
discutió del asunto con su esposa y, según lo convenido, alquiló una casa, en
la que alojó a su madre. Tras entregarle algo de dinero, se despidieron de ella
y continuaron su camino. La fatiga del viaje volvió pronto a apoderarse de sus
cuerpos, aunque no tardaron en llegar a las orillas del río Hung. Para cruzarlo
solicitaron los servicios de dos barqueros, llamados Liou-Hung y Li-Piao, que
se ofrecieron, gustosos, a llevarlos en su barca. Sucedió que Kwang-Jui había
sido predestinado en su anterior reencarnación a toparse con la desgracia,
concretada en estos dos malhechores. Tras ordenar a su criado que montara todo
el equipaje en la barca, Kwang-Jui y su esposa se dispusieron a montar en ella.
Liou-Hung se percató en seguida de la extraordinaria belleza de la señora Yin.
Su rostro recordaba, en efecto, a la luna llena, sus ojos poseían el sereno
atractivo del agua de otoño, su boca se asemejaba por su color y tamaño a las
ciruelas, y su cintura, delicada y estrecha, era como un sauce joven. Sus rasgos
eran tan atractivos que, por verlos, los peces eran capaces de dejarse hundir y
los patos salvajes de plegar las alas y caer, como piedras, sobre el suelo. Su
belleza era tan perfecta que la luna se escondía al verla, y las flores más
hermosas se sentían avergonzadas. Liou-Hung se puso de acuerdo con Li-Piao y
dirigieron la barca hacia una zona apartada, donde esperaron con impaciencia la
caída de la noche. Mataron entonces al criado y asesinaron a golpes a
Kwang-Jui, arrojando a continuación sus cuerpos al agua. Cuando la mujer vio
que habían matado a su marido, trató de zambullirse en el río, pero Liou-Hung
actuó con rapidez y logró retenerla a su lado. - Si accedes a mis deseos, no te
ocurrirá nada - le dijo, pasándole el brazo por la cintura -. De lo contrario,
te partiré en dos con este cuchillo que tengo en las manos. A falta de un plan
mejor, la mujer consintió y se entregó a Liou-Hung. El ladrón llevó entonces la
barca a la orilla sur y se la entregó a Li-Piao. Vistió después las ropas de
Kwang-Jui, cogió sus credenciales y continuó el camino hacia Chiang-Chou,
acompañado de la señora. El cuerpo del criado asesinado fue arrastrado río
abajo por la corriente, mientras que el de Chen Kwang-Jui se hundió y fue a
parar al fondo, donde fue avistado al poco rato por un yaksa que estaba de
patrulla. Sin pérdida de tiempo corrió al palacio del dragón e informó de lo
ocurrido a su rey, que estaba precisamente en aquellos momentos celebrando
audiencia pública, diciendo con voz entrecortada: - Un literato acaba de ser
molido a palos cerca de la desembocadura del río Hung por alguien no
identificado y su cuerpo yace en el fondo totalmente inerte. El Rey Dragón
ordenó que le fuera traído el cadáver y, tras examinarlo con cuidado, exclamó,
furioso: - ¡Este hombre es mi benefactor! ¿Cómo ha podido ser asesinado? Como
suele decirse, "la amabilidad hay que recompensarla con la misma
moneda". Debo devolverle a la vida y, así, pagarle el inestimable
beneficio que me hizo él ayer. Sin pérdida de tiempo, redactó una carta para el
espíritu local y el dios protector de Hung-Chou, en la que les suplicaba
encarecidamente que le entregaran el alma del literato, para devolverle, así, a
la vida. Éstos ordenaron, a su vez, a los demonios que dieran el espíritu de
Chen Kwang-Jui al yaksa que les había llevado la carta y que, feliz por el
éxito de su gestión, condujo a la desconcertada alma al Palacio del Cristal de
Agua. Allí tuvo lugar una audiencia con el Rey Dragón. - ¿Cómo te llamas y de
dónde venías? - le preguntó -. ¿Por qué has llegado hasta aquí y cuáles son las
causas por las que has sido apaleado con tanta brutalidad? - Mi nombre -
contestó Kwang-Jui, después de saludar respetuosamente a su anfitrión - es
Chen-Er, aunque todo el mundo me conoce por Kwang-Jui. Procedo de la villa de
Hung-Nun, en Hai-Chou. En los últimos exámenes imperiales he obtenido el título
de "chuang-yüen" y, en consecuencia, el emperador me ha nombrado
gobernador de Chiang-Chou, hacia donde me dirigía en compañía de mi esposa a
tomar posesión de mi cargo. Lo que menos me sospechaba, al coger la barca para
cruzar el río, es que ese malvado barquero llamado Liou-Hung se prendara de mi
esposa y tramara quitarme la vida. Cuando más descuidado estaba, me molió a
golpes y arrojó después mi cuerpo a las aguas. Os suplico, señor, que os
apiadéis de mí. - Así que eso es lo sucedido - exclamó, indignado, el Rey
Dragón. Aunque no lo creáis, soy la carpa dorada que salvasteis ayer. Sois, por
tanto, mi benefactor. Os encontráis, ciertamente, en una situación muy difícil,
pero no existe razón alguna que me impida acudir en ayuda vuestra. Apartó a un
lado el cuerpo de Kwang-Jui y le puso en la boca una perla mágica para evitar
que se descompusiera y facilitar, así, el reencuentro con su alma. De esta
forma, podría vengarse más adelante. - Mientras tanto - añadió el Rey Dragón -,
tu espíritu puede quedarse de oficial en mi palacio. Agradecido, Kwang-Jui se
echó rostro en tierra y golpeó repetidamente el suelo con la frente. El Rey
Dragón, por su parte, preparó un espléndido banquete de bienvenida, al que
invitó a sus más directos colaboradores. Mientras esto sucedía en el reino de
las aguas, la señora Yin empezó a sentir tal odio por el bandido Liou que su
único deseo era poder comer su carne y dormir sobre su piel. Sin embargo, como
estaba encinta y no sabía aún si se trataba de un varón o de una hembra, no le
quedó otro remedio que someterse contra su voluntad a su despreciable raptor.
Su llegada a Chiang-Chou se produjo a los pocos días. Todos los funcionarios
salieron a recibirlos, ofreciéndoles a continuación un opíparo convite en la
mansión del gobernador. A los brindis Liou-Hung dijo con falsa modestia: - Como
bien sabéis, no soy más que un simple hombre de letras. Dependo, pues, de
vuestra ayuda y de vuestras sugerencias para llevar adelante mis
responsabilidades de gobierno. - Semejante humildad os honra, señor -
contestaron los funcionarios -. Nadie desconoce que habéis sido el primero en
los exámenes y que poseéis una de las cabezas más privilegiadas de todo el
reino. No dudamos, por tanto, que consideraréis al pueblo como hijo propio
vuestro y, de esta forma, vuestras decisiones serán acertadas y vuestros
pronunciamientos totalmente justos. Todos dependemos de vuestra capacidad de
mando. ¿A qué viene, pues, mostrarse tan humilde? El banquete duró hasta bien
entrada la noche. El tiempo fue transcurriendo veloz. Un día los deberes
oficiales de Liou-Hung le llevaron hasta un lugar muy remoto de su
circunscripción. Como siempre, la señora Yin se quedó en la mansión. Se sentó
en uno de los templetes que había en el jardín y empezó a pensar con tristeza
en su marido y en su suegra. De pronto, se sintió presa de una fatiga tremenda
y comenzó a experimentar un dolor tan fuerte en el vientre que perdió la
consciencia y cayó al suelo. De esa forma, dio a luz a un hijo. En ese momento
le pareció oír que alguien le susurraba al oído: - Man Tang-Chiao, escucha con
cuidado lo que voy a decirte. Soy el Espíritu de la Estrella Polar y he venido
a entregarte este hijo por orden expresa de la Bodhisattva Kwang-Ing. Un día su
nombre será conocido en toda la tierra, ya que no habrá término de comparación
entre él y un mortal ordinario. Cuando regrese el bandido Liou, lo más seguro
es que quiera hacer daño al niño. Tienes que hacer todo lo que puedas por
impedirlo. Sé valiente y no tengas miedo. Tu marido ha sido salvado por el Rey
Dragón. Dentro de poco volveréis a reuniros, - de eso puedes estar segura.
Llegará el día en el que todo lo torcido será enderezado y todos los crímenes
castigados. ¡No olvides jamás mis palabras! Ahora despiértate, ¡despiértate
cuanto antes! La voz se hizo lejana y dejó de oírse. La señora se despertó y
guardó lo que había oído en el cofre de su corazón. Tomó al niño en sus brazos
y lo apretó con fuerza contra su pecho, sin saber exactamente qué hacer para
protegerle. En cuanto regresó Liou-Hung, quiso ahogarle, pero la mujer se lo
impidió, diciéndole con estudiada astucia: - Hoy es muy tarde ya. Déjale vivir
hasta mañana. Al fin y al cabo, para tirarle al río siempre hay tiempo. Fue una
suerte que a la mañana siguiente Liou-Hung fuera de nuevo solicitado por unos
asuntos urgentes, que le mantuvieron alejado del palacio todo el día. Entre
desesperada y aliviada, la mujer se dijo: - Si sigue aquí el niño, cuando
vuelva el bandido, su vida correrá un gravísimo peligro. Lo mejor que puedo
hacer es abandonarle en el río y dejar a la muerte o a la vida que sigan su
propio curso. Quizás el cielo se apiade de su suerte y envíe en su auxilio a
alguien que le cuide y se ocupe de él. ¡Quién sabe si en el futuro volveremos a
encontrarnos de nuevo! Pero es la única solución. Temiendo no poder reconocerle
después, se mordió un dedo y con su propia sangre escribió una carta, en la que
constaban con claridad el nombre de los padres, la lamentable historia de su
familia y las trágicas razones por las que había sido abandonado. Para mayor
seguridad, le arrancó con los dientes un dedito del pie izquierdo. Cogió
después una túnica, envolvió con ella a la criatura y la sacó de la mansión, sin
que nadie los viera. Afortunadamente el palacio no estaba muy lejos del río. Al
llegar a la orilla, no pudo contener el llanto y las lágrimas fluyeron,
veloces, por sus mejillas. Cuando se disponía a arrojar al niño a las aguas,
vio una tabla junto a la ribera. La cogió, ató en ella al niño, poniéndole en
el pecho la carta escrita con sangre, y, tras encomendarle a los cielos, dejó
que la corriente le arrastrara río abajo. Se sentía tan abatida que durante
mucho tiempo no pudo moverse del sitio. Poco a poco fue, no obstante,
recobrando las fuerzas y regresó a la mansión con paso lento y los ojos
anegados en lágrimas. La tabla se deslizó, segura, aguas abajo, hasta venir a
detenerse por sí sola junto al Templo de la Montaña de Oro. El guardián de ese
monasterio era un monje llamado FaMing. Había llegado a cultivar con tal
constancia la virtud y a comprender con tal perfección el sentido de los libros
sagrados que para él no encerraba secreto alguno el misterio de la
inmortalidad. Estaba sentado en actitud meditativa, cuando de pronto oyó el
llanto de un niño. Se levantó a toda prisa y corrió hacia el río para ver lo
que pasaba. Fue así como descubrió junto a la orilla al bebé atado a la tabla.
Sin pérdida de tiempo le sacó del agua e inmediatamente se percató de la carta
escrita con sangre que llevaba en el pecho. Tras leerla con inusitada avidez,
dio a la criatura el nombre de "El-que-flota -en-el-río" y se lo
entregó a una piadosa mujer para que le alimentara y cuidara de él. La carta
quedó en su poder, celosamente guardada. El tiempo fue pasando tan rápido como
el vuelo de una flecha y las estaciones se sucedieron con la rapidez con que la
lanzadera se desplaza por el telar. "El-que-flota-en-el-río" llegó,
así, a cumplir dieciocho años. El guardián del monasterio le rapó entonces la
cabeza y le invitó a entregarse a una vida de ascesis y meditación, dándole el
nombre religioso de Hsüan-Tsang. En cuanto hubo recibido la bendición y
aceptado los mandamientos, Hsüan-Tsang se lanzó con entusiasmo por las sendas del
Camino recto. Un día, cuando la primavera estaba tocando ya a su fin, varios
monjes se reunieron a la sombra de los pinos a discutir sobre los principios
del Zen y a debatir acerca de los misterios que constituían el tema constante
de sus meditaciones. Uno de ellos, sintiéndose incapaz de resolver los enigmas
que Hsüan-Tsang le fue magistralmente presentando, perdió la paciencia y
exclamó, malhumorado: - ¿Quién te crees que eres? Ni siquiera sabes cómo te
llamas ni conoces el nombre de tus padres. ¿Cómo te atreves a venir aquí a
dártelas de grande? Eres un don nadie. ¿Te enteras? ¡Un don nadie! Desolado,
Hsüan-Tsang corrió al interior del templo y, arrodillándose ante su maestro,
dijo con los ojos anegados en lágrimas: - Aunque todo ser humano debe su existencia
y cuanto es a las Cinco Fases y a las fuerzas del yin y el yang, tiene que ser
después educado por sus padres. ¿Cómo es posible que haya en el mundo una
persona que carezca de padre y madre, como yo? Esgrimiendo estos argumentos,
insistió con tanta firmeza a su mentor para que le revelara el nombre de sus
progenitores que éste terminó diciéndole: - Si, en verdad, deseas saber quiénes
son tus padres, vente conmigo a mi celda. Hsüang-Tsang le siguió hasta su
cuarto. El anciano monje se encaramó entonces a una viga y bajó una caja
pequeñita. La abrió y sacó una carta escrita con sangre y un vestido, que
entregó a Hsüang-Tsang, sin decir palabra alguna. Éste desdobló la carta y la
leyó con cuidado. De esta forma, descubrió los nombres de sus padres y la inesperada
tragedia que se había abatido sobre sus vidas. Sin dejar de llorar, se dejó
caer en el suelo y exclamó: - ¿Cómo puede llamarse hombre quien es incapaz de
vengar a sus propios padres? Durante dieciocho años he ignorado sus nombres y
hoy, por fin, he descubierto que mi madre todavía vive. De todas formas, jamás
habría alcanzado esta edad, de no haber sido salvado y cuidado por vos.
Permitidme, pues, ir en busca de mi madre. Os prometo reconstruir después este
monasterio con las limosnas que saque pidiendo 9 y, así, os devolveré en parte
cuanto habéis hecho por mí. - Si deseas conocer a tu madre - contestó el viejo
maestro -, coge la carta y el vestido y vete a pedir a la mansión del
gobernador de Chiang-Chou. Allí encontrarás a la mujer que te dio el ser.
Hsüan-Tsang aceptó el consejo de su maestro y fue a mendigar a Chiang-Chou.
Quiso el cielo que Liou-Hung estuviera fuera del palacio cuando él llegó y, de
esta forma, madre e hijo pudieron reencontrarse con la ternura que el momento
requería. Precisamente la noche anterior a su llegada la señora Yin había
tenido un sueño en el que vio la luna menguante hacerse llena otra vez y se
dijo, esperanzada: - ¡Qué raro! Hace muchísimo tiempo que no recibo noticias de
mi suegra, mi marido ha sido asesinado y mi hijo arrojado a las aguas. ¿Querrá
decir eso que alguien le salvó de morir ahogado y ha cuidado de él durante todo
este tiempo? Si es así, ahora tendrá alrededor de dieciocho años. ¿Quién sabe?
Quizás ha decidido el Cielo que nos encontremos de nuevo dentro de poco.
Mientras pensaba en eso, oyó, de pronto, a alguien recitando sin parar
fragmentos de las escrituras a la puerta de sus aposentos, al tiempo que
gritaba: - ¡Una limosna para este monje mendicante! ¡Una limosna, por favor! En
cuanto pudo, la señora se llegó hasta él y le preguntó: - ¿De dónde vienes? -
Yo, señora - respondió Hsüan-Tsang, humilde -, soy uno de los muchos discípulos
de Fa-Ming, guardián del Monasterio de la Montaña de Oro. - ¿Así que eres
discípulo del guardián de ese templo? - repitió ella y le invitó a entrar en la
mansión, donde le dio de comer algunas verduras y un poco de arroz. Mirándole
con atención, descubrió que en sus ademanes y en su forma de hablar había un
algo que le recordaba a su marido. Intrigada, ordenó a las criadas que se
retiraran y volvió a preguntarle: - ¿Cuándo abandonasteis a vuestra familia
para convertiros en servidor de la verdad: de niño o de mayor? ¿Cómo os
llamabais antes de entrar en religión? ¿Viven aún vuestros padres? - Jamás dejé
a los míos, ni de mayor, ni de joven - contestó Hsüan-Tsang -. A decir verdad,
tengo una ofensa que vengar tan grande como el cielo y tan profunda como el
mar. Aunque no lo creáis, mi padre fue asesinado y mi madre raptada. Si he
venido aquí, ha sido porque mi maestro, el guardián Fa-Ming, me dijo que podría
encontrarla precisamente en la mansión del gobernador de Chiang-Chou. ¿Sabes
cómo se llama tu madre? - indagó, una vez más, la señora. - Yin Wen-Chiao -
contestó Hsüan-Tsang -. Mi padre pertenecía a la familia de los Chen y se
llamaba Kwang-Jui. A mí todo el mundo me conoce por
"El-que-flota-en-elrío", aunque mi nombre religioso es Hsüan-Tsang. -
Yo soy Wen - Chiao - afirmó la señora, emocionada -. Pero permíteme que
insista. ¿Qué prueba puedes darme de tu identidad? Al oír que era su madre,
Hsüan-Tsang dio un salto y, echándose rostro en tierra, lloró, diciendo: -
¿Cómo es posible que ni mi propia madre me crea? Si deseáis una prueba, aquí
tenéis este vestido y esta carta escrita con sangre. Wen - Chiao los cogió con
mano temblorosa y en seguida comprendió que eran auténticos. Llorando de
alegría, se abrazó a él y gritó: - ¡Mi hijo ha vuelto! ¡Mi hijo ha vuelto! -
sin embargo, su gozo se tornó pronto en ansiedad y le urgió, diciendo -: ¡Vete
de aquí en cuanto puedas, hijo! ¡Aléjate de este lugar! - Durante dieciocho
años he estado buscando a mis padres - replicó Hsüan-Tsang, sorprendido -, y
¿ahora, que te encontrado, quieres apartarme de tu lado? ¡No podría soportar
una nueva separación! ¿Es que no lo comprendes? - ¡Márchate en seguida! -
insistió ella -. ¡Huye de aquí, como si todo tu cuerpo estuviera en llamas! Si
vuelve el bandido Liou, seguro que te matará. Te diré lo que vamos a hacer.
Mañana fingiré estar enferma y le diré que debo acudir sin tardanza a tu
monasterio a entregar cien pares de zapatos a los monjes, fruto de una promesa
que hice hace cierto tiempo. Así podremos hablar con más tranquilidad.
Hsüan-Tsang aceptó el plan y, despidiéndose respetuosamente de su madre,
regresó al templo en el que vivía. La señora Yin le vio marcharse con una
mezcla de ansiedad y gozo. A la mañana siguiente, con el pretexto de estar
enferma, se quedó en la cama, negándose a tomar nada de comer. Liou-Hung entró
en sus aposentos y le preguntó por la causa de tan inesperada dolencia. - De
joven - respondió ella - prometí hacer entrega de cien pares de zapatos a un
monasterio, pero no llegué a cumplir esa promesa. Hace aproximadamente cinco
días soñé que un monje venía a exigirme lo prometido con un cuchillo en la mano
y desde entonces no me he sentido muy bien. - ¿Es eso todo? - exclamó Liou-Hung
-. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Se dirigió al salón de audiencias y ordenó
a los superintendentes Wang y Li que en el plazo de cinco días cien familias de
la ciudad deberían hacerles entrega de un par de zapatos cada una. Cuando
estuvieron dispuestos, la señora Yin dijo a Liou-Hung: - Muy bien. Ya tengo los
zapatos. Ahora sólo me queda llevarlos a un monasterio. ¿Sabes si por aquí
cerca hay alguno en el que pueda cumplir mi promesa? - En Chiang-Chou hay dos -
contestó Liou-Hung -: el de la Montaña de Oro y el de la Montaña Quemada.
Puedes ir al que quieras. - Hace tiempo oí decir que el de la Montaña de Oro
era muy bueno. Así que creo que iré a ése - concluyó la señora. Sin pérdida de
tiempo, Liou-Hung ordenó a los superintendentes Wang y Li que prepararan un
bote. La señora Yin escogió a la criada de más confianza y subió a bordo del
pequeño barco. Los remeros palearon con fuerza y la embarcación abandonó la
orilla, camino del Monasterio de la Montaña de Oro. El día del encuentro con su
madre Hsüan-Tsang regresó al templo a toda prisa y contó al maestro Fa-Ming
cuanto había sucedido. A la mañana siguiente llegó una doncella de la casa del
gobernador anunciando el arribo de su señora al monasterio a cumplir una
promesa. Todos los monjes salieron, alborozados, a darle la bienvenida. La
señora entró en el templo y, tras presentar sus respetos al bodhisattva,
ofreció un espléndido banquete vegetariano. Ordenó después a la doncella que
pusiera las medias y los zapatos en bandejas y los llevara al salón principal
del monasterio. Allí volvió a rezar con edificante devoción y, antes de que los
monjes se retiraran a sus quehaceres, pidió al maestro Fa-Ming que distribuyera
entre ellos los regalos. En cuanto Hsüan-Tsang vio que todos se habían marchado
y que no quedaba ninguno en el salón, se acercó a su madre y se arrodillo ante
ella. La señora le pidió entonces que se quitara los zapatos Y las medias y
comprobó que, en efecto, le faltaba el dedo meñique del pie izquierdo. Una vez
más, madre e hijo se abrazaron y lloraron durante largo rato de alegría.
Llamaron después a Fa-Ming y le dieron las gracias por haber cuidado de él
durante todos aquellos años. - Me temo - dijo entonces el maestro - que este
encuentro puede llegar a oídos del bandido. Conviene, por tanto, obrar con
rapidez para evitar represalias. La señora se volvió entonces a su hijo y le
dijo: - Toma este anillo y vete a Hung-Chou, un lugar que se encuentra
aproximadamente a mil quinientas millas al noroeste de aquí. En la Posada de
las Diez Mil Flores hallarás a una anciana llamada Chang, que es tu abuela
paterna. Espero que no haya muerto todavía. He escrito también una carta que
quiero que lleves a la capital de los Tang. Su destinatario es el primer
ministro Yin, mi padre y, por lo tanto, abuelo tuyo. No te será difícil dar con
él. Su mansión se encuentra a la izquierda del Palacio de Oro. Entrégale la
carta y pídele que consiga del Emperador Tang que envíe caballos y hombres a
arrestar al bandido que trajo la desgracia sobre nuestra familia. De esta
forma, será vengado tu padre y tu vieja madre recobrará su perdida libertad. No
puedo entretenerme más ahora. Si lo hago, ese bribón puede sospechar algo y
ponerse conmigo como una fiera. Una vez dicho esto, salió del templó, montó en
la barca y regresó a su mansión. HsüanTsang la vio partir con lágrimas en los
ojos. Corrió en busca de su maestro y le pidió permiso para poner cuanto antes
en marcha el plan de su madre. Una vez obtenido su beneplácito, se dirigió a
Hung-Chou, donde, tras buscar la Posada de las Diez Mil Flores, interrogó a
Liou Siao - Er, la persona que la atendía, diciendo: - Hace bastante tiempo se
hospedó aquí un caballero llamado Chen, cuya madre, según tengo entendido, se
quedó en vuestro establecimiento. ¿Podéis decirme qué ha sido de ella? - Como
bien afirmáis - respondió Liou Siao-Er -, la mujer a la que os referís fue
huésped mía durante cierto tiempo. Después se volvió ciega y durante tres o
cuatro años no me pagó absolutamente nada por el hospedaje. Ahora vive en un
alfar derruido que hay cerca de la Puerta Sur y se gana la vida mendigando por
las calles. Lo que no comprendo es cómo el caballero pudo dejarla abandonada,
sin dar señales de vida ni mandar a nadie a por ella. Hsüan-Tsang no esperó ni
un solo segundo para dirigirse a todo correr hacia el viejo alfar de la Puerta
Sur. Al oírle, la anciana dijo, sorprendida: - Tu voz se parece muchísimo a la
de mi hijo Chen Kwang-Jui. - Eso no es nada extraño - respondió Hsüan-Tsang -,
ya que soy el hijo único de Chen Kwang-Jui, esposo de la señora Wen-Chiao. -
¿Por qué tu padre y tu madre no regresaron a por mí? - pregunto la anciana con
amargura. - Mi padre fue molido a palos por unos bandidos, uno de los cuales
obligó a mi madre a aceptarlo por esposo - contestó Hsüan-Tsang, apenado. -
¿Cómo has averiguado mi paradero? - volvió a preguntar la anciana. - Mi madre
me dijo dónde encontraros - respondió Hsüan-Tsanq -. Me entregó, además, una
carta y un anillo para vos. La anciana lo cogió con mano temblorosa y, sin
poder contener las lágrimas, dijo: - Mi hijo era una persona de mucha
inteligencia y exquisita sensibilidad. Al principio pensé que había abandonado
el camino del bien, dejando de lado sus obligaciones filiales. ¿Cómo iba a sospechar
que había sido brutalmente asesinado? ¡Bendito sea el Cielo, que no se ha
olvidado de mi infortunio y ha permitido a mi nieto venir en mi auxilio! -
¿Cómo os quedasteis ciega? - inquirió Hsüan-Tsang, emocionado. - ¡Pensaba tan a
menudo en tu padre! - exclamó la anciana -. Día y noche le estuve esperando,
pero él no apareció. Al comprender que nunca jamás regresaría, lloré tanto que
los ojos se me quedaron, finalmente, secos. Hsüan-Tsang cayó entonces de
hinojos y, elevando los ojos al cielo, exclamó: - Tened compasión de
Hsüan-Tsang, que, a pesar de haber cumplido ya los dieciocho años, aún no ha
vengado la infamia caída sobre sus padres. Siguiendo el plan de mi madre, me he
llegado hoy hasta aquí y, así, he encontrado a mi abuela. Compadeceos de tanto
sufrimiento y haced que sus ojos recobren la vista. En cuanto hubo terminado la
plegaria, tocó los ojos de su abuela con la punta de la lengua y al punto se
tornaron tan vivos y brillantes como antes. Al ver la prestancia del joven
monje que tenía delante, la anciana exclamó: - ¡En verdad eres nieto mío! ¡Eres
exactamente igual que mi hijo Kwang-Jui! De esta forma, su alegría se vio
teñida de la pesada tristeza del recuerdo. Hsüan-Tsang la sacó del viejo alfar
y la llevó a la posada de Liou-Er, donde alquiló una habitación para ella. Al
despedirse, le hizo entrega de una cierta cantidad de dinero, diciendo: - No
preocupes por nada. Estaré de vuelta en menos de un mes - y continuó su camino
hacia la corte. No le fue difícil encontrar la casa del primer ministro Yin, en
la parte oriental de la ciudad imperial. Se llegó hasta el funcionario que
guardaba la puerta y le dijo: - Soy pariente del primer ministro y he venido a
hacerle una visita El funcionario corrió a avisar a su señor, que exclamó,
sorprendido: - ¿Un monje? ¡Yo no estoy emparentado con monje alguno! Pero su
esposa le informó en seguida, visiblemente excitada: - Anoche soñé que nuestra
hija Man Tang-Chiao regresaba a casa. ¿No querrá eso decir que nuestro yerno
nos envía una carta por medio de ese monje? Al primer ministro no le quedó más
remedio que hacerle entrar. En cuanto HsüanTsang se halló en su presencia, se
echó en tierra llorando, al tiempo que sacaba la carta de entre su túnica y se
la entregaba al primer servidor del emperador. El ministro empezó a leerla y, a
medida que progresaba en su lectura, los ojos se le iban anegando en lágrimas,
hasta romper finalmente en un irrefrenable llanto. - ¿Puede saberse qué es lo
que pasa, excelencia? - preguntó su esposa, sorprendida. - Este monje que ves
aquí - respondió el primer ministro, emocionado - es nuestro nieto. Chen
Kwang-Jui, nuestro yerno, fue asesinado por unos bandidos y nuestra hija Man
Tang - Chiao forzada a desposarse con su asesino. Al oír tan escalofriantes
nuevas, la mujer se echó también a llorar y él hubo de consolarla, diciendo: -
Sé fuerte y trata de consolarte. Mañana por la mañana presentaré un informe a
nuestro señor y yo mismo iré a la cabeza de las tropas que han de vengar
ultraje tan imperdonable. Al día siguiente el primer ministro redactó un
documento, que presentó al Emperador y en el cual se leía: - El yerno de
vuestro humilde servidor, el "chuang-yüen" Chen Kwang-Jui, fue
asesinado a palos por el barquero Liou-Hung, cuando se dirigía a tomar posesión
de su nuevo cargo en Chiang-Chou, acompañado de su familia. No contento con
semejante felonía, forzó a mi hija a acostarse con él, haciéndose pasar por mi
yerno y usurpando su puesto durante muchísimos años. A la vista de tan trágico
y conmovedor suceso, suplico de vuestra Majestad permiso para partir cuanto
antes con caballos y hombres hacia esa provincia, con el fin de castigar, como
se merecen, a los culpables. En cuanto el Emperador de los Tang hubo leído el
informe, montó en cólera, convocó a sesenta mil soldados imperiales y ordenó al
ministro Yin que se dirigiera a ChiangChou al frente de tan abultada fuerza de
castigo. El ministro obedeció la orden sin dilación, partiendo aquel mismo día
hacia tan alejada provincia. Viajando de día y descansando de noche, no
tardaron en llegar a ella. Acamparon en la vertiente norte del río y aquella
misma noche el primer ministro hizo llamar a su campamento al Juez y al Jefe
Militar de Chiang-Chou. Tras explicarles las causas de la expedición, les pidió
su ayuda, cruzando a continuación el río y rodeando la mansión de Liou-Hung
antes de que se hubiera hecho de día. Liou-Hung estaba todavía dormido, cuando
los soldados irrumpieron en sus dependencias privadas entre el batir de
tambores y el tronar de las armas de fuego. Liou-Hung fue detenido, antes de
que pudiera oponer la menor resistencia. Sin pérdida de tiempo el primer
ministro le condujo al campo de ejecuciones, mientras el ejército acampaba en
las afueras de la ciudad. El colaborador del emperador se dirigió después al
salón principal de la casa, donde tomó asiento a la espera de que apareciera su
hija. Ella corrió, entusiasmada, a su encuentro, pero, antes de llegar a la
sala, se sintió invadida por la vergüenza y trató de ahorcarse allí mismo. En
cuanto Hsüan-Tsang se enteró, corrió al lado de su madre y, arrodillándose ante
ella, le dijo: - Tu padre y tu hijo hemos traído las tropas hasta aquí con el
único fin de vengar a tu marido. El bandido ha sido, de hecho, capturado ya.
¿Por qué quieres morir ahora? Si lo haces, no podré seguir viviendo yo tampoco.
Al poco rato apareció también el primer ministro y, al tratar de consolarla,
afirmó ella: - Una mujer debe seguir a su marido a la tumba. Mi marido fue
asesinado por ese bandido y, sin embargo, yo me entregué vergonzosamente a él. He
de reconocer, no obstante, que sólo me ataba a la vida el niño que llevaba en
mi seno y que en aquellos momentos me ayudó a soportar mi tremenda humillación.
Ahora que se ha hecho ya hombre y mi anciano padre ha vengado mi humillación al
frente de s tropas, no me queda otra ilusión que terminar con mi vida,
cumpliendo, así, el deber que para con mi marido tengo. ¡Hija mía! - exclamó el
primer ministro, conmovido -. ¿Cómo puedes hablar de vergüenza? No tenías
elección. ¿Es que no lo comprendes? A pesar de lo ocurrido, tu virtud
permaneció intacta, ya que en ningún momento alteraste tus pensamientos ni te
rendiste al oportunismo. Padre e hija se abrazaron llorando, mientras
Hsüan-Tsang era incapaz de contener la emoción. Secándose las lágrimas, el
primer ministro dijo: - No debéis preocuparos más. Tengo en mi poder al
culpable y ahora mismo voy a disponer, con vuestro permiso, de él.
Levantándose, se dirigió con paso decidido al lugar de las ejecuciones. Para
regocijo suyo, el Jefe Militar de Chiang-Chou había hecho detener también al
pirata Li-Piao, que aparecía custodiado por un nutrido grupo de centinelas.
Complacido, el primer ministro ordenó dar a Liou-Hung y a Li-Piao cien
latigazos con una vara larga. Los acusados firmaron entonces una confesión, en la
que relataron hasta en sus más mínimos pormenores la forma como habían dado
muerte a Kwang-Jui. A continuación Li-Piao fue clavado en un potro de madera y,
tras ser expuesto en la plaza pública a la mofa de todos los viandantes, fue
descuartizado y su cabeza colocada en lo alto de una pica para escarnio de
todos los malhechores. Liou-Hung, por su parte, fue conducido al sitio exacto
donde había dado muerte a Chen Kwang-Jui y se le arrancó el corazón y el
hígado, que fueron ofrecidos allí mismo en libación. Seguidamente se quemó un
escrito en el que se ensalzaban las altas cualidades de Chen Kwang-Jui y sus
cenizas fueron arrojadas a las aguas. Incapaces de apartar los ojos del río,
los tres se rindieron al llanto, resonando sus sollozos varios kilómetros corriente
abajo. Eso alertó a un yaksa que se hallaba patrullando las aguas. Se llegó
hasta allí, cogió el espíritu del escrito y se lo llevó al Rey Dragón. En
cuanto lo hubo leído, llamó a una tortuga mariscal y le ordenó que fuera a
buscar a Kwang-Jui. - ¡Enhorabuena, excelencia! - exclamó el rey, al verle -.
En este preciso instante vuestra esposa, vuestro hijo y vuestro suegro están
ofreciéndoos sacrificios en la orilla misma del río. Voy a dejar en libertad a
tu espíritu y, así, recobrarás la vida. No quiero, de todas formas, que te
marches con las manos vacías, por lo que te suplico que aceptes, como prueba de
amistad y agradecimiento, esta perla que concede todos los deseos 10, dos
perlas ordinarias, diez piezas de seda o sirena 11, y un cinturón de jade con
incrustaciones de nácar. Hoy será para ti un gran día, pues volverás a reunirte
con tu esposa, tu madre y tu hijo. Kwang-Jui le dio las gracias, vivamente
emocionado, y el Rey Dragón ordenó a un yaksa que acompañara a su cuerpo hasta
la desembocadura del río, donde habría de reunirse con su espíritu. El yaksa
cumplió inmediatamente la orden y abandonó el palacio de las aguas. En aquel
mismo momento, tras llorar durante interminables horas a su marido, la señora
Yin trató de suicidarse de nuevo, arrojándose a las aguas. Su intento habría
resultado exitoso, de no mediar la intervención de Hsüan-Tsang, que la agarró
oportunamente del talle. Cuando estaban forcejeando, vieron un cuerpo muerto
venir flotando hacia la orilla. La señora se inclinó a toda prisa para echar un
vistazo. Al comprender que se trataba del cadáver de su marido, intensificó sus
aullidos de dolor. Cuantos estaban a su alrededor se volvieron, compungidos,
hacia ella y entonces comprobaron, asombrados, que Kwang-Jui abría lentamente
los puños y estiraba las piernas. Al poco rato todo el cuerpo comenzó a moverse
y no pasó mucho tiempo antes de que se sentara tranquilamente en la orilla,
para asombro y consternación de todos los presentes. Kwang-Jui abrió los ojos
y, al ver llorando a la señora Yin, a su suegro, el primer ministro, y a un
monje joven al que no conocía, preguntó: - ¿Por qué habéis venido aquí? - Todo
esto tiene su origen en el momento mismo en que los bandidos os asesinaron a
palos. Al poco tiempo di a luz a este hijo nuestro, que tuvo la enorme fortuna
de ser educado por el guardián del Monasterio de la Montaña de Oro. Fue él
precisamente el que me lo presentó y yo le envié en busca de su abuelo. Cuando
mi padre se enteró de lo ocurrido, acudió a la corte y consiguió que le fuera
asignado un destacamento de tropas para venir a arrestar a los bandidos. No
hace ni cinco minutos que hemos arrancado el hígado y el corazón al Principal
culpable y os lo hemos ofrecido en libación. ¿Queréis explicarnos vos ahora
cómo os las habéis arreglado para volver de nuevo a la vida? - Está relacionado
con la carpa dorada que compré, cuando nos hospedamos en la Posada de las Diez
Mil Flores. Como recordarás, la puse en libertad. Lo que menos me sospechaba yo
es que aquel pez fuera, nada más y nada menos, que el Rey Dragón. En cuanto los
bandidos me arrojaron al río, acudió, agradecido, a mi rescate y ahora me ha
devuelto el espíritu, cargándome de regalos valiosísimos, que traigo aquí
conmigo. Desconocía totalmente que hubieras dado a luz. por lo que a mi suegro
respecta, le agradezco de todo corazón haberme vengado. Es, francamente,
inexpresable la alegría que ahora me embarga. Los tiempos de sufrimiento
parecen haber pasado, por fin. Cuando se enteraron de lo ocurrido los
funcionarios de la provincia, acudieron en tropel a darle la enhorabuena.
Agradecido, el primer ministro les ofreció un espléndido banquete, tras lo cual
inició aquel mismo día la marcha de vuelta, acompañado de todas sus tropas. Al
pasar por la Posada de las Diez Mil Flores, el colaborador del emperador ordenó
detener el ejército, para que Kwang-Jui y Hsüan-Tsang fueran a buscar a su
anciana madre. Precisamente la noche anterior la mujer había soñado que volvía
a florecer un árbol totalmente seco y aquella misma mañana oyó cuchichear sin
cesar a las urracas detrás de su casa. Eso la hizo preguntarse, ilusionada: -
¿Querrá decir que mi nieto viene a buscarme? No había acabado de pensarlo,
cuando se presentaron el caballero y el muchacho. El joven monje señaló a la
anciana y dijo con una mezcla de orgullo y respeto: - Aquí tienes a mi abuela.
En cuanto Kwang-Jui vio a su madre, se inclinó ante ella y después la abrazó
con indecible ternura. Madre e hijo estuvieron llorando de alegría durante un
buen rato. Tras contarse lo que había sucedido, pagaron al posadero lo que se
le adeudaba y continuaron el viaje hacia la capital. Lo primero que hicieron
Kwang-Jui, su esposa y su madre, al llegar a la mansión del primer ministro,
fue ir a saludar a su respetable señora. La mujer estaba fuera de sí de
alegría. Llamó a los criados y les ordenó preparar un banquete como no se había
visto jamás en toda la ciudad. - Es mi deseo - dijo el primer ministro a la
hora de los brindis - que este convite reciba el nombre de Fiesta de la
Reunión, porque ciertamente lo es y toda nuestra familia participa de tan
indescriptible alegría. A la mañana siguiente muy temprano el Emperador de los
Tang celebró su habitual audiencia y el ministro Yin se adelantó para informar
oportunamente de cuanto había sucedido en el curso de su misión. Recomendó,
igualmente, que le fuera concedido a Kwang-Jui un puesto acorde con sus muchas
cualidades, cosa a la que accedió emperador, nombrándole Vicecanciller de la
Secretaría de Estado. De esta forma, seguiría a la corte adondequiera que se
desplazara y se encargaría de llevar a la práctica todas sus decisiones.
Hsüan-Tsang, decidido a caminar por los puros senderos del Zen, fue enviado al
Monasterio de la Bendición Infinita para continuar con su vida de meditaciones
y ascesis. Al poco tiempo, sin embargo, la señora Yin consiguió, por fin,
consumar sus intentos de suicidio, y él regreso al Monasterio de la Montaña de
Oro a dar las gracias al maestro Fa-Ming por cuanto había hecho por él. No
sabemos cómo se desarrollaron las cosas a partir de entonces. Quien quiera
averiguarlo deberá escuchar con atención las explicaciones que se brindan en el
capítulo siguiente.
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